Grimorio anónimo asturiano. Un antiguo manuscrito encontrado en
un hórreo de Cudillero.
Por
Antonio Parra
MAGIA NATURAL Y FILOSOFÍA OCULTA
EL
HALLAZGO DE UN GRIMORIO
Si el siglo XIX es la centuria del entusiasmo
romántico, y el XX vino marcado por la histeria y la violencia, el XVIII fue un
período de la razón como exponente de todas las cosas. Las pelucas empolvadas y
el enciclopedismo rompen con un legado de la fe milenaria. Se nota un cansancio
de todo aquello - las guerras religiosas, principalmente que estigmatizaron el
comienzo de la Edad Moderna- y se buscan derroteros originales, aunque, por lo
general, parece la sociedad condenada a trillar siempre la misma parva.
Por el horizonte masas enloquecidas de descamisados
aparecían con hoces y rastrillos en la
mano (es un decir). A Robespierre le tocaba beldar aquella troje. Los
vaciadores de París afilaban las cuchillas de la guillotina. Se acababa el
minueto. Roberto Clive conquista la India para la corona inglesa. Casanova, un
vulgar asalta cunas, como los ha
habido en todas las épocas, se hartó de seducir casadas y doncellas. En los salones se tomaba chocolate y se
bailaba al son del clavicémbalo. Pero ya a la danza le quedaban pocos compases.
Siempre fue así. No hay que fiarse de los lenguajes cuando reina el eufemismo,
que tiene querencia por las épocas de cambio. No te empapes la cara con agua
turbia. Cuando te hablan de paz, dejalos decir, porque es guerra lo que quieren
expresar.
Sin embargo, hubo pocas en las que la gente
aparecería más sosegada y no se avergüenza, de puertas afuera por lo menos,
aunque de puertas para adentro viese pasar su procesión, de su buen talante y
de su vocación por vivir.
En 1789 el Colegio de Jesuitas de Oviedo, sito en
los aledaños de la iglesia de San Isidoro, donde hoy se exhiben unos alegres
vítores en su mampuesto, pues es en sus paredes donde dice “se prohíbe jugar a
la pelota” y hasta han hecho un anuncio comercial sobre el Real Oviedo, al
comenzar el curso escolar, y para la Cátedra de Prima de aquella universidad,
de la que corrió a cargo el P. Benito Feijoo y que luego ostentaría el propio
Leopoldo Alas Clarín[1],
se había recomendado como libro de texto un Tratado de filosofía natural y de
magia oculta de autor desconocido, pero que debió de ser un autor
importante de aquella época, nacido en Asturias y muy probablemente sacerdote o
religioso. Portada y frontis una mano alevosa los desgarró y el nombre del
padre de la criatura no aparece reseñado.
El entusiasta
e ingenioso autor iba a toparse con el estro sardónico de un jesuita de
Luanco. Este buen hijo de San Ignacio,
faceto, jaquetón y algo escéptico, de humor caustico en sus dicterios, acérrimo
defensor, mas sin pasarse, de las cosas en las que hay que creer y de la
ortodoxia producto del famoso cuarto voto (A Roma no me lo toquéis, caiga quien
caiga) va a mandar al limbo a este audaz centón tan compendioso como interesante.
Al leer el manuscrito yo me he imaginado al buen
Padre de la Compañía riendo en lo más íntimo de sus adentros. A las veces en
sus puntillosos “faroles” a mano con que ilustra la tipografía me ha parecido
escuchar esa carcajada de superioridad que sólo puede salir de la boca de un
jesuita, que ha olido el poste.
No le tiembla
la pluma a la hora de sospechar de san Isidoro, riéndose en sus propias barbas
y haciendo caso omiso de la relación que tenía con el santo, porque por
aquellas fechas la Casa de la Compañía estaba sita en lo que es hoy una iglesia
dedicada al famoso santo mozárabe. Condenada a galeras, esta Magia oculta, con ese
morbo por lo prohibido, debió de ser la delectación de muchos adicionados a
esta disciplina.
En dicho centro enseñó Teología uno de los
principales mentores que tuvo la obra, tan polémica, por otra parte, denostada
por unos y defendida a capa y espada por otros, del imponderable benedictino,
el P. Felipe Aguirre.
Luego estuvo
el texto encerrado hasta ser recuperado por mí en un desván o, acaso, en una
panera a teja vana, porque las hojas que guardan la marca del sudor de muchos
dedos que han pasado hoja. Los ratones del hórreo, que estaba bien alzado por
las expertas manos de un carpintero de ribera, que dejó inscrito su nombre en
el dintel (Lo hizo Lucas Fernández el año 1748) con sus buenos pegoyos de lajas
de sílice hasta que lo derribó una infausta noche de viento regañón a
principios de los ochenta del siglo que fenece, lo respetaron. No se aprecian
marcas en la cubierta del contumaz roedor, habitante, ay, ahora de las viejas
casonas asturianas. Y ello lo achaco yo a milagro, o que el “ratu” de mi casa solariega debía de pertenecer a la especie de múridos
doctos.
Peor enemigo fueron las goteras, que dejaron
improntas de lamparones en algunas páginas, pero el volumen se encuentra en
buen estado y colijo que debe de ser único. El frontis está arrancado o carece
del mismo, lo que viene a ser síntoma de la modestia del autor, o de su propia
sabiduría porque siempre se dijo que “el que sabe calla”. Parece que se escucha el crujir de los
pensamientos entre las columnas acabadamente
artizadas con ese esmero con que nuestros antepasados cuidaban la
edición, con esa veneración por las letras de molde que tuvo siempre el pueblo
llano, consciente de que con ellas se le defiende, se le divierte o se le
empapela. Salió, sin desencuadernarse,
indemne de una inundación; pero este pediluvio, como no acabó con sus páginas,
y tropezón sin quebranto doble carrera, lo volvería indemne a la hoguera;
sobrevivió a una invasión, a una desamortización, a tres revoluciones, a quemas
y requisas.
En fin, este grimorio, lágrima viva y luz perenne de
nuestra historia, responde a su mismo título, pues por arte de magia o por
chiripa, no ha sido pasto de llamas, en medio de unas gentes tan proclives a
empuñar la tea incendiaria. ¿Por qué manos pasó? ¿Qué dedos lo retuvieron?
¿Quiénes fueron sus dueños? ¿Qué vicisitudes o imponderables lo atravesó?
En esa ristra
preguntas está encerrado, por lo demás, el enigma de ese inmenso placer que
sentimos los bibliómanos cuando nos enfrentamos a material poco corriente, como
el que es del caso. Es golosina
reservada a lectores españoles que gozan por lo general de amplitud de campo
pues aquí siempre hubo donde escoger. Es mucho lo que se fue por la posta, y lo
que despilfarraron las generaciones, y que, como sentencia el trabalenguas, que
yo escuché a mi abuela:“ ¿Y de lo que te di? ¡Ay,
con putas, madre, y con rufianes me lo comí!”, todavía queda un poco. Casi es cosa insólita que
España siga funcionando a pesar de los españoles, pero brinda tales sorpresas
tan agradables para los que no tienen el gusto intelectual descangallado.
Saboréenlo con gusto los paladares áticos.
Con todas
esas interrogantes se podría fraguar el hilo de una bonita historia como con el
“Ceñidor de la mora Zenaida”, pero ése es otro bien diferente asunto. ¡Complejos avatares de
fortuna deben haber precedido su llegada
a mis manos! Hago de esa peripecia gracia al erudito y al bibliófilo. Sería
largo de explicar. Lo bueno no necesita contraseña. Hay grandes libros a los que se les pierde la
pista y este puede ser uno de ellos, y
luego, al cabo de muchas peripecias, emergen de nuevo a flote. Por lo pronto,
sirven para llevarles la contraria a los que sostienen que en este país se ha
leído poco. De tanto manosearlo el mamotreto está desfondado, menos mal que las
guardas eran fuertes: de piel de becerro.
Todo en él de buena pasta: el autor escribe bien,
aunque no se considera un genio. Sin embargo en este país a los que más hemos
debido más y mejor casi siempre ha sido a los diletantes y escondidos. Huyamos
como del pedrisco de los monstruos sagrados a los que se envuelve con
sahumerios que quieren ser de incensario, pero que despiden siempre un tufo
sospechoso de verdad oficial y de palmada a la espalda. Es un humo de tartufo
ahora que lo pienso.
Joaquín
Suárez Pola en sus acotaciones rasgadas a vuelapluma y con una sonrisa en los
labios burlona y a la vez tierna acredita con creces el talante que da el haber
nacido cerca del Piles. Es Asturias una
de las tierras más risueñas de España.
El asturiano,
aunque serio y trabajador, suele en cambio
mostrarse a los demás con una sonrisa espática y dehiscente. Es un humor
un tanto parecido al inglés. El asturiano tiene en ese pelín que llaman ferrete
o retranca los gallegos y los ingleses “understatement” que les capacita para
no tomarse a sí mismos demasiado en serio.
Ninguna otra
comunidad hispana tiene una expresión que yo he escuchado con frecuencia en mis
ambulaciones por el Principado “cago en la mi madre”,que se suaviza aina
sustituyendo el manto por la mamá .
Ahora bien. No se fíen ustedes demasiado. Se podrá llamar hijo de tal a un gaditano,
pero espéteselo en los oídos a un entibador o barrenero de la cuenca minera, y
verá lo que pasa.
En la libertad verdadera no cabe el gesto adusto o
el fruncido ceño. El hombre ceñudo es de esos que siempre acaba por pegarle
cuatro perdigonadas al ruiseñor, y,
cuando te preguntan que por qué comete ese sacrilegio te contestará con
la misma respuesta que dio un cazador verdugo en un poema de Verdaguer:”Hoy día los rosiñoles son los que primieru van a la olle”
No es lícito fragmentar a nuestra cultura entre lo
negro y lo blanco, como algunos pretenden. Entre izquierda y derecha, fe y
superstición, partidarios del Oviedo y del Sporting, quedan multitud de
combinaciones y se abren muchos matices, porque esas secesiones infaustas han
sido el detonante aquí de revuelcos sediciosos y de matanzas civiles. Para
comprender - es un ejemplo- el “Teatro Crítico” o las “Cartas
eruditas” de Feijoo, hay que hacerse cargo precisamente de lo
que combatía. Y aquello contra lo que se alza el monje benedictino era mucho y
bueno, aunque a él le causaran acidia y somnolencia. Por eso desde su celda de
San Vicente de Oviedo clama contra las equipolencias tomistas y las razones a
gritos de los domines defendiendo en las aulas y en los salones de grados de
los colegios, seminarios y noviciados un aristotelismo muerto.
Feijoo reconoce que a veces carga la suerte. Se le va la mano.
Había mucho y bueno en todo aquello que impugna y
pretende destruir con su demoledora piqueta.
Estaba
recogido en estos centones, que son remedo de las enseñanzas medievales de las
sietes artes liberales, el Trivium y el Quadrivium. Por eso en este libro, tan libre, y nunca más
de propósito un calificativo así, todo está envuelto, que no revuelto. El autor
deja correr su pluma al desgaire. Es magia que no cansa y su lectura no se hará
pesada. No obstante lo que diga Verlaine, el autor de raza tiene la obligación
cuando se sienta ante su escritorio no tanto ya de despilfarrar genio en cada
renglón sino de conducir al viajero lector con mano experta, como un buen
espolique que conoce el terreno donde opera, por la senda de la amenidad.
Nada de
truculencias. Una obra de arte consiste en un persistente viaje turístico o
peregrinación santificante por lugares desconocidos. El canto llano es más
sublime que la Ópera.
Se lee de un
tirón, aunque el amanuense no sucumba a veces a la tentación de acotar sus
“faroles” al margen que constituyen, en buena parte, la enjundia de la obra.
Asturias, abanderada de la Ilustración, fue siempre
tierra liberal, risueña y a la vez misteriosa como ya hemos dicho, opima y bien
sazonada como pregonaron sus ingenios. En ella las virtudes y defectos de lo
español están multiplicados por dos.
Es un camino-el
de esta trayectoria crítica- que inicia desde el monasterio de San Salvador
aquel fraile benito orensano y que prosiguió Jovellanos, fautor e inspirador
principal de la primera constitución de 1812 que tuvo España, y alcanza un
largo trecho y tiene grandes continuadores como Clarín, Palacio Valdés, P. De
Ayala, hasta concluir en la gran escuela de literatos y de periodistas con que
ha brillado el Principado, y que en Madrid allá por los 60 englobábamos bajo el título genérico de “Los de Oviedo”: Avello, los Cepeda, Carantoña, Pérez de las Clotas, etc.
Las brisas
asturianas han dado abundante cosecha de comunicadores o brillantes radiofonistas como J.L. Balbín o
Manuel Antonio Rico.
Nada surge en la naturaleza por generación
espontánea. La semilla había sido plantada mucho antes.
Las trescientas cuarenta páginas de texto a doble
columna, en papel fuerte, oscurecido en sus cantos y guardas por la huella del
pulgar de los estudiosos que dan en chafarrinones sobre los cantos, restos de
picadura de tabaco traído de Cuba que conservaba su aroma perfumadora del libro
al cabo de dos siglos, y alguna roncha color marrón por quemadura de cigarro,
ofrecen un estado de conservación formidable.
Cabría
agregar que, si los ojos dejasen impronta en aquello que miran, habría que
suponer que dejan un poso de desgaste. Es como una estela invisible que se
adhiere a las guardas de pergamino, con
diseño a doble columna. Un aura magnífica. La que es congénita a toda obra de
arte. Cada capítulo se abre en el pórtico de letras capitulares de bella traza.
Todo en este volumen avala un profundo
conocimiento de las artes liberales.
El libro viene a resultar un centón que se ocupa de
lo recopilado hasta entonces de la magia blanca, ya que la “negra” o lo que
denominaban los latinos defixio o nigromancia, ha estado siempre prohibida por
la Iglesia. De esa “defixio” abomina desde un primer momento el autor, por lo que cabría la
ambivalencia de que nos íbamos a encontrar con un manual de nigromancia. Y nada
más lejos. Con el diablo no hay trato. Eso conviene tenerlo muy presente desde
el principio. Hay poca correlación entre el título y su contenido. Los
partidarios de los sortilegios, aojamientos y conjuros se van a llevar un
chasco.
Pero ¿ qué magia más sorprendente, qué mayor milagro
que el que nos brinda todos los días la naturaleza?
Su autor hace un intento por explicar las
complejidades de todo esto, en un deslumbrante ejercicio de erudición que nada
tiene que ver con la pedantería y el circunloquio al que nos tiene acostumbrados
el retoricismo de los post modernos. Cada palabra va a misa y sedimenta en la
semblanza de un bello libro de ciencia rudimentaria y primitiva que se lee
igual que una novela.
Estudia los
fenómenos de la naturaleza, las mociones interiores del espíritu, tratando de
reconciliar revelación con el hecho objetivo.
No sabemos la razón por la cual el libro es
rechazado por el censor o usuario que nos ha dejado sus señas por medio de sus
acotaciones al canto y a las veces suscribe y rubrica con su propio nombre y
firma (Joseph Joaquín Suárez Pola S.I., natural de Luanco, pero su autor es el P. Castrillo
de la misma orden) y, que, iniciado en el empirismo metodológico, debía de
poseer una mentalidad científica, a juzgar por las tiernas apostillas hilvanadas
al desgaire en letra elegante muy apretada y
atinados comentarios a pie de página, a lo largo de los cuales muestra
su aborrecimiento de la superstición, teniendo en alta estima a otros autores
como Jovellanos y Feijoo que la combatieron, o el orgullo con que se refiere a
su patria chica, Luanco. Todo eso lo acertamos a deducir por los brevetes de
colofón en tinta roja.
Dicen que por los hechos los conoceréis. Pues bien,
casi seríamos capaces de describir al sujeto: un jesuita asturiano, listo
y guasón. En cuanto a lo piadoso, nunca
más allá de lo establecido. No es un visionario, sino un práctico, y, habida
cuenta de su congruencia deductiva, mucho más suarecino que tomista. Revela un
cierto orgullo de Orden y de privilegio de casta. Debía de saber mirar por el
hombro a sus semejantes, pero muy afincado en lo suyo, muy amante de su tierra,
con tendencia a lo experimental y empírico. Iba en su linaje. Los Suárez Pola
sería una familia de industriales y banqueros que iniciaron el comercio con
Cuba y las provincias de ultramar. En su ascendiente comienza el principio del
capitalismo y del desarrollo industrial en los que esta región estaría en
vanguardia. Es una concepción moderna de la sociedad.
Las anotaciones que hace sobre la hulla y otros
minerales son muy significativas al respecto.
La magia natural es una rama del Árbol de la Ciencia
que enseña a practicar y ejecutar obras exteriores. Dice que Adán, una vez
expulsado del paraíso, enseñó este arte a sus hijos para vencer a las “fuerzas oscuras que nos gobiernan”. Es la más humilde de todas las que se enseña, por lo que puede
resultar un híbrido de fábula y de dato demostrable. Su propósito tiende a la
“construcción de la casa de la sabiduría”.
Nos informa acerca de cómo fue Salomón el primero
que empieza a preguntarse sobre la eventualidad de que haya un dios de la
maldad. Al efecto se le ocurrió inventar un anillo que sirviese de talismán. Se
trata de una dualidad ineludible.
