2020-07-21

de mi libro CELA EL CAFÉ GIJÓN Y YO


DEL MIÑO AL BIDASOA

El Café Gijón encandilaba un poco a los que teníamos querencia del norte. En la infancia leímos a Palacio Valdés y los cuentos de Clarín. No Clarín no era un autor prohibido. Su “Adiós Cordera” venía en todas las antologías de la época y fue el ejercicio de texto con el que nos examinaron de revalida. Ciertamente la “Regenta” había sido proscrita por el a la sazón falangista Antonio Tovar quien acabaría renegando de los principios fundamentales del Movimiento y escribiendo en el “País” junto con Aranguren, Laín y otros del grupo duro de Salamanca que dieron un giro de cien grados. No removamos el agua pasada. Lo cierto es que en los 60 la “Regenta” se puso de moda y Oviedo, la catedral de Oviedo, Vetusta, se convirtieron en el “locus amoenus” de aquellos que se iniciaron en literatura. El Gijón y Casa Mingo eran los puntos de referencia de aquella Asturias que era como la aldea soñada. El bar de Recoletos con sus ventanales, los espejos y el aire camp y el de Paseo de la Florida porque era un chigre como los que unos se puede encontrar en Ribadesella, sus pipas o cubas arriba y la galería de grandes botellas, el tillado de madera cubierto de aserrín y abajo el mostrador las cubetas de roble para escanciar la sidra que vertía la botella sobre el vaso con gesto de impasse del venanciador. A ambos lugares los considerábamos como una querencia de los montes y los prados y esa atracción de la sidra escanciada. Por tales lugares emblemáticos del Madrid de los 60 Asturias nos llamaba. En Mingo se servía el mejor pollo asado de Madrid y la sidra no era mala aunque el corcho perdía una parte de su vigor al tramontar el puerto de Pajares. Desde allí se escuchaba el pitido de los trenes que iban para el norte aquellos correos que tomábamos para ir a los seminarios. El que pasó la marola pasó la mar toda, dicen en Galicia y aquel septentrión nos convocaba. Lo supe cuando el padre Heras me sacó medio ahogado de la playa de Oyambre. Que mi vida iba a transcurrir a la orilla del Cantábrico. Allí estaban mis raíces. Vuelve a casa pan perdido. Como periodista me formé en la escuela de la Nueva España de Oviedo, un grupo que tenía a los Cereceda y sobre todo a Juan Ramón Pérez de las Clotas por epígonos. Casa Mingo. El Gijón. Cela. Las dos Asturias la de Santillana del Mar y la de Pravia. Cela. Tierra de meigas. De romerías y canciones y de libros, muchos libros. El genio nómada y don Camilo se revela en “Del Miño al Bidasoa”. Es la otra cara de la moneda. Si en Viaje a la Alcarria nos pone delante a la Castilla venerable y seca en esta otra nos adentra en el mundo misterioso de los nuberos, los bosques, las xanas, las meigas. Es su libro más poético y donde se plasma esa tendencia vagabunda y peripatético del escritor que caminando estudia el paisaje, reseña al paisanaje, cuenta la historia de un país y se deja llevar por una vena misericordiosa y poética a los desheredados. La ruta se inicia en Santiago de Compostela y acaba en Vera de Bidasoa. El autor hace el camino en compañía de un vendedor de molinillos de papel. Se nos muestra un gallego total que ama tanto a su patria que prefiere dirigirse en romance a cualquier paisano que topa por esos mundos de dios: afiladores, segadores, lampistas y gallegos que se buscan la vida fuera del país. Don Camilo debe de revolverse en su tumba cuando escucha falar a los políticos y a las políticas de la autonomía y a los radiofonistas de Radio Ribadeo cuya jerga nadie tiene que ver con el gallego meloso de cantiga aprendido cerca de Puente Deume que le enseñó su padre. pues eso ni es gallego ni es nada. En mi entrevista de Londres me dijo que una lengua no se puede imponer mediante decretos del BOE y eso puede que es lo que esté ocurriendo en la actualidad. Imponer el gallego, el catalán o el vasco por las bravas. Dejen al pueblo que se exprese en el idioma que le dé la gana aunque tal vez haya que suponer que estas draconianas campañas desde arriba obedezcan a un plan maquiavélico para la desmembración de España a cargo de aquellos que tanto lo odiaron. Cela, ya digo muestra cierta prevención hacia los coritos y nunca pudo disimular su desagrado hacia ciertos ambientes ovetenses. Debió de ser un viejo resabio o resentimiento por aquel tiro que le pegaron cerca en la Manjoya o por el lío de lo de la Virgen de Covadonga. Baya usted a saber. En el Miño al Bidasoa por Oviedo pasa de largo. Después de hacer un canto a su Galicia enxeibre se mete hacia Luarca por Castropol, encuentra las carreteras llenas de polvo, se interna por Salas donde le debió de ocurrir un episodio alcohólico en compañía de su personaje de gloriosa ficción. Dupont, vendedor de molinillos de papel, hace autostop en una camioneta y despierta en Ribadesella. Su peregrinación antes de la motorización de España alberga el interés de la descripción de una Asturias donde había empezado la emigración y los pueblos se quedaban vacíos. La prosa es rica, lozana y cuajada de esa socarronería llena de donaire aunque tendente al esperpento típicamente celiano. Este libro que leí yo hace muchos años en esa gran tasca de san Antonio de la Florida y por leerlo dejé de ir a la verbena madrileña tan famosa y la primera que Dios envía me evocaba el sonido de la gaita, miraba para el techo y allí veía como enormes gigantes a los grandes toneles de sidrina como odres de la venta de Don Quijote (cuanta risa, que de folixia, cuantas canciones deberían ocultar aquellas pipas en sus panzas) me mostró los caminos del norte. Marcaba un rumbo. Flecha hacia el norte y en el norte viví mis mejores años gracias a Dios, Una tarde de junio se me aparecieron la Regenta y doña Berta y estaba caminando por el paseo de este lugar de Madrid la Dama del Alba que iba a la verbena disfrazada de peregrina. No fue una visión, una epifanía. Barruntaba que mis pasos se dirigían hacia las montañas de Ancares, los gollizos de la sierra de Baños de Luna, las revueltas de Pajares. Venga, que nos vamos para las rías Bajas y riberas Bidasoa donde el hablar es más suave y corito que en los penetrales de la España interior, antes, claro está, de que estallase el goma dos del separatismo rompedor o la bomba de mis inseguridades que harían explosión entre mis dedos dejándome manco, aturdido y sin rumbo. No le gustaban a don Camilo los gallegos chambones, abjuraba de los asturianos carbayones de digotelo yo porque era Cela un gallego fino que todos los días andaba de coloquio con las meigas. Era un poco tan grande como la vida misma. La de dios…













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