LA
GIOCONDA CINCO SIGLOS
Recuerdo
aquel París 1964, mi encuentro con la Gioconda, el mejor retrato pintado por el
hombre, la sala silenciosa y el conserje al lado guardando esta maravilla
enmarcada en un espejo antibalas, una obra de arte un "capolavoro",
la obra maestra del gran Leonardo que me sonreía al otro lado del espejo, perfilándose
sobre un paisaje florentino: árboles y un camino.
Figura
sobrecogedora, más por lo que sugiere que por lo que abarca físicamente desde un
lienzo de menos de un metro cuadrado. El misterio de un rostro la mujer que sonríe
y mira altiva y lejana desde la lisura de unas manos de reina. Caí de hinojos,
caballero andante de la palabra, ante su deslumbradora belleza.
Es este retrato el triunfo de un idilio que atrapó a muchos. El amor escrito en ese rostro enigmático vencerá a la muerte. Tuve entonces un sueño y una visión.
Es este retrato el triunfo de un idilio que atrapó a muchos. El amor escrito en ese rostro enigmático vencerá a la muerte. Tuve entonces un sueño y una visión.
Era
el triunfo de Europa, la apoteosis renacentista expresada en el primor de unos
pinceles que se esfumaban al pastel. Dicen que el modelo era un hombre,
suposiciones mías, no puede ser que otra que la esposa de un noble florentino un tal
Gerardini, a quien todos han olvidado. Jamás a Mona Lisa.
Se
trata de un cuadro inacabado, que ha sobrevivido a un robo, el de 1910, varias
revoluciones y dos guerras mundiales, a decir de los críticos, pero no caben en
la excelsitud de esta pintura mayores perfecciones. Guarda la clave de un misterio estético.
En
1516 Leonardo da Vinci se llevó el lienzo consigo a la corte de Francisco I,
aquel gran rey francés, enemigo del Emperador, al cual los españoles hicieron prisionero en Pavía y
lo metieron en la cárcel del castillo de Turegano. ¿No fue este rey, gran mecenas y amigo de los Medici, el que dijo,
contrariando a los hugonotes, lo de Paris bien vale una misa?
Aquel
verano en Paris un estudiante pobre que se gastó sus pocos francos en pagar la
entrada al museo del Louvre se desposó con la belleza, comenzó la búsqueda
imposible de la Mujer Fuerte y la Gioconda las cejas depiladas, cierta clemencia
en el mirar lontano, creo que me sonreía. Ese novio de la muerte, ufano de su propia locura, era yo.
Es
bueno acariciar aquel recuerdo cuando todo cruje. Todos nos lo arrebatarán
menos ese anhelo de belleza.
Ahora
entiendo lo que no comprendía entonces. Cinco siglos de la Gioconda es como
para animarse y no desesperar. Sigamos creyendo en Europa y en Francia madre de
la cristiandad cuna la libertad. Siempre nos quedará Paris.
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