El sello
salomónico, con dos triángulos en contraveros, el primero apuntando hacia el
cielo y el otro hacia el infierno, constituye el mejor salvoconducto para
librarnos de los millones de demonios
que van aéreos. Esa creencia se impartía en las aulas catedralicias y
universidades durante siglos.
Aquí el pendolista hace un movimiento de escéptico
con la barbilla y apostilla”: ¿Vístelos
tú? Yo tampoco”.
Sea.
Por lo visto,
Nabucodonosor, al arrasar el templo de Jerusalén, nos privó de uno de los
mejores y más puntuales filones bibliográficos sobre nigromancia que hayan
existido. Salomón era entre otras cosas un esotérico. Había conseguido hacer un
catálogo de todos los animales que vivían en la tierra y había dispersado este
su conocimiento naturalista a lo largo de más de cinco mil libros que llegó a
redactar de su puño y letra.
Nada tiene que extrañarnos esta abultada
numerología. Estamos en la época de los
titanes, cuando los hombres llegaron a vivir cerca de un milenio. Salomón
pasaría de los seiscientos, pero Adán se había acercado a los novecientos y
Matusalén, casi tocó con los dedos esa cifra escatológica del mil, porque murió
de novecientos bien corridos.
Las cosas se toman “ab ovo”. Los orígenes del globo terráqueo son
importantes, pero así mismo lo es el de los nombres, porque las palabras
inician las cosas. In principio
erat Verbum. ¿ Salomón, padre de los alquimistas, practicante de
la magia inocua, o defixio, el primero
que se atreve a instituir el trato con el Demonio?
¿Es el padre
del Fausto? ¿Sería verdad que toda su sabiduría y la magnificencia de su templo
recién batido fueron debido al pacto que hizo este rey israelita con Satanás?
Ahí nos quedamos en la vaga pregunta.
Convendría estudiar algunos de sus apotegmas, pues
fue el primero que escudriña la verdad sobre la mujer, advirtiéndonos que la
vida de ellas es puro hechizo. Semejante salida de tono no la refrendarían
hogaño las feministas, pero el Anillo de Salomón está la clave: su autor se lo
puso al dedo para pechar con las malas artes de la mujer, pues viene a decir
que ésta es de naturaleza diabólica. Esta idea pesimista flota sobre sus versos
sapienciales. Y la cosa llegó a tal extremo de bizantinismo que los
escolásticos gustaban de debatir sobre si la mujer fuese un ser racional, tenía alma en el cuerpo, porque algunos
autores no otorgaban el título ni siquiera de ser humano a sujetos de sexo
femenino Toda una advertencia sobre la tendencia al mal que padecemos los
mortales como consecuencia directa del pecado de Eva.
El tener en menos a la mujer pertenece al acervo de
creencias culturales del mundo judío, que recorren todo el antiguo testamento,
y de las que se hace vocero el apóstol Pablo cuando manda callar a éstas en la
sinagoga y recomienda que lo mejor que pueden hacer para salvarse es tener
hijos y cuidar del marido.
El autor de este tratado, a la vista de sus
profundos conocimientos talmúdicos así como la simpatía, exenta de toda
apostilla antisemítica, que muestra hacia los judíos, debió de ser descendiente
de conversos, pues asegura que los judíos-tesis que refrenda Mariana- han sido
siempre muy numerosos en España, que el rey Tubal era miembro de la Tribu
Perdida del pueblo de Israel, la decimotercera. Por esto no cabe argüir a los
judíos españoles de pecado de deicidio, porque éstos vivían antes de la primera
venida de Jesús y que su presencia en la península fue directa consecuencia del
repartimiento de las diferentes tribus por toda la tierra, después de la
confusión de Babel. ¿Habla un marrano?
Acerca del nombre de España, sobre el cual tanto han
disputado los autores a lo largo de los siglos, viene a decir cosas bellas. Se
embarca en las colaciones que elaboraron en su día Tito Livio y Estrabón. No es
ya meramente la tierra de conejos, sino “spanion”, que en griego significa “lo
admirable”, aunque acepta que bien pueda ser la “región del dios Pan”, que
venía a ser Dionisio, el rey de la fiesta. Pocos pueblos podrá haber tan
festeros ni que tuvieran por costumbre venerar a sus dioses de tradición.
Por esto, tanto nos peta la jarana, apunta el amanuense.
Tito Livio llama a España “ prima initia
provinciarum” (la cabeza de nuestras provincias) y luego pasa a estudiar la
proposición de si nuestro padre Adán, que vivió 930 años, pudo venir a España
en uno de sus numerosos viajes por el mundo, y, como consecuencia de uno de sus
frecuentes concúbitos con mujeres del lugar, repoblar estos pagos, ya que, oh
prodigio de la naturaleza, él fue padre de todos en todo, por lo que “padreaba”
bien. A un semental madrigado no hay que decirle nunca lo que ha de hacer, pues
es la naturaleza madre y maestra. El médico no tenía que recetarle “viagra”.
Entre sus muchos vicios y defectos, que nos han deparado a todos la muerte a
causa del pecado, no figuraba por cierto el de la impotencia. Mucho
se sabrá el día del Juicio...
En su afán de tenernos al corriente de todo, el
escriba nos habla ya de una España como nación y como pueblo de pueblos,
orgulloso de sus usos y de sus costumbres y de talante quijotesco. La verdad
caiga quien caiga, y más por el “fuero que por el huevo”. El honor y lo justo
por encima del interés material, incluso la fe. Del rey abajo ninguno. El
centralismo de los Borbones y la política manirrota de los últimos Austrias
acabó con esa taxonomía ancestral. No
habían hecho acto de presencia los movimientos carlistas que tanto han
envenenado la convivencia española.
Tanta claridad puede resultar hasta chusco pero los pronunciamientos
vertidos por el anónimo escritor, tan de cajón, no tienen vuelta de hoja,
aunque, ahora, dos siglos y medio de que se diera a la estampa este grimorio,
quieran enmendarle la plana al Rey Sabio de cuyos labios y de cuya pluma saltó
el primer grito emocionado de loor a España.
Digresiones aparte y esmerado por la senda de las
etimologías, que fueron tan importantes para San Isidoro, reflexiona sobre los
nombres originarios, e indaga en lo profundo del laberinto español. El nombre de España le trae a la memoria el
de Jano. Con arreglo a la ciencia mitológica, Janus era el alfa y la omega, el que
guarda la entrada, principio y fin de todas las cosas. Las columnas de Hércules
estaban en el templo de Jano. Los
garceos[2]
o vascos llamaban a su dios central “Iaumgaicoam” y este nombre se hallaba esculpido en las columnas
de Jano que fueron encontradas en Córdoba en 1635.
Eran 1200 columnas de jaspe que habían sido
aprovechadas por Abderramán en 789 para adornar el mizrá central de la mezquita
de Córdoba. Es posible que Jano sea Alá, el dios incierto, el deus absconditus que tenía reservado un altar en el templo de
Afrodita.
En el Tetragrámaton se observa que, para llegar al
conocimiento de Dios, hay que afianzarse en un camino de exclusión, o
definición de aquello por lo cual no es el ente supremo: invisible, inefable,
inabarcable y desconocido; ignoramos su nombre.
Pablo afirma que habita una luz inaccesible e
inescrutable y Séneca, que fue amigo del apóstol de los gentiles, refiere que
el culto a ese dios desconocido lo habían tomado los romanos de los hebreos,
los cuales nunca se atreven a denominarle por filiación suprema sino mediante
rodeos y ambages, pues le llaman “Adonai”,” Yahwé”, o “Eloím”, sin que jamás lo
mienten de forma expresa.
Preocupado con el tema vasco ya este escritor de
mediados del XVIII como una de los pasadizos secretos del laberinto español,
nos pone en antecedentes. Señala con Mariana que los vascos eran ferocísimos,
orgullosos e independientes porque eran del linaje hebreo. No le tiembla la
mano ni su brío descaece cuando llega afirmar su ascendiente semita. Salomón
cobraba tributo en Tarsis (Cádiz) y el número de hebreos que habitaron Hispania
llegó a ser muy elevado, casi un setenta por ciento de la población. Y se
arroja al ruedo con un dato: un millón de judíos echaron los Reyes Católicos de España en 1492. La cifra que da El Cura de los Palacios, cronista
del s. XV es muy inferior y hay autores que supone que no fueron ni veinte mil
los que salieron hacia Portugal.
Al igual que los judíos, los vascos nunca aceptaron
el yugo romano, y de hecho, cuando el año 70 fuera Jerusalén arrasada por las
legiones de Tito, serían no pocos los Israelitas que acudieran a Hesperia, la
tierra del Véspero, el Jardín de las Hespérides, el “finis terrae” donde se
alzan las columnas de Hércules, para ellos Sefarad.
El día de nuestra Redención aparecieron en España tres soles, era señal que mostraba la voluntad de Dios, que quería a este país por mayorazgo suyo.
El centurión de la crucifixión era sevillano. Había
nacido en Hispalis. Fue el primer convertido de la gentilidad y el primer
hombre al que se concedió el privilegio de la fe: “Verdaderamente, Éste era el hijo de Dios”.
No son datos casuales, sino que esconden una latente
intención, como si fuera un signo bíblico. España no es una nación como otra
cualquiera.
En esta recopilación o digesto de conocimientos
transmitidos o experimentados, después de abordar los diferentes nombres de
Dios, pasa a referirse sobre el culto del Zoroastro de los caldeos, que asimilaron
los latinos a Júpiter y era el Zeus para los griegos. A su arrimo se origina la
magia en la antigüedad. Más de treinta mil advocaciones del dios sol, pues
sabido es que la cultura etrusca era heliocéntrica, llegó a haber en Roma. Para
contrarrestar la acción benefactora de sus rayos y abierto semblante al mundo nació el culto
selenita inclinado por la luz refleja y cadavérica de un planeta muerto. Se
trepa por un tortuoso sendero de comparaciones. El estilo es ágil y rápido y de
un interés por lo apasionante de los asuntos que trata y cómo los aborda que
parecen haber sido redactados exactamente ayer. Es un dúo. Entre la luna y el
sol. Entre escritor y censor. Las tinieblas y la luz libran un recio combate,
en el más puro método peripatético de preguntas y de respuestas. La ciencia
antigua era retentiva, se contenía en digestos y rehuía la especialización- todo está en un
totum revolutum como un cajón de sastre - en la creencia de que el conocimiento
ha de ser total y tendrá que ser abarcado de forma indivisible. El que escudriña se ve compelido a una
especie de monologo interior, sujeto a contradicciones. Es una pena que la
palabra magia de origen persa y cuyo significado es embrujo haya sido
manipulada tantas veces y confundida con la hechicería; en su primera acepción,
entraba en el feudo de la ciencia especulativa. Entronca con el culto al
Zoroastro, celebrado por los flámenes caldeos, sacerdotes revestidos de
casullas y altos gorros como las ínfulas, el albogalero de los sacerdotes de
Júpiter y la mitra, distintivo de autoridad y que se denominaba cidaria. Magos
eran los constructores de pirámides, practicantes del ocultismo. Ellos fueron
los primeros, y no los rabinos -toda un designio misterioso en el cual Dios
rompe su pacto misterioso con Israel y se abre a la gentilidad- en conocer el
nacimiento del Mesías. San Cirilo de Alejandría recuerda que el calendario
cristiano se abre con la Epifanía, una fiesta que se celebraba entre los
primeros cristianos ya antes que la navidad. Unos magos habían observado una
estrella y vinieron siguiendo su rastro hasta Belén desde la Arabia Feliz. La
sabiduría del verbo transformado en carne humana elige a los adoradores de
ídolos y deja fuera precisamente a aquellos que con tanta expectación
aguardaban la llegada de su Libertador. No puede ser fruto de la carne ni de la
sangre la Revelación sino que resulta ser obra del soplo que vivifica el
Universo. En este sentido, San Isidoro, siguiendo esa tradición de los persas,
se considera una especie de primer mago cristiano, un ser libre que especula.
La mayor parte de su extensa obra se orienta no tanto al conocimiento de las
Escrituras y su explicación al pueblo, sino al conocimiento de la ciencia.
Llevó a cabo algunos inventos y nos da noticias de una flora y una fauna hoy
perdida como el árbol de la vida, o un pájaro misterioso animal doméstico de
compañía que cantaba cuando veía amor en las gentes, o se moría de pura pena,
cuando un amante le era infiel a otro. Asimismo, con sus poderes alquímicos,
consigue inventar una candela que, una vez encendida, nunca podría apagarse.
Pero el P. Joseph Joaquín no se lo cree: Que Santa Lucía nos conserve la vista
y nos la aclare, porque jamás hemos tenido noticia de esta clase de vela, como
no sea la simbólica de la Fe. El cronista erre que erre:”Pues esta lámpara de
suavísimo olor inconfundible estuvo guardada hasta hace poco en el catedral de
León. Era de piedra asbesto, material ignífugo que nunca se consume”. Y siguen
las referencias de hechos curiosos. Hay en la India un pájaro al que llaman cadario que tiene las mismas propiedades que el basilisco que, si mira a uno
cara a cara, es señal de vida, y, si de través, es señal de muerte. Ya; le ocurre lo mesmo que a
mi P. Rector, que es bizco. El sujeto en cuestión no debía ser alma de la
devoción del amanuense, porque en otra ocasión, hablando de orejas en otra
ocasión, nos hace saber que las tenía también importantes. Pero la retahíla
continúa, con las referencias a una cabeza parlante (obsesión medieval de la
Esfinge) que sabe decir sí o no, como Cristo nos enseña. Todos los
cibernéticos, que han estudiado estas referencias, lo consideran el origen del
ordenador. La llaman la Testa de San Alejandro Magno,
la cual, a su vez,
encuentra un anticipo en un artilugio descubierto por el papa Silvestre II el
año 1000 y que fue instalada en algunos conventos templarios. Cuando se le
inquiría de algún asunto contestaba afirmativa o negativamente. Se dice que
Abel escribió un libro sobre las virtudes de las plantas, pero el pendolista no
se muestra impresionado por el celo del escribidor de este grimorio, que se lee
de un tirón y crea el interés de una trama interesante con poderío de intriga
para atrapar la mente del lector, por retrotraer a la terapéutica al hijo de
Adán y Eva, asesinado por su hermano con una quijada de asno. Pero Abel,
representante de la bondad intrínseca o de esa energía positiva que imanta a la
naturaleza, se nos muestra como un heraldo de la esperanza. No se trata de una
idea descabellada, en oposición a su hermano fratricida que encarna la envidia,
la enfermedad, el mal de ojo, la “defixio”.
Caín es el padre de la mentira, la primera víctima del instinto de
violencia. Abel, por el contrario, encarna la magia blanca, el deseo de paz y
de armonía. Lo positivo. Suárez Pola se
pregunta si en los tiempos patriarcales hubiese sido inventada la escritura. ¿
Sabía escribir? Libro
singular éste de Abel, y más mentiras. Pero sigue
deslumbrado por esa candela isidoriana, lámpara de Aladino, de pabilo
indestructible, que ilumina la noche oscura de los tiempos. No es más que un
símbolo del conocimiento desde la fe. Su luz nunca bañará los ojos de los
impostores, los falsarios, los torticeros. La verdad es la luz. La mentira, el
caos. Por eso, los embusteros siempre acaban mal. La palabra es el peldaño de
esa inmensa espiral de la escalera de caracol especulativa. Será el arma con que serán vencidos los hijos
de la noche. No hay que tener miedo al error, ni tampoco a la posibilidad de
equivocarse. Por eso son tan importantes las etimologías. Isidoro las utiliza
como vehículo mejor del conocimiento. El origen de las palabras y la
lexicografía son como el pájaro “cadario”que si mira de frente es señal de vida
y, si los tuerce, es garantía de perdición; los preditos morirán. Dios es la verdad y la vida y sólo
es posible contemplar su rostro a partir de las grandezas y misterios de la
naturaleza. El universo es el sello de artífice. El orfebre muestra sus
habilidades en la joya tallada por sus dedos.
Spinoza había predicado hacía un siglo ya esto. Dios
está en todos los ámbitos y todo constituye un reverbero de esa luz rutilante
de la candela entrevista por San Agustín y por San Isidoro. Era el panteísmo nada más que una
reminiscencia platónica. Por formular esta tesis tacharon a Baruch Spinoza,
aquel sefardí de Amsterdam, que pensaba en estas cuestiones, mientras tallaba
el diamante y fumaba en pipa, bendito de Dios, fue descalificado como hereje y
lo llegaron a expulsar de la sinagoga. Isidoro, Agustín y San Buenaventura
tuvieron un poco más de suerte. Ganaron
un puesto en el catálogo de los santos, pero así es la vida: llena de
contrasentidos, trufada de paradojas. Sin embargo, ortodoxia y heterodoxia, por
encima de las sinrazones y prejuicios, se dan la mano para avanzar por el camino
del conocimiento. De la verdad al error o de la gloria al infierno no hay más
que un solo paso.
