2024-08-22

como escritor y periodista rindo culto a la libertad, la vida, la belleza y el vino no hay religión sin liturgia





















































































































































































































































































































































 

UN LIBRO ENTRE LAS MANOS EL PECIO QUE ME QUEDA DEL NAUFRAGIO DE AQUEL AMOR INGLÉS. ERA EL ROMEO Y JULIETA CONSERVA EL NOMBRE DE LA PROPIETARIA Y ALGUNAS ANOTACIONES AL MARGEN DE FORMA MUY CUIDADOSA O SUZANNE MARIE HUGH I ALWAY LOVE YOU, TUVE LA SUERTE DE AMAR A LA MUJER MÁS BELLA DE INGLATERRA Y DE MEJOR CORAZÓN. GRACIAS POR ESTA DADIVA, SEÑOR, QUE NO SUPE APROVECHAR PUES MALGASTÉ EL AMOR Y AHORA DE VIEJO ME ARREPIENTO. SHAKESPEARE NO OSTANTE ES ETERNO Y LEER SUS OBRAS MI ACTUAL CONSUELO

 ROMEO Y JULIETA

 

Love is a mire, be rough with it. Lovers are often liars

 

No sabemos si será verdad pero lo cierto es que el amor físico tiene que ver con la suciedad de la naturaleza. Es una pringosa porquería. Somos creados entre la conjunción del semen y los flujos vaginales y venimos al mundo entre la sangre y la mierda. 

Leo en inglés en un libro de mi amada Suzanne Hugh. Fue uno de los pecios que conservo del naufragio de nuestro amor. Cuando se destruyó nuestra casa de Edenthorpe arreé para España  en el mini cargado con mi guitarra algo de mi ropa y mis pocos libros.

 Vine llorando todo el camino, cerca de mil kilómetros por las infames autovías francesas. Au volant La vue c´´ est la vie, ponía un cartel para disuadir a los carreristas de que no corrieran tanto. La velocidad era locura. 

Pero aquello fue una huida hacia delante y me consuela saber que mi amor es  ahora una hermosa viejecita inglesa del pelo blanco y la sonrisa pizpireta con ese sentido del humor que eche de menos toda mi vida.

 El cenit de la palabra de Shakespeare. No hubo otra igual que Suzanne Hugh ahora Suzanne Parra. Yo no estuve a la altura de aquel amor.

Al abrir las paginas de este drama al cabo de cincuenta y dos años  el Cisne de Avon en sus versos me ha traído el perfume de  aquellos labios nacarados que yo besé. 

England made me. Moriré con el recuerdo de aquellos días. El tiempo más feliz. No pudo ser. Y digo con el vate de Stratford upon Avon:

Go, go, girl, seek happy nights and happy days.

Excelso Shakespeare cuando pone en boca de Romeo:

─ Tengo el corazón de plomo, Marcuchio. Pero pediré a Cupido que me preste esta noche sus alas… Love is a tender thing… pero pica como una ortiga.

No pude devolver el libro. Mi amor no sé donde vive, el número de su calle o el lugar al sol que guía sus pasos

 Es uno de los pecios  de mi matrimonio cuando se fue al fondo del océano aquel amor que creíamos eterno. Tuvimos a los hados de cara pero lo que perdura es algo místico, sensual, espiritual. Nada carnal.

I was bad. O my God it is the morning. Pasados los años, casi medio siglo, me da vergüenza, pero el libro de Shakespeare sigue impoluto entre mis manos. Evocación de aquella pasión de juventud para mí indeleble. 

Al principio de la obra cantan los coros cual será el fin de la tragedia de dos amantes pertenecientes a dos familias de Verona enfrentadas secularmente. Pero que con su muerte traerán la paz a la ciudad. La obra con la exquisita facilidad lingüística de Shakespeare  promete ser una comedia de capa y espada para convertirse en tragicomedia de atadero. 

La muerte gana y los personajes luchan contra el tiempo y el destino. Están en alto las espadas de Marcucho. 

Montescos y Capuletos a la greña y el aya derramando consejos maternales sobre su niña la pequeña Julieta. You beat men… but where is Romeo? Pregunta el príncipe después de apaciguar a los querellantes.

 Lo primero que resalta un lector de nuestros días en los dramas de Shakespeare es la vivacidad y locuacidad de una sociedad oral. La palabra es pujante y elegante en la época isabelina.

 Entra en escena el protagonista y en su dialogo con el primo Benvolio aduce ciertas cuitas de amor que lo tienen secuestrado. Entonces dice:

─ El amor es humo fraguado a partir de suspiros y de miradas.

