TRATADO
DE LA TRIBULACIÓN DEL P. RIVADENEIRA
Ya
marcharon las aves cursoras, caen las primeras heladas y los árboles se
despojan de su verdor. Cuando caiga la hoja, se vaticina la muerte de los
enfermos terminales.
Yo leo en esta tarde fría el “De Tribulatione” del
gran asceta jesuita P. Ribadeneira de cuya vida poco sabemos. Sólo que lo pasó
mal en la Sorbona por no ser elegido para formar parte de la primera promoción
en la Fundación de la Compañía.
Así y todo, escribió la biografía de San
Ignacio, un prodigio de prosa castellana. En sus consideraciones sobre la
tribulación viene, si no a corregir a Sto. Tomás en su interpretación del dolor
─Dios no crea el mal, lo permite─, sí a poner ciertos puntos sobre las íes; él sostiene que el dolor es
una catarsis y sirve de purificación a la vida cristiana del pecador.
Entonces
¿Cómo se explica la matanza de niños palestinos, ellos son inocentes?
Bien. El
sabio jesuita sostiene que Dios nada tiene que ver con ese genocidio. Es obra
del pecado, de la ambición, la prepotencia, la crueldad, la impiedad, los
desatinos.
¿Cómo entonces no castiga al tirano? Pues aquí entramos en la
teología del libre albedrío propugnada por los padres conciliares en Trento,
sobre todo Arias Montano.
En contradicción con los protestantes que predicaban
la salvación por la fe sin obras. El justo no peca nunca. ¿Entonces el tirano
tiene barra libre para obrar a su antojo?
Otra respuesta de Ribadeneira: Dios
creó al hombre libre y respeta su voluntad. El Libro de Job y la Consolación de
la Filosofía son los ejes axiles sobre los cuales gira la rueda de esta
magnífica obra.
Somos carne de dolor (Job). Seres para la muerte (Zaratrusta).
La vida está llena de abrojos, cardos, espinas ─tibula, en latín─.
Frente al dolor los budistas consideran la obliteración. Para los orientales no
existes.
Los estoicos romanos aconsejaban el aguante. Así nace el senequismo.
Gran parte de la actitud en literatura y filosofía española comulga con esta teoría.
Desde Garcilaso a Unamuno pasando por Cervantes, Góngora y Quevedo y toda la
literatura picaresca es senequista pero sublima todas las contrariedades a la
catarsis.
Escribir viene a ser una purificación. Es toda una mística. El jesuita no debió de caerles simpático a sus propios correligionarios ─a Gracián
le ocurrió igual─ y estuvo a punto de abandonar la Compañía.
Predicaban el
camino de los cielos por la senda estrecha, la negación de sí mismo, no
responder nunca a la afrenta.
Era de origen converso lo mismo que Sta. Teresa
la que dijo que esta vida es una noche en una mala posada y que sólo
pedía a Dios sufrir y padecer. Valores que tampoco hoy poseen vigencia.
Ahora como entonces se prefiere la comodidad y el deleite. Y menos se quiere
saber nada de la muerte.
Hace un repaso a las aflicciones y peligros,
sinsabores, fracasos, decepciones que acechan al ser humanos en el paso por la
existencia: el mal de la guerra, las reyertas de todo tipo, la pérdida de la
hacienda o de la patria.
Para Ribadeneira las tribulaciones son una trilla en
la cual se separa el grano de la paja. "Alumbra
y perfecciona a los buenos y en ellos produce frutos de paciencia, de humildad
y confianza, así como en los malos causa efectos contrarios de desesperación e
impaciencia pues de la misma madera que el fuego purifica y afina el oro al
madero que lo sostiene lo quema." Para el autor es mucho peor que el dolor físico el dolor moral. Sobre todo en
las cuestiones de la honra tan importante para los españoles del siglo XVI,
actitud que podría trasladarse a nuestros días. Habla de la tortura de los
malcasados y casadas:
"No hay mayor
tribulación cuando entre los matrimonios nacen amarguras, infidelidades,
desabrimientos. No puede haber mal mayor de tejas abajo que hallar guerra donde
debiera haber suma paz y armonía y sólo crecen rivalidades y discordias. La
miel se vuelve hiel y el tósigo en medicina. Los besos se vuelven lágrimas. Se
escuchan voces, gritos, amenazas, que derivan en asesinatos."
Por el contrario ensalza la virtud
sacramental del matrimonio. Los desposados han de estar unidos cual “ñudo
prieto” hasta que la muerte los separe, siguiendo la recomendaciones paulinas.
Guarde el hombre a la mujer cual la niña de sus ojos y esté la mujer sujeta al
marido. En los tiempos que corren donde en España muchos casados y casadas van
por el tercer o cuarto matrimonio y el divorcio parece generalizado la
encomienda de san Pablo suenan a música celestial en nuestros desquiciados y
descristianizados tiempos.
En fin, ofrezcamos al Señor tales despechos y tribulaciones por
nuestros pecados pues ya decía el de Loyola que en tiempos de tribulación no hacer mudanza.
Es lo que hay. Sólo cabe aguantarse. El P. Ribadeneira, el
pobre, sabía muchas cosas de Dios pero estaba pez en el conocimiento de la
condición humana.
Los hombres y mujeres de aquí y ahora parecen hechos de una
pasta diversa a los de antaño, aunque ya entonces el asceta que nos ocupa
admitiera que las cosas en este punto carecen de arreglo porque la jodienda no
tiene enmienda.