El
positivismo y las ciencias comparadas tienen su entronque en esa concepción
panteísta de la divinidad mirándose en el espejo de sus propias obras. Los enciclopédicos
a lo Diderot y los retóricos a lo Boileau son feudatarios de las etimologías
isidorianas y de las lucubraciones de aquel genial sefardí de Amsterdam, genio
incomprendido y envidiado que predicaba el método inductivo: de los sentidos
hacia la primera vibración y del alma de las cosas al alma del creador. Hay que
establecer categorías, predicar paralelos, hacer una relación de cuanto nos
rodea. Hay que estudiar, cotejar, experimentar, porque lo grande está en lo
pequeño y el microcosmos no es sino sucursal del microcosmos.
Los árboles y
las plantas son los abanderados del gran sello. En la isla del Hierro hay un
árbol (debía de estarse refiriendo al drago) que vive mil años y destila agua. Pregunté
esto a un canario y díjome ser falso lo de exhalar lágrimas, porque no es
frecuente que lloren las plantas, por carecer de ánima, pero cierto en lo de
arraigarse por tan largo espacio en la vida. Pregunté a un indiano y dio
respuesta afirmativa. En las Indias hay árboles que dan vino y pan. Non
capio[1]. Ya Cajal vendría a decir que los diablos de ayer eran los microbios
de la actualidad- y las manchas en la pared que tantas veces hizo dejar a
algunos con la palabra “milagro,
milagro” en la boca abierta no eran más que los chanfarinones de un hongo especial que
deja en las paredes motas de colores.
En todo grimorio debe de haber referencia a las
brujas, porque durante toda la edad antigua se venía creyendo que el Cabrón o
diablo tenía concúbito con algunas mujeres
y de esta cópula nacían seres extraños. Los demonios son híbridos de
hembra humana y de macho cabrío, y, con frecuencia, la resultante de una unión
contra natura, pero Suárez Pola, sardónico y algo descreído apostilla”: Eso del concúbito nefando no es fácil practicarlo. ¡Qué asco!
¿Sería que no hablaba de oídas sino por experiencia? La tierra es esférica y
Dios hizo al hombre del barro. No somos más que tarquín, puro lodo, formados a
partir del ops[2]
telúrico. Humus feraz que sustentan las cosechas, y, por ende, lo imprevisto,
el humor, la alternancia. La naturaleza es el estrado o
asiento de los pies del Altísimo, porque en las cosas que Él toca o los caminos
por los que vaga, inescrutable e impenetrable, resplandecen las pisadas de la
infinita sabiduría. En las cosas deja señales de su amor. Por espetarlo así de
claro quedó proscrito Spinoza, pero el panteísmo ahora ya no suena a herejía.
Los sabios, los santos y los grandes pensadores escriben al dictado de esa
divina armonía. Para comprenderlo hay que ser un iniciado, e implorar el auxilio
de la Madre de los Vivientes. Todo viene a ser aquí fruto bendito de Vesta, engalanada de rayos de sol y que se “viste” con la hermosa librea de
la fronda florida. El rayo de Júpiter fecunda su útero excelso. Todo esto nos
recuerda aquel “sin romperlo ni
mancharlo” utilizada por el P. Astete en su catecismo para
explicar el misterio de la Encarnación. De otra forma: el cristianismo no
podría ser sin esa veneración de la hiperdulía. Ella desjarretará al dragón,
porque triunfó de la sierpe, vencerá a la muerte. Comprobamos, pues, la
maravillosa analogía latente entre la Mujer del apocalipsis, vestida de sol,
como Vesta, y calzada de luna, y la forma en que se representa a esta Vesta
romana, que no era sino la diosa Cibeles de los griegos, sentada en una carroza
-idea del movimiento y la mutación constante, porque la rueda de su carro no es
sino la redola o rota céltica, el círculo infinito, cuyo epicentro siendo
inamovible pone en movimiento las demás cosas- triunfal que tira una yunta de
leones domados, porque toda la fuerza bruta ha de quedar rendida a sus pies.
Porta en la diestra una llave que abre la caja de
los misterios, y un atabal o cetro a siniestra que la vuelve imperiosa y
temible. La corona en forma de torre que ciñe sus sienes nos da idea de su
realeza. El carro es la mudanza y la continua sucesión. El símil no puede ser
más feliz. Parece un exorcismo contra la superstición. El autor, a estas
alturas del libro, se declara admirador del P. Feijoo, quien dedicó todo su
Teatro Crítico a combatir los agüeros, tan abundantes en la Asturias de aquella
época. Es más; avanzando en suposiciones, cabe la conjetura de que “La Historia
de la filosofía natural y de la magia oculta” fuese fruto encubierto que
naciera de la pluma del famoso benedictino gallego, porque la timidez y escaso
deseos de relumbre, así como la parsimonia de buen acuerdo que trasciende toda
la obra no podría deberse sino al cálamo iluminado de algún monje. El verdadero
místico rebosa salud. En la cordura de los centones medievales se hace gala de
ese estado de ánimo propiciado por la seguridad en la fe, muy lejos de las
torturas y angustiosas de la Modernidad. Por eso, este libro puede que
decepcione a los que buscan el morbo de lo paranormal; rezuma esa sensatez de
Feijoo, al que su hábito le hizo monje. Y monje libre, nada cursi, afincado en
la razón, y desdeñoso con la locura: “Tiene la ciencia sus hipócritas, no menos que la virtud, y no menos es engañado el vulgo por aquellos que por éstos. Son muchos los indoctos que pasan plaza de
sabios”.
Esta andanada contra los sucedáneos que tanto
molestaban al indómito benedictino disparando bengalas desde su tronera en el
convento del Salvador, ya en la escala de la inteligencia ya en la de la
santidad postiza, va a ser el baremo de este buceo en el abismo de las fuerzas
escondidas. Feijoo no aguantaba a los majaderos. Parece sangrar por la herida
que tanto le hizo padecer y era lo que denominaba Unamuno la “roña del
claustro”, esto es, la envidia. Su andanada era contra la estulticia de los malos
teólogos erigidos en árbitros del acontecer. Quizás le debamos a Francisco de
Suárez esa pasión conceptista por lo inane. Siglos más tarde, Santiago Ramón y
Cajal explicaba la decadencia española y su desfase con Europa a causa de las
características orogénicas del país tan montañoso y oligohídricas. El secano,
aquí hay años que llueve tan poco. Para Joaquín Costa todo era cuestión de
escuelas. Otros achacaban este retraso y otros al catolicismo inmovilista.
Sin embargo,
a pesar de tal frase, con la que Feijoo demuestra que tira a dar (todos sabemos
quiénes eran los que tenía bajo su punto de mira), en España hubo verdadera
ciencia y también verdadera santidad.
Al igual que el planeta Tierra, la sabiduría y la
virtud celan su semblante a las miradas de aquellos que hacen alardes de haber
encontrado la verdad. Ésta no se sabrá del todo, porque es una sombra que se
prolonga al infinito como el rostro del Señor.
En todo escritor de raza alienta el anhelo de
alcanzar el origen cosmogónico, de saber las causas, de parcelar la realidad,
descubrir el entramado ontológico, de establecer categorías. ¿Por qué la Tierra
es centro de sí misma? Porque el centro es indivisible. Por eso mismo, para
cortar una hemorragia lo mejor es un puñado de tierra; ésta detiene la sangre,
al ser seca, fría y gruesa. Las tierras gruesas sirven para cultivar trigo, y
las delgadas, cebada. El polo de gravedad depende de sí mismo.
Luego, el escritor pasa a preguntarse cómo surgió
Europa, dividida en 34 reinos. Su nombre le viene de a hija de Agenoron, rey de
Fenicia. Dentro del mapa del Antiguo Continente, se distingue, igual que cabeza
de dragón, de ferino semblante y ríspido, un aspecto engañador, pues oculta la
amenidad y clemencia climática (leer la Loa de Alfonso X) la Hispania. Como
cada uno tiene una percepción diferente de un mismo hecho, algunos ojos no
miran para un dragón sino para la testuz de un bóvido en ademán atacante. Ahí
se dibuja esa “Piel de toro” de nuestras dulcedumbres y pesadillas.
El cuello de este animal mitológico sería la
Francia, el cuerpo, Alemania, y las alas del basilisco alado serían Italia y el
Queroneso, pues así le parecía a Estrabón que fue el primer cartógrafo.
De Cádiz a Cabo Peñas, observáramos que España no es
afligida de sol violento, como el África, ni sujeta a intempestivos vientos de
la Galia, ni región tan nebulosa como Albión y la Hibernia. Opiano alaba a sus
perros, pero hay muchos que la consideran tierra de conejos. Para algunos
autores es España la residencia del dios Pan. ¿Será por esta causa por lo que a
los hispanos nos agrada tanto la fiesta?
Asia, por su parte, recibe su denominación
originaria por ser Asia la diosa hija de Océano y de Thais, la que fuera, a su
vez, esposa de Jezabel. Dentro de la configuración asiática, resalta el seno
arábigo, rico en incienso, en mirra, en “gutta” y casia y otras maderas
preciosas. Asia es el continente oloroso que se desparrama hacia la “Arabia
Feliz”, pero hay otra Arabia Pétrea, aposento de los grandes desiertos. Allí en
las cuencas del Eúfrates y el Tigris debió de estar el paraíso terrenal, del
que ni rastro queda.
Continúa nuestro autor pasando revista al atlas. De
Oceanía dice ser la morada de los gigantes, que viven doblado más que nosotros.
En los polos, sus habitantes medio año no ven el sol, pero el otro medio no se
les esconde. En Hibernia, según Ptolomeo, estaba la región del ocaso, la
frontera con el caos.
Todas estas nociones geográficas las entrevera con
temas teológicos y litúrgicos. Salta de corrido a hablar de las órdenes sagradas
con sus jerarquías de minoristas, subdiáconos, diáconos, presbíteros, obispos,
metropolitas, archimandritas y arzobispos. Nos dice que los minoristas cantan
la epístola y limpian los vasos sagrados.
Dicho esto, y en la frenética carrera por impartir
revelaciones y conocimientos, se refiere a asuntos relacionados con la moral.
Dos siglos después, algunas de sus aseveraciones no tienen desperdicio. Alega,
por ejemplo, que el matrimonio ha sido instituido en función de la prole y la
conservación de la especie, y apunta al bien común, cuestión ésta por la cual
aquellas personas con alguna tara física o mental debieran abstenerse de
casamiento. No es muy cristiano que digamos esta obsesión eugenésica, pero cabe
advertir que se trata de un jesuita el que escribe.
A Cristo se le representa en un arcosolio de las
Catacumbas de San Calixto impartiendo la bendición a una pareja nupcial. De
esta forma aboca a la conclusión que es pecado contra el Espíritu Santo
violentar las normas histológicas y advierte con varios siglos de adelanto que
las manipulaciones, o lo que ha dado en llamarse ahora ingeniería genética,
representan un verdadero peligro de suicidio colectivo para el género.
Por eso mismo, desaconseja la poliandria o
promiscuidad sexual, ya que conduce a la esterilidad femenina y a la paternidad
incierta. Pero el hombre en su carrera por encauzar los conocimientos y del
libro albedrío quiere regresar a un estado primitivo de vida eterna e
independencia frente a la divinidad. La ciencia lo que está intentando es
regresar al edén. Se entusiasma con la
noción de querer volver a ser gigante.
Y a propósito de esto, ¿ hay gigantes en Australia?
Con sorna replica el amanuense: No habrá que ir tan lejos; yo vi a uno en Tineo,
después de una romería. Calzaba almadreñas o zapatos de palo que eran el tronco
de un roble...
Los aires puros y delgados preservan de la
corrupción.
Los macrocritas son tenidos por los más alejados
habitantes del mundo. Tienen su residencia en los montes hiperbóreos.
¡Habrá que ir a hacerlos una visita¡ ¡
No queda más remedio!
Fue Elcano el primero en dar la vuelta al mundo. Su
nao “Victoria” se guardó durante muchos
años en las atarazanas de Sevilla, en homenaje a este marino que descubrió que
el mundo era rotundo o redondo, igual que una bola. Los primeros exploradores
comprobaron la redondez del globo terráqueo, pero fueron incapaces de
determinar el lugar donde se haya emplazado el paraíso.
Esa es una noción que debemos a la fe, y al legado
de la tradición propagado de boca en boca y de oreja a oreja. Esta virtud
teologal entra por el oído. Fides ex auditu. La practican los mansos de corazón, pero los herejes
de la diabólica secta de Mahoma, cuyo articulado religioso se basa en el
Alcorán, su único libro, tan cerriles y duros de oreja. Son que no quieren
escuchar. Se han mostrado refractarios a la fe de toda la vida.- Su profeta no
sabía ni leer ni escribir, y de ahí el oscurantismo de sus adeptos. Tienen las
facultades auditivas tupidas. Se resisten a la palabra de Dios. Moros y turcos son
recios de oído, y sólo creen en lo que ven y tocan, pues su Paraíso es material
de goces sensoriales, concluye.
La afirmación conduciría, aparte de una meditación
de lo que está pasando a principios del s. XXI, a plantear la cuestión de la
importancia que se ha dado en las iglesias a todo aquello que tiene que ver con
la voz y con el canto. El mundo virtual del ciberespacio ya no es cristiano o
post cristiano. Rinde culto a las imágenes. Viene un tiempo nuevo, difícil,
quizás otra nueva Edad Media con sus rigores.
Cristo fue concebido no por obra de varón sino por
el resuello del Espíritu. Los sarracenos creen en algún artículo de la religión
católica, como por ejemplo, admiten a Jesucristo, pero sólo como un profeta y
veneran a la Virgen a la que dicen Miriam. Ésta permanece todo el tiempo
conferenciando con los ángeles y se alimenta tan sólo de manjares celestiales.
La religión cristiana está más extendida que ninguna
otra. ¡Oh, utinam!(ojalá), pues quien quiera leer más mentiras sobre el tema
lea el tomo de San Antonio Abad, o de no sé qué autor, pero que en Roma no
gusta. Aquí se refiere el comentarista a la historia del
Preste Juan de las Indias sobre el que se explaya el autor del grimorio, del
que circuló una leyenda medieval referente al Sebastianismo. El preste Juan de
las Indias, un portugués, creyó que el origen de la cristiandad era africano y
que las primeras comunidades surgieron en Libia. Y no anduvo del todo
descaminado.
Esta noción fue la que hizo despachar a misioneros
que fueron bojando la costa del Índico, para encontrar allá solamente cristianos de rito melquita y
maronita. Entre esa expediciones figuraron dos padres jesuitas: Meliá y Mayor.
En Nubia las mujeres son muy hermosas y se crían para vender. La esposa primera
de Agustín era precisamente númida. Vender mujeres en el mercado no creo que sea
muy cristiano, como dice Feijoo, autor al que yo tengo en mucha consideración,
en sus diatribas contra los frailes embusteros.
Los reyes de España tienen la gracia de ahuyentar
demonios, por haberse distinguido sus antecesores en la propagación y defensa
de la fe, dice el P. Pellicer. Está comprobado que la imposición ritual de
manos era anterior a los apóstoles. Agripa y Vespasiano sanaban colocando los
dedos sobre la testa de los enfermos[3].
Asimismo, los reyes de Francia son capaces de curar
el lamparón y los ingleses, la gota, por facultad que le fue conferida por el
Señor a José de Arimatea.
El hermano Rodríguez, un lego franciscano, vio en la
mar una escuadra en la cual Cristo era la nave capitana, abriendo paso, y la
Theotokos, su Santa Madre, la almiranta, cerrándolo, porque son ambos seres
celestiales cabos de una misma pieza, por eso se dice de Jesús que es el alfa y
la omega. Se le representa como un sol que irradia venas de luz desde la
cabeza. El símbolo de la Deípara es una luna a sus pies.
El amanuense, poco dado a cualquier género de
supercherías, frena en seco tales lucubraciones piadosas:
¡Bah, mentiras de frailes!
La religión de Jesús es, pues, como una barco que
navega a lo largo de los tiempos. La Trinidad es la fuerza en movimiento y el
proceso que desconoce el reposo y el cansancio. Dios, por así decirlo, nunca se
está quieto. Es una fuerza que opera eternamente. La movilidad y los dotes de
bilocación fueron cualidad prelativa a Nuestro Señor que pudo así durante el
tiempo de su vida mortal propagar la buena nueva por todos los continentes,
estando a un tiempo en varias partes a la vez[4].
La gracia les fue concedida a su vez a los demás apóstoles. Tomás pudo con
semejante virtud predicar en la India y el Paraguay por divina ordenación y
anunció a los indios que tiempo adelante vendrían a ser instruidos por
sacerdotes de allende los mares, como así sucedió con las reducciones
jesuíticas. Para ellos otorgó una señal:”Cuando lleguen las aguas a esta roca escarpada sobre un acantilado
desde donde yo os hablo, eso sucederá”. Fue por eso que los incas estaban familiarizados con el dogma
trinitario, pues creían en Apariti, Chuquimi e Imtera. Santo Tomás escribió con
el dedo en una piedra muy alta que hay en los Andes y realizó un
pronunciamiento: “Cuando las aguas del lago lleguen a esta parte, los hombres
de barba roja vendrán”. Su palabra se cumplió.
No hubiera sido posible la rápida y sorpresiva obra
catecúmena de América sin tales apoyos de la divinidad. Y prosiguen las proezas
de tan bizarra crónica. El santo apóstol Tomás les dio a los indios la mandioca
que viene a ser su pan principal. Ellos, en agradecimiento, veneraron las
huellas de sus sandalias plasmadas en una roca que hay allá. De modo que éste
es el milagro. Por virtud divina, Santo Tomás pudo desdoblar su cuerpo y
aparecer a la vez en India y en la cordillera andina.