Benvolio le pregunta:

─Dime francamente a quién es la que amas.

─A una mujer, primo. Ella es casta como Diana.

Benvolio le pide el nombre pero éste no se lo quiere dar. 

Capuleto pretende que Julieta que tiene catorce años sea desposada con el conde Paris quien esa misma noche invita a toda la ciudad de Verona a una fiesta. 

Lady Capuleto se lo comunica personalmente en medio de un brillante parlamento de la nodriza que recuerda el día que la destetó poniendo en su areola una rama de absintio, hacía catorce años por el mes de agosto  Lammastide, según el viejo calendario inglés que contaba por quarter o trimestres: Cristmass, Lent. Lammastide, Michaelmass. 

Con suma delicadeza la heroína da negativa al requerimiento pero accede acudir a la gran fiesta. El gran baile del príncipe Paris. La vida es un gran baile  de máscaras

 

Continuará

 

NO CAMBEA Nada cambia dijo el bueno de cabrillo aquel de fuenteelolmo

NO CAMBEA

Lo llamaban Lépidus pero se apellidaba Quevedo y creo que descendía por la rama paterna del mejor escritor que haya producido la lengua castellana pero en su natural frágil y su aspecto enfermizo se notaban los descalabros y estragos que hace la consanguinidad en los seres humanos. Su familia vivía en la villa más famosa de la provincia y antigua en una casada blasonada. Nuestro profesor de historia le traía vitaminas y calcio del hospicio de donde era capellán para que lo tomara a las comidas

     -Quevedín tienes que comer más.

     -Si ya como, don Olegario, como igual que una lima pero se conoce que no me aprovechan.

     -Serán los genes.

Y don Olegario cuando explicaba la lección del fin del imperio con la muerte del último de los Austria el día de los santos de 1700 miraba para él con insistencia. Lepidus tenía que forrarse a vitaminas. Y la verdad que por su rostro amarillento, su pelo de estropajo y la boca algo sumida se traía un aire con el último heredero de Carlos Quinto. Pero era ingenioso, a pesar de su corta talla y su enclenque aspecto, y locuaz a no poder más. No paraba de darle a la sin hueso. Si se escuchaba un rumor o un bordoneo de conversación excusada en tiempos de silencio era seguramente Lepidus que no paraba de hablar. Ya lo habían puesto varias veces de rodillas con los brazos en cruz o mandando copiar una frase quinientas veces de “no se habla en clase”. Mas ni por esas. No lo podía remediar y él lo confesaba entre lágrimas: “señores, no valgo para cartujo”.

     -Chist, Quevedo, no parles tanto que me pones la cabeza tarumba. Se me va el santo al cielo, pierdo el hilo de los verbos fuertes y me disipas.

También tenía otro mote. “La Vieja” porque no tenía cara de niño sino de viejo de ojos pitarrosos y salpicaduras de caspa por las hombreras del guardapolvos o la sotana.  Su rostro era un pergamino de la historia de Castilla. Creo que su padre era el conde de Fuensaldaña y en su escudo de armas había un león pasante en cuarto de sinople, roeles y estrellas y una media luna concedida por Alfonso VIII a uno de sus tatarabuelos por haberse distinguido en la batalla de las Navas donde los castellanos les arrancamos a los moros las cadenas.

Yo sería muy amigo suyo y le solía defender cuando algún abusón se metía con su persona, cosa que ocurría con frecuencia. Una vez Aldeorrillo que tenía muy malas pulgas y una vocecilla de pastor de la majada pues venía de los castros o de por ahí, y la barba cerrada ya que era el más viejo de toda la lechigada que su padre le sacó de las ovejas y le digo tú pa cura que de borreguero no me haces falta y lo llevó al seminario de Uxama no lo admitieron y vino para Corobias hecho una estantigua pues calzaba abarcas y llevaba boina una zalea de cordero por pelliza que olía a montuno que tú no veas pues este le arreó al pobre Quevedín un bofetón que poco lo desguardamilla contra el techo. Eh tú para, le dije yo y con las mismas le arreé un puñetazo que el pastorón de la barba cerrada salió chorreando sangre por las narices. Sabrás que a mi padre le llaman el Sargento fuerzas y no voy a conseguir que pegues a mi amigo. Ya podrás abusón. Le sacas dos cabezas. Se conoce que el de los castros o de pahí en eso estaba que trinaba pues Quevedillo le tomaba el pelo pues una vez le sacaron a la pizarra en Matemáticas y el padre Cabezas le dijo:

     -A ver, Aldeorrio, ¿qué es eso del orden de los factores no altera el producto?

