Se frotan las manos las maripavas. Ya tienen tema. Arde Doñana, se queman los patos, lloraba una avutarda, un lince apareció achicharrado en una charrasca en la mañana. Fuego. Ogoñiek. Una palabra rusa que trae malos barruntos. Si uno lee a los rusos se cotejarán precedentes nefastos porque el fuego precede a la revolución. En 1917 hace cien años la estepa rusa ardía por los cuatros costados. No quedó ni roso ni velloso de aquellas retamas que describía Turguenev melancólico y en la novela Sacha Yegulev de Andreiev el protagonista es un pirómano. Aquel año crucificaron al zar.
Parece que la historia se repite pero aquí los tertulianos testiculares una patada en los huevos de los que se dicen demócratas y fueron criados a los pechos del franquismo (el Coletas y el nieto del coronel Castejón hay que echarlos de comer aparte) con su incontinencia verbal ya tienen tema del que hablar y lucirse ante las pequeñas pantallas porque han regresado las maripavas, las anarosas y anacondas. En el plasma celular mantean a la mujer hinchable, la cacereña, a la que sientan en una silla a tomar el fresco mientras cae la cuchilla de la guillotinas en todo su fragor la bestia tiene en España cara de coño roto que nunca hace el amor pero estas siempre nos joden y hay una que o se me despinta sentada toda tiesa en la silla de la mesa presidencial que se huele sus pedos perfumados y esa chica a la que sacaron de una casa cuna de la calle la Ballesta es la moderadora. Buenos estamos. Entre amigas y ballestas y ballesteros. Si parece una hormiguita pero anda, anda...
Me llama el Romo y dice que soy un poco apocalíptico. Este personaje al que conozco ya hace mucho más años de los que quisiera es un grano florido en el ojo del culo.
A todos el fuego les devora. Y contra lo que explaye el Romo hoy me siento un tanto profeta aunque no en mi tierra naturalmente
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