UN BELLÍSIMO CUENTO RUSO. ¿VALE LA PENA ESCRIBIR?
¿Qué es la belleza? Preguntó un día la rosa y el artista respondió y tú me lo preguntas.
Llevo sesenta años escribiendo con poca fortuna soy un incógnito un topo de la literatura pero creo haber alcanzado un grado que se acerca a lo máximo en mi accésit al igual que los místicos hablan de la via purgativa, la vía contemplativa y por último la unitiva.
Con ella acabas juntándote a la divinidad el corazón traspasado de trascendencia y gozando de la santa indiferencia. Te sientes por encima del bien y del mal y te ríes con tristeza de esos y esas escribidoras que llaman a las puertas de la fama y trepan por la cucaña para llegar a codazos y zancadillas los primeros a la meta.
Temo confesar que en esta feria de vanidades y de imágenes el buen paño en el arca se vende. Así que todos esos famosos que firman sus ejemplares en las casetas de la feria del libro.
Perez Reverte el espadachín cuyos libros se me atragantan, la Carmen Navarro que pare bestsellers más que una coneja, hija del Yale cuyo padre el divino cojo periodista a galeradas de Pueblo quiso tirar a su madre por la ventana pero sólo se atrevió a lanzar a la calle la máquina de escribir me parecen unos diletantes promocionados superventas.
Pero sus libros se me caen de las manos. Sólo escriben refritos de los thriller norteamericanos. Así que me quedo con los rusos tan despreciables y obliterados por la propaganda del régimen 666.
Ivan Surguchov un autor descatalogado escribió “Las padres”. Es la historia de un rico mercader de provincias que mandan a estudiar a Petersburgo a su unigénito a estudiar leyes. La familia se reunía en la gran casona las noches de de filandón al calor del fuego mientras silbaba el samovar con el té ardiente y hablaban de sus cosas. Ivan Trimomich Egorov un rico comerciante de pieles. Había tenido suerte en sus negocios, su mujer María era analfabeta y odiaba los libros. El amigo de la familia por el contrario careció de fortuna en los negocios estaba arruinado pero era un hombre ilustrado se sabía al detalle todos los santos del día. Se llamaba Mijail Mijailovih cantaba como un chantre a duo con el diacono para entonar las letanías. Hablan del hijo Igor que escribía en los periódicos y revistas nacionales. Pero digame usted, Ivan Ivanovich: ¿escribiendo en esos medios tan afamados se puede ser rico, lograr la cruz de san Estanislao o ganar una sinecura en la Administración?
Una paga del estado es cosa segura, los poetas se mueren de hambre.
La pregunta flota en el aire y se concluye: un escritor no vale gran cosa por más que sea admirable. ¡Ah la lira es hermana de la pobreza¡ Surguchov termina coincidiendo con Horacio que ya decía un siglo antes de cristo: “carmina aurum non dabunt” (los versos no dan de comer).
En esto llega a la casa un paquete. Dentro viene el libro de cuentos que acaba de publicar el hijo de la familia Teodoro Egorov. Su padre se extasía contemplando las páginas sin abrir y la madre que no sabía leer exclama “esas cosas se las ha sacado Igor de la cabeza”. Ávidos, empiezan a leer, el viejo le lee a la vieja aquellos cuentos que acaba de publicar el mu chacho. Sin embargo a medida que avanza en la lectura se le ponen los pelos de punta.
El protagonista vive una vida disoluta en la ciudad, visita los chigres más inmundos, le hace el amor a las meretrices de la corte cae abatido en un duelo ¡qué horror!
Entonces para que la vieja no se entere de que el hijo bien amado es un perdis que anda por malos pasos empieza a cambiar la nota y leer en voz alta cosas que se le ocurren, historias de santos, aventuras maravillosas de caballeros que luchan por el zar y mueren peleando por la Santa Rusia.
La madre escucha embelesada. Pero nada es verdad. Saco una moraleja o varias moralejas los libros levantan sospechas y envidias, descubren los flancos débiles del autor, además esto de escribir para analfabetos no es muy saludable que digamos.
Sin embargo los autores no renunciamos al oficio. Nos calzamos el coturno para hablar con voz profeta y hace estremecer a las gentes con el bronco sonido del isofar de Yom Kippur. Aina más.
Ninguno de esos mendas famosos antes mencionados escritores de aluvión firmantes en la Feria del libro sería capaz de dar a la estampa una obra de arte como este cuento del escritor ruso. Hoy la literatura virtual se ha convertido en afrecho de famosos analfabetos.
