SHERLOCK HOLMES EL CAFARD LONDINENSE
Sigo en bloqueo, en las garras de la abstemia, no doy ni pie ni mano, ni por mi vida dos reales. Es lo que llamaban los franceses “le cafard” (la cucaracha). Ora sea debido al calor ora por el mundo que me rodea, tan cruel y tan diferente de aquel por el cual yo luché y por el que soñé. Sin embargo, lanzo el caldero al pozo de mis recuerdos y extraigo el agua viva de vivencias memorables. Fui en mis tiempos un apasionado de las novelas de Sherlock Holmes y recuerdo que el detective más famoso de todos los tiempos el creador de la novela negra se sentía aquejado por el cafard. Se pasaba días enteras sentado en su sillón en el cuarto de estar de su domicilio 221b Baker street mirando por la ventana arropado en su Macintosh o pelerina (en las casas londinenses en aquellos tiempos y en los míos los que yo viví hacia mediados de los 70 del pasado siglos, sin calefacción central, hacía un frío de cojones) envuelto en las volutas transversales de su pipa para dispersar las nubes de su aburrimiento.
El bueno de Conan Doyle se olvidaba de sus cualidades deductivas, de sus dotes de adivinación y de sus aficiones al espiritismo. La popularidad de tan insigne personaje se hizo tan precisa que muchos de sus lectores creían que el agente de Scotland Yard era real y que el número 221b de Baker Street existía.
Por aquellos años el nivel de vida de los españoles había aumentado tanto – la peseta era divisa más fuerte que la libra esterlina- que los viajes a Londres se hicieron muy populares. Todo Madrid venía a comprar a Harrods, se escuchaba hablar español con acento asturiano en la Torre de Londres.
Yo tuve que hacer de espolique y guía algunos fines de semana y me ocurrió un caso con Genaro el hijo del sastre de Arévalo que había sido conmigo seminarista en Segovia.
─Por lo que más quieras, Antoñito, llévame a ver la casa de Sherlock Holmes─ me dijo nada más tomar tierra en Heathrow.
Yo sonreí para mis adentros. Genaro ya desde sus días adolescentes era un lector empedernido de las novelas de Agatha Christie y Sherlock Holmes representaba el héroe epónimo, su particular con Quijote, pero el pobre no sabía por sonde se andaba.
A lo mejor se le había secado el cerebro de tanta lectura, los días de claro en claro y las noches de turbio en turbio. Yo no quise decepcionarle. Tomamos un taxi y le dije al taxista la dirección indicada. Nuestro automedonte pegó un bote y contestó en el más puro inglés con acento cockney:
─ iaint such a place, mate. Baker street finish at number sixty (no hay tal lugar, compadre; la numeración de la calle termina en el 60)
Genarín no se lo podía creer pero sabía que en Londres hay muchas casas habitadas por fantasmas.
Acabamos en Picadilly viendo un striptease. Aquello resultaba más real y terminamos la noche en una discoteca que se llamaba “La Balbone”. Creo que ligamos con dos suecas. El cafard la cucaracha negra desapareció. Conan Doyle con sus alardes deductivos nos enseñó que la vida puede ser bella.
domingo, 07 de julio de 2024
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