     -Pues que no cambean.

     -Cambian. Se dice cambian, mostagán.

Carcajada general y el bueno de Quevedo haciendo honor a su fama de chistoso que es lo que significa Lepidus  para los latinos en el refectorio se sentaban en la misma mesa y le dijo:

     -No cambeará el H2O, Aldeorrillo, si me pasas la jarra. Entonces es cuando le vino el sopapo que Lépido no tuvo más sed durante tres semanas.

Y como donde las dan las toman y yo vengué la ofensa pues siempre sentí debilidad por salir en defensa del inocente el ex pastor que luego llegó a cura me la tenía guardada y no iría yo a comulgar de su mano ni a tiros. No sea que me devuelva la ostia de cuando entonces. El orden de factores no altera el producto. Tampoco las personas cambian.

Como don Ciro alias Corambovis solía retrasarse cuando venía a impartir la clase algunos días- dos minutos, cinco, todo lo demás diez; si pasaba de los diez es que ya no venía o se había entretenido al salir del coro con algún canónigo o tuvo que ir a confesar a sus monjas- se optó por poner a Lepidus subido a la ventana como esculca o centinela mirando para la calle, el pasadizo de las Tres Cruces por donde había de subir nuestro catedrático que venía siempre sudoroso y perdiendo el bofe, agitando sus manteos talares y moviendo su oronda humanidad por las empinadas escalerillas de Tres Cruces. Alguna vez don Ciro olía un poco a anís. Era cuando estaba más ingenioso y de mejor humor. Las malas lenguas decían que era amigo del cura de Zamarramala al que le gustaba el traguillo más que la leche que le dio su madre. Con todo ninguno de los dos se metía con nadie.

Don Ciro era regordete moreno la cara picada de viruelas era del  tenor casi de una hogaza pero la cabeza muy pequeña casi como una avellana. Había ganado las oposiciones de Lectoral y tenía un hermano que no se parecía a él en nada. Lo llamaban el cura guapo pues se parecía un poco a Rock Hudson y con su tupé era el terror de las chavalas. Llegaba con prisas y siempre se excusaba de su tardanza. Con lo de tener que confesar a las claras le había salido un grano. Si era sor Venidle la que se arrodillaba en el reclinatorio del torno para “desembuchar el saco”, lo más probable es que se fumase la clase de Latín y Cicerón, Cesar, Tito Livio eran suplantados por los escrúpulos monjiles de aquellas bienaventuradas hijas de san Francisco y santa clara.

Lo de sor Benilde era mucho más serio y puede que la cosa tuviera su miga. Si era a ella a la que había de confesar don Ciro se tiraba dos horas de reloj pues  de la religiosa franciscana cundía fama de santidad. Se contaban de ella milagros, visiones, arrobos, transportes, bilocaciones, odoraciones místicas y otros extraños fenómenos preternaturales con los que el buen Jesús condona a sus elegidos pero que la ciencia positiva suele poner muy en tela de juicio atribuyéndoos a causas más naturales y pedestres. Como la histeria o la inadecuada alimentación. En aquel convento de san Antón las clarisas sólo comían patatas entreaño o verduras y tomates y de lo que da la huerta. A la cena un vaso de leche. Durante la cuaresma era suprimida la última refacción y ayunaban total los viernes.  Pero no crean que se morían de hambre. Estaban todas como robles y para dar mucha guerra.

Debía de ser por eso por lo que estaban tan sanas que algunas pasaban de centenarias pero los nervios, ay los nervios, con una inadecuada bromatología acaban subiéndose a la cabeza. Entonces las enclaustradas decían haber visto a la Virgen o que se había aparecido algún santo, etc.

Sor Benilde, en resolución, debía de ser una santa pero también la decían el terror de los confesores porque padecía de escrúpulos espirituales y además gozaba por lo visto  del don de introspección de conciencias lo que vuelve a una persona así

