COMENZÓ EL GRAN SAQUEO DE OCCIDENTE CON EL VIRUS LOS GOBIERNOS MAFIA LA MERKEL DIE GROSSE SAU LA GRAN CERDA ALEMANA LA EUROPA DE LOS MERCADERES EL TERRORISMO MEDIATICO LOS PARLAMENTOS Y LAS JUDICATURAS QUE MANDAN A LA CARCEL A INOCENTES Y PREMIAN A LOS DELINCUENTES
LOS BÁRBAROS ESTÁN AQUÍ DE
NUEVO
VIENEN, VIENEN, PRESIDENTE. NO
HAY QUIEN LOS pare. Están en el parlamento, detentan el poder y el pucherazo
oyes esta mañana en la RNE hablaban DEL JALAI Y DEL JALA COMIDA DE MOROS OSHER
NO BEBEN VINO PERO CUANDO SE EMBORRACHAN SON PELIGROSOS Y ME DIO UN VUELCO EL
CORAZÓN. LLEGAN DE la Mano de Herr Churches y su chuni ese coño grande que
irrumpen desde las pocilgas pijoflautas, las abanderadas del alegre chusmino
las de la manifestación de la peste. Son mercenarios a sueldo de extranjeros,
pero están aquí y el fulano conductor de la Inter un tal Rafa no paraba de
cascar parlería inútil en la mañana. Estos fulanos las soflamas y razones se
los pasan por los mismísimos, harán falta argumentos más contundente, sólo
temen a la vara del pretor. Hace falta un cortafuegos. Flechas y balas. Plomo
fuego a discreción que se detengan no traspasen la empalizada. Los bárbaros del norte han
asentado sus reales en el jardín de atrás, escucho el relincho de sus yeguas, los
potros salvajes saltaron la valla. Volvemos a la alta edad media. Será arrasada
nuestra cultura. Los pueblos gemirán bajo el yugo de los nuevos hunos. El
caballo de Atila galopa por la Carrera de San Jerónimo donde lloran los leones
guardando luto por don Rodrigo y la pérdida de España.
El caballo de Atila pisa ufano los adoquines
de la Vía Apia. En las calles de Roma no volverá a crecer la hierba.
Este diacono despide al mes de
mayo con tristeza después de haber abierto los Anales y las crónicas que
cuentan la invasión de los bárbaros del Norte. Llega Ginserico arrebatado por la
ira, sus incendiarias ansias de destrucción en bandolera, cojea algo a causa de la lanza de un eques germano que lo clavó adarga en una pierna, aunque Churches el bravucón quiera parecerse al debelador de Roma Genserico, el pobre comunista de Zamora no
tiene un par de ostias ,se lo comerán los caimanes de la revolución y cuando
empiece la montería. En esta caza del oso rojo a su chati cualquier decurión borracho se la llevará al
monte y la hará cositas.
A Claudio en silla ruedas el de
la cabeza gorda y el cuerpo chico que parece al tío ese que iba en el tren y se
puso a cagar por la ventanilla en un cuento de jaimito lo tirarán al Tiber. Su carricoche de impedido hará gluglú al hundirse en la corriente
Madame Bald será pasto de los
caimanes; en cuanto a Perico lo crucificarán en el Aventino sin cruciferagio pero se jugarán a la taba los esbirros de servicio en su crucifixión, muchos españoles dirán: "ese me lo vais a dejar a mí".
Fue un caudillo imaginativo extraordinariamente echado para adelante que asaltó la ciudadela con un ejército de vociferantes pijoflatuas, cojeaba a causa de una caída del caballo como Ginserico que lo dejó para el arrastre. Andaba a la mosrisca a cauisa del pie valgo.
Era impotente, pero presumía de amores tardíos y de bellaquerías detrás de la puerta, se dejó crece el pelo como Sansón pero su coleta resultó inane y sin fuerza. Los nuevos bárbaros del norte no beben cerveza ni vino, pero se pasan por la piedra a cuantas mujeres encuentran de camino. Cerraron las discotecas, los antiteatros y los estadios. Echaron el cierre a los burdeles y a las tabernas, e iban por la calle respirando con dificultad detrás de las preceptivas mascarillas. Castigo divino. Otro de tantos.
Asaltaron las mejores provincias del imperio: la Numidia, Tingitania, Cesarea, el África proconsular, Cartago, Hipona donde lloraba un obispo sus versos retóricos yambicos y pareados. No hay remedio. Delenda est Roma.
Advenía otra civilización. Cortaban la cabeza a los curas y a los rabinos, cerraron los templos a cal y canto, clausuraron los lupanares y los estadios y dejaron que los nuevos comisarios les lavasen la cara y el cerebro a los sentados y displicentes con muchas horas de televisión.
Esparcieron el virus del miedo y el morbo chino. Las plañideras de la tele entonaban sus nenias para despedir a las ovejas camino del matadero. Toda la Hispania se vistió de luto. El gran país se había convertido en un gran funeral. El caballo de Atila había dejado su marca en la huella allá no volvería a crecer la hierba.
Fue un caudillo imaginativo extraordinariamente echado para adelante que asaltó la ciudadela con un ejército de vociferantes pijoflatuas, cojeaba a causa de una caída del caballo como Ginserico que lo dejó para el arrastre. Andaba a la mosrisca a cauisa del pie valgo.
Era impotente, pero presumía de amores tardíos y de bellaquerías detrás de la puerta, se dejó crece el pelo como Sansón pero su coleta resultó inane y sin fuerza. Los nuevos bárbaros del norte no beben cerveza ni vino, pero se pasan por la piedra a cuantas mujeres encuentran de camino. Cerraron las discotecas, los antiteatros y los estadios. Echaron el cierre a los burdeles y a las tabernas, e iban por la calle respirando con dificultad detrás de las preceptivas mascarillas. Castigo divino. Otro de tantos.
Asaltaron las mejores provincias del imperio: la Numidia, Tingitania, Cesarea, el África proconsular, Cartago, Hipona donde lloraba un obispo sus versos retóricos yambicos y pareados. No hay remedio. Delenda est Roma.
Advenía otra civilización. Cortaban la cabeza a los curas y a los rabinos, cerraron los templos a cal y canto, clausuraron los lupanares y los estadios y dejaron que los nuevos comisarios les lavasen la cara y el cerebro a los sentados y displicentes con muchas horas de televisión.
Esparcieron el virus del miedo y el morbo chino. Las plañideras de la tele entonaban sus nenias para despedir a las ovejas camino del matadero. Toda la Hispania se vistió de luto. El gran país se había convertido en un gran funeral. El caballo de Atila había dejado su marca en la huella allá no volvería a crecer la hierba.
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