TRILLOS CANTALEJENOS EN TERUEL
Cuando
a mi pobre padre le dolían las rodillas porque iba a cambiar el tiempo se las
atentaba y decía: "Hijo, hijo, Teruel". Se le congelaron las piernas
en la batalla del Seminario y mi pobre suegro Gabriel Tuya que también estuvo
en aquella movida cuando los termómetros bajaron a veinte bajo cero en aquel frígido
invierno del 37 murió a consecuencia de un enfisema o si se quiere cáncer de
pulmón porque le marcaron para siempre las pulmonías.
He
visitado por primera vez aquel lugar y me emocionado ante el impresionante
edificio que domina el paisaje de esta bella ciudad altiva recordando a mis
seres queridos. Ellos pertenecían a los "unos" pero también lloré por
los "otros".
No quiero
entrar en detalles (los cronistas de nuestra guerra civil ya contaron al
detalle lo que ocurrió pues sería mi deseo que nunca los españoles se mataran,
debieranselo contar a las nuevas generaciones de una forma cabal y circunstanciada
sin apasionamientos ni revanchas)
Hubo
heroísmo por ambas partes. Porque allí los cojones de rojos y azules no
faltaban. Al alférez Recellado, mi padre me contaba, una tarde le entraron
ganas de fumar y en una de las angostas calles de Teruel había un estanco con
las puertas desencajadas pero las cajetillas del mostrador estaban intactas. Se
apostó con un falangista que cruzaría la calle para abastecer de cigarrillos a
sus soldados, saltó el parapeto al grito del último maricón pero el sector no
tenía desenfilada. Le arrearon cuando llenaba la petaca. No consiguió fumarse
el mixto con el que suspiraba.
La
vida en aquel infernal un mixto no valía un mixto. "Hijo, hijo
Teruel". Pero Teruel es una de las más bellas provincias de España. La he
recorrido de arriba abajo en sus castillos góticos, en sus iglesias que un día
fueron alminares y que el rey asturiano Alfonso II el Casto convirtió en
campanarios. Buena y hermosa gente de hondas raíces cristianas con cierta
ascendencia islámica mitad mudéjar mitad muladí con un entronque muzárabe que
desapareció tras la conquista del rey Asturiano Alfonso II el Casto al que recordarán
siempre los turolenses con su monumento-fuente en la Plaza del Torico.
Me
fui a los baños de Manzanera aguas arriba del río Torrijas, que horada
impresionantes hoces coronadas de almendros, pinos, sabinas, manzanos y nogales
que allí llaman nogueras y en un pueblo abandonado de aquella ribera que llaman
el Paraíso Bajo en unas eras derrelictas encontré un trillo de Cantalejo con el garfio de amarre, sus
pedernales y aquel silex casi prehistórico que trituraba la espiga.
Me guardé
uno de los pedernales en bolsillo como recuerdo. Ya se acabaron las parvas y
murieron las canciones de trilla. Un mundo que se fue.
El
antiguo apero, al que solo le quedaba una tabla, guardaba el perfil en la
trasera y alabeado avante (no era fácil fabricar un trillo en condiciones, se
requería la pericia de un buen ebanista) según la técnica de los carpinteros de
Cantalejo, aquellos audaces trajinantes de cerca de mi pueblo que
suministraban a los labradores de toda
la península de instrumentos para las faenas agrícolas (bieldos, alcotanas,
azuelas, garios, besanas) y también me emocioné porque me acordé de Rufino Vírseda,
el padre de mi amigo Tomás, y me lo imaginé de recua por aquellos riscos con
una reata de mulas, de carros y de trillos transportados a cuestas de los
machos con tracción de sangre, para abastecer esta zona cercana al Maestrazgo y
a la sierra de Gudar.
¡Que
de gurrumías, cuantas penalidades! ¡Qué temple el de aquella gente! A mí me
consuela saber que Segovia mi provincia siempre tuvo alma aventurera y soñadora
ancha es Castilla, que se ganaba el pan con el sudor el polvo y los peligros de
los caminos, nunca con la usura.
Los
trajinantes de Cantalejo parlaban la gacería, una jerga autóctona que desgraciadamente
no ha sido estudiada, ni tratada con el rigor conveniente por los lexicólogos.
Está por escribirse la gran novela de los tratantes de Cantalejo, un pueblo de
emprendedores empresarios y mercaderes que se dedicaban al trato cabal y
valiente. No firmaban papeles. Bastaba con la palabra y estrechar la mano del
comprador.
Jamás
engañaban al cliente. Consumado el canje, se iban a la taberna y con mucha
ceremonia bebían a la salud de todos. Era la robla o el alboroque, una tradición
que arranca de los romanos que se servían de estos arriesgados intermediaros
para colonizar y humanizar.
Teruel,
hijo Teruel.
Me
acuerdo de mi pobre padre, del alférez Recellado y de mi suegro que me hablaba
de los rigores de la batalla de Alfambra donde sufrió de pulmonías, y de Rufino
Vírseda que también pasó lo suyo en aquella terrible contienda fratricida.
Escapó
milagrosamente de la Batalla de la Sed, lo apiolaron en Villanueva del Pardillo.
Dijeron que lo habían fusilado y luego apareció en Cantalejo a finales de la
guerra, tan campante después de haberle dicho las misas correspondientes.
Pero
Rufino era mucho Rufino para que tan pronto lo cantaran el gorigori. Una vida
heroica de novela. Así son los héroes anónimos de nuestra tierra. Pues hasta
aquí llegaron los cantalejanos y sus cuadrillas hasta estas escarpadas sierras
del Maestrazgo por donde anduvo pegando tiros Zumalacarregui con sus carlistas.
Ay
España ¡qué hermosa eres y cuan poco sabes del valor de tus hijos!
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