UN BELLÍSIMO CUENTO RUSO. ¿VALE LA PENA ESCRIBIR?
¿Qué es la belleza? Preguntó un día la rosa y el artista respondió y tú me lo preguntas.
Llevo sesenta años escribiendo con poca fortuna soy un incógnito un topo de la literatura pero creo haber alcanzado un grado que se acerca a lo máximo en mi accésit al igual que los místicos hablan de la via purgativa, la vía contemplativa y por último la unitiva.
Con ella acabas juntándote a la divinidad el corazón traspasado de trascendencia y gozando de la santa indiferencia. Te sientes por encima del bien y del mal y te ríes con tristeza de esos y esas escribidoras que llaman a las puertas de la fama y trepan por la cucaña para llegar a codazos y zancadillas los primeros a la meta.
Temo confesar que en esta feria de vanidades y de imágenes el buen paño en el arca se vende. Así que todos esos famosos que firman sus ejemplares en las casetas de la feria del libro.
Perez Reverte el espadachín cuyos libros se me atragantan, la Carmen Navarro que pare bestsellers más que una coneja, hija del Yale cuyo padre el divino cojo periodista a galeradas de Pueblo quiso tirar a su madre por la ventana pero sólo se atrevió a lanzar a la calle la máquina de escribir me parecen unos diletantes promocionados superventas.
Pero sus libros se me caen de las manos. Sólo escriben refritos de los thriller norteamericanos. Así que me quedo con los rusos tan despreciables y obliterados por la propaganda del régimen 666.
Ivan Surguchov un autor descatalogado escribió “Las padres”. Es la historia de un rico mercader de provincias que mandan a estudiar a Petersburgo a su unigénito a estudiar leyes. La familia se reunía en la gran casona las noches de de filandón al calor del fuego mientras silbaba el samovar con el té ardiente y hablaban de sus cosas. Ivan Trimomich Egorov un rico comerciante de pieles. Había tenido suerte en sus negocios, su mujer María era analfabeta y odiaba los libros. El amigo de la familia por el contrario careció de fortuna en los negocios estaba arruinado pero era un hombre ilustrado se sabía al detalle todos los santos del día. Se llamaba Mijail Mijailovih cantaba como un chantre a duo con el diacono para entonar las letanías. Hablan del hijo Igor que escribía en los periódicos y revistas nacionales. Pero digame usted, Ivan Ivanovich: ¿escribiendo en esos medios tan afamados se puede ser rico, lograr la cruz de san Estanislao o ganar una sinecura en la Administración?
Una paga del estado es cosa segura, los poetas se mueren de hambre.
La pregunta flota en el aire y se concluye: un escritor no vale gran cosa por más que sea admirable. ¡Ah la lira es hermana de la pobreza¡ Surguchov termina coincidiendo con Horacio que ya decía un siglo antes de cristo: “carmina aurum non dabunt” (los versos no dan de comer).
En esto llega a la casa un paquete. Dentro viene el libro de cuentos que acaba de publicar el hijo de la familia Teodoro Egorov. Su padre se extasía contemplando las páginas sin abrir y la madre que no sabía leer exclama “esas cosas se las ha sacado Igor de la cabeza”. Ávidos, empiezan a leer, el viejo le lee a la vieja aquellos cuentos que acaba de publicar el mu chacho. Sin embargo a medida que avanza en la lectura se le ponen los pelos de punta.
El protagonista vive una vida disoluta en la ciudad, visita los chigres más inmundos, le hace el amor a las meretrices de la corte cae abatido en un duelo ¡qué horror!
Entonces para que la vieja no se entere de que el hijo bien amado es un perdis que anda por malos pasos empieza a cambiar la nota y leer en voz alta cosas que se le ocurren, historias de santos, aventuras maravillosas de caballeros que luchan por el zar y mueren peleando por la Santa Rusia.
La madre escucha embelesada. Pero nada es verdad. Saco una moraleja o varias moralejas los libros levantan sospechas y envidias, descubren los flancos débiles del autor, además esto de escribir para analfabetos no es muy saludable que digamos.
Sin embargo los autores no renunciamos al oficio. Nos calzamos el coturno para hablar con voz profeta y hace estremecer a las gentes con el bronco sonido del isofar de Yom Kippur. Aina más.
Ninguno de esos mendas famosos antes mencionados escritores de aluvión firmantes en la Feria del libro sería capaz de dar a la estampa una obra de arte como este cuento del escritor ruso. Hoy la literatura virtual se ha convertido en afrecho de famosos analfabetos.
