AZORIN IMPÁVIDO
En mi adolescencia leíamos a Azorín, Baroja, Cela. Maeztu, Machado y toda la pléyade del 98 pero sobre todo a Antonio Martinez Ruíz que se transformaría en Azorín. Su prosa cansina y escueta gozaba de las preferencias de los preceptistas de Retórica. Yo me acuerdo de aquellos artículos del maestro copiados a ciclostil que distribuía el P. Penagos para analizarlos. Penagos detestaba a Unamuno al que denominaba “una mona” por haberse metido con los jesuitas. Desconociendo el buen padre que Azorín al que admiraba en su juventud proclamaba la acción directa contra el clero y decía que a los de la Compañía de Jesús había que quemarlos. El Martínez Ruiz anarquista se ufanaba de no tener mujer porque no creía en la propiedad privada. Siguiendo las enseñanzas de los anarquistas Krapinski, Bakunin y Foure Maeztu en sus tiempos revolucionarias lanzaba soflamas contra el clero. Posteriormente cambiaron de chaqueta o evolucionaron, algo muy español. Un español si quiere mantener el rumbo ha de saber de qué lado soplan los vientos, unos a orza y otros a bolina. La crisis del 98 con la pérdida de Cuba el último florón del imperio trajo consigo una oleada de pesimismo. Ganivet se suicida en Riga. Otros tiran para adelante con una tea revolucionaria en mano. Había que cambiarlo todo, establecer un nuevo orden. ¿Cómo ahora? Visto lo visto y contemplando la desmesuras del gineceo de Sanchez la Napias se va a dar el pico con Pichimont un catalán independentista tiene la las llaves del Estado, la cosa tiene un par de perendengues `pero bueno sigamos con Azorín y los próceres de aquella generación del 98. Todos eran onanistas. Se hacían pajas mentales y nos transmitieron a los de la generación del 68 su pesimismo. Azorín en sus postrimerías se hizo de Franco y escribía en la tercera de ABC. Maeztu aquel vasco grandullón de prosa difícil a vueltas con el castellano pues era medio inglés escribió Defensa de la Hispanidad. Yo leí cuando era funcionario de la Hemeroteca los incendiarios de Ramiro de Maeztu que decía que Azorín era un trepa con maneras de un jesuita un espíritu seco marcado por la ambición y cautela. Consigue un puesto en la redacción del periódico del país mediante enchufes e influencias. Escribe novelas que no son reales son novelas librescas que no copian la realidad ni la naturaleza. En su estilo entrecortado y adusto falta el aliento de la ternura. Es un abanderado del cálculo a la manera jesuítica. En Azorín los libros sustituyen a la vida por interposición o por suplantación. En resumidas cuentas Maeztu le da al escritor de Monovar una buena zurra en este artículo publicado en el Imparcial. Claro que la tarea de la creación que se hace entre cuatro paredes es ardua y difícil. Se sienta uno, y se siente en medio de su cólera que puede ser un quid divino o una monomanía. Ganar de cambiar el mundo meterse con los judíos pero las novelas no pueden cambiar el mundo. El arte es un círculo vicioso que se encierra en sí mismo. Azorín escribe rodeado de libros. Muestra cierta diagénesis por Montaigne al que cita constantemente. Es un prisionero de la letra muerta, Azorín recrea a los clásicos, los redivive. ¿Son los libros tu salvación o tu ruina? Se aleja encerrado entre las cuatro paredes de su torre de marfil de la brutalidad española de su desmesura, but his characters misfire. Son un gatillazo pero hay que darse con un canto en los dientes. Pues vivir es ver volver, acariciar el mito del eterno retorno. En su obra Los Pueblos anuncia la llegada de la España vacía.
El pesimismo de Pio Baroja es de distinto cuño. No es intelectual sino vital, viene de Schopenhauer y de Nietzsche. Hizo la carrera de Medicina pero después de asistir a un parto en Cestona viendo las heces y la sangre que envuelve las placentas en las cuales los seres humanos vienen al mundo abandonó la carrera, casi se desmaya de asco, se vino a Madrid y puso una panadería, que fracasó. Vivió pobremente y eso que sus libros como La Casa de los Aizgorris alcanzaban tiradas de tres mil ejemplares de los que se vendieron quinientos, un lujo para aquella época no se había abierto la veda del bestseller. Misógino decía don Pío que las mujeres se van con el que exhibe más músculo y tiene una buena cartera.
Inadvertidamente, sus obras que no siguen una línea argumental definida, los personajes entran y salen y el autor no vuelve a acordarse de ellos, rezuma escepticismo. El alejamiento y la contemplación de lejos de los seres es un buen ideario para caminar por la senda.
Asume la tesis de Flaubert del espejo a lo largo del camino. Baroja se mantuvo toda su vida soltero es el más casto el menos lascivo de los novelistas españoles.
Tal vez leyó aquella palinodia lanzada por Quevedo contra el sexo femenino: “las mujeres son compañía forzosa que se ha de guardar con recato, que se ha de gozar con amor y comunicar con sospecha. Si se las trata bien, algunas son malas. Si se las trata mal son peores. Muy avisado es aquel que usa de sus caricias y no se fía dellas” porque hay está doña Napias la meiga gallega la empoderada prepotente del gineceo Sánchez para dar validez a tal afirmación.
Vivir es sufrir y sufrir es pensar, así lo consideraba don Pío. Pero la vida no es coherente. En una novela todo cabe pero los novelistas somos gentes de poco dinero. Ganaba don Pío seis mil pesetas al año con sus libros. Y esta precariedad existencial se refleja en su segunda gran novela La Busca
Maeztu hijo de un español e inglesa nació en la Habana, le faltó preparación humanística, se ganó la vida como lector de las operarias en una fábrica de tabacos en La Habana.
Sus ideas son verdaderos hallazgos y en sus artículos remitidos para el País desde su corresponsalía en Londres se advierte la fibra del patriotismo que les sobra a los ingleses y les falta a los españoles. Atribuye esta merma al predominio de las sotanas en nuestra cultura. A su juicio el vaticanismo había causado la ruina y la ignorancia del pueblo español manipulado por el clero.
Los curas son parásitos, unos vampiros que chupan la sangre del español, que es sin embargo capaz de grandes proezas y ahí está su obra cumbre Defensa de la Hispanidad un contraataque frente a la Leyenda Negra. También tuvo que cambiar de chaqueta. El viejo anarquista se transformó en un férvido creyente en la catolicidad y cuando iba a ser fusilado por la chusma marxista pronunció una frase que ahora se haría viral:
−Vosotros no sabéis porqué me matáis pero yo sí que sé por qué muero
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