Esto sería más seña que milagro, apostilla nuestro socarrón amanuense.
En carne mortal vino la Virgen a Zaragoza, otro
prodigio de la telequinesia, para consolar al apóstol Santiago que encontraba a
los españoles asaz refractarios a aceptar la verdad evangélica. La facultad de
curar, así como transgredir las leyes de la gravedad, del tiempo y del espacio
constituye una de las novedades de la nueva fe, que entra en el corazón a
través del oído, vuelve a insistir el autor.
La cruz de Santo Tomé o palosanto, que se cultiva en
Brasil, es remedio contra la disentería. Los indios, antes de la llegada de los
misioneros, eran almas “ rationaliter christianae”, pero en la parte del Este
de Europa y Cuerno de África, desde donde irradia el cristianismo, la fe es
verdadera. Los llamados cismáticos tienen su propio papa en Novgorodia. Rusos,
abisinios, armenios y griegos veneran a Cristo, y rezan el Credo de Nicea.
Semejante desliz no se le escapa al jesuita supervisor, quien, escéptico en lo
relativo a relaciones de milagros y cosas sobrenaturales o de la superstición,
echa pronto su curto a espadas en favor de Roma. Se conoce que había formulado
con convencimiento el Cuarto Voto, exigido a todos los profesos de la Sociedad
de Jesús: No me acomodo a creer haya fe pura donde no hay
comercio con Roma, porque, sin comunicarse con la cabeza, no viven los miembros.
En el tratado tercero
aborda la cuestión, obsesiva tanto para naturalistas como teólogos, acerca del
lugar donde se encontraba el Paraíso.
Para algunos este lugar
tocaba el cerco de la luna en el tercer cielo al cual fue arrebatado san Pablo.
“Puso Dios un querubín delante de la puerta armado de una espada de fuego”.
Otra mentira mayor. Unos creían que estaba emplazado sobre el Triángulo
de las Bermudas, en la región de la calma chicha, pero otros aseguraban que se
asentaba sobre la cordillera cantábrica, concretamente en la zona de Santander.
Por fin no falta quien diga que su
locación era Jerusalén, en el Monte
Calvario, donde Adán fue sepultado, después de vagar por toda la tierra. Al pie
de ese monte estuvo también enterrado el Salvador tres días y tres noches y al
tercero resucitó. Edén viene de “hadan” lugar de delicias, y hadan fue asimismo
el padre de los vivientes, pero su etimología hay con la relaciona con el
griego “ganan”, esconderse. Curioso juego de palabras.
Un centón es cajón de
sastre donde se arriman toda clase de nociones; se admite tanto la verdad
probada como la superstición. Línea a línea, capítulo a capítulo, el autor se
siente desbordado por ese afán noticioso que se devana en prurito narrativo,
aunque tengan, a la par, que ser mezcladas las churras con las merinas. Se
producen entonces encontronazos de la razón objetiva con lo que es creencia no
probada, un lampazo de lo preternatural, o pura y llana la superchería.
Hay un pez en la Mar
Báltica que debajo de las aletas y en su grasa lleva pepitas de oro. Écháse la
red y se sacan lingotes. Ya puede ser gorda la cuerda.
La dificultad propuesta
acerca de dónde puede hallarse el Paraíso no la ventilan los doctores. Todos
son hipótesis, según Eguesipo.
El Jardín de las
Hespérides también estaba guardado por un dragón alado. Las cosas que cuentan
la biblia estaban ya en la mitología antigua. Baco, por ejemplo, se corresponde
con Moisés. Grandes verdades si no son mentiras. Grandes
virtudes si no son fingidas. Es mentira, señor mío, que el tomillo valga contra
la picadura del Escorpión y que hubiese en las Hespérides un jardín lo dudo
mucho.
Sin embargo, cuando el tratadista de este grimorio
acomete cuestiones que le son más cercanas, debido a la experiencia y a la
observación cotidiana, como es todo lo relacionado con la botánica o los
principios más rudimentarios de silvicultura, allí aparecen las páginas sin
faroles iluminados, o comentarios apuntados de índole jocosa. Este libro de
magia se convierte en una cita constante a Dioscórides (el médico segoviano
Andrés Laguna) a San Jerónimo, San Agustín, San Juan Crisóstomo, y otros
eclesiásticos a los que invoca como autoridades en cuestiones profanas.
¿ Quién iría
a sospechar que sesudos padres de la Iglesia se abajarían a pormenores tan poco
elevados y en apariencia tan ajenos a su competencia como a recomendar la ruda
y las aguas ferruginosas a mujeres que, por una razón u otra, debían de
abstenerse de concebir?
En Medicina y en Biología- y no pretendemos entrar
en el debate tan aireado por Menéndez y Pelayo sobre si ha habido en realidad
ciencia española - la Castilla del s. XVI recuerda por su curiosidad a la
sociedad que proyectan con su pasión por los experimentos científicos los
yanquis de hoy.
Hace la descripción de algunos forrajes como el maíz
que se sembraba en Asturias desde tiempo inmemorial. El plante se llevaba a
cabo el mes de septiembre. La recolecta es en mayo. Era la comarca asturiana la
que siempre ha dado cosechas excelentes de dicho cereal. Se obtenía en grano un
rendimiento del trescientos por uno. Virgilio y Gaudencio notan que los
antiguos no sembraban en el día quinto de la luna en cuarto menguante por
juzgarlo estéril. Para la sementera hace falta un tiempo lluvioso y sereno.
El trigo semental ha de ser nuevo, según Plinio,
pues en pasando un año no es para sembrar. Hay que evitar la humedad, porque el
pan requiere buen tempero. Aquel que se ahonda en tierra fangosa se convierte
en avena o en vallico cizañero. Al trigo de simiente de tres años es al que
llamamos centeno. Luego nombra una lista larga de especies de trigo, que van
desde el chamorro al candeal. Todos se fermentan con la yerba leuda, que tiene
todas las propiedades para que las hogazas se conserven.
A
la paja del trigo “poxa” o pocha la llamamos en Oviedo.
San Agustín se pregunta cuál es la causa por la cual
el hielo y la nieve actúan como conservantes de la materia. ¿Quién concede a
los elementos frígidos esa virtud? Asimismo, está comprobado que la paja madura
los frutos caídos de los árboles. Sirve de argamasa; con ella se confeccionan
techumbres de las casas, y una olla se cuece siempre mejor sobre paja menuda.
La escanda es el pan mejor, pero también se amasa de
la cebada y del centeno. Tal lo tengas. A la escanda lo llama Antonio de Lebrija espelta. La cebada se diferencia
del trigo en tener raspa y en ser más basta. De ella se hace la cerveza o el
farto, que los moros llaman
alejijas. Centeno no cría gorgojo, dice
Herrera. Su paja es muy útil, pero el
pan de centeno es dañoso al estómago. (Es una idea equivocada, porque ahora los
herboristas y dietéticos lo recomiendan a todas horas, porque con él se va
mejor de vientre. No le tocaron al escritor tiempos tan hedonistas como los
actuales). En las montañas de León viven, gracias al pan de centeno, años y
años.
En Egipto hay habas gigantes. No serán como las mías que son harto ruines,
porque a trescientas las aprieto en un puño. Teofastro dice que esteriliza los árboles si las echamos contra sus raíces.
El culantrillo da buen sabor a los guisos. La
matalahúva, matalahúga, o anís, injerto
en el pan, sabe rico.
Esta clase de considerandos demuestran que el autor
anónimo había bebido en las fuentes de Andrés Laguna, como gran parte de los
cosmógrafos, botánicos, naturalistas, y prácticos en Medicina, una auténtica pléyade
en la literatura castellana de aquel entonces. España, contra lo que han
supuesto muchos, es un pueblo de eminencias especulativas. Ahí está para
probarlo esa avalancha de escritores místicos, de poetas que cantan a la
naturaleza, y de galenos que emborronan páginas descriptivas. La sequedad de
Castilla contrasta con ese espíritu crítico, algo agnóstico, juguetón y risueño
como es la naturaleza del Principado y al mismo tiempo tan tierno y tan humano
que cristalizaría a lo largo del siglo siguiente en escritores como Clarín y
Palacio Valdés. Asturias, tan bien regada y oreada, contrastando con la
oligohídrica meseta central, ha sido el mejor contrapeso a los rigores de
Castilla. Supo ver las cosas de otra manera. Por otra parte, no estuvo, en
punto a cuestiones de la fe, tan sometida a los jesuitas como otras regiones.
El pálpito por la naturaleza, el amor a las hierbas
y a todos esos remedios de la abuela se encuentran presentes en este libro
donde se ponen en letras de molde frases tan hermosas como “colijo que los
vegetales no faltarían en el Paraíso, y todo aquello que sirviese de medicina,
de hermosura y de verdad”. Como la naturaleza es sabia, en todas las plantas
hay antídotos contra las diversas enfermedades. Dios plantó de su mano este
vergel para hacer alarde su grandeza. La sabina, por ejemplo, es antídoto
contra todo veneno, y el lino es enemigo del fuego. El amianto se cría en
Montserrat y es especie de piedra que no recibe injuria ninguna del fuego. Hay otro monte de piedra en el principado de
Asturias. Está en Ballota donde abundan las cádavas o quemados por la
frecuencia del fuego. Feijoo llevaba siempre una piedra de este mineral en el
bolsillo y hacía con ellas muchas experiencias para ostentación[3].
Y, a renglón seguido, otra acotación: El
señor Luvopzal de León en un libro suyo que titula “Luminario” y que dio
a la prensa el año 1798 dice que el amianto carece de propiedades curativas.
De la hierba poleo dice Plinio que se seca con el
frío, pero que, puesta al calor, reverdece, y resucita como si tuviese vida
sensible, como si ocultamente rompiese la tela de los espíritus para renovar la
vida que antes tenía.
Otra hierbas hay tan valientes y de tan superior
inclinación que parecen querer competir con las calidades de los árboles. Cita,
pues, a Mayolo, Oigafecta y a Solino, el cual dictamina que el coral es hierba
de mar cuando está fuera pero que se vuelve piedra y de color descolorido
cuando está dentro.
De un grano de maíz se puede recoger hasta 368
chochos[4],
y más, según Acosta. No es conveniente dar mucho maíz a las caballerías porque
se hinchan y adquieren torozón. La chicha es bebida de maíz, que mucho
emborracha, aunque es remedio saludable para la orina. Es por ello que entre
los indios apenas se da el mal de piedra ni las afecciones de próstata, por el
uso de beber chicha. Otra planta que limpia bien la sangre llámenle la ruda. En Jerusalén
había una mata della mayor que una higuera, según Josefo. Que el espárrago
esteriliza y causa impotencia parece cosa averiguada.
Hay en Egipto una higuera que da siete cosechas
entre higos y brevas. ¡Ah, quién hubiera una de éstas! El Padre Joaquín era goloso a juzgar de lo que se
desprende de esta nota. Mucho le prestaban los higos y no esconde tal flaqueza.
Existe un árbol en la Española que son publicas y notorias sus pestilentes
cualidades, que hasta los animales huyen de él. Las tablas del lárice rebaten
de si las llamas. Por eso no se queman los árboles del Paraíso. El terebinto de
Menfis, por ejemplo, llegó a vivir cinco mil años. Dicen que concedía la
inmortalidad al librar de los malos humores. Bien pudo ser el manzano el árbol
del Paraíso, porque dicen que lo puso Seth. Al pie de la tumba de Adán y de sus
ramas se hizo la madera de la cruz donde fue colgado Cristo. ¿Desde
cuándo estuvo Seth en el Paraíso? Será así, mas no me acomoda.
Pasa de seguido a citar a San Juan Damasceno, al
Abulense, a San Isidoro, a San Gregorio y a otros graves autores para demostrar
que la cruz estuvo hecha de madera de manzano. Era esa cuestión muy del gusto
de los debates bizantinos.
Está escrita la obra en ese tono coloquial y
didáctico, llamado peripatético. La iniciación a la ciencia es como un paseo
por la mente, que ensalza las potencias primordiales del ser racional. Por
desgracia, ahora nos entusiasma el circunloquio y la perífrasis, pero esto nada
tiene que ver con ese entusiasmo de los primeros peripatéticos, que no estaban
tan de vuelta de todo como los filósofos de ahora mismo cuando vivimos tanto en
literatura como en periodismo un tiempo en que se exaltan las cualidades
físicas del ser humano, con toda la retahíla de consecuencias que esbozan una
sociedad decadente, preocupada por atender a la voz de los instintos, y que a
la vista están. El hedonismo es corolario de la tiranía de la imagen y del
inmanentismo a ultranza. La civilización de la persona que exaltaba las
cualidades individuales y morales ha desaparecido mientras la sociedad se
vuelve más convencional y totalitaria. Una vida tan degradada y truculenta
quizás no merezca vivirse. Sin embargo, es lo que se lleva. La sofisticación
actual contrasta con la candidez de los tiempos antiguos. Tal vez nuestros
antepasados fueran más felices que nosotros.
Los peripatéticos griegos enseñaban a los europeos
que hay que cuidar del cuerpo pero sobre todo cultivar el espíritu, sembrando
así la semilla que ha colocado a la civilización atlántica por encima de las
demás.
La vida es un círculo (kirkos)[5].
La filosofía nace precisamente de este deseo de aprender amblando, dando
vueltas en torno a la parva del conocimiento, entre amigos. Las escuelas
medievales adoptaron este “pateo” ilustrado.
En medio de ese círculo mágico de proyecciones,
escorzos, declives y auges de la razón, de marchas y de contramarchas, de
verdades y de errores, se alza el Pantocrátor, como clave del arco, eje supremo
del acontecer, fuente de la vida, principio inmóvil sobre el que reposa el
movimiento, albergue inmutable de toda mutación.
En Historia
de la filosofía
natural y de la magia oculta late
ese afán por alcanzar la
Theoantria de los bizantinos que trataron de humanizar a Cristo y de esa forma,
en un trayecto de ida y vuelta, que ocasiona como efecto colateral, la
divinización de todos los que creen en Él.
Este centón revela el estado del conocimiento
escolástico en los preámbulos de la Reforma, antes que las guerras de religión
y la protervia de unos y otros hicieran del catolicismo un conjunto de valores
tan complicado y tan a la defensiva como el protestantismo. Empezamos así a
darle paradas al avispero y las avispas no perdonan.
El egocentrismo de Lutero da pábulo a los alumbrados
españoles y la moral utilitaria de Calvino que separa los campos, el humano y
el divino, con todo su cúmulo de herejías sobre la predestinación y los
elegidos, sienta las premisas base del capitalismo moderno. Al desterrar a Dios
de la vida civil, se permite a los cristianos el agiotaje y la usura, reservada
durante los siglos medios a lombardos y a hebreos, se propone el
enriquecimiento personal y el triunfo en todos los órdenes como norma de vida.
Era la antítesis de lo que hasta entonces se creía. El valle de la fe estaba
regado de lágrimas. Ya no hay que aceptarlo. Puede ser la nueva tierra
prometida.
Hijo de su
tiempo, Ignacio de Loyola propone luchar
contra los luteranos sus mismas armas bajo la impronta del individualismo y el
medro personal, aunque sea en algo tan santo como es el camino de la virtud. Se
explaya en soliloquios. La clave del éxito de sus Ejercicios Espirituales se basa en esa exaltación de la acción positiva
sobre la contemplación estética. Hay que transformarlo, ganarlo... para Dios.
Acuña como divisa de oración mental la famosa fórmula del “en tanto en cuanto”
en la cual el todo, la visión de conjunto tiene prelación sobre la parte. Los
jesuitas no huyen del mundo ni renuncian a la riqueza como afiliados a la
Compañía de Jesús, aunque hicieran voto de pobreza. Su formula de “Ad maiorem Dei gloriam” esconde un cierto hermanamiento con las cosas terrenas. No es el
triunfo de la obra de Dios en el siglo futuro sino en el aquí y en el ahora.
Antes, la Iglesia había predicado la paciencia ante
el dolor, la renuncia al mundo, entronizando en cierta forma, como garantía de
predestinación el fracaso y la persecución, el amor a la naturaleza. Para los
anglosajones y luteranos esta fórmula de aquiescencia con el infortunio no es
válida. Hay que rebelarse contra él, domando, a ser posible, la naturaleza. La
pobreza, la enfermedad, la infamia, no son signos de predestinación, sino antes
bien una fórmula de rechazo y basan su argumento en el AT para el cual el
pueblo elegido ha de ser dominante de los demás y el concepto mesiánico es algo
físico más que espiritual.
Al luchar contra tales ideas antipapistas, los
papistas en cierto modo quedan contaminados de la intolerancia y rigor de
juicio de sus enemigos cervales. El Libre Examen parece que inspira a los
“puntos” que se daban cada noche para la meditación de los aspirantes a
clérigos en los tirocinios jesuíticos. La salvación se convierte en algo muy
personal e íntimo que se busca casi egoísta y avaramente, por así decirlo. Los
místicos españoles tuercen por una senda escabrosa de vericuetos inaccesibles
donde lo sublime y lo heterodoxo están siempre a un paso, siguiendo el camino
iniciando por Meister Eckhart y la escuela ascética de los viejos alemanes.
