666 ANTEPENULTIMO TRANCO
Valladolid: “por haber dicho cosas luteranas al oído del moribundo”. Y en su postura a favor de los episcopados sedentarios – los obispados eran itinerantes como lo era la corte- va a chocar frontalmente contra el arzobispo de Sevilla, el asturiano Fernando de Valdés, nombrado inquisidor general. Un sobrino suyo, el deán de Oviedo, lo denuncia bajo ciertas sospechas y barruntos de herejía al Santo Oficio, contenidas en su Catecismo de la Vida Cristiana. Roma, como siempre, va a dar largas. Las transposiciones literarias del Evangelio ad pedem literae pueden dar lugar a conclusiones extremas y ocasionar Biblia en la mano efusiones de sangre. Ese fue el lado malo del arzobispo y de los seguidores de Lutero y de Calvino que dieron el salto desde la teocracia medieval a las bibliocracias del mundo anglosajón en una interpretación intimista de las relaciones con Dios y el espíritu de lucro, la moral de circunstancias, la importancia del dinero, la concepción anárquica frente a la idea jerárquica, el poder viene del pueblo no dimana directamente de Dios, etc. Por ahí empezaron en Europa las terribles guerras de religión. Lamentablemente la Escritura, que es palabra de Dios, en boca de los hombres, puede llevar a conclusiones extremas, convirtiéndose así, a redropelo, en semilla diabólica. Los que defendían una fe a palo seco, altares despoblados de santos e indevotos de la Virgen María, guiados por la soberbia, desdeñan el punto de contacto de la SRI (santa romana iglesia) con los dioses oscuros de la antigüedad y de todo ese paganismo de ritos y costumbres que Cristo divinizó con su mensaje de la Buena Nueva. El fundamentalismo es intolerante. Los fanatismos no son recomendables, cosa que se está viendo con el Islam. Felipe II, al que le siguen llamando el demonio meridiano, atajó el mal en ciernes, librando a sus estados de un incendio religioso, aunque tuviera que enviar a un penal al primado de Toledo más de tres lustros. El Padre Astete, que fue precisamente uno de los jesuitas que ayudaron a bien morir a los amigos del arzobispo en el cadalso de Valladolid, va a recomendar a los cristianos que lo mejor es la fe del carbonero y decir sí o no como lo manda la Santa Madre Iglesia. No meterse en camisas de once varas ni en teologías. Si los archivos vaticanos desempolvan sus ligarzas ahora se sabrá un poco más de aquel buen dominico de buena fe y de amplia vida interior, aunque dejó poco escrito salvo el “Catecismo”. Por lo cual nos tememos que sea bien exiguo lo que salda de los fondos inéditos, pero proporcionará ocasión a los sedimentos del contubernio a pasárselo a la Iglesia y a los católicos por el pico. Con el drama de un religioso que quiso vivir el Evangelio con todas sus consecuencias tendrán ocasión para alimentar la gran hoguera de calumnias contra la Iglesia. Ojo con los rogelios tramoyistas de un nuevo auto de fe como el que se vivió en Valladolid aquel octubre de 1559 y que puede revivirse a la inversa en la España de cuarto año del tercer milenio. Un otoño caliente nos espera pues han vuelto las guerras de religión cuando las creíamos sobreseídas.
LVII
CASTA DE HIDALGOS. RICARDO LEÓN
Me recuerda mi adolescencia. Comillas. Los bellos paisajes montañeses. Liébana y Santillana del mar. El destino marca rutas y hay un misterioso pronóstico de tu vivir en los lugares que visitas. Hay dos Asturias. La que termina en san Vicente de Asturias y la de Oviedo que se extiende hasta la ría del Eo. Aquellas marchas por el monte y los paseos por la solitaria y desolada playa de Oyambre. Allí pasé un año cerca de la mar océana a la vista de un tómbolo o isleta que se cubre de agua con la pleamar y es accesible por un camino por tierra cuando se retiran las olas con bajamar
Ricardo León es un estilista que supo encontrar en nuestra sangre la raíz de los godos y narra este encuentro con el pasado castellano en un estilo trabajado y una lexicografía añeja pero que trae a las mientes el sabor de los vocablos cuando las palabras significaban el todo por el todo. A la cruz de la fecha hoy cuando la pobreza verbal nos cerca y nos oprime a este adalid del estilo no se le admira motejándosele de rancio.
Casta de Hidalgos es un libro que no fue tallado con pluma sino esculpido a buril. Describe las casas de dinteles blasonados, memoria eterna de una raza, los amplios estragales y las balconadas. Santillana del Mar se reclina de espaldas al mar en el manto de unas montañas que muestran sus crestas erguidas por las que asoman los picos de Cantabria.
