Santa Águeda 1938 a mi
padre se le congelaron las rodillas en Teruel
Cuando cambiaba el tiempo a Silvino le dolían las rodillas. Hijo, hijo, Teruel, me decía y fue en Teruel en la defensa del seminario. A 23 bajo cero. Fue el día de Santa Águeda y durante los 79 años que vivió el teniente Parra encargaba una misa y ponía una vela en el altar de la santa siciliana a la cual un pretor celoso por nombre Quinciano mandó con sus pechos hacer tajadas.
Los celos son terribles. Ágata ¡bello nombre¡fue condenada a una mazmorra. El apóstol san Pedro bajó del cielo a visitarla y volvió a colocar las mamilas en el lugar donde estaban, historia difícil de creer, pero los santos son los santos y tienen poderes taumatúrgicos. ¡Oh cruel Quincino de esta manera cortas los pechos de los que mamaste, ¡dicen que dijo y el tirano bajó la cabeza. Acto seguido mandó degollarla, y ahí está la gloriosa santa Águeda, dando nombre a tantas iglesias y bendiciendo desde los altares consagrados a su advocación por toda la cristiandad, a las parturientas, las menstruantes, las nodrizas que amamantan, amas de cría.
San Lucas realiza un
canto a las paridas: Beatus venter qui te
portavit et ubera qui tu suxisti, nos narra el evangelista, bendito el vientre
que te portaba y las tetas que tú mamaste. O sease viva la madre que te parió.
El grito de aquella mujer tiene un largo
recorrido histórico porque la redención tiene que ver con la concepción. El sexo, no se asusten, los mentecatos es parte de la vida cristiana y a mi padre se le
helaron las rodillas en el frente de Teruel.
Andaba desde entonces
un poco cojo. En el seminario se luchó al arma blanca. Atacantes y defensores
eran españoles y, como no, con esto no hay que decir nada.
La batalla fue cuerpo a cuerpo, a bayoneta calada. Toda la batería sucumbió al ataque de los rojos. El Silvino, sin embargo, pudo contarlo gracias a la intercesión de la gloriosa santa Águeda. En las tardes de invierno cuando nos sentábamos junto al fuego de la cocina el veterano, todos querían al sargento Parra, me contaba los hechos vividos y saltaban nombres de pueblos en la memoria: Alfambra, Guadalviar, Caudé, Concud, Mansueto, el cementerio de Teruel y aquel oficial de artillería que bajo el fuego enemigo trató de cubrir la retirada de sus hombres cruzando sin desenfilada a todo correr la plaza del Torico.
El último maricón, dicen que dijo y allí quedó yerto por el disparo de un paco apostado en la torre de la iglesia de santa Emerenciana.
Consumada la encarnizada lucha, el 21 de febrero del año 38 fue reconquistada por los nacionales. Entró la fuerza, pero a mi padre Silvino tuvo para el resto de su vida sus piernas yertas y semi congeladas. Teruel, hijo, Teruel. La gran batalla.
No se me
olvidará nunca el día de la fiesta de Santa Águeda cuando mandan las mujeres
en Zamarramala
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