AMIEL
Un memorialista simpar fue este profesor ginebrino de quien puede decirse que de los años que vivió tres folios cada día escribió. Es parte de mi triunfo y m condena aferrarse a la escritura como ancla de salvación y de perdición. Diecisiete mil páginas consta su diario. Federico Amiel apuntó día a día las intercadencias de su espíritu estados de ánimo y las cosas más fútiles como sus defecaciones erecciones y asuntos del quehacer cotidiano traslados, las clases el parecer de sus alumnos las reacciones políticas o las intercadencias meteorológicas cuando soplaba el viento sur de los Alpes. He vuelto a leer el gran estudio psicológico que hace dél el Dr. Marañón releyendo su obra que manejé por primera vez en 1966. Amiel es el epitome de los memorialistas. Es un género descubierto por los ingleses pero yo creo que este erudito suizo que escribía en alemán y en francés los supera. Mucho fárrago ciertamente pero viene a decirnos que la vida del hombre no es heroica. Las horas de sus días están circunscritas al aburrimiento y al tedio de la vida que se repita. Amiel es el mito del eterno retorno. Solterón empedernido, narcisista, egoísta, nos coloca en la senda de la modernidad. Ser para la muerte. Su vida fue una preparación para ese destino inexorable del hombre. No tenemos experiencia de la muerte y el trance se ha de improvisar y murió con gran paz a los sesenta años de una enfermedad pulmonar. Amiel fue un hombre anodino psicológicamente vulgar relata Marañón pero de una gran capacidad meditativa. No fue un pensador sino un pensativo, adalid del auto análisis. Un melancólico introvertido. Posee esa terrible lucidez de los cardíacos, algo que se refleja a lo largo de los miles de páginas de su Journal intime. Esfuerzo titánico de redacción. Suplicio de Tántalo condenado al tormento de las Danaides. Llenar la botija para después descargarla en lo alto de la montaña. ¿Después qué quedará? Nada. Un tímido sexual cargado de sentimientos de culpa y un complejo de inferioridad sexual rayano en lo eunuco y el gonocorismo hermafrodita y sin embargo Marañón con su ojo clínico advierte que la virilidad de los tímidos como Amiel se contrapone al donjuanismo que cosifica a la mujer como objeto de placer. Don Juan ocultaba en lo oscuro el perfil de un alma femenina mientras que los tímidos esplendentes como en este caso alientan un alma superviril. Para Amiel que sublima esta baja tendencia de los instintos inferiores deifica a la mujer a la que considera la dueña y alma de sus aspiraciones superiores a la totalidad. Elos son capaces de colmar la libido femenina que es insaciable véanse las salas de la masturbación en Internet En ella encuentra su ideal un ideal que tal vez nunca encontrará. Sublimación de la maternidad y complejo de Edipo. Para Amiel la cifra y compendio del ideal mujeril lo representa la pintura de Leonardo Da Vinci... le asustaba la brutalidad de la cópula carnal como acto físico. Pesan en él sin embargo las incongruencias y contradicciones de los que piensan y escriben demasiado. Su esteticismo anda en danza con la misantropía narcisista que busca la mujer perfecta. Este desistimiento le entregó a una castidad forzada y viril.
Amiel era demasiado macho todo lo contrario de un impotente a decir de sus biógrafos. Así y todo conoció el amor físico. Echó sólo un polvo en su vida con Philine una viuda madre de una de sus alumnas. Al cabo del encuentro sufre una crisis de desencanto y ¿el amor era eso? Se pregunta en la entrada de su diario aquel 6 de octubre de 1860. Quería casarse con el profesor pero éste, un tanto morugo y calvinista, no estaba por el himeneo y Philine se va a Berlín. Hubo otros semi amores hacia los que Amiel el profesor de estética algo cretino da calabazas. Debió de ser un tipo insufrible y banal victima del egoísmo que le condujo a la soledad. Marañón estudia su personalidad farragosa y memorial como antagonista del mito de don Juan contra el cual el escritor desde su cigarral toledano despotrica constantemente para agraviar a Tirso de Molina que fue el que lo introdujo en la literatura castellana. Y el mito donjuanesco habitó entre nosotros.
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