Villa guerrera e hidalga. Las rosas florecen en el balcón mirando al mar… aquella morena que está en la ventana con la mirada me dice que me da su corazón… cantaban los mozos rondadores. De mi época. Aquella morena pudiera ser una reina. Se llamaba tal vez doña Labra o doña Violante, vaya usted a saber. Embrujos y miradas de la Arcadia. Hortus conclussus del pensil hispano. León retrata a los hombres de negra ropilla y de garzotas cimbreándose sobre el gorro montañés como plumas de gallo. Un poco más allá, el sol dora la playa y las olas vienen y van dejando una cola de encaje blancos que recordarán a aquellos caballeros los alquiceles morunos contra los que pelearon a la vera del Guadalquivir.
Hay un gesto de fatiga en el rostro de los que vuelven de pelear. Se quitan el almete, el peto y la armadura, dejan las grebas en el portal y se calzan las abarcas campesinas o se visten de la cogolla y del tosco sayal. Monjes y soldados. Todos tienen un algo de campurriana nobleza en el mirar. Pueden soltar en cualquier instante una parrafada de poema épico… yo soy Ruy Díaz el campeador de Vivar, ferid los caballeros por amor y caridad. Un borní vuela cetrero por la pomarada y su grito de guerra se mezcla con el lamento poético de un ruiseñor asturiano. Subamos hasta la colegiata por el camino empedrado. Por estos bordillos hizo ya su desfile la historia. Los hombres son altos, de cuerpos atléticos, y como diseñados con tiralíneas. Las mujeres hermosas y recatadas. Se cubren el rostro con el griñón moruno. Sólo salen de casa para ir a misa y su vida transcurre oculta y callada entre el escriño, la rueca y la labor del hogar.
Santillana es alto lugar de poesía y de silencios. Es la edad media hecha poema épico y muda crónica de hazañas labradas en la piedra de sus casas blasonadas que guardan las genealogías y las estirpes en sus arcas carcomidas: los Verdugo, Tagles, Ceballos, Quirós, Barredos. Allí vivió Velarde el que la sierpe mató y con la infanta casó. Hay lambrequines en las fachadas y escudos con roeles y barras siniestras. Siempre que la visito busco el apartadero del Campo de Revulgo entre los árboles y las fuentes sombreadas por alisedas. Allí en el sosiego; me parece escuchar el rumor de gente que vive y que habla dentro de las casonas cerradas pasto de las hierbas y acometidas por el comején de la humedad que amenaza. Son los fantasmas de mi España. Pero este gran periodista que asistió como corresponsal de guerra a la batalla de Verdún desde el lado alemán escribió otros buenos libros y uno de ellos fue Jauja
Jauja es el tinglado benaventino de la antigua farsa. Trabajaba don Ricardo en su chalecito de Torrelodones novelas clásicas en un estilo pomposo y arcaizante al cual nadie podrá negar la elegancia y su numen de vate malacitano. Siempre se asoma Andalucía a sus páginas lo mismo que Cantabria (Casta de Hidalgos). Escribía pro aris et locis. Se ganaba la vida como escribiente de un banco, pagándose la publicación de sus libros y debió de ser un don Juan porque entre los lances de su amorosa vida – el amor de los amores- se cita a la escritora santanderina Concha Espina.
En sus novelas se siente España, la tristeza del soldado que vuelve a la patria victorioso cubierto de medallas al cual le alzan una estatua sí pero le niegan un trabajo y el héroe se muere de hambre. Esta es la trama de uno de sus mejores libros, Jauja, el más autobiográfico. Ricardo León fue al igual que Pedro Antonio de Alarcón soldado en la guerra de África peleó contra Abdelkrim y se distinguió por su heroicidad en un blocao de Dar Akoba como único superviviente de una compañía que resiste loas embestidas de una cabila. Lo que no lograron los moros lo van a conseguir los cristianos. El sargento Ciruelo por un lío de faldas es asesinado por la espalda a lo largo de una cacería por el marido de su amante. Castiella face los omes. Esta es la trama de esta narración que empieza con visos de comedia, salpimentada por el gracejo y el garbo andaluz y rota, al albur de las pasiones desatadas en un pueblo jienense, hacia los despeñaderos de la tragedia.
Juan García se alista en la legión para salir de la pobreza (a la guerra me lleva mi necesidad/si tuviera dineros/ no fuera en verdad/, canta una copla) en que vive su familia que pertenece a una de las de más abolengo del pueblo y del Rif regresa con los galones de sargento y con un brazo de menos. Sus paisanos le dispensan una recepción apoteósica, el alcalde requiere los oficios de un escultor para que le levanten un monumento. A los pocos meses ya nadie se acuerda de la gesta, se echó al olvido la hazaña aquel ilustre hijo de Jauja.
Tiene que vivir pegando sablazos y para su fatalidad traba amistad con la hija del alcalde malcasada con Pavón, Candelaria, durante las fiestas del antruejo. Mal acabará aquel carnaval. El marido no lo sabe pero pronto lo sabrá (todo el mundo lo sabía/todo el mundo menos él) de modo que tal extremo va a dar a la novela un carácter lorquiano, aunque mucho menos sangriento que “Bodas de Sangre” o la “Casa de Bernarda Alba” y más bufo porque León taja su pluma en los acentos de la jaranera Andalucía, y dentro de unos patrones absolutamente clásicos. Anguis latet in herba, nos advierte. La sierpe se arrastra bajo el césped.
