POR SAN FRUTOS
ESTRENÁBAMOS SOTANA
Estaban colocadas
con su funda y el nombre de cada cual
-en el mío ponías señor Parra... ya era yo toda una dignidad- en los recios
bancos de pino que había en la sala de visitas. A los de Valladolid, pues entonces la diócesis segoviana era muy amplia y no coincidía con la división territorial
por provincias, les vestía Zurita que era un sastre caro y de ideas avanzadas en
lo que respecta a la vestimenta del clero y a los de Segovia, pues Blas
Carpintero de gustos más clásicos. Recuerdo con qué ilusión me fui a tomar
medidas a su tienda que estaba pasada la Canaleja, muy cerca del Portalón y al pie de la
estatua misma del comunero Juan Bravo. Aquel hombre poseía una suavidad táctil
que al cruzar el metro por la cintura o curvarlo sobre la espalda mientras
tomaba con los dientes los alfileres de un acerico que portaba sobre la manga
parecía que acariciaba. Me dijo curita tenemos que no soldadito ni rey de armas
mientras miraba a mi padre que venía en uniforme de militar y Carpintero también
cosía para los cuarteles diversos que sentaban plaza. A ver si un día te tengo
que hacer la sotana de obispo.
Era el alfayate un señor grande, huesudo con la
cara muy pálida y la nariz un tanto acaballada. Esta prominencia nasal
evidenciaba esa ascendencia del pueblo elegido tan importante en la ciudad que
me vio nacer. La cosa venía de cinco siglos atrás.
Todos se bautizaron
en masa y venían huyendo de la quema y de las luchas dinásticas de la dinastía
Trastamara. La mayoría abandonando la aljama cabe la Puerta del Socorro se
fueron a vivir intramuros a la zona alta. Y nos dejaron esa impronta comunera,
cierta pasión por la libertad, patente religiosidad conjugada con esa
afabilidad y amor a la vida que noté siempre en todos los judíos –Shakespeare
que era un poco antisemita, metió la pata hasta el
corvejón dejando a la posteridad el fenotipo de Shylock-, pasión por los libros
y un cierto desdén por todo lo manual.
Pero sobre todo nos dejaron una inclinación
por las cosas de Dios, pasión por la mística, un prurito mesiánico, amor a la
familia combinado por la tortura mental que representa el sexo para un judío. Y
también el talante independiente propio de los que leen el Libro de los Libros
con asiduidad y parlamentan con Dios sin muchos intermediarios.
El rasgo de los
segovianos es ese talante independiente y un entusiasmo apasionado que roza el
mesianismo. ¿Defectos? La zorrería y la doblez, que son artes que se aprenden
cuando recibes muchos palos.
Quevedo, aunque
odiaba a los genoveses, tenía el alma de converso. Eso se trasluce en el Buscón.
El Lazarillo- aquí sí que no caben dudas- no debió de salir de la pluma de un
cristiano viejo. Así que hubo que acomodarse y guardar al menos las
apariencias. Al ganar estatus los sastres y perailes cierran su casa en la
vieja judería y se van a vivir con los hidalgos.
Por eso en Segovia, ciudad levítica y guerrera
como pocas- a muchos nos recuerda Jerusalén pero con bares y mesones de buen
cordero- cada casa es un castillo interior. Cada torre una alcazaba y vaya
usted a saber. Fachadas de encaje. Estas torres albarranas intramuros son una
fortaleza dentro de la misma fortaleza. Ciudadelas de la verdadera ciudadela.
Quedan algunos de aquellos edificios medievales
que se yerguen altivos, abroquelados centinelas del horizonte. Suelen tener en
el piso superior un tendedero o sobrado ceñido por una gola o collar de encaje
de piedras de granito. En cada esquina una gárgola. Casas almenadas son el
palacio de los Coronel, de los Arias Dávila, de los Lozoya, los Bravo, etc.
Más ya hablé de
esta particularidad y no quiero picar de pedante alargándome en este punto.
-
Pasen los alfayates
-
¿Sastres vienen? Al infierno vamos
Tuvo que ser un
sastre judío el que me vistiera a mí de talar. Acababa de cumplir los once años
y embutido en aquella prenda que tenía tantísimo botón y amplios bolsos donde
cabía la peonza para jugar al trompo y la chuleta de las declinaciones latinas-
musa musae y dominus domini, res rei- el rosario que me mandó mi tía monja para
que lo rezase todas las noches y estampas, muchas estampas para repartir a los
niños de la ciudad cuando nos los encontrábamos en los paseos de los jueves, ya
me sentía yo casi un arzobispo.