UN BELLÍSIMO CUENTO RUSO. ¿VALE LA PENA ESCRIBIR?
¿Qué es la belleza? Preguntó un día la rosa y el artista respondió y tú me lo preguntas.
Llevo sesenta años escribiendo con poca fortuna soy un incógnito un topo de la literatura pero creo haber alcanzado un grado que se acerca a lo máximo en mi accésit al igual que los místicos hablan de la via purgativa, la vía contemplativa y por último la unitiva.
Con ella acabas juntándote a la divinidad el corazón traspasado de trascendencia y gozando de la santa indiferencia. Te sientes por encima del bien y del mal y te ríes con tristeza de esos y esas escribidoras que llaman a las puertas de la fama y trepan por la cucaña para llegar a codazos y zancadillas los primeros a la meta.
Temo confesar que en esta feria de vanidades y de imágenes el buen paño en el arca se vende. Así que todos esos famosos que firman sus ejemplares en las casetas de la feria del libro.
Perez Reverte el espadachín cuyos libros se me atragantan, la Carmen Navarro que pare bestsellers más que una coneja, hija del Yale cuyo padre el divino cojo periodista a galeradas de Pueblo quiso tirar a su madre por la ventana pero sólo se atrevió a lanzar a la calle la máquina de escribir me parecen unos diletantes promocionados superventas.
Pero sus libros se me caen de las manos. Sólo escriben refritos de los thriller norteamericanos. Así que me quedo con los rusos tan despreciables y obliterados por la propaganda del régimen 666.
Ivan Surguchov un autor descatalogado escribió “Las padres”. Es la historia de un rico mercader de provincias que mandan a estudiar a Petersburgo a su unigénito a estudiar leyes. La familia se reunía en la gran casona las noches de de filandón al calor del fuego mientras silbaba el samovar con el té ardiente y hablaban de sus cosas. Ivan Trimomich Egorov un rico comerciante de pieles. Había tenido suerte en sus negocios, su mujer María era analfabeta y odiaba los libros. El amigo de la familia por el contrario careció de fortuna en los negocios estaba arruinado pero era un hombre ilustrado se sabía al detalle todos los santos del día. Se llamaba Mijail Mijailovih cantaba como un chantre a duo con el diacono para entonar las letanías. Hablan del hijo Igor que escribía en los periódicos y revistas nacionales. Pero digame usted, Ivan Ivanovich: ¿escribiendo en esos medios tan afamados se puede ser rico, lograr la cruz de san Estanislao o ganar una sinecura en la Administración?
Una paga del estado es cosa segura, los poetas se mueren de hambre.
La pregunta flota en el aire y se concluye: un escritor no vale gran cosa por más que sea admirable. ¡Ah la lira es hermana de la pobreza¡ Surguchov termina coincidiendo con Horacio que ya decía un siglo antes de cristo: “carmina aurum non dabunt” (los versos no dan de comer).
En esto llega a la casa un paquete. Dentro viene el libro de cuentos que acaba de publicar el hijo de la familia Teodoro Egorov. Su padre se extasía contemplando las páginas sin abrir y la madre que no sabía leer exclama “esas cosas se las ha sacado Igor de la cabeza”. Ávidos, empiezan a leer, el viejo le lee a la vieja aquellos cuentos que acaba de publicar el mu chacho. Sin embargo a medida que avanza en la lectura se le ponen los pelos de punta.
El protagonista vive una vida disoluta en la ciudad, visita los chigres más inmundos, le hace el amor a las meretrices de la corte cae abatido en un duelo ¡qué horror!
Entonces para que la vieja no se entere de que el hijo bien amado es un perdis que anda por malos pasos empieza a cambiar la nota y leer en voz alta cosas que se le ocurren, historias de santos, aventuras maravillosas de caballeros que luchan por el zar y mueren peleando por la Santa Rusia.
La madre escucha embelesada. Pero nada es verdad. Saco una moraleja o varias moralejas los libros levantan sospechas y envidias, descubren los flancos débiles del autor, además esto de escribir para analfabetos no es muy saludable que digamos.
Sin embargo los autores no renunciamos al oficio. Nos calzamos el coturno para hablar con voz profeta y hace estremecer a las gentes con el bronco sonido del isofar de Yom Kippur. Aina más.
Ninguno de esos mendas famosos antes mencionados escritores de aluvión firmantes en la Feria del libro sería capaz de dar a la estampa una obra de arte como este cuento del escritor ruso. Hoy la literatura virtual se ha convertido en afrecho de famosos analfabetos.
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