Don Ricardo, el que volvió de la guerra de Melilla y quedó útil para los servicios auxiliares (tuvo una paga de mutilado de guerra que le ayudó a sobrevivir compaginando estos haberes con un puesto administrativo en un banco de Santander, lo que le permitió comprarse una casita en Galapagar y editarse sus libros en la Librería de Victoriano Suárez muy bien impresos por cierto, cada capítulo abre con una letra capital) estampa aquí algo de su biografía, el desaliento y la incomprensión de aquellos cuyo feudo defendió con las armas en la mano, la chabacanería e hipocresía de una ciudad levítica obsesionada con el qué dirán. En Jauja todo se olvida y se perdona. Se puede hacer cuanto le pete al demonio al mundo y a la carne pero a la chita callando, recatadamente, tras muchas llaves y cerrojos. Robar a los vivos y a los muertos pero guardando las apariencias con el respeto de las leyes y bajo la fe del escribano. Lo que no se puede hacer ni se perdona es “dar que decir” y el poner en berlina a los demás”.
Este parlamento del alcalde Mirambles marca el paso de la trama donde se entreveran personajes tan bien descritos como el arcipreste don Rafael un cura de manga ancha, el general Cienfuegos héroe de las lomas de Carey y que ahora tiene en su casa una pajarera y se dedica a dar alpiste a los canarios, gordo y panzudo y con un coranvobis que no le cabe en el sillón, el archivero gallego el teniente de la armada Pavón marido engañado el que porta la cornamenta y arrima los podencos de la rehala de la alcalde en las montería como quitador de husmeo y cobrando sus presas, descuidando su propia parcela, la magdalena arrepentida Candelaria; Tula Cienfuegos el ángel del hogar que se enamora del protagonista (no hay ser más peligroso que una hembra despechada) o el inglés mister Plot accionista de las minas que se abrieron en Jauja. Es todo un cuadro de actores que se enfrentan a una trama contada como si fuera una cacería. Se escucha a lo lejos el latir de las rehalas, los gritos de los ojeadores y el sonido lúgubre de las caracolas.
La muta de lobos discurre por los desgalgaderos y pendientes de Sierra Morena entre jarales y retamas, lentiscos y florecidos cantuesos. Bella estampa cinegética dentro de un paisaje grandioso el de Despeñaperros donde, pasada la famosa venta de Cárdenas Europa se asoma a África y en los días claros se divisan los turbantes nevados de los montes de Tingitania.
Torpe y maléfica ciudad patria envidiosa, pueblo, ingrato y ruin que haces a los hombres y los desgastas, que haces los héroes y los matas y en cada homenaje pones un sarcasmo y en cada estatua una picota.
León se queja de lo mismo que se quejaba el juglar del Mío Cid y de algo que entristeces a todos nuestros escritores del barroco: España dulce albergue de extranjeros y madrastra de sus propios hijos. La ingratitud además de la hipocresía o del adulterio constituyen la carpintería de esta obra que brotó de la pluma de un novelista a los que los runflantes que van instalados en la carroza tachaban de carca pero que conocía bien su oficio porque aquí, desde siempre, unos crían la fama y otros cardan la lana.
Cotejando sus páginas con la de los supervalorizados, Galdós o Baroja, estos dos monstruos sagrados salen perdiendo por más que los críticos remendones y hermeneutas del refrito digan lo contrario. España es un gran país. Por ende su literatura es una caja de sorpresas.
Otro personaje soberbiamente trazado es el del vicario hombre tolerante y magnánimo que trata por todos los medios de salvar a Juan García Olavide de las fauces de la jauría primero cazándolo con su ama de llaves y después otorgándole un salvoconducto. Los planes del clérigo naufragan de la misma manera que fracasaron los de fray Lorenzo el de Romeo y Julieta de Shakespeare en su intento por salvar a los dos amantes.
A Juanillo García Olavide alias Ciruelo, el sargento legionario, le da muerte el marido de Candelaria emboscado entre los tollos de la Cueva del Pipe en una emboscada montesina. El héroe de la guerra de África andaba por malos pasos y a la flor del berro, se iba de putas, derrotaba por las tabernas.
Una noche se enfrenta a su propia estatua elevada en el cruce a la entrada de la población y habla con su sombra intentando en medio de su borrachera arrebatarle todas las medallas y laureadas que el ídolo de barro cuelga en las hombreras porque ya no sirven de nada. La escena resulta de un dramatismo tan pintoresco como el del comendador Juan de Mañara que lleno de españolísima osadía convida a cenar a un difunto en nuestro teatro clásico. Es el mito de don Juan tan repetido encajado entre los joyeles y engastes de una gran prosa donde lo pomposo no anda a la greña con lo jocoso y satírico. Jauja es una diatriba contra la sociedad española en los años de la dictadura de Primo de Ribera, denunciando bellaquería e imposturas, cuando, ay, mucha más libertad que en la España de 2014 enquillotrada, zafia y mucho más zaina y cabreada que la de entonces.
