VALBUENA PRATS EL GRAN CONOCEDOR DE CALDERÓN. AUTOS SACRAMENTALES
Tarde tórrida del farragosto, se amontonan las vivencias, la higuera de la huerta dio frutos pequeñitos pero muy sabrosos.
El personal habla de investiduras, aviones derribados y guerras y yo sigo villano en mi rincón, manejando la margarita de los horóscopos. Escribir es para mí una fórmula de oración, asumo vivencias y veo personajes del pasado con los que topé como en un espejo. Es la gran novela de la memoria en una barca que navegó contra corriente.
Pocos españoles y españolas se acuerdan de las grandezas de nuestra literatura. Está mal visto escribir sobre los próceres del siglo de oro. Está mal visto.
La chusma anda entelerida con el beso de un calvo a una rubia o recibiendo noticias confusas y maquilladas de la guerra de Ucrania. Para mí es un consuelo encerrarme, huyendo de tanta ganga retórica y murmuración sensacionalista, en mi chiscón, escudriñando textos del pasado: Quevedo, Calderón, Lope, Tirso de Molina cuando el estudio filológico del español, tan boyante en pasadas épocas, tan en candela, estaba y ahora de capa caída.
A este respecto diré que mis dos grandes maestros que me abrieron los caminos de la filología románica fueron catalanes: Mariner Bigorra el latinista; don Ángel Valbuena Prats en la historia de la literatura española. Era el que mejor conocía la obra de Calderón superando con creces a Menéndez y Pelayo que acertaba en sus juicios y prejuicios cuando no le había dado en demasía al trago, pues conocidas eran las aficiones del santanderino al vino y a las putas.
Valbuena todo lo contraría, conservaba esa bonhomía y cordialidad que los catalanes conocen como “seny”. Yo asistí a sus clases con fervor en el segundo año de Comunes en la Complutense.
Conservo aún los apuntes de sus clases magistrales en cuadernos pautados que han envejecido en los altillos de mi biblioteca. Republicano y soldado con la república, Franco le suspendió la cátedra en Barcelona, pero le hizo profesor de Lengua Española en Murcia. Decía que si Lope escribía con el corazón y extrayendo todo ese lirismo que guarda el alma recia de Castilla.
Don Pedro Calderón de la Barca escribía con el entendimiento. Pone en escena toda la teología que salió del Concilio de Trento. Se adelanta al teatro de ideas. Inventó los autos sacramentales.
Si el románico vuelca en piedra las enseñanzas de la fe para el pueblo que no sabía leer, el teatro calderoniano es un friso de la teología llevada al teatro.
Juega al tute con las grandes verdades derivadas del concepto católico de que esta vida es un paso circunstancial para la vida eterna. Son más de medio centenar de autos y comedias en su haber.
Citemos algunas: la vida es sueño, el gran teatro del mundo, el divino Jasón, el cubo de la Almudena, la cena de Baltasar, el cordero de Isaías etc. Decía el querido profesor que Calderón es más conocido y citado que leído.
Claro que hoy en día los pasos de sus autos sacramentales y comedias de atadero se nos volverían indigestos por dos razones:
La profundidad y simbolismo de sus personajes tan lejos de una sociedad irreligiosa que se esconde ante la realidad de la muerte
Por el pesimismo católico de aquellos españoles del XVI que heredaron de los clásicos el pensamiento en el más allá (anitera)
El año que acabé yo segundo de Filosofía y Letras se jubilaba Valbuena Prats. Corría junio de 1964.
Dio aprobado general. Se conmemoraban los xxv años de paz. Valbuena Prats fue un republicano que enseñaba en las universitarias del franquismo.
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