Sin embargo, este grimorio, que no logró pasar por
el cedazo de la inquisición ni recabar el “nihil obstat” nos devuelve a un
estado de cosas anterior a la época en que empezó a soplar el vendaval de la
discordia en toda Europa. Es un auténtico centón o recopilación de saberes y
criterios dispares, sin grandes obsesiones teológicas.
Propugna una suerte de equilibrio anímico. El
desequilibrio trae la desazón y la destemplanza nos quita la salud. Sus
observaciones en torno a la naturaleza tanto en lo que se refiere a la flora,
la fauna, la cosmogonía y las diferentes reacciones químicas carecen de
desperdicio.
El murciélago no tiene pies y nace por la cabeza
como casi todos los animales, excepto la corneja y el búho que salen por la
cola. Todas las aves tienen el pico derecho, si son de pelea, y curvo, las
rapaces. Éstas ultimas no beben agua. Las otras, sí. La carne de las aves se
conserva bien en un papel mojado en aceite, pero las que ha muerto el gavilán
se corroen presto.
Este digesto es una compilación ecléctica de todas
las referencias noticiosas o científicas de la realidad observada por
ornitólogos, agrónomos, estrelleros, alquimistas. Refiere que Filostrato
consideraba que el huevo de lechuza, cocido y hecho comer a un infante le hace aborrecer
el vino para toda la vida. ¡Buen remedio, de no haber sido
tan tempranero, que a muchos les hubiera librado de caer en desgracias, ruinas
y sonrojos. ¡Pluguiera a Dios que un aya caritativa le hubiese dado al Padre
Rector a probar el antídoto, cuando era chico! Se le hubiese despertado la
inteligencia, y no fuera tan beodo. (De tales
“flores” cabe deducir que no se llevaba bien con su superior. La roña de los
conventos no es una vulgar metáfora literaria).
El huevo que pone la gallina en luna llena quita las
manchas de la cara. El pavo real muda su plumaje con los árboles, como va
dicho. En otoño, se viste de pardo y, llegada la primavera, luce las mejores
galas de su plumaje verde e irisado. Su graznido espanta a la víbora y a la
culebra.
Y prosigue indagando en las costumbres singulares de
todo lo que nació con pluma.
El gallo, espejo de majeza, es tan vanidoso que
agacha la cabeza para no lastimarse, al pasar bajo una rama, y es obseso de la
higiene, limpiándose el hocico y la cresta, siempre que puede, y de ahí
nacería, seguramente, el célebre apólogo sobre el “Gallo Quirico, que se limpió el pico para ir a la boda del tío Quirico”.
Hay gallinas que no consienten al gallo más de tres
veces, pero de ordinario son muy lujuriosas y las más salaces son las que en el
nidal duermen acurrucadas cerca del masto. Se conoce que tanto el redactor del
grimorio como el corrector han observado a conciencia las costumbres alectorias
y no le pasó desapercibida la salacidad de los animales de esta especie doméstica.
En la coyunda suele ser el masto de comportamiento breve y contundente, pero
repite el acto sexual múltiples veces a lo largo del día, para dejar lluecas a
las hembras de su harén, donde no permite ingerencia de rivales. Lucha a muerte
por la defensa de sus privilegios de corral y es tan bravo que, si se ve a sí
mismo reflejado en el espejo de las aguas de un estanque, arremete contra su
propia figura. Siempre ataca ora con el pico ora con los espolones de sus patas
que utiliza a modo de garras. Entre su corte suele tener un círculo de
favoritas. Son las gallinas más ponedoras y las que duermen cerca de sí, y a
las que monta una y otra vez. ¿Será por ahí de donde viene
el dicho de ser más puta que las gallinas? Unos llevan
la fama y otros cardan la lana. La más libidinosa de las especies animales es
la humana. Carece de épocas de celo, y no tiene ciclos para procrear
Sin embargo, el anónimo parece conoce bien las costumbres de los gallos y
siente hacia ellos devoción. La peculiar viveza con que describe esto hace
pensar que el autor fuese un discípulo del propio Andrés Laguna, el cual
compuso una obra, el “Crotalón” en el que dialogan el gallo Micilo y otro gallo de corral, que no es
un gallo de corral en verdad sino un pollo pera cortesano, resabiado y
asendereado, entendido en sabidurías y capiscol misacantano. No en vano este
animal de cuyo nombre viene el calificativo de gallardo fue elegido para
coronar torres y veletas. Ellos son símbolo de la pasión que enciende el cotarro. ¡ Ay de aquél que se vuelva capón!
Este es un pueblo donde hay muchos de estos aves de pelea, entonando cada uno
su canción en lo alto del montón de su propio muladar.
La meaja o galladura de este macho de corral se
suele administrar contra la esterilidad e impotencia masculina. Si el gallo
canta antes de la media noche, es señal de agua. Su último grito, el del
amanecer, suele ser el más tenue. Untándole la parte prepostera (el culo) con
aceite, inmediatamente deja de cantar. Abomina de ser tocado y muere si lo
sodomizan. Les hay blancos, negros y pintos. Estos últimos, sobre todo los que
lucen rayas de azafrán en su plumaje, suelen ser los más encastados y feroces,
aunque a veces el hábito no haga al monje.
Y más sobre las costumbres de las aves.
La perdiz, según Plinio, no cría enjundia. De su
carne exquisita se proclama: “de la mar, el mero, y de la tierra, el cordero, y
de lo que vuela, la perdiz”. Es sabrosa por ser enjuta, y la de paloma sirve
contra el veneno. Aparte de eso, un buen guiso de paloma columba, cuyo sabor recuerda
a la lechuga, amortigua los fuegos de la
carne. La mejor dieta para los
convalecientes es la que incluye tres pichones por semana.
La codorniz llega a nosotros a primeros de abril. La
voz de la hembra es más gruesa que la del macho, y no se la escucha a partir de mediados de agosto, cuando se
derrama sobre las noches gentiles de Castilla la primera escarcha. La tórtola,
si pierde el compañero, no vuelve a
aparearse ni a posar en rama verde. Plinio estudió su anatomía y asegura que
tiene la tórtola el corazón triangular, siendo la única de las aves que no
padece la gota coral, igual que el hombre.
El ave del paraíso es el cadario[6]
de pelo blanco. La golondrina nunca anida bajo el alero del tejado de casa que
se va a caer, avisa de muertes cercanas de los que en ella viven, pues entonces
su gorjeo se torna lúgubre, y es tanta
la agilidad de sus alas que ningún ave de rapiña consigue echarle la
zarpa. Es pájaro sagrado porque corre la leyenda de que fueron las golondrinas
las que arrancaron las espinas de la cabeza del Señor. Su triso alborozado, que
se escucha en las mañanas de primavera
tiene algo de antífona litúrgica. Fabrica sus nidos con gran solercia
arquitectónica en bajo las bardas y las techumbres de las portadas. Es bello
contemplar el jaranero trajín de este fisirrostro de figura abarquillada. Suele llegar a nuestra tierra por marzo y se
ausenta en agosto. Su pariente, el vencejo, de vuelo más ligero y de menores
pies, es el ave que más tiempo puede estar en vuelo sin posar. Es el primero
que viene y el primero que se va. La corneja es ave de larga vida. Suele vivir
nueve edades del hombre. Algunas alcanzan el medio milenio.
¡Mentira mayor! El ibis es grande
erudito en medicina, pues reconoce las calidades de todas las hierbas
medicinales. Su pico embuchado le sirve de clistel, y del mismo aprendieron los
médicos las ayudas en forma de lavativa para el vientre. Se purga a sí mismo.
El ave fénix, que no se reproduce por ayuntamiento
carnal, es otro ánade longeva, pues equipara en edad a Matusalén, novecientos
años. No creo que exista ave fénix como lo sueñan. Munilio dice haber visto un macho de esa especie en Roma, cantando
cerca del Capitolio, y que su canto era parecido al del cisne antes de morir. ¿Es
cierto que canta el cisne cuando presiente que se acaban sus días?
En cuanto a las aves de presa, las alas más ligeras
son las de neblí, el corazón más resistente, el del baharí, en el cuerpo y la
cola el más sorprendente es el gerifalte.
Tiene más clara la vista el borní que diquela todavía más agudo que el
lince, las garras que mejor atrapan son las del sacre, y por la seguridad y
destreza con que lleva a cabo el apresamiento destaca el alfaneque. He aquí
noticias muy interesantes sobre la cetrería, un deporte que tuvo su auge en las
antiguas edades. Pues, de los halcones dice Huerta que los mejores han de tener
los ojos hundidos, muy pequeños y vivos, la cabeza pequeña, la uña larga, las
ventanas del anhelito(fosas nasales) grandes, el pico corto, corvo y negro, y
negras las piernas y carnosos y largos los dedos, muy descansados, las uñas
fuertes y prietas, las alas largas y puntiagudas, la color lustrosa. Han de ser
alegres y animosos. Han de excretar las heces del vientre. Se sirven de sus
deyecciones para marcar el territorio los machos, y lo lanzan con la misma
violencia con que un buen pisaverde escupe por el colmillo.
Según
Sebastián de Covarruvias en su Tesoro
de la Lengua Castellana, un buen cetrero no sabe la ralea del pájaro que
lleva en su alcándara ni por el copete,
ni por las alcatenes, si no cuando lo ve cagar.
Observa Aristóteles que el halcón no come el corazón
de las aves a quien mata, y que tolera mal sal. Cuando come pan, muere. Del
neblí apunta Huerta que es ave alevosa, porque nunca se le ve llegar, ni nadie
sabe dónde está su nido. Todo lo contrario que el gavilán, que pronto hace
notar su presencia.
El quebrantahuesos es pacientísimo. Jamás se queja,
aunque lo mamen a golpes.
En el capítulo XXIII el autor continúa siguiéndole
la pista al paraíso. Según él, era un lugar de armonía en el cual hubo capilla
de música, donde profesaron las aves canoras, imitadoras de la voz humana, que
es el instrumento musical más perfecto.
Sería más insigne entre los cantores el ruiseñor
cuyos sones dan principio a la música. Al comienzo de la primavera, cuando los
árboles se visten de flores, él no cesa de cantar quince días continuos. El
ruiseñor canta siempre, excepto cuando come. Se le siente. Nunca se le ve,
porque busca casi siempre el umbrío. Como la golondrina, nunca ha de ser abatido
por el cazador. Se considera sacrilegio
y, además, trae mala suerte matar a un ruiseñor.
Le sigue, por
la excelencia de su trinos, y por la gala de su librea, el jilguero. Es el ave
más hermosa entre las canoras. Dice Huete que cuando su collar es más colorado
abre más el pico y canta mejor.
La abubilla sólo lo hace cuando está hambrienta a
diferencia del ruiseñor. Pone en fuga a sus enemigos con secreciones de gran
fetidez. Pone un contrapunto de melancolía a los atardeceres del estío, tiene
una cresta y plumaje maravilloso, pero desplace su olor. Cualquiera que unte
los dedos en la sangre de este animal, cuando se va a dormir, sueña cosas
terribles. La picaza es también canora y muda el plumaje cada año y se hace
calva. El papagayo es de muy dura cabeza y de recio pico, pero tiembla ante el
erizo, y no se aquieta hasta que se lo quitan de delante. Cárdano dice de esta ave que excede en
ingenio a todas las demás y es la que más se parece al hombre al que consigue
imitar su lenguaje.
Un dragón alado custodiaba la entrada del jardín de
las Hespérides, y un querubín la del paraíso. De la ubicación del lugar ya
hemos hablado. Se encontraba en la región del trópico, aunque siga habiendo
muchos que lo emplazan en la cordillera cantábrica, pero es más probable que se
situara en la linea equinoccial porque los sus días eran comprables a sus
noches. Y de su grandeza y dimensiones cuenta San Efrén que era mayor que
cuanto se ha podido conocer de la tierra. Lo atravesaban cuatro ríos. En uno de
ellos había una catarata de las que aturden. Los santos padres lo denominaban
huerto, lo que hace idea de una cierta limitación y de su latitud constreñida.
El Abulense [7]
llegó a medirlo, pues imagina que tenía cuatro leguas de largo por diez de
circuito y que estaba bañado por varios ríos. “Fluvius egreditur de locu voluptatis ad irrigandum
paradisum”. Lo creó Dios para el hombre, y para que éste lo gozara, y puso alguna
defensa o esguardo a la entrada, y de ahí viene su nombre de defendido o
acotado por un zarzo de arboledas y bosques. La palabra paraíso viene de la voz
hebrea “ganan” que es lo mismo que proteger y absconder. Cercóle el Señor de un corro
de árboles que sus copas no podían ser remontadas por las mismas águilas. Sin
embargo, otros autores señalan que paraíso es palabra persa que quiere decir
fortaleza, pues estaba el lugar fortalecido por las matas de espesura que lo
circundaban. Fue criado antes que el cielo y la tierra.
El demonio, que es homicida y embaucador, tentó al
hombre, del que tenía envidia, para que saliese dél. San Basilio demuestra que
su hacimiento fue posterior al del ser humano. Un insigne lago había, dice el
historiador sagrado, al que abocaban cuatro ríos: Physon, que regaba lo que es
hoy Egipto; Gehon, que corría por tierra de Etiopía; el Eúfrates y el Tigris,
que bañan Mesopotamia, pero hay otros que disienten y aducen que el Physon no
era el Nilo, sino el Ganges.
Paralelamente, el infierno o la laguna Estigia lo
bañaba un solo río de aguas negras: el Leteo.
Todos los ríos de la tierra imitan a aquellas
fuentes que regaron el paraíso, e incluso se comunican subterráneamente entre
sí. Pasa a estudiar, a salto seguido, el asunto de los ojos del Guadiana. Se
echan unos objetos en la sima de Cabra y luego aparecen en Carmona. El río Alfeo
sumiéndose vuelve a nacer en la fuente de Aretusa. La riada del diluvio hizo
subir las aguas quince codos sobre la cima de los montes más altos, empinándose
los lugares llanos con la materia del tarquín acarreado por las aguas, y
allanándose los más altos. Por esto Sodoma y Gomorra, que se hallaban en lo
alto de un colina, luego se hundieron.
De esta forma fueron fácil pasto del fuego. Así también se originó la
depresión del mar muerto.
Los peces son el ornato del universo, su recreación
y sustento. Pero se sabe poco de la vida de ellos. Dice Plinio que tienen
alguna, aunque muy ligera cópula, carecen de lengua y de párpados, el corazón
plantado hacia arriba. Los de escama andan siempre juntos en manada. Los de
concha carecen de vista y de los demás sentidos, excepto el tacto, con el cual
distinguen el alimento y reconocen el peligro. No manducan, sino engullen. La
langosta vence al congrio.
En este punto del libro estampa su firma, al final
de cuyo dele aparece el anagrama de la compañía de Jesús, IHS, el amanuense
corrector que suscribe con el nombre de JOSEPH JOAQUÍN SUÁREZ POLA, por quien
sabemos que ha leído este libro el año 1790, y debió de ser en dicho año cuando
se hacen las acotaciones de cuño y letra.
Manuel de la Roza pescó un Buci en alta mar y lo
llevó a puerto a Cudillero, le abrieron las fauces y les enseñó la lengua.
Bolas. No puede haber Buci, yo no los he visto, anota Suárez Pola.
Dijere Aristóteles que hay en Sicilia un lugar en el
que metiendo un ave o cualquier otro animal muerto se restituye a la vida. Mucho es para que Aristóteles lo tragase.
Pero Eusebio no lo tiene por imposible, aunque no lo cree (ni
yo).
Pausanias habla de un río de aguas gruesas. A los
que se bañan en él les hace olvidar los amores antiguos. La fuente Zizicola,
dice San Isidoro, por su gran frialdad apaga los ardores del apetito sexual.
A tomar baños de esa fuente mandaría yo a más de uno.
El copista se permite la licencia de una segunda
apodiosis: “A esa fuente deberían llegarse muchos que yo conozco”. A
pesar de los innumerables buenos propósitos que se
hicieran al respecto, no parece que la cosa tenga enmienda ni ahora ni
entonces. La frágil naturaleza humana tiende a la lascivia. Focio por su parte
dice de una fuente de la India cuyo licor se cuaja en oro.
Mentira de las gordas. Robinson no se vio en cosas mayores. En Asturias hay una fuente que vuelve en piedra toba todo lo que a
ella se arroja. Este hontanar da por el invierno agua salobre y por el verano
dulce.
Enoj y Elías se encuentran en un lugar no descubierto
del universo, habitantes de un lejano planeta, del que descenderán en la hora
del día señalado, esperando el Santo Advenimiento. Son argonautas y hortelanos
de una secreta plantación. Esta es una idea que lanzó por primera vez San
Jerónimo. Tertuliano denomina a los dos bienaventurados “profesores de la
eternidad” (Aeternitatis candidati) y para San Irineo ambos esclarecidos varones son los contemplativos
del siglo futuro (conspicientes
inmortalitatis).
Razona San Pacomio: ¿Quién murió sin haber nacido?
Adán. ¿Quiénes nacieron y no murieron? Elías y Enoj. ¿Quién murió y no se ha
corrompido? La mujer de Lot. ¿Quién nació, murió y resucitó para nunca más
morir? Nuestro Señor Jesucristo. También volvieron a la vida tras conocer la
corrupción de la tumba Lázaro, la viuda de Naím y un largo número de justos que
salieron del sepulcro la tarde de tinieblas en que expiró Cristo en el Gólgota.