LVIII
ROMANCE DE AMOR DIVINO DE LÓPEZ DE UCEDA
Sólo cuando un pueblo se ensimisma se muestra capaz de alta poesía y esto sucede, verbigracia, en la lírica que surge en Salamanca a partir del siglo XVI que preside un místico poco conocido y natural de Oropesa (Toledo) y que explicó Teología en Salamanca. Al autor de “romance de un alma que desea perdón”, Juan López de Uceda fallecido en 1595 se le considera discípulo eximio del agustino Orozco que fuera capellán y confesor de Carlos V y cuyo lema era escribir y predicar a mayor honra y gloria de Dios y de la virgen María. Se cumplen cuatro siglos de la muerte del poeta, un gran desconocido para los españoles de hoy quienes, como venimos diciendo, viven infatuados por el gran espejismo de la cultura anglosajona, se dan de lado tales disquisiciones. Es como una plaga bíblica para los que escribirlos y nos sentimos castellanos. En la escuela mística salmantina se inscriben estrellas mayores como Juan de la Cruz o Teresa de Ávila o Miguel de Molinos pero hay otros astros menos conocidos aunque de no menor porte como es el caso que nos ocupa.
López de Uceda se inspira en una seguidilla profana para transformarla en canto de amor divinos:
Yo me iba ay dios mío a ciudad reale
Errara el camino
En fuerte lugare
Salí zagaleja de en ca mi madre
En la edad pequeña
En la dicha grande
Diome ropa limpia
Quedé como un ángel
Y tal gracia tuve
Que logré agradarle
Lo que ocurre es que el amador en este poema no es un hombre de carne y hueso sino el propio dios. Precluye la entrega. Es el abandono total en manos del Criador. El alma que busca perdón sigue una ruta ascética que consta de los siguientes jalones:
-vía purgativa
-iluminativa
-unitiva
El poema es totalmente alegórico. Nos desborda su simbolismo. Ciudad Reale no es la Ciudad Real manchega sino la Jerusalén celeste, la meta soñada de los que abrazan la cruz de Cristo. Entremedias en su ascensión a la cumbre el alma ha de afrontar no pocos peligros. Se pide que tenga un buen discernimiento para distinguir el bien del mal. Y la zagaleja es el alma cristina y el “galán hermoso, que la rapaza se topó en la calle y el cabello en crenchas pude enamorarle” es Jesús. Que rescata al hombre de las garras de la muerte, lo viste, lo calza, lo alimenta con su propio cuerpo (eucaristía):
Hizo que me sirvan sus propios manjares
Su plato
Su copa
Su vino y su pane
Todo es precioso simbolismo interactivo. El verde color de esperanza es la prenda que han de vestir los bienaventurados y hay un ángel que nos cuida y hay una sortija de oro y otra de azabache símbolos del Amor y del Temor. Se trata pues de un prodigio estético y una de esas maravillas del alma e idioma castellanos en su precisión, concisión, calado, hondura teológica que no perdieron frescura al correr de los siglos. Este romance es como una rosa fragante. Es la perla escondida con la que el lector estudioso se encuentra a través de sus copiosos escrutinios. La literatura española es uno de los grandes exponentes del arte universal y en buena parte es un continente sin descubrir. Es el vino nuevo del evangelio guardado en odres viejos que sólo degustarán unos pocos paladares afortunados, los predilectos de los dioses...
De Juan López de Uceda poco se sabe. Que era hermano de Francisco López de Uceda el que diera a las prensas la “Pícara Justina” y que fue amigo y discípulo del agustino Orozco. Su composición a lo divino es la versión de una letrilla de zarzuela que se cantaba en España allá por el siglo XVI y que termina con una escena escabrosa: el ayuntamiento carnal de un viajero que va de paso con una serrana de un puerto de Extremadura. El tema fue tratado por la gran novela pastoril del siglo XV. La serrana debía de ser muy hospitalaria…
Comeréis la leche en lo que el queso se hace
Y haremos la cama junto al retamal
Y haremos un hijo que se llamará Pascual
López de Uceda, fraile agustino, da la vuelta a la historia y transforma la trova picaresca en entelequia mística por la vía unitiva. La serrana es el alma y el viajero que pasa es Jesús. A día de hoy la comparanza se presenta con resabios obscenos pero bien pudiera ser un vademécum de entrada al laberinto de la poesía mística española de Juan de la Cruz tan sensual y tan basada en el Cantar de los Cantares. Se interpolan los campos. El verbo se hizo carne y de ahí esa apariencia tan sensual. Raigambre hebrea del misticismo y del catolicismo español. A un lector poco avisado puede parecerlos que Juan de la Cruz y Teresa de Ávila se vayan por los cerros de Úbeda confundiendo el ámbito de lo divino con lo humano. Esta carnalidad sembraría los cimientos del iluminismo y las aberraciones de los alumbrados. Surgen en conventos de clausura monjas que querían ser poseídas carnalmente por Jesucristo y acababan en brazos de algún fraile poco escrupuloso que fungía como su confesor. O los predicadores que pronunciaban sermones basándose en la máxima del “pecca fortiter”, Agustina. Hay que pecar mucho para luego arrepentirse mucho. Era la teología de Miguel de Molinos el jesuita que se lo montaba con las grandes damas de Roma. Con más de una abadesa. Cristo para mí no tiene sexo. Está por encima de los dislates de la carne pero por de esto mismo algo funcionó mal en la vida religiosa y social española aunque reconozco que es una manera, una más, de interpretar a Dios, si se quiere desde la lascivia y del deseo carnal, consustantivo al tiempo de los Austria. Pese a todo esto, el romance, salvo el título que suena a despropósito, es una joya; fue escrito por un monje converso, uno de esos curas españoles de antaño que tanto sabían de cosas de amor aunque las crónicas señalan que esta experiencia fuera teórica y no practica a través del confesonario. Tirso de Molina por ejemplo un experto en la condición femenina… ¡Um! Mucho sabía el mercedario.
