Antonio parra
tirsosacra@terra.es
A LA SOMBRA DEL HÓRREO
Hace veintiocho veranos en una de esas mañanas paradisíacas de sol del litoral asturiano en las escaleras de laja del hórreo junto a uno de los pegoyos estaba mi padre afilando una furaco (palo) con la azuela y a su lado mis hijos Toñín y Almu. Les saqué una foto que titulo tres generaciones juntas. La de la guerra, la posguerra - a ésta pertenecía pero no salía en la foto- y la del futuro. Mis hijos niños entonces son hoy hombres y mujeres del siglo XXI. Y hurgando en mi archivo encontré un artículo que publiqué en varios diarios de provincia. Estaba a punto de echar el cierre la prensa del Movimiento comprada por Jesús Polanco al que Dios haya perdonado. Un servidor mantuvo hasta el final una colaboración y una columna que acabó cuando recibí una carta de una señora que hoy firma en el País, Sol Gallego Díaz, con un gracias por los servicios prestados, dándome la absoluta. Pero me cupo el honor de echar el cierre a aquella gran cadena periodístico en el que tantos camaradas míos, gente de pluma eminente y entusiasta con España, la de entonces, la de de después, la de siempre, que ya duermen la paz de los silencios o montan guardia junto a los luceros. A veces estos centinelas me gritan desde la garita de una estrella donde seguramente andan de plantón escudriñando el universo y es como si yo recibiera una vaharada de energía. Que me impulsa a sentarme ante el ordenador con el mismo entusiasmo con que antaño ametrallaba mi Olivetti bailando con las 24 redondas blancas de Pedro Salinas un minueto, una jota, un corricorri y a veces un vals. Bailar, comer escribir y cagar todo es hasta empezar. Ladran los perros del alba. Las alanas de ataque pero que les habré hecho yo a estas pibas ¿Por qué se vienen a mi rabadilla? Las guardiesas de Auschwitz me apuntan con sur metralleta. Hay algo sacrílego en su escrutinio. La censura. Las comisarias. Los perros alsacianos de los KZ. El mundo para ello tiene que ser un campo de concentración, borrar la memoria, tergiversar la historia. Estas patrañas pueden ser un pretexto para convertir la aldea global en un gulag desde el que nos escrutan minuciosamente las jefas de línea. Para las que el odio es un trajín y un negocio la revancha. Un talquina poíno. Hoy tengo añoranzas del hórreo, quiero zafarme del babeante y hediondo aliento de estas cancerberas sacrílegas y de mala calaña. Hijos de la gran Z, nietas de Zaratrusta van de zetas nazistas y guionistas duro oficio el de escribir penosa mi vocación de libertad. La boca me sabe mal. Nunca se me hubiera ocurrido en mis vacaciones a ir a visitar un Lager en las republicas bálticas que hoy son un bastión de discípulos de Hitler. Prefiero escuchar al Presi o picare leña debajo del hórreo maternal. Esas mujeres, mis verdugas, son una pesadilla A uno le reafirma la presencia muda pero cierta que yo siento de todos aquellos relevos. No me rindo. Nuestro compromiso con la libertad y con el ser y el interés de España se remoza con el canto de estos guripas - old soldiers never die, tampoco los periodistas- que desciende en las sublimes noches de agosto desde los luceros. Ni me invade el desaliento o la melancolía. Decía Alarcón que condenar a un artista al silencio es como recibir tres penas de muerte. Pero a los que vienen preparados con el puñal de los traidores o la mordaza de los suripantas les hago un corte de manga. Seguiré escribiendo mientras me queden arrestos y el último anhelito tendría yo que suspirarlo sobre el tablero de mi ordenador, consciente de que tras de tiempos vienen tiempos y confortado con la amonestación de san Pablo de que nos derriban pero no nos rematan. Cartas como la de la tal doña Sol la he recibido muchas veces a lo largo de mi vida profesional - no sé que les habré hecho yo a algunas mujeres pero me consuela conocer que me detractan las feas, los reviragos, las mediocres, y me alaban las guapas, gracias Carmen Calvo, gracias Almudena- pero las meto en la trilladora de papel. Hago un corte de manga. Que se chinchen que se tronchen.
- Chapándomela - gritaron algunos camaradas cuando iban a ser conducidos ante el pelotón en la cárcel de San Antón. Pero por otra parte unos guripas de la columna Mangada que fueron habidos tras un rifirrafe con los legionarios y sometidos a sumarísimo consejo de guerra y condenados a muerte hicieron lo propio: morir a la española, el sarcasmo y el desprecio hacia el tirano o la befa del diácono Lorenzo frente al verdugo: “Vuelca la parrilla para el otro lao que de este ya estoy torrao”. Se negaron a rezar el “señor mío Jesucristo” y se pusieron a cantar todos a coro “Mi Jaca”. Una bonita y muy musical manera de rendir cuentas a dios. Nunca pasa nada - lo decía José Antonio - y si pasa qué importa. Los brigadistas debían de ser de la cuenca minera. Debió de pertenecer a la cultura del hórreo ese granero maternal, pósito de los recursos familiares que nos sirve de despensa.
