Seminario de Segovia mi alma
mater
Vuelo a Segovia regreso a mi alma
mater y me encuentro en las escalerillas de la muralla de la Huerta con el
espectro del Padre Laínez que se dirige a mí en tono afable mientras subo los
peldaños desgastados de la escalera a dos vertientes donde los centinelas de la
edad media montaban guardia en la garita ante un paisaje de montañas nevadas.
La mujer Muerta al fondo yace en
su túmulo de basalto. Escucho en la lejanía las notas de un rabel que entona un
romance. El maestro Joaquín Díaz la música callada de las noches serenas de mi
infancia debe de andar entre las filas de los seminaristas que pasean en su “deambulatio” de Tercia la hora de la
quiete, se rompe el silencio, el padre prefecto da una palmada y estallan las
voces juveniles de la estudiantina:
▬Benedicamus
Domino
▬Benedicamus
y al cielo vayamos.
▬Tira,
Parrita, venga, va.
Mi amigo Filemón el de
Escarabajosa me tira un balonazo y empieza la partida de futbol entre
“Gurriatos” y “Galapagos”.
Dos acacias en mitad del patio
hacen las veces de improvisados postes, yo jugaba de portero. He regresado, a la recherche du temps perdu, a una
mañana como esta del Día de San Frutos de hace sesenta años.
Los punta de diamante de los merlones
de la muralla se alzan enhiestos y vigilantes y una cigüeña planea hacia los
tejados de su nido que se alza en la misma espadaña de la torre del Conde de
Cheste, lamiendo casi con sus alas la vertical del Acueducto. Estoy en casa.
He venido al encuentro del tiempo
redivivo y arropado por la sonrisa del padre Laínez siento el renacer de viejas
ilusiones mías, cuando soñábamos en voz alta, cantábamos recio nuestras salves
en latín y esperábamos la llegada de un mundo feliz.
Diego Laínez nació en la villa
soriana de Almazán, fue la eminencia gris y mano derecha de san Ignacio, el
tercer Prepósito General de la Compañía. Hablaba siempre en portugués porque en
Lisboa estaba entonces la capital de España y los jesuitas con el quinto voto
reciben el don de un quinto sentido para saber dónde se encuentra el poder.
Fue el fundador de esta casa
convertida tiempo adelante en Seminario Conciliar. Fue uno de los primeros
cuarteles que estableció la Sociedad de Jesus en Europa reinando Felipe II.
Todo está casi igual que entonces. La huerta se ha convertido en aparcamiento.
Son más frondosas las acacias,
algunas malas hierbas incluso un ailanto crece en las junturas del adarve, se
llevaron o ha desaparecido la alberca o pilón de sólidos sillares de granito un
vestigio romano donde se recogía el agua de la conducción del acueducto. La
fuente manaba por un caño y allí nos bañábamos en calzoncillos algunos
seminaristas por el verano.
Pero la espira solemne y triunfal
de la “Aceitera” (así llamábamos a la torre de la antigua Casa de la compañía)
se yergue solemne y triunfal sobre el skyline mirando al mundo con un aire de
orgullosa melancolía. Se encuentra en el punto más alto de la ciudad.
“El padre Laínez era pequeño de
cuerpo, la color blanca aunque un poco ortigado, de alegre rostro y con una
perenne sonrisa apacible en la boca, la nariz larga y aguileña, los ojos
grandes y vivos y muy claros. Fue de delicada complexión aunque bien compuesto
y ancho de pecho y no menos de corazón. Fue desde muchacho quebrado y ya siendo
hombre muy fatigado de dolor de ijada y de riñones, y algunas veces, aunque,
pocas, de gota, pues comía poco. Su ingenio fue exuberante, grande, agudo,
profundo, vehemente, claro, robusto. Tenía una sed insaciable de leer; así leía
continuamente y pasaba libros escribiendo de su mano y sacando lo que le
parecía bueno dellos. En esto servía
a la Iglesia y al Bien común. Pasaba un buen tomo de las obras del tostado en
muy pocos días y hacía extractos dél con extremada aplicación y diligencia”
Esta es la semblanza que traza
sobre aquel gran general de los jesuitas uno de sus biógrafos. No se puede
calar más hondo en el difícil arte de la prosopografía, trazando un verdadero
retrato psicológico de este alabardero de Cristo, martillo de herejes y
confutador de la herejía calvinista.