Dicho lo cual, es obvio que el enunciado de la unión mística con el Esposo, expuesta tan crudamente en esa Ciudad Reale, iba a traer de cabeza a los sabuesos de la Inquisición.
LIX
COLGAR EL RATÓN
Los futbolistas cuelgan las botas. Algunos curas la sotana y yo voy a colgar el ratón de Internauta pues tengo la sensación de predicar en un desierto. Ni me escuchan ni me entienden. La gente anda muy encastillada en su ego. Hoy cumplo 64 años que es casi el doble de la canción de Julio Iglesias. Treinta y tres años. Quien lo diría. Me despertó por la mañana y un beso de una de mis hijas, me alegró pero treinta y tres años multiplicados por dos así que haticuenta ya uno no es uno un recental. Madre mía que pronto pasa el tiempo. Colgar el ratón ciertamente pues es vano ejercicio esto de escribir. La gente no atiende. Parece vivir en cámaras insonorizadas. La palabra ha muerto, viva la imagen. Tengo en frente a una sociedad hedonista y egoísta que no escucha, vive entre el tópico y la banalidad. Así que colguemos el ratón démosle mulé metafóricamente se entiende a Guillermo Puertas y dejémosle tan pichi entre sus bitácoras sus blogs lo que la gente escribe para que nadie le escuche. ¡Ay esta noche de mi aniversario cuánto dolor por el camino! Ahorco los hábitos pero yo nunca quiebro la pluma. Yo sigo. En realidad cuando creí que los libros valían algo fui librero de lance lo que yo quise ser después de venirse abajo otro sueño el de montar la guardia junto a los luceros. Oigo voces y las pongo todas sobre el papel. A veces se escucha una algarabía de frecuencias diferentes y de rostros macabros de mujer. Señor habla que tu siervo escucha. Sí Señor pero ¿a quien? Esta impotencia de no llegar nunca a ser lo que pudo ser de no atañer el ideal cuando casi estaba tocándolo con la punta de los dedos y me quedé con las mieles en los labios. Yo funcionario suspendido de empleo y sueldo. Yo librero. Amarrado al duro banco de la galera de la literatura escuchando el estallido del rebenque sobre mi cabeza. Cía, cia. Marinero. Una palabra siga a la otra. ¿Qué pone ahí? Leñe pues yo mismo ni lo sé. Escucho las voces y las consigno en el papel. A veces es la gritería tal que no entiendo lo que dicen. Son cosas muy contradictorias pero in contraditione peperuit me mater mea. Yo quise ser literato y periodista de relumbrón pero di con mis huesos en la calle- top manta de los libros viejos esparcidos en rátigo, la profesión más despreciable. Venta de por junto y al por mayor. Eso se llama pignorar el alma. Letra muerta que no sirve para nada y pesa mucho. El papel se ha convertido en muro de lamentaciones pero es un ejercicio inane y variopinto. No quedaba otra opción. Tirar la boina y tender los libros viejos sobre el suelo esos que yo adquirí con mis ahorros y que me costaron tanto esfuerzo sobre el bulevar en espera de que llegasen clientes. ¿Cuánto es? Un euro. Se lleva usted un buen libro de buena lectura. Las confesiones de San Agustín. ¿Y para que me sirve Agustín? Para ahorcarme. Ese era un obispo africano que le gustaban mucho las mujeres. Tuvo una madre posesiva y una novia nubia que debió de ser muy guapa y la añoró pero tiran más dos tetas que dos carretas sobre todo son las tetas de un obispo de esas mujeres de rompe y rasga y de aquí estoy yo, pues menuda debía de ser doña Mónica. Lágrimas sobre la arena de la playa de Ostia. Recuerdos las mareas de san Agustín cuando el verano está en su cenit y empieza el declive del solsticio como el de todas las cosas. La melancolía y la retórica agustiniana marcan el principio del fin de una civilización. Para que quiero yo a ese santo. Es viejo y murió hace muchos siglos por el siglo tercero o cuarto y dice cosas maravillosas utópicas que no me sirven para nada, yo soy camionero soy transportista oiga. ¿No tiene revistas de gachís para hacerme una paja cuando esté en el punto mirando al tendido? No vendo pornografía ya se lo dije sólo buena literatura. Quede usted con dios. Bah paparruchas retóricas filosofías y se alejó murmurando insultos contra mí entre dientes. Al pobre librero de viejo nadie lo comprende. Pero se estaba bien en aquel paseo una soleada mañana de invierno. Se veían los lomos de la sierra y el cacumen granítico de la cordillera guadarrameña. Entre cigarrillo y cigarrillo entoné un aire de la sierra:
“Marranillo de febrero vete con tu padre al humero”
Los compañeros de los otros tenderetes me miraban con melancolía y se llevaban la mano a la sien como diciendo este sí que está como las maracas de Machín. Yo solo estaba matando a la liendre del alma que me carcomía por fuera y por dentro. No sé cómo resistí, aun no me explico cómo pude salir de aquélla.