El hórreo- decía yo en un recorte de “Patria” de Granada que guardo del 2 de septiembre de 1982, justo hace un cuarto de siglo- está donde siempre. Al lado de la casería, pequeña catedral ciclópea de castaño macizo. Es una construcción misteriosa, tutelar con alma. En ello se guarda no ya el maíz y las cebollas para el avío, pues la casa está deshabitada - sino los relicarios: el baúl del indiano que regresó de Cuba, la silla de montar, el bombín y las espuelas del abuelo Pepe, antiguas facturas y alguna carta, ninguna de amor todas ellas referentes a compras y transacciones. Lo rodea un muro de cuatro metros por el que trepa la serpentaria y la madreselva. Su cantería tenía una función: resguardarlo de los vientos pero estas defensas servirían de poco pues una noche de febrero se alzó un vendaval de viento gallego o ábrego, que daría en tierra con todo su maderamen de casi trescientos años. Sin embargo cuando yo trazaba estas líneas aun faltaba casi un lustro para que se produjese el fatal desenlace.
El valladar le abriga de las brisas del mar. En esta parte de la marina adonde sopla con insistencia el viento del oeste que aquí llamamos el gallego y no era otra cosa que el ábrego se suele encasquetar al horreum latino entre tapiales corraleros. Al lado hay un aljibe que servía para abrevar al caballo del abuelo. La sombra de esta construcción prehistórica nos recuerda los antiguos palafitos que habitó la humanidad cuando la cultura era más lacustre y la mayor parte de la superficie terrestre estaba cubierta de agua. Descubre un encanto interior, intramuros, la dicha del hallazgo de lo viejo. España interior, perro que ladra hacia los adentros pero atado con la cadena. Sólo se ve el cimborrio de teja rojiza donde medra la parietaria. Tierra adentro donde hay mejor tempero el hórreo se desparrama por somos y vargas (uno los encuentra en los lugares más increíbles) pero aquí en la marina los cierzos acabarían con ellos en cuatro días. El hórreo de mi familia es de castaño el barrancal y las paredes los pegoyos o peanas de roble. Sobre el machón cimero del dintel firmó la obra veinte años antes de la revolución francesa hizolo Lucas Fernández 1789.
Total que este fue uno de las construcciones rústicas que describe Jovellanos cuando vino a visitar la Concha de Artedo donde se quiso construir el gran puerto de Asturias en tiempos. Y aunque empieza a vencer por alguna teja que se llevó el aire e inició la peligrosa gotera aguantó de sobra el paso de los años. Lo malo es lo que dice el refrán: “casa deshabitada y hórreo sin mies pronto darán de través”.
Pese a su solidez augusta, nuestro pobre hórreo familiar está para pocos trotes [pronto se vino abajo].Si pudiera hablar esta madera crecida en el castañar de primaverales lejanas ¿Qué historias nos podría referir? ¿Qué flores se habrán calcificado sobre esas vigas y machones? ¿Qué sanjuaneras lejanas habrá oído cantar? Colgaduras de mazorca en el barandal ¿Quién puso el ramo? ¿Cuántas lágrimas de rapaza no habrá regado? El hórreo no es ya meramente el espíritu de Asturias sino su menester sacerdotal. Todo eso que hizo a España y no sabríamos explicar. Y como España es esta construcción pródiga y misteriosa. Hasta parece cambiar de color según se mire en día de sol o de lluvia. Hay toda una relación de humores intercadentes entre el hombre, este palafito ancestral y el paisaje. Al alma del hórreo como al alma de esta región no se puede llegar sin algunas sorpresas. Es cuestión frumentaria, vida animal. La subsistencia pero también la magia y la relación con el más allá. En ella encerrados, la borona y el pan de escánda, la la foz y el garabato y también el alma del lugar. Las almas de los antepasados que van de acá para allá.
A sus aleros vuelve eternamente el alma de nuestros difuntos. Su magia sacramental libra a la casería de los espíritus malignos y de las malas cosechas. Desde el alto del hórreo las brujas hacen escaleras para volar. Parecen cuervos pero son almas en pena en realidad. Sus leyes son las mismas que las de la guestia caminar de día que la noche es mía. Los campesinos de estos sexmos no se acercan a los hórreos en las noches sin luna.
Despensa y granero es también en hórreo altar de nuestras creencias. Hórreos chaparros. Hórreos empinaos y hórreos también como dejados de la mano de dios que parece que van a caerse de un momento a otro.
¿Cayó el hórreo?
Sí. Cayó.
Todo tiene un fin en esta vida
Algunos hórreos a veces me lo ha parecido cuando he llegado a la aldea después de una romería parecen que tienen formas humanas. En ellos viven quizás los enanitos del bosque.
Son construcciones de tablones encajados. En su estructura no se verá ni un solo clavo. Este ajuste se realiza a flor y requiere suma pericia.
Por eso porque son humanos y tan salidos de la mano del hombre se metamorfosean. Son desmontables. Ir de acá para allá y colocarlo en el lugar que al amo se le antoje. El arte de montea o diseño del hórreo es antiguo y misterioso casi un secreto de estado que las familias se transmiten unas a otras.
Lo trazaban a ojo los carpinteros de carena, poniendo hitos y lo ensamblaban en varias jornadas. La soldada del horrero era un día de bueyes. Mucha fama tuvo en Asturias los horreros de Cabaña Quinta. Eran una especie de aristócratas de la carpintería. El hombre de las cavernas pasó después a instalarse en estas construcciones lacustres a salvo de la humedad y al resguardo de las alimañas. También tenían cada una de sus cuatro estípites peanas o pegollos – algunos eran de seis pies- tecnología para evitar que subiesen los ratones y otros incómodos huéspedes roedores.
El hórreo asturiano es diferente a una panera y nada tiene que ver con el cabazo gallego. Pero estas son distinciones muy sutiles de la cultura de las que merece la pena hablar en otra ocasión
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