Adivina y medio bruja. Conque a veces se cambiaba las tornas. El confesor pasaba a ser el confesando y la penitente le leía la cartilla al cura por menos de nada. Delataba sus vicios ocultos, los malos pasos que los clérigos con frecuencia daba, descubriendo sus líos en una  palabra. Como ocurrió a Santa teresa de Ávila con el párroco de Becedas. Allí la Madre enferma invernaba en espera de que llegase  la primavera y los curanderos le administrasen las hierbas oficinales que ella necesitaba. La santa le aconsejó al sacerdote que tirase al río un amuleto que le había regalado su barragana y pronto acabaría su amancebamiento al que había sido inducido por hechizo y malas artes, hizo lo propio y arrojo la fatídica sortija al Tormes. Despidió a la querida pero murió a los pocos meses quien sabe si por melancolía o a causa del arrepentimiento. Por haber mordido la manzana con la que Eva la tentadora hizo entrar todo el sufrimiento y el mal en el mundo. Vino la maldición de Yahvé parirás con dolor y e acabó el paraíso. Las mujeres suelen traer el ramalazo de la guerra y la intranquilidad de las conciencias en los varones, quienes por ellas matan. Troya ardió a causa de Helena. No saben muy bien los curas lo bien que están sin tener que aguantar a la parienta. San agustín derramó lagrimas toda su vida por aquella esclava nubia con la que tuvo a su Adeodato. La negra debía de ser tan hermosa como la reina de Saba o dicho en lenguaje moderno como una nueva Noemí Campbell. Pero santa Mónica, que estaba al loro, decía que era una lagarta y el santo obispo de Tagaste la despidió.

Pues don Ciro que por ese cabo era tan casto e inocente como san José y a veces parecía que hasta le crecía la vara florida con que se representa al glorioso patriarca- los seminaristas siempre tuvimos en gran estima a san José que era el patrón de todos nosotros- llevaba muy mal aquel encargo de tener que desplazarse a confesar a las clarisas un convento extramuros en un sitio recoleto y a trasmano de donde pasaba la calzada romana a la sombra de una olma centenaria y con un chapitel que debía de deberse a la mano del Arquitecto que levantó la Aceitera. La torre de las monjas parecía la hermana gemela de la espadaña de nuestra iglesia. Las dos parecían a lo lejos un punzón hiriendo los vientos y que desafiaban a las nubes. Sin embargo el convento había sido levantado en el siglo catorce por donación de un rey cazador e impotente pero muy devoto de san Francisco y de san antonio. Don Ciro llegaba sudoroso de aquel sitio pues tenía que darse una buena caminata y subir las escalerillas del postigo de Porta Coeli y arreando que es gerundio que, de lo contrario, sus pipis de segundo se quedaban sin lección.

Bien mirado no debía de ser nada fácil absolver a aquella señora que llamaban la perfecta. ¿Qué pecados podría tener? El beneficio que le dejaba el convento era ración parva y si sueldo de profesor no alcanzaba los veinte duros al mes que éramos pobres y había que ganarse los garbanzos. La diócesis era muy rica y recogía no sé cuantas fanegas de rentas al año como va dicho pero algunos de sus clérigos vivían en la pobreza y el buen canónigo tenía que pluriemplearse. Otro día hablaremos de la estrechez y angosturas económicas de aquellos sacerdotes que si no pasaban hambre a duras penas llegaban a fin de mes.

Y aquellas confesiones larguísimas con la priora tocaban los jueves – ego te absolvo a peccatis tuis,  pero avie, Madre, avie, que he mucha prisa- pero ya nos había puesto en autos de su impuntualidad.

Si me demoro en los días de Júpiter. Es que tengo que ir a confesar a las monjas y no sabéis, chiquitos, son pesadísimas.

¿Sí? – saltó Lepido de repente haciendo que toda la clase estallase en una buena carcajada- pues decía mi abuela que entre santa y santo pared de cal y canto.

Cállate, morgueras. ¿Qué sabrás tú de lo duro que es esto de confesar? Esto no es como los encierros de tu pueblo que se pasan dos días y noche de jarana. Daría años de mi vida por no tener que sentarme en el cajón de ese convento escuchando siempre las mismas monsergas… a ver si con el concilio el papa vuelve a la sana costumbre de la absolución general porque esto de la confesión auricular es una lata.

Don Ciro diga usted que sí

Era evidente que al buen sacerdote se le hacía muy cuesta arriba pero hubo algunos que le rogaron al obispo que viniese don Ciro que era de manga ancha y cesase Mañanas. El lectoral se franqueaba con nosotros y decía que cuando tenía un caso difícil de conciencia mandaba al penitente o a la monja en cuestión al penitenciario catedralicio, don Wenceslao Carranza que se pasaba las horas muertas encajonado en su confesionario de la capilla del Salvador y a ese sí que le gustaba confesar. Entendía mucho de pecados, de la pravedad de materia etc., cuales eran los gordos y cuales los veniales. A Carranza le llamábamos uno Don Demoque y también Hayquedistinguir porque era muy meticuloso y se sabía el derecho canónico de memoria. Yo tampoco  entendí nunca esto de la exmologesis que se introdujo en la iglesia latina al final de la edad media y que ha dado lugar a tantos chismes como el de entre santo y santa pared de cal y canto y el hombre es estopa y la mujer es yesca.