-Per
áspera ad astra – nos dijo don Jerónimo el prefecto nada más llegar, pues yo
de latines, aunque me sabía el Confíteor y contestaba al cura de carrerilla las
oraciones del salmo 120 (introibo ad altare Dei… ad Deum qui laetificat
juventutem meam etc. Una de las frases más hermosas que se pueden escuchar en
boca de hombre) andaba un poco en agraz.
Comprendía que allí
se iniciaba un largo y áspero camino hacia las estrellas.
-Tú sé bueno y estudia, hijo, pero,
hijo, come, no cojas frío- fue la última recomendación que me hizo mi madre
cuando el primero de octubre, cuando todos celebramos la fiesta del Caudillo
vino el maletero y cargó con todo mi equipo: el baúl recién comprado con
herrajes nuevos y un colchón de lana que acaban de enjaretar y tundir solo para
el señorito. ¡Pobre colchón¡
Acabé con él a los pocos meses, puesto que empecé a mearme
en la cama y hubo de ser sustituido por uno de borra. Cosas de la vida.
Recuerdo con
ilusión aquella mañana del 25 de octubre de 1955, cálida y soleada porque
parecía verano, cuando vestí por primera vez la sotana que me trajo Blas
Carpintero. Fue como si se hubieran adelantado tres meses los Reyes. Nos había
rapado el pelo al cero, el barbero que llegó la noche antes y acabábamos de
terminar los Ejercicios Espirituales que a mí me impresionaron mucho y fueron
larguísimos… eso de pensar tanto en la muerte… esos retortijones de conciencia
que degenerarían en escrúpulos y que nos hizo adquirir demasiado tempranamente
la conciencia de la muerte.
Pero, en fin, el día de San Frutos era un día
alegre y estrenábamos la sotana para ir a cantar a la catedral el himno… al
siervo bueno y fiel que rogando sin cesar consigue bienes eternos de la
infinita bondad… tararirirolá y luego seguiría él solo que aquel año se
marcaría el tiple elegido. Uno que era de Cogeces y le decían Marianillo. Risas
y algazaras en el patio. Voces blancas e inocentes.
A mí la sotana me
estaba que ni pintada, pero al pobre Tinaquero al que se le acababa de matar el
padre y tuvieron mal año se la haría una prima suya modista y claro le quedaban
pesqueros por detrás los bajos y por adelante le sobraba una cuarta pobre
chico. Las mangas le estaban largas y tenía que accionar los brazos péndulos
como los de la muerte andando.
Decían que las mejores sotanas eran las que
confeccionaba Zurita que vestía al clero alto; a mí las de Blas Carpintero
Dios lo tenga en su seno no me parecieron del todo mal.
Durante más de
media hora, después de tirarme de la cama cuando sonó la campana a las ocho, me
lancé por la escalera imperial bajando los escalones de tres en tres en
dirección de la sala de visitas, estuve mirándome, clericalmente coqueto, en el
espejo del probador. La beca y el bonete de cuatro puntas combinaban con el
negro y me daban un aspecto distinguido y profesoral.
-Pronto tendremos doctor en Teología.
-Ojalá. Dentro de doce años cantaré
misa, me iré a misiones, bautizaré a muchos negritos. Haré bien a las almas.
También se sueña
despierto y rumiaba mis cábalas un poco como el cuento de la lechera, cuando no
era más que un pipi, un latino, y no había empezado el largo camino de la
santidad, que es una senda de abrojos, según nos explicaba el padre Mañanas,
nuestro maestro espiritual.
Como era novato e inocente, los de segundo nos
hicieron la petaca el primer día y nos echaron sal en vez de azúcar en el café. Había que pagar la novatada. Un día sería sacerdote. Lo tenía decidido.
Ya había ceñido yo
aquella prenda talar sobre mis lomos cuando ayudaba a misa a don Benito en
Santa Eulalia o cuando era niño de coro con don Fernando Revuelta el deán que
me tenía buen concepto y decía que yo no era un pillastre como los demás que
tenía madera de cura y que me metiera en el seminario.
-Si tus padres no tienen posibles, yo
mismo te costearé los estudios.
Pero aquellas
sotanas de las sacristías las utilizaban otros y olían a sudor de muchas
generaciones de sacristanes y acólitos, y en el roquete y en el sobrepelliz aparecían chafarrinones de la cera de los cirios o quemadas por puntas de
cigarro o por ascuas de incensario. Aquella sotana de Blas Carpintero era una
sotana para mí solo. De uso personal. Aquella mañana del Glorioso San Frutos
Pajarero, patrón de Segovia, nunca se me olvidará.
Et reliqua. ….Continuará
(De un capitulo de
la novela biografía ISTE CONFESSOR)