ALMENDRAS DE ALCALÁ
Dicen que el que tiene un tío en Alcalá ni tiene tío ni tiene "na".
Yo tuve la suerte de acabar mis días laborales en esta hermosa ciudad romana, epicentro histórico de nuestra España nuclear, patria de Cisneros y del primado Carrillo. En los tiempos de quiete y asueto vagabundeé por las calles del barrio judío.
Bebí buen vino en sus tabernas, la calle Mayor, los Jesuitas.
Encaminé mis pasos hacia la atarazana de san Ignacio. El viejo hospital, el Henares río de muchas sabidurías donde las ninfas de Garcilaso habían sido sustituidas por poligoneras.
Quevedo me salió al paso y se me presentó en aquellas avenidas rectas con algo de impronta castrense de la Legio Victrix [1]que allí acampaba.
Compraba garrapiñadas, concluida mi jornada laboral, a las claras y tomaba el tren de las Rozas. Lo daban por el torno como a los niños expósitos y en el vaivén del girar del viejo artilugio yo cantaba el trabalenguas que de niño aprendía:
- Las monjas de santa Clara tienen un pájaro gordo que se pasea del coro al caño y del caño al coro.
En esas estamos del coro al caño y del caño al coro. Esto es un ir y venir
Bebí ese vino tempranillo de Navalcarnero que alegraba mi tristezas de sueños no cumplidos y de libros esperanzados.
Gracias, Dios mío.
Por ser católico soy universal y complutense. Un humanista para entendernos. Tolerante y bohemio pero acérrimo en mis principios de mi fe. Amo la palabra griega "pisté"(fe, en griego).
No hay mayor placer que el del conocimiento.
Es el poso que queda en el alma tras los avatares de la vida. Me crucé con la sombra de Pablillos y por poco fui manteado igual que el Buscón en la venta Viveros que había en el camino real de Zaragoza. Prosit[2].
Que os aprovechen las garrapiñadas de las monjas de Alcalá.
En las fiestas de mi pueblo el tío Barriga Verde vendía a real el cucurucho
[1] La legión victoriosa cuyos manípulos rindieron Numancia al cabo de un cerco de diez años
[2] Buen provecho
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