EL BUSCÓN ENTRA EN MADRID
Don Pablos cobrada la herencia
que le dejara su difunto padre el barbero (afeitaba barbas rapaba bolsas) y
habiendo hecho un corte de manga a su tío el verdugo del que se fue sin
despedirse al cabo de una comilona antropófaga cosas del hambre pero en este
capítulo se narra cómo se mete de adobo al que hicieron cuartos hubieron de
meterse los comensales una cántara de vino para que pasaran bien los
pastelillos de carne dudosa él no lo prueba y observa cómo los que comensales
de la merendola acaban andando a gatas de la zorra que cogen. Pues lo dicho se
presenta en Madrid sin coger el busvao y entra por las Rozas donde en una
posada traba conocimiento con un hidalgo de gotera de los que que se
espolvorean la barba con migas de pan salen a la calle y van paseando muy
dignos haciendo ver a sus semejantes que comieron… llegó a aquella insigne villa gomia de tantas sabandijas que como una
dellas le recibió y amparó en sus muros” después de referirse a la hospitalidad del
rompeaolas de las Españas que a todo el mundo acoge cuenta el autor que su
personaje entra en la capital por las rozas subido en el carro de un arriero.
Catalina y Aldonza se llaman las mozas del mesón. Vestían mantellinas de
Segovia basquiñas y otras galas de fregatriz. Vienen de todas partes en busca
de fortuna los famosos paseantes en corte que rellenan páginas y más paginas
capitulos y más capitulos de la literatura española. Quevedo los llama
pretensores. Ellos son preservativos del buen ánimo (lo de preservativo es una
palabra degradada en sus tiempos tenía un sentrido místico) acudían a la sopa
boba de los conventos y por el enverano bajaban a la pradera de San Isidro a bñarse ellos en cueros y ver bañarse con el
mismo traje a las hijas de Eva a bailar la capona y a comer las rosquillas del
santo. Por atavío ropones de veintisodseno calzas y ropillas capa terciada una
sotanilla de paño segoviano estudiantes y clérigos. Algunos se van a vivir a
los mesones de la calle Majadericos como la Niña de los Embustes otros buscan albergue en la
posada del Peine. Por la calle pasan aguadores y letrados buhoneros freanceses
vendiendo acericos y alfileres dueñas con la cesta camino del mercado de la Cebada muy atalajadas. Ya
llegaron las mozas de partido irlandesas y las amas secas gallegas y asturianas,
un fraile arrea su mula por la costanilla y acaba de llegar a
la corte un arzobispo nada menos que el nuncio de Su santidad con una reata de
coches y palafrenes entre grandes reverencias de lacayos idas y venidas de la
guardia noble. Unos vienen y otros van. Algunos hacen la jera para siempre. En
San Ginés hay lutos y ropones. Se celebra el funeral por una dama principal
pero hay un bautizo en san Sebastian y por la puerta de san Martin sale una
boda. Vivan los novios. Llegada la tarde los amantes acudan a la reja de sus
adoradas para dar Martelo y palique. Viene la ronda y un farolero a voz en
cuello grita a voz en cuello lo de las doce y serena. Un poco más allá subiendo
Montera y a favor de las sombras dos caballeros embozados se baten en duelo por
una mujer. Uno de ellos es traspasado por el florete del rival y al caer pide
confesión. Se escucha en San José unas lúgubres campanadas. Es el toque de
ánimos. Unos hacen la jera otros aparecen unos vienen y otros van. La rueda de
la fortuna se mueve sin parar. Movimiento perpetuo. Risas y llantos. A unos les
va bien a otros mal. Y de los escarmentados se hacen los arteros. Quevedo en
esta gran novela picaresca pìnta las costumbres a la tremenda pero todos los
pasajes todos los capitulos esconden intención moralizante. Describe las mañas
de la tercería refleja el doble rasero
de curas hipocritas monjes vagabundos afluyendo a su prosa “ujn diluvio
de razones y una tempestad de señas”. El arte conceptista de don Francisco de
Quevedo y Villegas exhibe borchazos tremendistas que dan lugar a un cuadro del
siglo XVII en negro trescientos años antes de aparecer Goya. Lo goyesco lo
quevedesco lo esperpentiuco son colación razonable. Un escritor se revela por
su lenguaje la particularidad de su estilo la manera de acopiar datos y por el
“palabrero”. Ahí la pluma de este madrileño alcanza cotas inalcanzables.
Demuestra cómo el castellano bien manejado puede ser un gozo estético. En la
estructura del relato corto y punzante hay parataxis. El cuento se proyecta
hacia un objetivo concreto sin disgresiones de una forma punzante. Es como si
el autor manejase garfios o azotase con los gatos de la caricatura y de la risa
tanto al lector como a los personajes. Lo que resulta es un trozo de viva.
Páginas inmortales. Quevedo nos presenta lo que en España no muere nunca
historias mejor o peor hilvanadas algunas cogidas por los pelos otras cohesivas pero inmortales. El Buscón es la
crestomatía ambiental de la mentalidad de una época sin talante trágico sino humorístico
con una gran sinalectica o prosa descriptiva bien calzada con botas de siete
leguas parrafos en los que se pone el caballero de las espuelas de oro las
cachondas que así se llamaban entonces los pantalones sobre los que iban las
botas de montar. La razón de ser el leitmotiv del Buscón es el hambre. El sexo
se sobrentiende o hay que echarlo de comer aparte… “que nunca nos enamoramos sino pane lucrando; las damas melindrosas por
lindas que sean entre nosotros están de más y así siempre andamos en recuedta
de una bodegonera por la comida, con la huéspeda por la posada, con la que abre
los cuellos por el que trae el hombre nos almidona nos plancha y nos lava… pues
comiendo tan poco y bebiendo tan mal no se puede cumplir con todfas”. Si te
abres de rodillas se verá el ventanaje y aquí conviene disimular. Entre burla y
juego empedré la faltriquera de mendrugos-
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