La recta existimativa del vulgo no suele fallar pues voz populi vox dei máxime en Corobias donde siempre de suyo fuimos mal pensados que ya lo dijo la Santa una vez cuando surgieron habladurías de que tenía un lío con san Juan.

     -De Corobias ni el polvo de las zapatillas.

Y se sacudió sus sandalias en la Puerta de san Clemente. Hizo promesa de que no volvería más y la cumplió.

Sea como fuere el hecho es que don Ciro era el mejor profesor y nos inició en la lengua del Lacio con acuidad con ciertas técnicas pedagógicas que tenían el escolástico para aprender vocabulario. Desde el principio puso un cognomen a cada uno de nosotros para que nos familiarizásemos con algunos sustantivas. Si a Quevedo le llamó Lépidus, A Aldeorrillo le bautizó con el de Haedus (cabrito) Don Chespi como era inglés le dijo Advena (forastero) a uno que tenía el pelo rojizo como un marrano jaro Aper (jabalí) a Rigoberto le puso Vafer (astuto) y al sobrino de don Fausto Fulvus pues era rubio como una mazorca el Chema. Yo recibí el apodo de Accipiter y Cunctanter (gavilán y deprisa) no sé por qué y así otros muchos y en otras muchas partes otros muchos santos confesores y santas vírgenes que era la frase final con que se daba carpetazo a la lectura del martirologio romano, loable costumbre que se hacía todas las mañanas en el refectorio al desayuno y de la que hablaré más tarde con mayor atingencia y profundidad.

 


EL HISTORIADOR PALENCIA QUE ODIABA A ENRIOUE iv AL QUE LOS SEGOVIANOS QUEREMOS MUCHO Y NO CREEMOS FUERA TAN IMPORTANTE Y DON DEMOQUE AQUEL PEWNITENCIARIO QUE NOS DABA MORAL EN EL SEMINARIO Y SIEMPRE SE CHUPABA LA PUNTA DE LAS GAFAS Y DECÍA DE MOQUE QUEMADMODUM

 ALONSO DE PALENCIA 

El cronista Palencia





A sabiendas de vivir en tiempos peligrosos, parejos a los de los últimos años del s. XV, me sumerjo en el latín algo retorcido del cronista Alonso de Palencia y me encuentro con la siguiente perla: estando el arzobispo de Mondoñedo presidiendo una ceremonia en la catedral de Sevilla vio acercarse al obispo de Coria vestido de una sotana blanca, mandó parar al coro y a los monagos que dejasen de incensar el turíbulo y a grandes voces empezó a decir:


- ¿Adónde va ese loco?


Y con las mismas se arremangó los ornamentos y desde lo alto del altar le meó en la cabeza. 

Por lo visto, la rivalidad entre ambos prelados llegó a tal extremo por las pretensiones que ambos alentaban a la sede de Sevilla. Todos los seises que bailaban, los chantres que cantaban, los turiferarios que portaban el cirio se meaban de risa.

 Este hecho sucedió en la inmensa y maravillosa catedral hispalense y es un reflejo de lo relajadas que andaban las costumbres en la época.

 Por eso cree Menéndez y Pelayo que el cronista pusiera en solfa tales acontecimientos en la lengua del lacio para despistar, en evitación del escándalo.

 En cristiano hubiera sido demasiado escandaloso y califica de zahareño, lenguaraz y afectado el latín en el cual se expresa Palencia el cual también era clérigo. 

Su lenguaje es intrincado y, pese a sus pretensiones de convertirse en el Tito Livio español al que trata de imitar, no maneja la consecuencia temporum, machaca la sintaxis.

 La cronología también se trunca porque los acontecimientos se amontonan unos con otro y el lector pierde el hilo, por más que admire la vehemencia que raya en la violencia con que el escritor zurra la badana al bueno de Enrique IV, el último de los Trastamaras.


Tiene un tic como suelen tener los escritores que redactan deprisa y es la repetición del latiguillo quemadmodum (de manera que) y yo he pensado que es un vicio de los escolásticos, todos ellos muy lógicos y consecutivos y a mí me recuerda a aquel penitenciario de la catedral de Segovia que nos explicaba moral y que tenía la palabra de modo que siempre a flor de labios. Le llamaban, por eso, don Demoque.

