COLGAR
EL RATON
20/01/2024
Los futbolistas cuelgan las botas. Algunos curas la sotana y
yo voy a colgar el ratón de Internauta pues tengo la sensación de predicar en
un desierto. Ni me escuchan ni me entienden. La gente anda muy encastillada en
su ego. Hoy cumplo 64 años que es el doble de la canción de Julio Iglesias.
Treinta y tres años. Quien lo diría. Me despertó por la mañana y un beso de
Henar me alegró pero treinta y tres años
multiplicados por dos así que haticuenta ya no es uno un recental. Madre mía
que pronto pasa el tiempo. Colgar el ratón ciertamente pues es vano ejercicio
esto de escribir. La gente no atiende. Parece vivir en cámaras insonorizadas.
La palabra ha muerto y viva la imagen. Así que colguemos el ratón démosle mulé
metafóricamente se entiende a Guilli Mate y dejémosle tan pichi entre sus
bitácoras sus blogs lo que la gente escribe para que nadie le escuche. Ay esta
noche de mi aniversario cuanto dolor por el camino. Ahorco los hábitos, pero yo
nunca quiebro la pluma. Yo sigo. En realidad, cuando creí que los libros valían
algo fui librero de lance, lo que yo quise ser después de venirse abajo otro
sueño el de montar la guardia junto a los luceros. Fue también la vocación primigenia
del caudillo Franco. Si no hubiera sido militar… librero. Oigo voces y las
pongo todas sobre el papel. A veces se escucha una algarabía de voces
diferentes y de rostros macabros de mujer. Señor habla que tu siervo escucha.
Sí Señor, pero ¿a quién? Esta impotencia de no llegar nunca a ser lo que pudo
ser de no atañer el ideal cuando casi estaba tocándolo con la punta de los dedos
y me quedé con las mieles en los labios. Yo funcionario suspendido de empleo y
sueldo. Yo librero. Amarrado al duro banco de la galera de la literatura
escuchando el estallido del rebenque sobre mi cabeza. Cía, cia. Marinero. Una
palabra siga a la otra. ¿Qué pone ahí? Leñe pues yo mismo ni lo sé. Escucho las
voces y las consigno en el papel. A veces es la gritería tal que no entiendo lo
que dicen. Son cosas muy contradictorias, pero in contraditione peperuit me
mater mea. Yo quise ser literato y periodista de relumbrón, pero di con mis
huesos en la calle- top manta de los libros viejos esparcidos en rátigo.
Venta de por junto y al por mayor. Eso se llama pignorar el alma. Letra muerta
que no sirve para nada y pesa mucho. El papel se ha convertido en muro de lamentaciones,
pero es un ejercicio inane y variopinto. Mas no quedaba otra opción. Tirar la
boina y tender los libros viejos sobre el suelo esos que yo adquirí con mis
ahorros y que me costaron tanto esfuerzo sobre el bulevar en espera de que
llegasen clientes. ¿Cuánto es? Un euro. Se lleva usted un buen libro de buena
lectura. Las confesiones de San Agustín. ¿Y para que me sirve Agustín? Para
ahorcarme. Ese era un obispo africano que le gustaban mucho las mujeres. Tuvo
una madre posesiva y una novia nubia que debió de ser muy guapa y la añoró,
pero tiran más dos tetas que dos carretas sobre todo son las tetas de un obispo
de esas mujeres de rompa y rasga y de aquí estoy yo. Lágrimas sobre la arena de
la playa de Ostia. Recuerdos las mareas de san Agustín cuando el verano está en
su cenit y empieza el declive del solsticio como el de todas las cosas. La
melancolía y la retórica agustiniana marcan el principio del fin de una
civilización. Para qué quiero yo a ese santo. Es viejo y murió hace muchos siglos
por el siglo tercero o cuarto y dice cosas maravillosas utópicas que no me
sirven para nada yo soy camionero soy transportista oiga. ¿No tiene revistas de
gachís para hacerme una paja cuando esté en el punto mirando al tendido? No
vendo pornografía ya se lo dije sólo buena literatura. Quede usted con dios.
Bah paparruchas retóricas filosofías y se alejó murmurando insultos contra mí
entre dientes. Al pobre librero de viejo nadie lo comprende. Pero se estaba
bien en aquel paseo una soleada mañana de invierno. Se veían los lomos de la
sierra y el cacumen granítico de la cordillera que lo vio nacer. Entre
cigarrillo y cigarrilo entoné un aire de la sierra:
Marranillo de febrero vete con tu padre al
humero”
Los
compañeros de los otros tenderetes me miraban con melancolía y se llevaban la
mano a la sien como diciendo este sí que está como las maracas de Machín. Yo
solo estaba matando a la liendre que me carcomía por fuera y por dentro.
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