EL KEMPIS
Cada mañana
un lector desde el púlpito del refectorio leía pasajes del Kempis. Desayunábamos
café con leche en polvo norteamericana un trozo de queso y un panecillo algo
revenido, y tomábamos el afrecho espiritual de aquel monje holandés del que se
contaban terribles historias. Le iban a canonizar pero abierto el sepulcro encontraron
una mueca desesperada. Lo habían enterrado vivo. No lo hicieron santo pero su
ascético manual (vivió una vida apartada y conflictiva en el convento) sería el
afrecho de generaciones de hombres y mujeres aspirantes a escalar las cumbres
de la santidad. Entre los libritos y por los rinconcitos, decía. Poco sabemos
de su personalidad. Lo citan como anónimo. Se sabe que era un fraile holandés
profeso c. 1380 en la orden de los Hermanos de la Vida Común. Fue ordenado
sacerdote 1413. Sus retahílas a la sazón resultaban un tanto oscurantistas,
fustiga a los que quieren saber de la Trinidad, pero no imitan sus enseñanzas; son eminencias en teología pero
luego resultan tipos soberbios, engreídos, poco caritativos. Sus recomendaciones
anuncian el libre examen protestante, algunos de sus capítulos huelen a
herejía. Hoy pocos católicos leen el Kempis pero a mí me sigue gustando es
frase “entre los rinconcitos y por los libritos” una máxima espiritual que Teresa
de Jesús más a ras de tierra y más mujer traduce como “Entre los pucheros
también anda el Señor”
20/03/2024
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