Fueron los resucitados del primer Viernes Santo.
A Elías y a Enoj, su discípulo, que fueron
arrebatados en un carro de fuego, así como a la mujer de Lot los tiene
reservados Dios como testigos de los últimos días, a fin de que su presencia
pueda templar la justa ira y reducir las gentes a su Ley. Ellos predicarán el
Evangelio a los judíos y padecerán martirio en Jerusalén. Rezamos los
cristianos a San Elías el 27 de febrero y a San Enoj el 20 de julio. Se les
honra, pero no se les conmemora, porque la Iglesia verdadera no los ha dado por
muertos, sabedora de que continúan vivos en algún punto del universo. Ellos
rueguen por los viadores y pecadores de acá abajo. ¿Están con ellos Matusalén,
la Virgen María y el Evangelista Juan de cuya muerte también se duda? ¿Qué
comen? ¿Duermen? ¿Sueñan? ¿Llevan una vida vegetativa?
El P. Suárez tampoco se atreve a preguntar a esta
pregunta. Guarda un silencio escatológico. La tradición católica considera a
estos dos santos de la antigüedad hebrea púgiles que combatirán al antecristo y
reconciliarán en el marco de la verdadera Iglesia al pueblo descarriado de
Israel.
Los santos padres refieren que todos estos justos se
sustentan del árbol de la ciencia.
Matusalén(y siguen los cómputos) nació catorce años
del diluvio. Sin haber entrado en el Arca fue un superviviente del cataclismo.
Su existencia dejó perplejo a San Agustín como demuestra su carta a Pelagio
sobre el pecado original. Del sepulcro de Juan Evangelista partía un olor
exquisito. Así olía el celestial maná. Su cuerpo fue rescatado por ángeles y
trasladado al paraíso donde mora aguardando la segunda Venida. Entonces se
uniría a la pareja de profetas que fueron arrebatados en carro de fuego. Allí
es testigo de la Ley de Gracia y bajará al fin de los tiempos para pugnar
contra el antecristo, y será nombrado papa y derramará su sangre por el Señor,
porque, de entre sus discípulos, fue el único que no recibió la corona del
martirio. Será mártir por doble motivo, por haber sido testigo de las grandes
verdades que se explayan en su Apocalipsis y por haber de perecer en la última y más cruenta de todas las
persecuciones que haya habido en la historia de nuestra fe. No es hablar por
hablar. Cristo bendito anuncia que será tanta la desolación de aquellos días
que Dios, para no intensificar los dolores de los justos, acortará este
período. Los ángeles serán derrotados y el trigo será sofocado por la cizaña.
Los padecimientos psicológicos serán mayores que el garfio, el potro, la
hoguera o el mar de hielo que aguantaron los primeros cristianos. Porque el
anticristo será lo más parecido que haya en el mundo a Cristo, lo que provocará
enorme confusión y la apostasía en masa.
Entonces será cuando Juan, el Discípulo que más
amaba será enviado a la tierra escoltado por Elías y Enoj para mitigar la
angustia. Su amortalidad se parangona con la de la dormición de la Virgen.
San Agustín suscribe esa hipótesis. Los mártires de
los últimos días serán mayores y tendrán más méritos que las de las nueve
persecuciones de los dos primeros siglos de la era, por partida doble: porque
no lucharán contra un Nerón ni un Domiciano o un Diocleciano, sino contra el
propio Satanás y muchos de ellos vivirán de incógnito y pasarán desapercibidos
formando la pléyade oscura de testigos de la fe.
Francisco Mayron, fraile de la Orden seráfica, el
1534 fue el primero que defendió la concepción inmaculada de la Madre del
Verbo. Anteriormente, había alzado la cuestión Duns Escoto, aunque no la
resolvió con tanta claridad. Se simboliza este misterio por el ave fénix, que,
por desconocer el aguijón de la concupiscencia, nace sin coito.
Sin embargo,
este culto de hiperdulía, como bien han demostrado estudios recientes, ahonda
sus raíces en la noche de los tiempos, precediendo al cristianismo, y estando
relacionado con la devoción a Isis y a Diana. María viene a ser el puente de
los hombres con Cristo, el punto de conexión entre la gentilidad y la cruz.
Fueron los españoles los abanderados de esta singular honra y concretamente en
la ciudad de Sevilla un tal Miguel Gil compuso el famoso himno a la Virgen que
empieza con los versos:
“Todo el mundo en
general, a voces Reina escogida, diga que sois concebida sin pecado original”.
A esta redondilla la puso música Bernardo del Toro,
maestro de capilla de la catedral hispalense. Era para cantar y bailar en sus
fiestas ante el altar de la Virgen y por su paganismo entronca con los
tripudios orgiásticos, los cantos peanes y los himnos a las Nueve Musas, los
ditirambos y las denominadas piérides de los salios. Cibeles o Diana, representante de la
continuidad de la vida, la gran madre de todos, recibía estas honras virginales
curiosamente en las celebraciones de bacantes. Era la diosa médica, la “virgo
torreada” y se la representaba en una carro tirado por dos leones mansos,
llevando un cetro en la mano y una corona en la cabeza; de sus espaldas se
arrastraba un manto. Así la representaban los romanos. Sin embargo, esta
divinidad velaba su rostro entre los griegos con una gasa. La llamaban Isis,
pero era la misma diosa. Pero del manto de La Cibeles y del velo de Isis ya se
viene hablando bastante desde la antigüedad. Un grimorio no es el sitio más adecuado
para establecer paralelismos entre La Mujer Que Aplastará la Cabeza del Dragón
y los ritos a la fecundidad de naturaleza órfica.
Prosiguen las audacias teológicas.
Dice que la Eucaristía la instituyó Cristo teniendo
a su lado a Juan, que era el más joven de sus discípulos, casi un niño. Se
durmió en su regazo. Este es el misterio mayor del Cristianismo. Iste in me manet, et ego in illo (quien permanece en mí yo moro en él). Es el misterio del amor que
nunca se consuma y que nunca merecerá ser del todo revelado. Se durmió Juan y
cerró los ojos como enseñando a sus seguidores que no han de escudriñar con
ojos de la carne ni con humanas evidencias, sino que el hombre a ojos cerrados
ha de reclinarse sobre el pecho de la primera verdad, en quien estriban todos y
cada uno de los misterios de la fe. El amigo de Dios, arrebatado en amoroso
rapto, goza para siempre de las dulzuras del Paraíso Terrenal. Aunque no sea
aun bienaventurado hace vida celeste. No me placen estas demostraciones tan
misteriosas.
Nicefro cree que Elías, Matusalén, Juan y Enoj están
entretenidos en la divina contemplación y reglados con ilustraciones
celestiales. Son a diario visitados por los espíritus angélicos.
El escritor está hablando en clave católica, pero un
catolicismo que se asemeja más al entusiasmo isidoriano o a las divinas
amonestaciones agustinianas que al credo jansenista o al espíritu ciclópeo y
frío que nació a partir de Trento. En estas demasías eucarísticas late una
segunda intención de levantar al pueblo católico contra los herejes que niegan
la presencia real de la Segunda Persona de la Trinidad en el sacramento. Cristo
estará con nosotros hasta el fin de los tiempos, pero lo arrojamos de nuestra
presencia si nos estamos traspasados de su caridad. Eucaristía y Eulogía han de
caminar en línea recta. Fe y superstición son incompatibles.
Obsesionado por contar las historia de estos varones
que no han conocido la tristeza de la muerte, elucubra sobre cuál sea el género
de vida que llevan en ese limbo donde están aguardando la trompeta del Juicio
Final. ¿Comen? ¿Duermen? ¿De qué se sustentan? Acaso del maná, pero el
amanuense, refractario a dar crédito a tan peregrinas suposiciones, matiza:
En sabiendo
quién los tiene y mantiene, la Providencia Divina, que es tan poderosa, ¿para
qué más? Dios es todopoderoso; luego, puede mantenerlos.
Estas cuestiones que nos parecen baladíes ahora
cobraban un singular relieve en los primeros siglos de la Iglesia. Apologistas
tan significados como San Epifanio, San Jerónimo, Poliodoro y Cornelio
dedicaron páginas y páginas al enigma de la resurrección de la carne.
El tratado cuarto lo dedica a los montes de la
tierra. ¿Fueron primero los montes o las aguas? Antes de crearlo el Señor, este
planeta estaba vacío y era un lugar inane. La palabra monte viene del latín “
monstrare”. El agua que se trasmina a través de los mares y los abismos
encontró el baluarte de las cimas de las montañas y de ahí no pasó, porque las
cordilleras valen para poner estorbos.
Hay atisbos que conectan a este escritor con la
tesis del “big Bang”. Refiere que la tierra es la resultante de un cataclismo.
Platón habla de un continente llamado la Atlántida que desapareció. En ella
estaba el Olimpo donde moraban los dioses. Era un lugar inaccesible incluso
para las águilas que no podían remontarlo por ser el aire muy delgado.
En el monte
Athos los hombres viven doblado que en otras regiones.
Será por la penitencia.
Y fue al propio Platón al que los médicos
recomendaron que subiese al monte Athos, en Macedonia para reparar las fuerzas
gastadas en el estudio.
Hay montes en cuyas cumbres mana agua que sirve para
devolver a los caminantes la juventud, y de esos lugares hay muchos en
Asturias, donde estuvo el Paraíso Terrenal. El mismo
lunes pasado fui a la Arena de Pravia donde dicen que se halla una de esas
fuentes admirables, pero no di con tal fuente (se refiere a un lunes del año 1789, cuando está supervisado el texto). Beocio dice
que el monte Tilano tiene cien fuentes que manan aceite de oliva todas ellas.
¡ No se puede tragar de tan gorda! Lo que sí hay en Cabo Peñas son unas termas
que lanzan veneros de agua caliente en invierno y muy fría durante el verano.
En el condado del Franco hay mucha piedra imán.
En el monte Clima en Arabia viven mujeres como
fieras que llaman viragos. Son tan feroces que los propios tigres y los pardos
se les sujetan. Acá, por Asturias, las he visto yo
también...
De ahí pasa a estudiar ciertos montes que son
reputados por santos, como la Tebaida o el Montserrat donde por el año 800
bajaba un olor exquisito los sábados, y fue así como se halló entre unas peñas
una talla de la Virgen María. Desde entonces viven en aquel lugar anacoretas
recluidos en celdas que son como pensiles de virtud.
En el tratado quinta encontramos un pensamiento
dichoso y casi profético, verdadera
advertencia contra la acción desmañada del hombre. Respetad la naturaleza.
Peligro de muerte. Se arrea y hermosea
la tierra para el rey de la creación, pero la tierra, esa perpetua esclava de
nuestros apetitos, puede cansarse y negar sus partidas. Vendría entonces la
muerte de todos por asfixia o por inanición. La tierra, esclava y maltratada,
puede cansarse. Todos sucumbiríamos.
Leer esto dos siglos después produce un latigazo de
emoción, porque diagnostica uno de los grandes males de la hora presente. Hay
en la frase toda una adivinación histórica de los años parusíacos que nos
estragan.
Pasa a renglón seguido a calificar las virtudes y
potencias de las hierbas medicinales, porque casi todo lo que crece en el campo
es el antídoto contra una enfermedad determinada. El quid está en conocerlas y
sus antídotos. Los alquimistas y físicos debieron de poseer ese don natural
para establecer categorías o clasificaciones de
cada una de las especies.
Así, la cicuta sirve para curar el mal de San Antón
y a para ayudar al menstruo. La mandrágora resuelve lamparones y lobanillos. Es
buena para el cáncer. La escamonea, buena para las podagras y que utilizaban
los romanos en sus pediluvios, tomadas por vía oral, es venenosa. Con la ceniza
de la víbora se renueva el cabello y con zumo de hinojo se aclara la vista.
A mesa franca nos trata a naturaleza, porque Dios
hace el gasto, pero debiéramos ser muy cuidadosos y agradecidos con tanta
generosidad.
De los árboles, unos son criados para dar fruto y otros
para dar sombra. La cute o corteza es la piel y la savia es la sangre, que no
en todos ellos es del mismo color. En la higuera es blanca y en el cerezo,
gomosa; en el olmo, salitrosa, y en la vid, acuosa. La malva puede hacerse
árbol, y lo mismo ha de decirse de las acelgas y las murtas.
No es verdad, y el que no lo crea, como no lo creo yo, que vaya a verlo.
En la cabeza del ciervo se vieron crecer hierbas y
en las orejas del hombre, aceitunas. Nadie sabrá mentir sin ser filosofo. Yo vi un
cerezal florido en un nido de pega, que, si no es verdad, es maravilla. Sin embargo, cualquier achaque lo repara la herbolaria. El animal más
bruto, forzado por la necesidad, se hace práctico en medicina. Los perros saben
curarse con hierbas. La hierba arriana atrae hacia sí los cabellos. La
siempreviva sirve para matar el hambre, porque cierra los poros, y de ahí que
los viejos coman menos que los mozos.
Porque se sustentan sólo mediante la respiración. Se hace eco en este punto
de un caso que debió de ocurrir a la sazón basado en un hecho real y del que
llegaron a circular cantares por el Principado y por toda España. Fue uno de
los primeros casos de anorexia que se conocen en España. Una niña en Soto de
Luiña estuvo treinta años sin comer. ¡Dios que
fuese demonio! ¡Para mi tía!
(pp.244).
El fuego de San Antón, el fuego errante o fatuo
tenía intrigadas a las buenas gentes de aquel entonces. Se organizaban
expediciones nocturnas a los cementerios para admirar aquel brillo
fosforescentes de los huesos. Nadie podía creer que aquella exhalación ígnea de
la carne en descomposición al contacto del oxígeno y los jugos de la tierra
tuviera que ver o se debiera a causas
naturales, sino que pensaban ciertamente que pasaba la estantigua de los
fantasmas de otro mundo en noches de Ánimas, se persignaban y se encomendaban a
todos los santos. Un coro de voces prorrumpía al unísono:
-¡Milagro! ¡Milagro!
Galeno dice que la rosa está compuesta de sustancia
muy acuosa y que es de mejor color plantando ajos al pie del rosal. Si se tienen
bajo el estiércol durante un mes salen más fragantes.
El clavel es de lindo parecer y de agradable olor,
acrecentando los espíritus vitales(afrodisíaco). Es opinado de cordial y sirve
para tratar la gota coral, y está indicado contra la perlesía y el pasmo. El
jazmín es adelgazante. La raíz del
junco, tomada en ayunas, es buena para hacer de cuerpo, y sirve también de
emético para curar las heridas.
Los árboles que presto crecen pronto envejecen.
También, aquellos que fructifican antes mueren pronto. Los silvestres duran más
que los cultivados, porque la cultura trae la fertilidad y la fertilidad
envejece. Los de corteza crespa, como el pino, el haya o el roble, tardan en
envejecer.
En frases como las que anteceden cincela el autor la
mayor parte de sus conocimientos adobados con ese placer de narrar, más que
hechos probados, noticias y, sobre todo, conceptos.
Plinio nota que casi todos fructifican un año sí y
otro no, en particular, aquellos que poseen madera sequiza como el olivo.
Aquellos que son de hoja perenne admiten mal los trasplantes y rechazan los
injertos. Todos los resinosos son de hoja perenne, excepción hecha del lárice o
alerce, de hoja caduca. Los que llevan piña se crían todos por simiente, nunca
por injerto. Y cuanto más elevada la altura de un árbol menor es el fruto. La
higuera lleva fruto sin flor y el haya flor sin fruto. Entonces
¿ el hayuco? Plutarco dice que cualquier planta muere si se la
unta en aceite.
Hay algunos estériles, como el sauce, pero en otros
se da el caso de a la vejez viruelas, porque el pero en la vejez resulta más
fecundo que cuando era mozo. Los árboles de mejor olor son de madera más
durable, como el cedro. Al trasplantarle, hay que ponerle siempre mirando hacia
la misma parte en la que creció. De lo contrario, se seca. La madera que se
corta con la luna menguante de enero es sempiterna.
La vid es el más vital porque desparrama salud. Árbol
de la vida te llaman los cofrades. Era
el preferido de
Nuestro Señor porque dijo a los discípulos:”Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”. Esta
bendición la corroboró al quedar perpetuamente en el vino consagrado. Por eso,
se llama al vino “sangre de Cristo”. Es medicina su fruto para todo tiempo.
Siendo pequeño hace grandes efectos, porque resucita a la vida y preserva de la
muerte. Su madera es indestructible.
Al templo de Diana se subía por una escalera de
parra, y el de Jano tenía en la antojana dos grandes vides a manera de
cariátides. Eran las columnas del neófito cuando emprendía la peregrinación
iniciática. Camino de Apolo hay que pasar por Dionisos, entregarle la moneda
salvoconducto de la revelación, asumir la obligación del portazgo. Ciertamente,
dicen bien los cofrades: es el árbol de la vida. También de la muerte; las dos
caras de Jano. En toda unidad hay una dualidad latente. Pero, al moverse, empleamos dos pies, nos
movemos a base de dos pasos.