LX
GERMANA DE FOIX Y LA UNIDAD DE ESPAÑA
Se cumple el quinto centenario de la famosa Concordia de Salamanca, un hecho que a pesar de su trascendental magnitud en medio de los azorados meses que corren y lo corto de vista que nos hemos vuelto los españoles, obliterando nuestro pasado y, amnésicos, en ese intento contumaz por consumar el legrado de memoria de una vida en común, suicida actitud (vayamos paso pues a muchos los árboles no les dejan ver el bosque) permanece en el olvido.
Sin embargo, en virtud de esta entente cordiale y el convenio matrimonial de Fernando el Católico con la sobrina de Luis XII se sella un armisticio con Francia que va a informar toda la política exterior de los Austrias: los matrimonios de conveniencia y por razón de Estado que serían múltiples desde el día de san Matías de 1500 en que nace el emperador Carlos hasta el de Difuntos de 1700 cuando expira en Madrid Carlos II el Hechizado. Princesas de la Casa de Valois para los herederos de la corona imperial castellana, príncipes de Asturias, a la recíproca, que marchan a París a buscar novia, Pacto de los Faisanes y aquellas famosas nupcias de Felipe IV con doña Isabel de Valois, su legítima en medio del gran harén en que no faltaron marquesas, esposas de sus privados y hasta monjas del convento de San Plácido y una cómica, la Pacheca, pues Marañón dice que el bueno de don Felipe IV era de una sexualidad tan exaltaba que rayaba en femenina, en lo patológico esto es insaciable: se le contaron cerca de cincuenta hijos naturales.
Francia siempre Francia. Detrás de los Pirineos se alza el gran antagonista de los castellanos. Rivalidades sin cuartel. Fernando de Aragón fundamenta esta alianza nupcial con el francés la mira puesta contra Inglaterra, cuya enemiga hacia nosotros también fue proverbial y que empezaba ya a mostrar -es el otro gran refractario de los intereses hispanos- y donde el rey Arturo había engatusado a su yerno, Felipe el Hermoso, en una alianza antiespañola. Había prevenido una escuadra para conquistar Fuenterrabía. Fernando se adelanta a la jugada y afianza el respaldo del Palacio de Blois. Luego no cumpliría la mayor parte de sus promesas pues era un gran político pero debió de pensar que París bien valdría una misa. Así aventaría las desconfianzas del Palacio de San Juan de Letrán. El papado, un hecho paradójico, siempre cargaba el carro delantero del lado de Francia. En menoscabo de España, que para eso era Francia la hija preferida de la Iglesia.
Doña Germana de Foix no fue una mujer feliz. Su marido la tuvo un tanto arrinconada. El infante que nació de la unión nació muerto y pasó la vida como una reclusa en Arévalo donde la llamaban pinguis et bona pota por su afición a la buena mesa. Que le gustaba empinar el codo, vaya y para colmo era coxa según dicen las crónicas. Consultando minutas del Archivo Municipal de Arévalo hay algunos documentos que constatan el malestar de la corporación del concejo por la onerosa fiscalidad que sobre los hombros de los vecinos recaía a causa de la inclinación de la francesa por el dispendio y los banquetes. ¡Viva el lujo y quien lo trujo!
En aquella corte fue paje o menino nada menos que Iñigo de Loyola antes de su conversión y debió de pasárselo muy bien de mozo gozando de la vida galante arevalense y cometiendo pecados según él escribe en sus Ejercicios que lloraría toda la vida. Le salieron al santo surcos por la mejilla a causa de las lágrimas de arrepentimiento por las calaveradas de su disipada mocedad. ¡Ah la marrana de Arévalo siempre tenía al verraco encima, siempre preñada y a pesar de eso nunca estaba contenta!
