Incensarios innecesarios 1
Ya no son necesarios incensarios
sólo para perfumar las grandes posaderas de Culomagno pero sus rezos los acogía
el Alto en el regazo de la noche. Rodábamos cuesta abajo. Pasaron uno llevando
un cuerpo de un mártir hacia el Escorial. Los de delante eran disciplinantes. Los
de detrás iban cantando. Al otro lado de la cerca de las dehesas de toros
bravos las vacadas miraban al caminante con intensa curiosidad. Su bicicleta
era nueva flamante. La había comprado en una tienda de la calle Atocha a cuya
entrada había una imagen de la Auxiliadora.
Un poco más allá estaba el tenderete a la sombra de los tilos del
Botánico el chiscón de Ruescas libros de ocasión para incentivar las ansias de
saber una cultura al retortero cambiaron los tiempos. Tenía querencia a aquel
barrio tan literario entre Santa Cruz y la gran plaza de Atocha las techumbres y
azoteas de estilo francés tenían una querencia andaluza pero antes había que
parar en Getafe. Las niñas cantaban en corro el romance de la infanta Mercedes
o el Atocha va una niña carabí y era buen hospedaje el mesón del Segoviano. Se alojó
en alguno de los cuartos en noches de vino y rosas cuando cerraba el metro y
las cantinas echaban la tranca imposible regresar a casa. Aquellos eran los
predios de la iglesia del Desnudo donde fue capitular Lope y dijo misa
Calderón. Estaba el humilladero del Olivar para recordar la profanación de unos
judíos que una noche robaron la talla del cristo lo desnudaron y azotaron y
ante el estupor y asombro de los esbirro el Resucitado echó a andar y regresó
al lugar de la iglesia de donde había salido. Sí, tenía querencia a aquellos
lugares de la vieja judería del Avapies donde estaban los huertos de Carmena y
tenía su tienda el Sastre del Campillo el que cosía de balde y ponía el hilo. Una
cuadrilla de Euménides se habían sentado junto al portillo de una finca y
cantaban aires obscenos. Los toros bravos miraban para las harpías con
indignación.
▬Tú no hagas caso, aprieta el
culo y da pedales. No escuches los cantos de sirena que te disipan y distraen
de tu ardor peregrino. Tapate los oídos▬ escuchó una voz dentro pero era una voz
compacta interior como los sueños extraños que le acometían y le trasladaban
levitando hasta la Torre de Londres.
En el barrio de Chelsea una vez
el peregrino tuvo albergue. Luego Europa se llenó de tribus urbanas y ya no era
lo mismo. El príncipe de las aguas bajó y soltaron a todas las víboras. Caía la
noche. Encendió el fanal del manillar. La linterna trasera fulgía con una la
luz roja de posición. Las lluvias fueron abundantes aquel otoño del 96 y la
vidente iba a misa a la parroquia de san Bernabé. Era una mujercita rechoncha y
de luto que no olía a rosas precisamente porque se lavaba poco y sudaba mucho
en sus fuegos místicos. Había sido fregatriz.
Su histerismo místico le había
hecho caer en la aberración de que lo que creía y se imaginaba eran realidad y
en aquel prado siniestro ocurrían happenings y él detectó durante un tiempo presencias
diabólicas seres deformes hombres que caminaban con patas de palo y niñas del
exorcista que sólo tenían un ojo en la nuca y hablaban con voz de hombre. Todos
iban detrás de la saludadora que creía ver a la Virgen.
Un negro con las espaldas
cuadradas e inmenso plexo solar era el guardaespaldas de la vidente. Apariciones
drogas mensajes alocuciones celestiales y mensajes por grabadora. Apretó el
paso con fuerza. Quedaba atrás el monasterio del Escorial con su perfil de
silogismo un catolicismo frío de roca basáltica
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