LOS JESUITAS ENSEÑARON A HABLAR Y A ESCRIBIR A LOS ESPAÑOLES Y A MEDIA EUROPA
Llamo al padre Martino y me atiende por teléfono con esa hospitalidad y bondad que le caracteriza. Yo le considero mi “staretz” (guía espiritual y literario) fue en Comillas mi profesor de Retórica en el curso 1960- 61; ya ha llovido. Había llegado des de Frankfurt y era maestrillo próximo a cumplir creo los votos perpetuos. Este año se cumplen ochenta años de su ingreso en la Compañía de Jesús. Recuerdo sus sotanas abiertas a medio lado sin botones, la impresionante caja torácica (lo llamaban Platón puesto como el gran filosofo griego era ancho de espaldas, bien trabado de hombros), su humor astur leonés y su sonrisa abierta debajo de aquella gran calva esculpida y tallada como la de un patricio romano. A punto de cumplir 98 años.
Le reconocen los historiadores como el profesor que más sabe de la presencia romana en España, las guerras púnicas, los acueductos, las calzadas, el culto a los dioscuros ancestrales que pronto serían (arevacos, astures cristianizados eñ Evangelio fue punto de conexión con la mitología, vacceos y vascones) y yo me glorío de haber asistido a sus clases aunque no fuese de sus alumnos más aventajados como Juan Bedoya el santanderino cuyo padre estaba en el penal y me enseñó una fotografía de “Juanín” el guerrillero que fue apiolado por la Benemérita cerca de Liébana, o Aburto aquel vasco que era el primero de la clase (creo que fue dentista y ejeció en Oviedo) Antonio Pelayo el corresponsal de la Cope en Roma, Sonseca y otros muchos más cuyos nombres perdidos andan con sus rostros en mis recuerdos. También recuerdo al Padre Heras el arandino que a media noche venía a mi camarilla para que me levantase a orinar pues yo padecía eneurisis y alguna noche mojaba la cama. Dios premie su caridad. Eran las vísperas del Concilio y pronto vendía la desbandada de aquel curso sólo cantarían misa dos: Antonio Pelayo y Aramburu gran jugador de pala un seminarista vasco. Por primera vez yo le escuché sorprendido hablar mal de Franco. Fue sin embargo uno de mis mejores amigos aunque nuestras ideas políticas no engarzaran. Hube de abandonar Comillas y regresar a mi seminario por circunstancias tristes y ajenas a mí pero el espíritu de amor a la palabra y de la iniciación a la literatura a la verdad y a la belleza prendió en mí aunque la seguí por diferentes caminos a redropelo y a la agachadiza siempre navegando contra corriente. Nunca perdí no obstante la fe en Cristo, aun en los días más aciagos de mi existencia. Hay un jesuita dentro de mí a pesar de mis insinuaciones criticas un poco a la manera de Pérez de Ayala que también fue alumno suyo y fue un novelista que escribía elegante y en el estilo clásico que los Padres le inculcaron en el colegio de Gijón.
29 de julio 2021
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