El rey, viudo y algo botarate, no le guardó lutos largos a su primera esposa Isabel de Castilla. Era 36 años mayor que Germana. Sin embargo, la política en este maquiavélico personaje uno de los mejores políticos que en este mundo han sido, conservaba prelación sobre el amor. En 1505 se suscribe el Pacto de Blois con la corona de Aragón y los protocolos vuelven a sellarse en la Concordia de Salamanca con la de Castilla meses más tarde muy cerca de la casa donde se acaba de celebrar la tan traída y llevada cumbre iberoamericana. Este hecho de una magnitud sin precedentes va a apuntalar la unidad de España conseguida en 1492. La corona de Aragón por aquello del tanto monta, monta tanto, y por lo que decía Gracián aragonés y español soy hasta la gola que la libertad siempre fue española va a jugar un papel relevante en esta unión de los reinos. Venimos un poco de las barras que llaman catalanas pero que en realidad son barras de Aragón. Dicho reino con el de Navarra - todos los historiadores son contestes- es el artífice de la fusión de las tierras de España primero con el Compromiso de Caspe de 1412 y más tarde con la Concordia de Salamanca.
La boda no se celebraría hasta el año siguiente. Germana es proclamada reina de Aragón y de Nápoles. Los primeros once años fueron felices pero a la muerte de su esposo que testó a favor de su hija doña Juana al quedar Germana sin sucesión quedó relegada la pinguis et bona pota en su palacio de Arévalo que yo he ido a visitar varias veces y está en ruinas acusando los estragos del tiempo pero aún le quedan las dovelas del arco de su puerta principal. ¿Qué fue de aquellos saraos? ¿Qué se hizo de tanto señorío? Una melancolía manriqueña me dominaba cuando pasaba por debajo del famoso postigo de Alcocer, uno de esos lugares cuyos manes siempre me fueron propicios a mí que he sido un impenitente defensor de la unión y la concordia entre españoles. Además, en su castillo pasó su infancia la gran reina de Castilla y el poso de aquel temblor, de aquel gran sueño creo que aún vibra en el aire.
Cisneros, aquel fraile correoso un perro fiel a quien sus enemigos denominaban la “galga en pieles” fue cicatero con la reina viuda y le cortó el grifo de los dineros dejándole una escueta pensión que le impidieron seguir el tren de vida que había llevado hasta la muerte de su esposo. El fraile franciscano temiendo bandos y una insurrección de los partidarios de Germana de Foix la tuvo bajo vigilancia. La reina en realidad era una reclusa en su jaula de oro del palacio de Arévalo. A la muerte de Cisneros en 1519 vuelve a casar con el Duque de Brandemburgo. Enviuda y matrimonia con el Duque de Calabria que recopiló una de las bibliotecas más famosas de la cristiandad. Germana de Foix acaba sus días en Valencia el 18 de octubre de 1538. Siempre se relegó su memoria porque algunos cronistas pensaron que la sombra de Isabel pesó sobre la francesa como un maleficio. Ello no obstante, su vida romántica y novelesca, está ahí y constituye un desafío para los novelistas. Tampoco los cultivadores de la novela histórica han sido demasiado generosos con su figura. Sin embargo, el reto queda en pie para el que quiera contar la vida de esta francesa que fue protagonista de uno de los capítulos más interesantes de la historia de España. Por supuesto, tuvo que aguantar las infidelidades de Fernando el Católico como príncipe del Renacimiento pero ella tampoco perdió el tiempo, al parecer.
LXI
EL CADETE
Rusia vive por estos días tiempos de exaltación honrando al último zar asesinado por las fuerzas siniestras y a la familia Romanov; algunos incluso dicen que Nicolás II resucitado en la persona del primer ministro Mevdevev tan parecido a él que es como dirían los ingleses “his spitting image”. Lecciones que nos da la historia. El crimen no paga. Los asesinos serán apartados a la gehena y los santos suben al cielo. El último zar con su bella familia, la emperatriz, el zarévich, y las cuatro princesas, que fueron fusilados un 18 de julio de 1918 en la tahona de Ipatiev el rico mercader de Yekateringrad (mandaba el pelotón un judío húngaro por nombre Imre Nagi y los soldados eran todos letones y estaban borrachos porque ningún roso tuvo el valor de accionar el gatillo contra el zar que siempre fue tenido en Rusia por un dios) fue canonizado.
La tragedia de la primera guerra mundial, la revolución de octubre, la toma del palacio de invierno y la guerra civil espantosa que subsiguió marca uno de esos momentos culminantes de la historia universal que tuvo correlativamente su parte alícuota de una enorme literatura. Pocas lenguas en el mundo con excepción tal vez de la griega, podrían plasmar el “pathos” de lo acontecido: los combates, las destrucciones de ciudades, las violaciones, las ejecuciones sumarias, los incendios, la miseria, el hambre en el marco de esa arquitectura de belleza melancólica en comunión con la naturaleza que brota de la pluma de los maestros rusos.
