REGISTRO CHEKISTA EN LA RECTORAL. PETROGRADO
1919 DE LA NOVELA “MAÑANA POR LA MAÑANA” AUTOR LEV URVANEV
La culpa que nos aflige y esa turbas
que recorren Europa evadidos de las guerras que ha desatado Israel me ha
abierto los ojos ante la cruda realidad del mundo en este otoño de 2015 cuando
unas multitud de desahuciados de sus tierras y sus negocios regresan a Europa
en lo que parece ser un tiempo de cruzadas a contramano, no para rescatar los
santos lugares sino para proclamar un estado apartida, no al grito de “Dios lo
quiere” sino abajo las fronteras y viva la democracia.
Vienen, vienen, presidente. Pero ¿donde está
Pedro Ermitaño? Los ismaelitas están perpetrando una cruzada contra Europa al
revés
—Dando gritos de Alá es grande – en tono de
desafío.
Sin embargo, en nuestra nueva embestida
contra las cristiandades Rusia vuelve a ser un problema como lo fue en los
turbios años de la revolución bolchevique.
El texto de un gran novelista ruso, oficial
de la guardia, incardinado en el prestigioso regimiento Preobrayenski, León
Urvanev, sirva para recordar y precavernos.
El crimen nunca paga. El mal fue entonces
derrotado y lo volverá a ser tiempo adelante:
“había seis hombres y un oficial. A su
lado estaba un joven judío con un extraño uniforme, armado de revolver. Tenía
el pelo rizado, los cabellos encarnados, los labios gruesos y la nariz
aguileña. Pese a su corta estatura nos miró a todos de arriba abajo con aire
altivo:
-
Empezad por esa habitación- dijo el comisario judío,
indicando el lugar donde el padre Alexis, el padre Cirilo su mujer, el diácono
y yo tomábamos el té.
-
¿Tú quien eres?
-
Soy el arcediano de la catedral de san Nicolás de
los Marinos
-
A ver los documentos.
-
Están en mi mesa
-
Tienes la obligación de llevarlos encima
-
Y tú ¿quién eres?- dijo el oficial dirigiéndose a
mí.
Saqué los papeles del
salvoconducto que me había entregado el comisario cuando me contrataron para
tocar en un baile de los revolucionarios
-
No es suficiente. ¿El permiso de trabajo?
-
No me lo dieron aún
Empezaron por mirar en las
cómodas. Una miliciana con una gorra en punta que cargaba con un fusil atado
con una cuerda. Sacó de las cajoneras ropa de mujer que había dentro y las tiró
por el suelo.
-¿Cómo
tienes aquí esta ropa de mujer?
-
Pertenecía a mi difunta esposa- repuso el diácono.
El judío tiró todo el armario y lo
lanzó al soldado rojo
-
¿Dónde guardáis el dinero?
-
No tengo dinero
-
A otro perro con ese hueso. Es increíble- se reía el
hebreo- ¡qué de dinero tenían los popes rusos! Bien comidos bien bebidos y bien
servidos. ¿Quién no ha oído hablar de la gran barriga de los curas?
Se echó a
reír. También rieron los soldados. El oficial conservó la serenidad.
-
Muy presumida era tu mujer. Esta ropa es muy fina y
de ganchillo. Toma. Soy un hombre de buen corazón. Te la regalo.
El chequista judío tiró la braga
hacia el diácono pero éste no se movió. Yo me agaché para recogerla y la doblé
cuidadosamente. El judío buscaba cada vez con más afán. Sacó los cajones de la
mesilla, abrió las cajas, miró todos los sobres. Después exclamó:
-
Oigan lo que tengo que decir. ¿Qué han hecho los
popes con los tesoros de las iglesias? Las joyas los brillantes las cruces de
oro? Todo lo han robado. Vendieron una parte y ocultaron la otra.
-
Eso no ha sucedido nunca ni sucederá jamás- dijo en
voz baja el padre Cirilo.
-
Pues yo te digo que sí.
A continuación los soldados
instigados por el judío comenzaron a hundir las bayonetas en las butacas.
Rompían la tela con una ferocidad que recordaba el ensañamiento con sus presas
de las bestias feroces.
-Miren, este
cura tiene oculto un retrato del zar. Podemos detenerlo sólo por esto.
El oficial cogió el retrato con
parsimonia y lentamente lo rompió en pedacitos. Los reunió en la palma de la
mano y los esparció por el pavimento. El judío subió sobre una escalera y
descolgó una imagen del Redentor.
-
Déjala, no profanes las cosas santas.
-
Sí, sí, seguro que has ocultado tu caja fuerte
detrás del icono. Aquí está el tesoro.
El judío abrió la credencia y rodó
por el suelo una moneda de oro.
-Es
la moneda que nos regaló el metropolita Paladio, cuando nació nuestro hijo-
murmuró humildemente el padre diácono.
El judío con ira clavó su puñal
sobre la imagen y nosotros empezamos a llorar.
El registro se prolongó hasta
entrada la noche. Apartaron del montón para llevárselas alguna ropa blanca, las
casullas y tres cucharillas de plata. Un oficial, un judío, una chica de la
calle que se había dedicado a la prostitución, estaban obrando, así lo creían
ellos, al servicio de una buena causa. No comprendían lo lejos que estaban de
la idea de lo que era un hombre. Ellos eran la escoria humana. Luego supimos
que los chequistas habían venido alertados por la delación de la mujer de uno
de los sacristanes. Los judas en la iglesia de Dios nunca faltarán hasta el
final de los tiempos. Se llevaron a los tres sacerdotes y de ellos nunca
volvimos a saber más”
Lev Urvanev
“Mañana por la Mañana”
Barcelona Destino
1942, 350 pp
Capitulo V
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