No limaba Palencia el texto o castigaba sus párrafos con ese incursa re oraciones que recomendaban los maestros de retórica de Roma, incursare viene de “ i n c u s “yunque. 

Escribir es como estar en una fragua machacando el hierro.


No obstante, la endiablada prosa de este historiador nos da un reflejo de la crueldad de los tiempos, de las guerras entre lusitanos y castellanos, entre moros de taifas, unas veces en alianza y otras en armas, contra los cristianos.

 Son pintorescas las descripciones del sitio de Utrera, del asalto a Ecija y de la toma fallida por las huestes de Enrique IV de Santarem (santa Inés). 

Parece escucharse el clamor de la plebe sevillana acuciada por el hambre. Se leen los dicterios a la incompetencia del general Juan Guillén. 

Vemos aparecer a un famoso bandido de aquella época diego Mexía al que llamaban el Largo una especie de Robin Hood andaluz que robaba a los ricos para repartir entre los pobres. 

Por último describe las relaciones excelentes que existían entre Fernando el católico y su padre Juan II de Aragón, al que describe como valiente en la guerra y victorioso con las mujeres.

 En los últimos años de su vida una tal Rosa que era leridana aceleró la muerte de este Juan sin miedo en el lecho.

 El fallecimiento se produjo el 19 de diciembre de 1479, el 6676 del calendario judío, el 2227 de la fundación de Roma y el 904 de la hégira, a los 83 años, seis meses y veinte días de su edad. 

Como diría un inglés “His Majesty died on the job”. Infatigable. Alonso de Palencia, que no se cansa de mentar la impotencia de su homólogo castellano, aporta un dato tan puntual y circunspecto de su homólogo aragonés, tal vez con mala intención, aunque dicen por mi pueblo que las comparaciones son odiosas.

 Mas, ciertamente, las facultades sexuales del padre de Fernando el Católico debieron de ser epocales. 

De los Austrias no se puede decir lo mismo pero ese es otro tema que veremos en otro capítulo.


 

ALONSO DE VALDÉS Y EL SACO DE ROMA II


 


Alfonso de Valdés parece ser que de origen asturiano, aunque nacido en Cuenca (pocas cosas se saben de su biografía, que algunos confunden su vida con la de su hermano Juan) en la última década del siglo XV y entró a servir al emperador como “motil1 y esta lealtad al Cesar llenará su vida de escritor y humanista acompañándole en todos sus viajes y campañas militares.

Le tocó vivir una época de cambio total en el mundo de las ideas religiosas y políticas.

Debió de estudiar en Alcalá y en Bolonia donde traba contacto con otro de los mentores de la idea imperial, el italiano Pedro Mártir de Anghiera, e inspirador de la unidad del trono, la espada y el altar.

De esta utopía sale el conquense persuadido durante su viaje y tras asistir a las tumultuosas reuniones de la Dieta de Worms mayo de 1521 donde se dijeron cosas muy gordas sobre los pecados sospechados de la iglesia, se propugnó el regreso a la vida evangélica, se menoscabó la liturgia coral a favor de la oración mental y se pusieron en ridículo algunas supersticiones como el culto a las reliquias, la devoción a la cruz, las peregrinaciones.

El mundo católico se sembraba de inquietud y ello mueve a Menéndez y Pelayo a decir, cuando evalúa la gran prosa de los dos hermanos erasmistas, que exhalan un tufo herético.


Desde 1526 Alfonso de Valdés funge como latinista (por sus manos pasaban, por tanto, todas las cartas u despachos oficiales de César que habían de ser vertidos al idioma latino del alemán, del español y sobre todo del francés o del italiano) con una annata de cien mil maravedíes.

Prócer de la literatura memorialista, no dando paz a su cálamo, en su extensa correspondencia expande el entusiasmo que le causan los proyectos reformistas de Erasmo.

No era un cisma lo que propugnaba el profesor holandés sino la enmienda de algunas cosas.

Sin embargo, abrió la puerta a la debacle.

Vino Lutero, vinieron los alumbrados, vino la ira que entró en los conventos, vino la demolición de las iglesias y monasterios en la Inglaterra de Cromwell.

El autor del Dialogo de la doctrina cristiana se sitúa como cabeza de motín. Se tambalea el imperio, se tambalea la iglesia, estallan las guerras de religión en Europa y el emperador desengañado y atónito ante el giro que cobran los acontecimientos se retira a un convento de Extremadura.