“El cadete” de Leónidas Zurov es novela lírica que canta al ejército ruso, a los cadetes de la Guardia Blanca, del regimiento Preobrajenski, que custodiaban al Zar en su palacio de invierno y en los perímetros de Tzarkoe Tselo en Petrogrado. Se trata de una casta historia de belleza y de pureza que exalta los nobles sentimientos de amor a la madre, amor a la patria, a la mujer que te sale al encuentro de tu vida, a la solidaridad y a la amistad. Por sus páginas se escucha el canto angélico del querubín y asoma el Cristo ortodoxo con sus ojos clementes y sus barbas mientras la Virgen María sonríe bendiciendo bondadosa desde el candil de los iconos. Suenan a lo lejos después de la nevasca las campanas de alguna iglesia.
“Dentro de la catedral percibió a Kuny Miej. En las vetustas arcadas rebotaba la dulce melodía del oficio, los íconos centelleaban y al centro bajo la cúpula recogíase un expectante silencio que devolvía el sonido de los pasos”
Mitia es enviado a la academia de oficiales de Petrogrado. Quería ser militar igual que su padre el general Kornilov y va a sentar plaza en la escuela de Junkers. Tenía 14 años y aquel otoño de 1917 días después de las fiestas de la Asunción la campiña olía a manzanas “y las amarillentas mechas de los abedules enlutaban el alma… las filas de los arces aparecían mordidas de urentes arreboles; sobre el encristalado de la mansión zigzagueaban las llamas policromas”
La pluma de Zurov al describir el encuentro y la despedida del estudiante con su madre adquiere rotundidades homéricas. Esta le imparte su bendición según la costumbre ortodoxa. “En un recodo del camino, sosteniendo con la mano izquierda la fusta y el capote, Mitia se volvió haciendo el saludo militar y, perfilada sobre las gradas de la escalinata, vio a su madre que le bendecía, trazando sobre el aire pequeñas cruces”
Los diálogos son contundentes, las descripciones, maravillosas. El alma rusa se hincha como el bulbo de la cúpula de un “sobor” (catedral) y protege como el manto de la Madona al lector. Y abundando en esto mismo existe el efecto “sobornosti” (catedralidad) una melodía que suena eterna melopea a lo divino a través del canto diaconal y hace que el corazón, por más que nuestra razón no lo entienda, caiga de hinojos a los pies de la imagen del Redentor. Únicamente las novelas rusas de este periodo poseen ese tono repetitivo del efecto catedral cuyos ecos se propagan a lo largo de capítulos y de frases entrecortadas del soldado que parte al frente, los besos de la mujer amada, los gritos angustiados de los pasaportados al Mar de Hielo, el lúgubre lamento de los encarcelados en las zahúrdas de Siberia.
Los héroes de estas historias aceptan su destino (“sudba”) con resignación y sin odio a sabiendas de que la Madre Rusia ha pecado y va a ser sometida a la prueba de una larga purificación. El pueblo ruso asume esa misión mesiánica de trascendencia que se manifiesta en ese lupanar donde una belleza rusa se decide por el cliente más desamparado, o un presidente Putin que escribiendo en el NT le dice a Obama que no hay pueblos mayores ni menores que a los ojos de Dios todos somos iguales.
En ese sentido soteriológico el pueblo ruso, el verdadero Israel, cumple el papel de protagonista frente a la masonería, las fuerzas oscuras, o encarándose con el estado judío exportador de armas y de conflictos, reclamo de las mafias y de los señores de la guerra que se valen de la argucia, el chantaje y la mentira como medios de coacción pues para ellos el asesinato y el terror se encuentra a la orden del día, se encargan de fungir como antagonistas del drama o la novela de la historia.
Nadie hubiera podido sospechar que el pueblo ruso después de Stalin, de la Perestroika, y de los horrores del comunismo, del miedo a la bomba atómica que nos inculcaron a nosotros niños que crecíamos durante la guerra fría, iba a desembocar en un Putin mesiánico defensor de los pobres y los desvalidos del planeta, otro san Jorge en la lucha contra el dragón. ¡Inefable y sorprendente contraste! aunque Rusia es un enigma y siempre habrá que entender de este juicio sobre el líder ruso con ciertas reservas a la vista de la guerra de Ucrania, un conflicto ininteligible, entre hermanos, urdido por el enemigo del género humano: el diablo.
Tal vez por eso lo difaman, le hacen la guerra, lo retratan en picardías de maricón y otras infamias. Y han querido abatir el avión en que viajaba desde Brasil confundiendo su aparato con un jumbo malasio. Son los herederos de los que fusilaron al zar en la casa del judío Ipatiev que vuelven a la carga.
Mitia va a ser un soldado sin suerte pero un verdadero oficial de la guardia que defiende el palacio de invierno y participa luego en la reconquista de Ribinsk. Es víctima de esos cambios, de esos aggiornamientos, transiciones, consensos, trampas saduceas y ucedeas que son el escudo detrás del cual se