Exedras dijo
que es el arbusto más estimado de Dios y hay lugares de la tierra, como
Mauritania, en que los racimos eran tan grandes que se precisaban dos hombres
para portearlo, pero en África no hay borrachos, porque los prohibió Mahoma,
aunque se sabe que el musulmán ebrio es el peor de todos. El vino no se hiela estando puro, ni se
corrompe, pero se vuelve acedo o se pica. Aristóteles advierte a los taberneros
de su inveterada costumbre de bautizar las cubas asegurando que el aguado
embriaga más que el inalterado. ¡Reprobable manía! Será por
eso por lo que así se embriagan tantos en Asturias.
Y el que está en la tinaja sin pez sabe mejor que el
que la tiene. Algunos echan yeso para mejorar su gusto. Emborracha menos si se
bebe de un golpe. No lo doy por cierto. Plutarco dice que el más añejo hace más espuma. Es de poca dura el que
está en bodegas mirando al Mediodía. Los buenos caldos se conservan mejor en
locales subterráneos puestos a la umbría. El vino blanco se vuelve tinto
echándole ceniza, según Gaudencio. Aquí en España hay variedades superiores en
Alaejos, San Torcaz, Rivadavia, Ciudad Real y San Martín de Valdeiglesias, y en
Asturias, por la parte de Tineo, hay viñas blancas que dan un vino que decimos
raspado o clarete.
Las almendras y la col aplacan la borrachera. Si se
borran las letras de un libro, hágase un cocimiento de vinagre, vino y agallas
y lo borroso podrá entonces leerse, después de pasar la escritura con una
esponja. Se ha considerado el vino excelente medicina para el mal de piedra,
porque el hollejo o las pasas son buenas para el hígado y el riñón. Cuanto más agraz es el vino mejor es para la
pasión de riñones, al igual que una uva que dicen labrusca.
En estado de inocencia el vino daba fuerzas, nunca
las quitaba, porque es el elixir de la vida. La llaman la bebida del Paraíso
Terrenal, y la bebida de los dioses, la ambrosía, no era otra cosa que un buen
mosto.
Platón dictó que no la bebiese la gente de guerra,
dictamen que copia pronto el aguerrido Mahoma. Los escitas mataron a los
vinateros, porque sus guerreros se volvían locos y flaqueaban antes de entrar
en combate y no pudiendo tenerse en pie creyeron que era veneno. Plutarco dice
que abusando de la bebida se llega pronto a la vejez y vuelve calvo al que lo
prueba, aunque algunos sostienen que alarga la vida.
Otro árbol relacionado con la vid y con la vida es
la palma. Representa el triunfo y la gloria de la victoria, porque siempre
tiende hacia arriba, por no sujetarse a quien lo oprime. Si se le colocan
amarras, las rompe, pues no admite sujeción. San Basilio dice que hay palmeras
macho y palmeras hembra; ésta, cuando despalma sus ramas, lo hace llevada por
el apetito sensual, y abraza al macho. Allí se produce la cópula. Después de
haberlo abrazado las ramas viriles quedan enhiestas y cara al sol, mientras la
femeninas se comban y alabean augustas y solemnes. Es el árbol de la eternidad,
porque la palmera consigue vivir mucho. Los catalanes llaman al palmito
“mogollón y de ahí viene la palabra mogollón, porque la simiente suya siempre
agarra y nunca se pierde. La palmera al igual que la encina es de una gran
fecundidad. Arraigan dátiles y bellotas casi siempre y crecen matas de
palmitos, así como familias de sardones a pie de árbol. Otro tanto puede
decirse del laurel.
El naranjo arraiga bien aunque sea viejo y se coloca
siempre al diurno del sol. El olivo
siente una repugnancia casi natural hacia los carnales y los lujuriosos. Dicen
que se seca cuando lo planta una mujer menstruante o con luna nueva. Su madera
se encorva y puede vivir hasta dos mil años. En Getsemaní todavía aguanta en
pie el olivo en cuya corteza apoyó su cabeza el Señor cuando sudaba sangre. De
ahí le viene su fama de árbol santo y milagroso. Los navegantes consideran que
el navío cargado con madera de olivo no se va nunca a pique. Por eso, es la
madera preferida para arbolar embarcaciones. Pero es muy sensible a los ciclos
lunares. Nace al descuido y casi siempre resulta muy apacible de ver. Requiere
terrenos de secano. El aceite no es amigo de las hierbas, las cuales, regadas
con él, fenecen.
Donde más y mejor se refleja el garbo contundente y
cuasi periodístico del anónimo recopilador de mitos, creencias científicas y acotaciones
a los autores latinos y medievales, cuya prosa no es reiterativa y machacona
como la de Feijoo, a la para que el tempo sardónico del censor, quien derrocha
un humor típicamente ovetense en sus puyas de banderillero de la crítica, es a
lo largo de los capítulos finales del tratado, el dedicado a la geología.
Salen a relucir todos los conocimientos habido y por
haber sobre el gneis, las gangas auríferas y argentíferas, las aplicaciones
prácticas de los metales, sus usos médicos, las insospechadas maravillas, por
ejemplo, de la microquímica (en la faz oculta de minerales y como diseñadas por
un artista querencioso aparecen mapas de la naturaleza, figuras de hombre, de
aguila, de buey y de león; hay estrellas davídicas diseminadas en lajas de
carbonato de zinc y resaltan las cruces de los oxalatos de cerio, los rombos,
los prismas y las estrellas) que dan que pensar en augurios bíblicos.
Como quien no quiere la cosa, se estaban poniendo
las traviesas del gran ferrocarril que nos conduce al futuro. Este grimorio
escrito a finales del siglo XVII o en los inicios del siguiente levanta la
tapadera de un porvenir, advirtiéndonos que la magia verdadera no hay que irla
a buscar en los tratados de quiromancia y de brujería, sino que está mucho más
cerca. La vida misma es un milagro, una eterna maravilla.
Los que aseguran que en España no hubo ciencia, ni
respeto a la ley de gravedad de los pensamientos que bajan en caída libre, ni a
las ideas de los demás, se instauran a redropelo en los carriles de la hipérbole.
Nuestra aportación al acerbo cognoscitivo atlántico rebasa los límites de lo
que suponen algunos pensadores aureolados de un pesimismo cicatero y
derrotista. El magma de la civilización cuaja a partir del cristianismo. Eso
carece de vuelta de hoja y mírese por donde se mire. Esta manera de ser no es
sólo una proyección judía sino que es apéndice de lo indoeuropeo y lo
grecorromano.
Ciertamente, el miedo al Santo Oficio y la fe del
carbonero labraron entre nosotros un catolicismo esquemático de dogmáticos
aferrados a la rutina, de comulgar por pascua y muy de misa de doce, que tenía
algo de masoquista y se reflejaba en la cara de los cristos doloridos y en
las procesiones de la Semana Grande. La
Iglesia jerárquica adolece de un defecto: sustituir las virtudes teologales por
la juridicidad forense. Las pandectas del Derecho Canónico ¿no contradicen a
veces las máximas evangélicas?
Hemos amado
toda esa regalía de los mantos de oro detrás del rostro sollozante y compungido
de la Virgen de las Angustias. De la religión del Gran Rabí de Nazaret nos
hemos quedado con lo adjetivo en menoscabo de lo sustantivo. Por las mañanas, a
los cultos, y por la tarde, partida de naipe en la taberna, o la corrida de
toros, o, si venía a mano, visitas a casas de lenocinio, que, para más INRI, no
han estado nunca extramuros sino detrás de la catedral, en el barrio corralero
contiguo al cabildo.
No se puede convertir este inmenso credo de amor al
género humano en una cuestión de chisgarabís ni en un problema de bragueta, o
celestinescos devaneos de heteriarcas de sacristía, de mancebas de cura o
barraganas de doctrinos. De esos escándalos ha salido una forma chusca y
contorsionada de interpretar a la civilización ibérica.
España es una lujo para la humanidad. Muestra dentro
del ostensorio y del viril eucarístico, que refulge más que el sol de Corpus,
la cultura perfecta, que, al fin y al cabo, es lo que cumple. Por debajo de
esta hojarasca fluye una tradición liberal oculta que no se da en ningún otro
pueblo de Europa. Aquí, antes de que llegaran los redentores de plazuela, hubo
bastante trastienda y más consenso del que se supone, como delatan las
primorosas iluminaciones de este jesuita cachazudo, ovetense de pro, y de los
que no se casan con nadie.
Lo demás son tarascas y estafermos delante del auto
sacramental con la cruz y los ciriales, o detrás del párroco con un garrote,
porque el humor que tira a negro y el talante nuestro, casi metafísico, ha sido
muy oscilante en sus lealtades. Pocas naciones hubo como la española que presenten
una idiosincrasia tan singular, contradictoria y desconcertante. Ello es la causa de nuestros bienes y
nuestros males. En ninguna parte se da ese sentido tan crítico y a la vez ese
servilismo del caudillaje y del vasallaje, inherente al español que, como decía
Gracián, lo es hasta la gola pues de siempre fue la libertad española. Este es
el país de la real gana, el eis aionos de Europa.
Ocurre que a veces parece haber caído bajo las
garras de un maleficio que denominan los historiadores el morbo visigótico, espíritu de discordia y esa predisposición
intolerante que se exhibe hasta en las mejores familias. Es una deformación del
patriotismo que nos hace caminar por la vida con el alma partida en dos. ¿A qué
se debe esto? ¿Lo habrá que achacar a una directa consecuencia del sortilegio
de Ate, que era una española y que llegó a reinar en el Olimpo? Júpiter un buen
día se cansó de ella y la expulsó de sus dominios, porque era bella, pero
celosa y desavenida con las otras concubinas (en el “stibadium” olímpico
siempre andaba preparando camorra). Muy vengativa esta Ate, y que no podía
ocultar su procedencia vizcaína, cuando perdió su privanza, urdió un plan para
vengarse del castigo de Júpiter, hostigando a los mortales. No les dejaba en
paz. Pasaba en vuelo rasante sobre sus cabezas, les hacía concebir malas ideas
y de estos inicuos prejuicios nacían las guerras fratricidas, las violaciones,
los uxoricidios y parricidios, los asesinatos, los desahucios, las contumelias,
las estafas. Júpiter nos puso la miel en los labios pero la malvada diosa
conseguía que ésta se volviera hiel y vinagre. Arrojada de la morada de los
dioses gentílicos, cuando bajó a la tierra no hizo más que molestar.
Así pagaba su reconcomio por la pérdida del estado
de gracia. Ate representa a la Eva mitológica, la madre de Caín, que se cierne
sobre nuestras existencias como el flagelo de las conciencias divididas.
El mal acaso tenga nombre de mujer.
Donde más y mejor se refleja el garbo contundente y
casi periodístico del anónimo autor (que no se hace pesado y reiterativo), a la
par que se percibe un tempo malaleche y un clímax, derrochándose humor
típicamente ovetense en las apostillas, es a lo largo del tranco dedicado en
este insólito grimorio a la geología. Salen a relucir todos los conocimientos
habido y por haber sobre el gneis, gangas metalíferas, sus aplicaciones
prácticas, usos médicos, o las maravillas insospechadas por ejemplo de la
microquímica (estrellas davídicas que aparecen en la superficie del carbonato
de cinc, o cruces perfectamente diseñadas en los bordes del oxalato de cerio),
así como los prodigios obrados por la piedra imán, por otro nombre calamita,
que atrae el hierro. Los antiguos navegantes se guardaban de surcar las aguas
de una isla donde abundaba el imán. Los clavos de la arboladura del barco se
desencajaban de los maderos, caían las velas y la embarcación se iba a pique.
Los que aseguran
que en España no hubo ciencia ni curiosidad ni amor a los libros
exageran. Cierto, que el miedo a la inquisición y la fe del carbonero
consiguieron una imagen de católico procesionante, adorador de los cristos
dolores y de las vírgenes angustiadas que lucían un corazón de oro traspasado
de siete cuchillos. Era una fe de puertas afuera doblegada por la superstición
y el masoquismo, algo lúdica que combinaban estos alardes religiosos en los
cuales todos querían ir detrás del paso para significar su adhesión a los
principios de una religión a la que llegaron tarde. Que no calaba en la norma de conducta. Las
costumbres seguían siendo paganas y las relaciones humanas marcadas por ese
morbo visigótico, manadero de envidias y tensiones. Durante siglos se tuvo que
hacer la guerra al moro porque los castellanos en sus villas no se aguantaban a
sí mismos y estaban siempre divididos en bandos.
El morbo visigótico o la envidia se convirtió en el
mal hispánico. No importa. España es como una custodia cuyo ostensorio recamado
de oro y de piedras preciosas en la mañanita del Corpus deslumbra los ojos del
mundo con su cultura perfecta.
Lo otro son tarascas y estafermos, que también los
hubo, pero pocos pueblos han demostrado una idiosincrasia tan singularmente
despampante. Es la tierra de la
libertad. Ninguna otra nación ha desarrollado ese exacerbado espíritu crítico
inherente a sus genes. Esta es la tierra de la real gana, el “eis aionos” de
Europa. Hay pocas lenguas que incluyan con tanta insistencia alusiones
metafóricas al valor moral relacionado con los genitales.
Claro que luego vendrán féminas con la rebaja y
descalificará esta verborrea extensa del un par o dos de lo que hay que tener
como perifrástica machista. Quieren un lenguaje epiceno coagulado a base de
malas traducciones del inglés de los bajos fondos.
Tendrán que cambiar el idioma, desceparlo, si
quieren desterrar de la jerga frecuente dos vocablos que comienza por co.
Admitiendo que en España triunfa lo extranjero, como siempre fue, las
ínfulas postergadoras de lo castizo se alzarán con el santo y la limosna. Pero
eso forma parte del talante nacional. El morbo visigótico o espíritu
intolerante seguirá haciendo de las suyas. La envidia, vicio cañí, viene a ser
el motor de nuestras relaciones. España seguirá yendo por el mundo con el alma
partida en dos.
No es motivo de este estudio analizar cuáles pueden
ser las causas de un síndrome moral con picapica, pero cabe preguntase si no se
deberá al sortilegio de Ate, la diosa del Olimpo expulsada por Júpiter de sus
cimales, que en la tierra lo pagó con los pobres seres humanos renacuajos de la
razón y cargados de vicios, haciéndose una diosa vengativa.
Con el objeto de vindicar la injuria del dios de
dioses bosquejó un plan para atormentar a los hombres. Pasaba en vuelo rasante
sobre sus cabezas e insuflaba en la mente las malas ideas, los peores quereres,
que desencadenan los resortes asesinos.
Ate parece casi una española. Representa a Eva
convertida en serpiente. Madre violada
que se venga de sus propios hijos.
El ambiente se vuelve irrespirable. Ella es el
flagelo de nuestras conciencias divididas que fomentan el cerco de la desunión,
la avilantez anímica, la insolencia social.
Si Ate nos amuela, Eva nos pone la trabilla, y esto
tiene un nombre: morbo gótico. Madre no hay más que una pero aquí tenemos dos
acepciones: patria y país. Las dos Españas se llevan a matar. ¿Herencia de
Caín?
Él mató a Abel utilizando por arma homicida una
quijada de burro. Inventó la agricultura. El hombre empezó a arañar la tierra.
Encontró metales. Se hizo avariento cuando descubrió el oro, que paga todas las
guerras. ¿Será el oro, por otra parte, el punto de apoyo en el que se
fundamenta el progreso?
Su brillo deslumbrante mostró a los especuladores en
bolsa lo que haya que hacer siempre: acaparar, porque el dinero es el único
amigo que te rescata en caso de necesidad.
Abel no sabía contar. Vivía alegremente como las cigarras, pero
inventó el arte. Era pastor en las montañas de Moah. Su hermano había visto las
orejas al lobo. No se puede ser ingenuo sino reflexivo. Hay que cosechar y
guardar. Aun no había perdido el ser humano su estado de inocencia. Encontró
por conducto de Caín en el acaparamiento su baluarte. Pensaba en positivo. Ahí poco más o menos
empezó la cosa. Con una pregunta de la Voz interpelando a un asesino de detrás
de una zarza:
-¿Caín, dónde está Abel?
Dio por respuesta otra pregunta el fratricida y se
encogió de hombros:
-¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?
Las manos
tintas en sangre, un puñado de dólares tuvo la culpa. El oro todo lo justifica.
Abel es un anticipo del Cristo víctima que al ser llevado al matadero expía la
culpa de todos los hombres. Su candor representa el estado de gracia. Caín, por
el contrario, es el paradigma del hombre técnico, toda esa furia animal que
dicta que para sobrevivir hay que matar.
Linda cosa es el oro. Lo creo a cierra ojos.
Dice Aristóteles que sembrando en un campo sus
raeduras luego crecían, por ser capaces de matrizar como el trigo y se
transformaban en joyas. Nunca oí hablar de tales
plantones.
Los metales proceden de una combinación de cuatro
elementos: tierra, agua, aire, fuego. De tejas abajo nada aparece en estado
simple sino que todo anda mixturado y compuesto. El mal se aduna con el bien y
la dicha con la desdicha, la fealdad con la belleza.
En los
minerales hay combinaciones masculinas y femeninas, unas de macho y otras de
hembra.
Podrá
ser cierto pero a mí que todo esto son fajinas.
Los cabellos de Ah salón era de oro puro.
Como los míos que soy calvo... Pámpanos de oro yo
sólo los vi en el escaparate.
El aurum es la gravedad incorruptible y el
resplandor.
No
va mala la definición.