Los electores de Sajonia, los rebeldes flamencos, los protervos ingleses, los curas perversos fueron los responsables de aquel estropicio pero el papado se hizo acreedor de parte de la culpa al empeñarse algunos de sus pontífices en destruir el sueño de la era imperial.

Por fortuna las cristiandades del Este que, aun reconociendo la autoridad de Roma como uno de los cuatro o cinco patriarcados con autoridad de primus inter pares, se mantuvieron al margen de la hecatombe, son la única esperanza que le queda a la Iglesia porque ellos velaron por la tradición.

Su alejamiento y su enclaustramiento en un mundo medieval puede ser que salvara a la iglesia guardando la tradición, la espiritualidad ortodoxa, los sacramentos.

Hoy el patriarcado ruso es un poco la reserva de la fe tan castigada por el materialismo occidental y presenta la cara de un cristianismo alegre, vivo, sin adobo, sin maquillaje, que atrae a los sencillos.


Juan de Valdés y su hermano quizá se equivocaron en la forma de presentar su mensaje pero nunca en el fondo que vuelve su mensaje más valedero y digno de ser meditado.

Tanto el Diálogo de Mercurio y Carón como el del Saco de Roma dos novelas dialogadas y en el que participan el Arcediano de Alcor, y Mercurio y Carón, todos ellos clérigos, reflejan la inquietud del mundo católico en aquella época de crisis del papado al que intentó poner un parche el Concilio de Trento.

La idea de la infalibilidad pontificia y el carácter divino del sucesor de la cátedra de San Pedro no va a llegar hasta siglos más tarde, en la época decimonónica, cuando desaparecen los estados pontificios.

Por la primacía y la infalibilidad trabajaron tanto los bolandistas como los jesuitas precisamente al publicar las “Profecías de san Malaquías” un texto apócrifo cuajado de inexactitudes y de falsos pronósticos tipo acertijo.


En España donde existe un afán novedoso que bendice lo extranjero y lanza denuestos contra lo autóctono el soplo erasmistas cundió por doquier, penetrando en los claustros, en las catedrales y en los arciprestazgos.

Únicamente las ordenes mendicantes franciscanos y dominicanos se mostraron refractarios a las ideas reformistas. “Si Erasmo no te complace o eres asno o eres fraile”.

El hervor cismático hubiera podido ser atajado en ciernes, de haber el papado reconocido sus propias culpas, haber reformado ciertas costumbres, permitiendo el matrimonio de los clérigos concubinarios y metiendo en vereda a los falsos místicos de raíz conversa, aquellos que decían que para hablar con Dios no eran preciso intermediarios e interlocutores, lo cual suponía la negación del sacerdocio y la mayor parte de los sacramentos.

Por desgracia, entre las virtudes de Roma no se encuentra precisamente la humildad. La curia reaccionó tarde y mal con la acostumbrada parsimonia.

Se encresparon los ánimos. Sobrevino la intolerancia. El autor del “Enchridion” un hombre del centro, una especie de Kerensky o de Adolfo Suarez (ay de los tibios...), representó un peligro mayor para la Iglesia que el propio Lutero o Clemente VII el papa guerrero, el papa simoniaco o el papa corrompido al que la pecorea soldadesca del Borbón asoló su corte.

Los tercios no habían cobrado las pagas aquel mes de mayo de 1527.

Por fortuna entonces no había medios de comunicación que hubieran podido dar fe del nuevo rapto de las sabinas. ¿Castigo divino por los pecados de la curia?2 Dios no castiga pero en ocasiones permite trabajar al demonio.


Valdés fue denunciado al emperador por sus ataques al papa por Castiglione el autor del Cortesano que actuaba como nuncio apostólico en la corte del Emperador.

Carlos V no hizo caso pero Valdés huye de España a toda prisa. Su causa fue examinada por el arzobispo de Compostela.

El dialoguista era acusado de ser enemigo de las bulas y de las indulgencias. Por fortuna posteriormente es el propio papa Clemente VII el que con una bula de esas que tanto repugnaban al español de origen asturiano quien expide una carta de absolución a favor suyo y de su familia libándole de todas las excomuniones e interdictos, censuras y penas eclesiásticas y la suspensión a divinis lo que hace pensar que era presbítero, autorizándole a decir misas en un altar portátil, dice el Breve pontificio.

La comunicación le llega a través del arzobispo de Sevilla y pariente lejano Fernando de Valdés muerto en 1530. Alfonso moriría dos años más tarde en Viena a causa de la peste siguiendo al emperador el 3 octubre.