Predicó por toda Italia y la Auvernia
francesa. Estuvo a punto de morir la noche de San Bartolomé. Siendo niño le
pidió a Dios el don de la sabiduría y el señor parece ser que se la concedió
sin dejar pasar por alto que como buen jesuita fuese un hombre controvertido.
No fue muy larga su vida. Murió en Roma a los 53 años.
Sus biógrafos añaden otro
detalle: nunca probaba la carne, siempre el pescado. El matrimonio le parecía
el mayor de los tormentos. Sin embargo, en el ambiente corrupto de la Roma de
los papas del Renacimiento no escapó a las tentaciones de la carne▬ era la
misma que nos describe Delicado Baeza en su “Lozana andaluza” ▬ cuando una
cortesana vino a tentarle “presa de una ciega y desapoderada pasión” pero él
dejó a la serpiente con el silbo huyendo de las trazas y halagos. Parco en el
yantar, muy tranquilo en las contiendas y trabajos que hubo de soportar en
defensa de la fe. Recomendaba a sus novicios libros devotos y edificativos
aunque fueran escritos en bajo estilo y con poca elegancia de palabras.
No quiso ser obispo de Mallorca y
renunció a la silla arzobispal de Pisa. Asimismo, se escapó de Roma cuando le
propusieron para sucesor de san Ignacio. No se llevó del todo bien con el papa
Paulo IV el famoso papa “Caraffa” pues fue un luchador incontrovertible contra
la simonía y el nepotismo, males endémicos de la curia por aquellas calendas.
En algunos retratos que de él se conservan alienta una mirada profunda de
jabalí. De ahí el mote que le pusieron algunos curas desafectos a la Compañía:
“aper” (jabalí). Sin embargo, este augusto intelectual soriano que a lo mejor
hoy hubiese sido un cura progre era la vera efigie de la mansedumbre, en el
trato era afable y volviendo a sus biógrafos estos hablan de la “comitas” (dulzura) de su carácter,
aunque insobornable.
Este encuentro virtual con mis
raíces me ha sacado del tiempo presente y por el espejo retrovisor de la vida
contemplo mi pasado, la vida transcurre deprisa. No sé si se me ha aparecido el
padre Lainez o es una obsesión que me invade desde tantos años entre libros
dándole la vuelta al aire jugando con las ideas al compás de mis sueños y de
mis fracasos pero es el legado que recibí de mi alma mater ese afán de leer e
indagar esa constante búsqueda de la verdad apasionada.
En esto que una voz joven me saca
de mis ensimismamientos espectrales. Alguien me llama la atención. ¿Habré
metido de nuevo la pata?
▬ Eh oiga
usted ¿Es todo esto suyo? Baje inmediatamente, está prohibido. Esta parte de la
muralla es del Ayuntamiento no pertenece al seminario.
▬Estaba
sacando unas fotos y recordando viejo tiempos▬ contesto.
Desciendo, acto seguido, muy
solemne por la escalera imperial a dos aguas por donde subía y bajaba el relevo
de la guardia de la muralla y ya más amigable le explico al joven (mea culpa)
que me he colado aprovechando que se abría al paso de un coche la puerta
automática de la huerta para colarme en el recinto. Estoy disfrutando a mis
anchas con mis recuerdos.
▬Pues,
si cae usted, o le pasa algo en menudo lío que nos mete. Han puesto un pleito
al obispo por estos terrenos que son de la Iglesia desde tiempo inmemorial.
▬¿Quién
puso la demanda?
Mi interlocutor se encoge de
hombros.
▬Ah,
no sé.
▬Lo
quieren todo estos tíos, todo es suyo▬ le digo al joven que se llama Rafa y que
es nada menos que el vicario del Obispo y hace las veces de cancerbero,
vigilante, portero, recoge las llamadas, está al tanto y tiene fama de ser muy
buena persona entre el clero segoviano. Episcopein
en griego quiere decir obispo el que anda a la mira. Rafa, hijo haces bien.
Aprecio en este buen cura la humildad y cumplimiento del deber que nos
inculcaron y que viene a ser la marca de la casa. Creo que Rafa que es
sacerdote joven sería un buen obispo para estos tiempos difíciles que vivimos.
Como heredero del legado que nos legó Laínez
a los que por acá estuvimos y damos ahora pasos perdidos en un mundo lleno de
controversias y de esperanza.
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