Su peso es doblado del de la plata, y no pierde el
brillo por más que esté enterrado mil años en cenagales, como saben muy bien
plateros, tiradores, batihojas y pulidores. Pero el oro mata. Mucha de esa
gente acabará mal. Vendrán los de la Inquisición y colocarán el capotillo,
indumento de ignominia, sobre sus espaldas para que no se constipen en el
cadalso. Velarán su rostro con el capirote para que nadie pueda mirar a esos
herejes a la casa. Para mayor escarnio se los verá cabalgar en un pollino
montados cara atrás, las manos atadas a la espalda, por ser esa la costumbres
carcelarias que aguarda a los relapsos de herejía en nuestra España.
Eso
fue antes. Hoy, gracias a Dios, no se quema a nadie.
Prosigamos.
El hombre grecolatino buscaba la justificación de
sus vicios mirándose en el espejo de los dioses. Como comprobó ser todo una
farsa y un comercio, hizo lo que pudo. Dijo a los doblones:
-Creced y multiplicaos que desde ahora seredes
nuestro dios.
Y adoró al Becerro de Betel. Semejante culto fue el
principio del castigo.
Algo
tendrá el agua cuando la bendicen.
Lo llaman vil metal mas todos lo desean. Brinda
refugio y puerto seguro en las tribulaciones. Es salvoconducto para luchar
contra los hados perversos y la fatalidad irremediable.
Es el cobre metal que hoy se estima en todos los
reinos. Es muy socorrido para el servicio del hombre y para los ministerios y
desempeños domésticos. Sin cobre no se sabría que hacer o cómo cocinar. Con él
se acuña la moneda corriente a que dio principio Caín, y como dice Josepho servía
para fundir campanas. Antiguamente se hacían dél todas las armas porque
abundaba más que cualquier otro metal.
Se tiene por muy medicinal y una vez quemado
adelgaza y mundifica como dice Apante.
Su flor que sec llama ferrete es de más sutil
sustancia y con ella se fabrican
diversos colirios antiespasmódicos y anodinos contra el dolor.
De los polvos de Anuria se saca el latón aurical
co que es del que dice el Apocalipsis “ pedes ejus símiles Auricalco”. En español lo llamamos latón morisco, vulgarmente
azogue. Dieron nombre de oro porque resplandece como él. Josepho autor judía decía que los vasos del
templo de Jerusalén solían hacerse de ese metal
La naturaleza anduvo tan liberal con el hombre que
quiso los desechos y escorias de los metales de los que los maculados su
purificarse les fueran útiles. Uno de ellos es la piedra azul que los árabes
llaman laculi o laca y nosotros decimos lapislázuli. Suele tener pintas de oro
como estrellas. Dícese que es mental contra el humor melancólico y así lo afirma
Hermolao.
Junto
al Cabo de Peñas he visto yo una piedra azul de más de sesenta varas de largo y
ancho mas de veinte, con infinitas pintas de lo que el autor llama oro. Traje
yo algunos pedazos que hice probar en crisoles y ensayarlo para su
acendramiento, pero no dio resultado o no se supo hacer como es debido.
De la plata sale el alcohol que deseca y constriñe,
y se aplica a los ojos lloroso, y al que padece corrimientos. Las mujeres puede
teñir con él cejas y pestañas, como Jezabel hizo cuando hubo de aparecer ante
David. “Depinxit oculos suos stiblo”, dice la Escritura.
Laguna distingue entre macho y hembra y ambas
especies salen de una misma mina de plata.
Del azogue sale el solimán que es uno de los
materiales más provechosos de la cirugía. Es argénteum
vivum sublimatum. Dioscórides distingue tres especies en yacimiento: la piedra rejalgar que es la más venenosa al
estar más cruda, que dicen arsénico o vulgarmente ácido fénico. Es de color
blanco la segundada especie es el amarilídeo, que también se llama oropimente.
Por último está el bermellón e una piedra roja con múltiple vetas de azogue.
El azufre salpicado con saliva o miel sana las
heridas ponzoñosas, resolviéndose en humo sus partes más sutiles. Mezclado con
trementina limpia la sarna y los empeines y otra enfermedades del cuerpo. Es
medicina sin sospecha. Luego de ser percutida, úsase en sahumerios contra el
mal francés. Laguna dice que el relámpago tiene el mismo olor que el azufre.
En el concejo de Siero, en Asturias, hay un pozo al
que llamamos “Pozo de Sariego”, del que brotan unos cuantos manantiales, todos
ellos de agua salobre. Aseguran que mana y mengua su caudal a proporción con el
flujo de las mareas. (Joaquín Suárez Pola lo rubrica aquí con su firma en la que se advierte un pomposo dele
que se parece al creciente de una cornucopia).
De la piedra sal se obtiene el salitre y de su flor
la sal marina y la sal gema, la cual relumbra como el cristal. Echada al fuego,
no salta ni rechina, sino que se enciende igual que el fierro[8].
Hay una tercera especie que se saca de
debajo de la arena, a la cual llaman los griegos “αμμoσ”. San Hilario dice que la sal es un tanto monta del
fuego, puesto que mundifica a aquellos elementos con los que entra en contacto.
Preserva de la corrupción. La calidad que en ella predomina es la sequedad.
Esteriliza lo que toca. Por ello, suelen ararse de sal los campos de los
traidores. Seca la sangre y demás humores. Tomada en vino embriaga y salpicada
en ayunas quita la embriaguez. Por eso, se administra a los vahídos y a los
borrachos un frasco de sales a la nariz. El salitre es remedio contra la
calvicie. Hace desaparecer la caspa de la cabeza.
Piedras. En Clavijo unas anunciaron la divina
justicia así como las finezas de su misericordia en la milagrosa victoria de
Santiago y los espíritus angélicos sobre la morisma. En el convento de Sta.
Catalina de Siena había piedras que aparecían con un corazón estampado, y en
las Agustinas de Ávila se veía un santo cristo crucificado. Sieguen
referencias: la Barca de Piedra de Galicia que trajo el cuerpo del Apóstol
desde Galilea. En Alcalá, donde degollaron a los Santos Niños Justo y Pastor es
un lugar que está despidiendo perpetuamente oleo santo.
¡Si
será materia válida! Casi se siente al pendolista mover la pluma meneando
la cabeza con escepticismo. ¿ Se le caería la peluca del susto? Pero, al fin y
al cabo, fiel cristiano, y adepto a todo cuanto mande la Santa Madre Iglesia debió de pensar que mejor no
meneallo, no le fuera a coger en abrenuncio cualquier insidioso.
Y en una ínsula italiana hay una piedra en la que se
estampa la figura de un muslo humano. Por lejos que se la lleven tiene la
virtud de retornar siempre a su sitio. Sólo en la
Barataria pueden ocurrir cosas tan chuscas y desconcertantes...
Eusebio dice que en la Mayor de las Bretañas
(Inglaterra) hay una montaña donde se toca una trompeta que siempre se escucha
a muchas leguas de distancia.
Célebre fue la estatua de Jesucristo que había en
Cafarnaúm y que mandó tumbar Juliano el Apóstata.
Autores graves hacen mención de una piedra que está
en Tiro en medio de un gran arenal, sobre la cual dice que predicó el Señor.
Estando con la palabra en la boca, saltó la voz de una mujer entre la multitud
que exclamara: “Bendito sea el vientre que te llevó y las tetas que te dieron
leche”. En otras se ven las llagas de las manos y los pies de Cristo en el
torrente Cedrón. Si coges de allí una piedrecita y se lo das a una mujer en
trance de alumbramiento tendrá una hora corta y feliz parto.
El autor en este caso parece recoger una tradición
de la España esotérica muy encartada en estas cuestiones de los lapidarios, que
por su cuenta constituyen en sí todo un género menor de literatura ocultista.
La racha sigue hasta los albores del siglo XXI. Porque en el Prado Nuevo donde
dicen que se apareció la Virgen una asturiana, que se llamaba Paquita, mujer
vieja y de aspecto extraño, enseña a los que quieran verlo una peña cuadrada
donde sobre el granito un cincel misterioso dejó esbozado el mapa de España. El
misterioso tallista dice que es un querubín que bajó del cielo a besar el
fresno santo que se retuerce a dos metros de distancia de ese peñasco.
En el valle de Josafat, dice Basilio, hay otra
piedra donde la Virgen María lavó y restregó sus paños.
Dioscórides dice que el esmeril es útil para
achaques que producen copia de humor y dientes enflaquecidos.
Cuando
se hizo la casa de Alejo de Ovies he visto yo que aserrando un castaño se halló
un sapo vivo en el corazón del árbol y en el madero no había bujero (sic) por
donde introducirse.
Salín habla de la piedra sarda llamada también
cornerina. Su color es el de la sangre, que en hebreo se llama “helean” o rubra
caro” (carne rubia), pues se engendra del corazón de una peña. San Epifanio
dice que se rinde fácilmente al hierro y se deja tratar por él y Areto dice que
pone terror a las fieras más bravas. El rubí tiene hoy más valor que el
diamante que solía ostentar el primado de las piedras preciosas. Es tanta su
densidad que no le penetra el fuego ni aun caliente.
El rubí mayor que se ha encontrado hasta hoy es el
que está en el Tesoro del Gran turco. Es como media nuez y está considerado
como el más puro que se conoce pues suda si se le acerca alguna ponzoña.
Está opinado, dice Mejía, que el diamante pone ánimo
y valentía en quien lo trae.
El carbunco, según los Naturales, sostiene el
principado sobre todas las demás piedras. Estaba colocado en el segundo orden
del racional del sacerdote en el templo. Con él purificaba el serafín los
labios del profeta Isaías. Júzgase símbolo de la divina palabra, pues, como
dice Lucas, da fuego al mundo. La noche nunca pudo vencer sus lucientes rayos.
En griego se llama “ántrax” y en latín “carbúnculus o petra ignita”. No se
rinde a los martillos y no hay herramienta cortante que pueda ablandar su
firmeza, como repiten Solino y S. Agustín. Sólo lo ablanda la sangre de cabrito
que es calentísima y penetrante. Es muy medicinal, repele el veneno y echa del
alma las imaginaciones molestas y penosas. El mayor de los carbuncos no es
mayor que el meollo de una avellana.
El calcedonio es piedra al que se hace mención en el
Libro del apocalipsis. Es igual que el carbunco o diamante. Así nos lo aseguran S. Isidoro, Aretas y Beda
el Venerable. Tomó su nombre de la región de Calcedonia donde era frecuente
encontrarlo y se cría en la ribera de los desiertos.
El topacio quiere decir en griego quaesitum (buscado), por estar muy retirado de la vista de los hombres.
El topacio templa la ira y la lujuria. S. Ambrosia lo cataloga como la más
lucida entre las piedras preciosas. Vale para dar brillo y afilas, pero a veces
se viste de luto escondiendo su luz.
Según Dioscórides hay piedras que son vivientes, que
crecen y menguan a tenor con el paso de
la luna, como el Selene(piedra de la luna), el cual, atado a los árboles
estériles, los vuelve fructuosos, y, bebido en polvos, es contra la gota coral.
Teofastro, Plinio y Alcázar así nos lo reseñan.
La piedra “acetite” es la que tiene el aguila en sus
nidos. Coadyuva en los partos a las mujeres primerizas. El galeno tiene que
ponerla a la parte izquierda del cuerpo porque las izquierdas son más flacas
que las derechas, y allí están los vasos maternos de donde se promueve el
impulso a la hora de coronar. La piedra del aguila es tan fecunda que con su
calor empolla el feto.
Vives supuso de un príncipe llamado Rabastasio el
cual tenía diamantes preñadas que parían rubíes, amatistas y sardos. Y la
piedra luna fecunda poniéndola en lo alto de los árboles.
Mucho supuso Vives. Creó Dios las cosas sublunares para el servicio del
hombre y especialmente las piedras preciosas para solaz y agrado de los
sentidos. Teofastro y Hanterano hablan de que se tiene noticia de una provincia
que se llama de las esmeraldas, pero que no se había aun conquistado cuando
estos eminentes varones lo relataban. De las esmeraldas, algunas son el tenor
de una nuez, pero otras alcanzaron la dimensión desproporcionada de un huevo.
El catino o vaso de la última cena que se guarda en la catedral de Génova está
empedrado de esmeraldas. Era el grial de los antiguos y algunos la veneran más
por joya que por reliquia.
En la flota de 1687[9]
llegaron hasta Sevilla dos cajones de esmeraldas, y cada uno de ellos pesaba
treinta arrobas. Su color es verde irisado. Ninguna cosa más confortable que el
verdes, puesto que es símbolo de la esperanza con la cual suele alentarse al
corazón más caído. Nerón en el circo máximo de Roma se ponía a mirar a sus
gladiadores a través de un espejo de esmeraldas. El arco iris o trono de Dios
está todo él fraguado de esmeraldas.
Por Isaías sabemos lo que dijo Dios: el signo del
castigo en el segundo diluvio será el amarillo.
Berilo es una esmeralda menos lúcida. Es garza y su
color oscila entre el verde y el blanco. Es el berilo la piedra de los que
pelean porque no es agradable a los perezosos.
El crisopacio dice Plinio que viene de Etiopía.
Vivencio dice que hay en Oriente como doce variantes de esta perla. Alberto
Magno dice que detiene el flujo de sangre. El sardónice (ágata) es en parte
blanco y en parte negro con fajas rojas. Lo usaban los romanos para anillos y
sellos. Fue descubierto uno de éstos en el cual se representaban las Nueve
Musas con los instrumentos de cuerda en las manos, rodeando todas ellas al dios
Apolo en semicírculo.
Un padre (jesuita) del colegio de Goa en una carta
enviada en 1551 habla de una piedra que al tocarla aplaca el hambre y la boca
del que la toca se llena de una sensación agradable y exquisita. Por lo demás,
el tacto se recrea en alguna piedras que suelen ser blandas y suaves, como el
alabastro, muy frío y escurridizo. Tiénese por el mejor el de color melado. En
el término de Luanco se encontró mucho alabastro,
La piedra bezar se halla en el buche del guanaco, es
la reina de los venenos, no tiene sabor a alguno y es cordial.
LAUS DEO
Debajo de una bandeja cargada de frutas aparece el nombre de Joaquín
Suárez Pola con su rúbrica y una fecha: Año 1789.
Notas marginales del revisor de este centón o
grimorio asturiano
[1]Cátedra
de Prima se llamaba así por ser la que se impartía a primera hora de la mañana.
Era un escolasticismo que permaneció en
las universidades españolas desde el Medievo. Góngora ridiculizaba a los
catedráticos de Prima, por lo general clérigos, de esta forma:” Por la mañana
una hora de prima y por la tarde de “sobrina”
[2]garceos,
o vacceos. También várdulos. Una tribu que vivía al norte de la meseta central.
[3] De ahí puede venir el topónimo Cadavero
[4] Esta palabra chocho no se reconoce en
Asturias pero era muy coloquial en mi infancia para referirse a los granos de
trigo o de cebada.
[1].
Esta frase de non capio y
non capisco ( no entiendo) era una muletilla constante entre las disputas
teológicas que tuvieron por escenario la universidad de Salamanca entre
jesuitas suarecianos y dominicos tomistas. Algunas veces eran tan apasionadas
que acabaran en la riña, en la bronca descarada o en el insulto, como aquella
vez que un jesuita le estaba diciendo a un fraile de Santo Domingo:
-Rubucundus erat Iudas.
Porque rubio era Tomás.
Y el otro le replica:
-Sed, de Societate Iesu.
Esto es: de la
Compañía de Jesús
[2].
Ops ( Ope) era
la diosa de la abundancia, lo que hace germinar a las plantas. Voz antiquísima
que nos revierte a algo que llega implícito al cristianismo, como una
aseveración o afirmación de la deidad femenina en la veneración sincretista
envuelto en el velo de Isis o procesionando detrás del peplo de Cibeles. Maga y
Madre Magna. María. Siempre Virgen.
[3].Es una idea
importante: la sanación no es prelativa solamente del cristianismo sino de
todas las grandes religiones que creen en un dios positivo.
[4].la
telequinesis obsesiona a gran parte de nuestros místicos, como a la Venerable
María de Ágreda.
[5].Kirkos: de ahí
viene Kirche y Cherk, vocablos significantes de iglesia en alemán y en ruso
respectivamente, una especie de asamblea, gremio, de iniciación y de
aprendizaje. Iglesia quiere decir libertad, reunión de caridad en Cristo. No es
el mismo sentido semántico, como “autoridad” o “cánones” que se le asigna hoy.
Ni mucho menos imposición. Con el paso de los siglos hay vocablos a los que se
les da vuelta. Aparecen del revés. Este podría ser una flagrante caso.
[6].cadario: es
una especie hoy desaparecida
[7].Abulense.
Alonso de Madrigal, también conocido por otras señas como el “Tostado”
[8].
Fierro. Es la única variante de la fabla bable que
encontramos en este cartulario de recetas científicas. No se da el apócope, la
asimilación, metátesis, y otras figuras de dicción tan frecuentes en el habla
astur adulterado que nos pretenden vender los nuevos filólogos. Nos venden una
lengua inventada. Otra cosa es el acento, la entonación y la riqueza léxica que
lo ha caracterizado, como a todos los sistemas lingüísticos en frontera.
[9].Es referencia
demostrada.