Vivió los años de la tremenda utopía. Vives, Tomás Moro, Erasmo, Mártir de Anghiera creían que los nuevos descubrimientos darían una vuelta a la interpretación de la existencia en todos los valores, cambiaría la religión, vendría el progreso, el idealismo platónico, la ciudad de Dios agustiniana.

Se anunciaba una nueva era de consumación de la promesa. Jauja. Todos seremos felices, viviremos muchos años. Una edad de oro anunciada por el poeta Hernán L. De Yanguas:


A manadas


Las liebres acobardadas


Andarán entre los galgos


Todos seremos hidalgos


Las alcabalas dejadas.


Es el peligro de las utopías que abren las compuertas del pantano. Sobrevendrá la inundación. La libertad invita al libertinaje y eso es lo que pasó en las disputas de regalías.


El papado ha gozado de la ventaja de mantenerse lejos del pueblo.

Su representante era considerado como un semidiós al que habría que venerar rindiéndole un culto similar al que se dispensaba en tiempo de los cesares al imperator.

Con la cercanía de los actuales medios de incomunicación y su inmediatez no sé si el axioma es hacedero y representante de Xto en la tierra, pero en el Vaticano intentan por todos los medios de preservar dicha prerrogativa.

Bergoglio  apunta hacia un cambio de imagen pero la imagen que se proyecta aunque muy hábil es falsa. Que todo cambie para que todo siga igual.

Exhibe el pontífice una sonrisa de cierta suficiencia mefistofélica.


La grandeza de la iglesia no está en el papado sino en su liturgia, en su aspiración hacia la excelencia, esa capacidad por dignificar la vida del hombre, su gran bagaje intelectual y literario y en particular la acción del Espíritu Santo que no aparece porque circula por el torrente sanguíneo del cuerpo místico de Cristo de manera imperceptible y subterránea.

Es el credo de Nicea, la eucaristía, las practicas piadosas, la caridad a la que tampoco se la ve pero sigue actuando.

En fin son tantas y tantas las precariedades e imperfecciones que casi resulta un milagro observar cómo una iglesia pecadora y con tantas deficiencias sigue en pie o lo ha estado hasta ahora.


Ello no es óbice para que los católicos, aun a fuer de ser tachados de rebeldes, indaguen en aquellas miasmas de las centurias pasadas al objeto de no caer en los mismos errores y aberraciones que desencadenaron la destrucción de la Ciudad Eterna por los tercios de Carlos V.


La iglesia de Cristo es eterna e indestructible pero el papado, suma de tantos errores y tiranías, tal vez no.

Puede que la tercera Roma se encuentre en Moscú. El papa actual no es libre. No puede decir lo que piensa. Se encuentra constreñido al imperativo- quod decet, non decet-de los medios de comunicación.

Francisco tiene las manos atadas al igual que sus predecesores.

Muchos se muestran refractarios a reconocer que el papa es un hombre, de condición pecadora y de ahí esa táctica muy sabia en la historia de la SRI a las reticencias canónicas a incluir en la lista de los santos a muchos de sus papas, una tradición que se ha roto con la beatificación y la canonización planeada para octubre de Karl Wojtyla y de Juan XXIII, una proclamación que ha sido acogida con sospecha en medios eclesiales bien apercibidos y asendereados en derecho canónico. ¿A qué viene tanta prisa?

Tales premuras canonizadoras hacen pensar en el hecho consumado al cual son tan aficionados los herejes y los judíos que nada tiene que ver con la parsimonia católica a la hora de evaluar la santidad.

No están canonizando a dos pontífices innovadores u modernistas.

Están canonizando al Holocausto o Shoah como teología sustituyente a la Redención.

San Buenaventura, santo Tomás, san Ireneo considerarían tal hecho anatema y toda una prevaricación. La situación es, por tanto, ahora mucho más grave que en los tiempos de los hermanos Valdés.

 

continuará



1 Motil o mutil es palabra vasca, significa niño de coro, según la costumbre cortesana de aquel tiempo. Iñigo de Loyola también fue enviado a Arévalo para servir a la segunda esposa de Fernando el Católico, Germana de Foix

2 De los abusos de la curia que se propone reformar Francisco I se habla en “El saco de Roma”: ¡Quien vio la majestad de aquella corte, tantos cardenales, tantos obispos, tantos canónigos, tantos protonotarios, tantos abades y arcedianos, tantos cubicularios, tantos auditores, unos de la cámara y otros de la Rota, tantos escritores, tantos secretarios; unos de bulas y otros de breves pontificios, tantos abogados, copistas y procuradores