LA CASTIDAD DEL PÍCARO PEREDA
Antonio
Parra
Ahora que
la corrupción habita entre nosotros- ver artículos de Félix Arbolí y del gran
Raúl del Pozo- y la broza alcanza sin medida ni listón las teleras del carro o
más bien carromato de la querida España yo me acuerdo de una canción que habla
de tiempos mejores y nos revierte a la esperanza. “Esta noche ha llovido mañana
hay barro pobre del carreteru se atranca el carru” y me sumerjo en la lectura
de José María de Pereda. Es su centenario y verdaderamente sus obras son todas
como una canción campurriana. Esa virilidad, esa energía de sus párrafos. Un
maestro del difícil arte de la descripción que los retóricos llamaban
corografía. Nadie como el santaderino ha trasladado al papel de lo pintado a lo
vivo los paisajes de su tierra ni llamado por su nombre a las cosas, los
aperos, los dichos y refranes de los aldeanos de “Peñas Arriba”.
Así empieza
el “Sabor de la Tierruca”: “La cajiga aquella era un soberbio ejemplar de su
especie: grueso, duro, sano y como una peña el tronco, de retorcida veta, como
la filástica de un cable; las ramas horizontrales rígidas, potentes y con
abundantes y entretejidos ramos..”
Hasta en
los tacos fue comedido pues mucho se ha comentado de la castidad de este
literato soltero impenitente que vivió sólo para la escritura en una hidalguía
solariega verdaderamente. Así encontraremos en sus novelas interjecciones como
“puño” “cáspita” “fárfaras” ·demontres”. A pesar de que las tramas de sus
novelas sean de alto voltaje pues ha de verselas con las pasiones humanas que
en el campo parece que se agrandan y son más violentas que en la ciudad;
seducciones, raptos, adulterios y algún que otro estacazo en las romerías del
lugar cuando las navajas tiemblan en bolso, las garrotas rebraman por las
sendas y brillan los alfanjes.
Los que le
motejan de escritor carca en el mejor sentido de la palabra y en verdad que era
un apostólico conectado con el movimiento de los neos católico y algo
sentimental yo no diría que feo pues sus retratos con los quevedos las barbas
apostólicas y el tupé imponderable le dan un aspecto bastante digno acaso no
hayan leído su obra. Pereda era un esteta decepcionada que buscaba esa impronta
idílica la senda del “Beatus ille” horaciana al que entusiasma el paisaje pero le
decepciona el paisanaje. Y en carta a otros escritores liberales así lo deja
constar. Su desencanto por la mezquindad de la política y de las gentes que le
rodeaban.
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