RECOMENDACIÓN DEL ALMA
Estuve a la cabecera de un enfermo, una persona muy entrañable para mí
con el que compartí juegos de infancia y afanes. El Señor ha querido llevárselo antes que a mí
pero las lianas de la sangre y del espíritu se estrechan más allá de la muerte.
Son más fuertes. Le leí la recomendación
del alma. El escenario un inmenso
hospital de Madrid. Frío, aséptico,
impersonal. Escondemos la cabeza los
humanos en gesto de avestruz y vivimos una época en que nuestra suprema
realidad, la muerte para la que nacimos, es ocultada y ninguneada. Se presenta
de improviso, inoportuna, y cuando menos la esperamos, descabalando nuestros
planes y descabalgándonos de la querida vida.
Pero está allí presente. Ningún cura aparecía por allí. Es donde debiera estar la Iglesia y no en la
silla gestatoria de la gran política o el buenismo de Bergoglio: a la cabecera
de los moribundos, al lado de los afligidos, en las cárceles, en las
Barranquillas, cerca del que sufre, haciendo un apostolado que hoy es más
necesario que nunca y no lanzando anatemas por mor de la Educación para la Ciudadanía,
predicando con el ejemplo - ya sé que hay una Iglesia oculta no la oficial y
jerárquica que se guarda “propter metum Iudeorum” o el qué dirán intentando ser
correctamente política pero nuestros obispos españoles debieran cambiar el chip
y hacer lo que hacen en USA que en eso los americanos, los franceses y los
alemanes nos dan cien vueltas tratando de acomodar su acción pastoral a los
tiempos laicos que vivimos y que bendito sea Dios y para honra de ZP no son de
persecución: ganarse a la gente, fundando emisoras en monasterios donde se rece
y se cante las 24 horas del día como están haciendo los ortodoxos rusos y no
micrófonos que ladran en el éter de una España pagana y confundida pues hay pressura gentium, angor cordis. Y, si hay
algún lector iniciado en las grandes verdades teológicas, sabrá que no hablo a
humos de pajas- por aquello de zapatero a sus zapatos. En vez de seguir gozando
de momios y de subterfugios. El enfermo
estaba sedado pero consciente. Alguna vez me sonreía cuando, en castellano, le
leía la papela de las grandes verdades, la que no perdona a nadie y a todos nos
aguarda en el último recodo, impasible el ademán. Somos seres para la muerte. Para ella hemos
nacido. Pero la muerte no es el final y
los creyentes en comunión con la Resurrección de Cristo, nos preguntamos:
¿dónde está tu victoria di? Mi primo es
un tío muy bragado. Siempre los tuvo
bien puestos y no es que portase mucho por la iglesia, que su padre era sacristán
y acabó un poco harto y escandalizado de todo aquello pero estas anécdotas
accidentales nada han de ver con el meollo de su fe vieja y trascendente. Fue
un buen padre de familia de conducta intachable que amó a su mujer y a sus
hijos, un currante en el camión desde las cinco de la mañana. Así que de vez en cuando abría los ojos me
largaba una mirada triste y una sonrisa.
Y trataba torpemente de santiguarse lo mismo que hacía nuestro abuelo al
que también vi morir. Agustín era un Galindo y los Galindo suelen ser gente
altanera de bastante coraje que no se vienen abajo ante nadie ni ante
nada. Una señora cuando me vio con la
estola roja empezó a blasfemar y a decir disparates diciendo vamos hombre donde
se ha visto. Aquí la gente tiene unas
tragaderas enormes para lo que tiene verdadera importancia y pone el grito en
el cielo cuando escucha cantar latines.
El diablo hablaba por boca de las incoherencias e improcedencias
blasfemas de aquella paisana pero yo muy por lo bajo y siguiendo las rubricas
de un antiguo sacramentario mozárabe que me dio un viejo cura amigo mío le fui
recitando las oraciones al oído:
Ponte en camino, alma cristiana, sal de este mundo
en el nombre del Padre Omnipotente que te dio el ser y de Jesucristo Hijo de dios vivo. Que padeció por ti muerte de cruz. Y del Espíritu santo que te derramó su gracia. Y de la gloriosa Genitriz nuestra Madre Santa
María. Y de San José. Y de todos los Ángeles y Arcángeles, Tronos y
Dominaciones, Virtudes, Potestades, el Querubín y el Serafín. En el nombre de los Patriarcas, Profetas y
Evangelistas, Mártires, Confesores, Eremitas, Vírgenes y de todos los
Bienaventurados del Señor. Marcha en paz a encontrar el habitáculo que te tiene
preparado en la Santa Sión. Por Cristo
Nuestro Señor. Amen. Señor de misericordias y de clemencias que
haciendo honor a tu misericordia infinita borras la culpa del que se
arrepienta. Mira, benigno, a tu siervo, Agustín, y perdónale las faltas que
pudiera cometer en esta vida de palabra, obra y omisión. Renueva en él, Padre Piadoso, todo aquello
que por la fragilidad de la carne corrupta o a expensas del diabólico fraude,
haya podido transgredir y anexiónale al Cuerpo Místico de la Iglesia. Ten piedad de su dolor y de su llanto,
conmute ante sus lágrimas y admítelo a la comunión contigo mediante el
sacramento de reconciliación. Por Cristo
Señor Nuestro. Amen. Yo te doy mis recomendaciones al dios
omnipotente, querido hermano Agustín, y a Él que te creó del barro te confío.
Recuerda que con su muerte paga el débito de nuestra fragilidad mortal y ten
piedad de él y de todos nosotros. Y haz
que cuando llegue al Paradiso salgan a recibirlo las legiones de los Ángeles,
la turba de los mártires y de los apóstoles y ciñan sobre sus cabezas la corona
de laurel del triunfo y de los que mueren en Ti. Que la Santa Virgen Madre de Dios le sonría y
que San José le sea guía a tu presencia.
Apártense en esta hora crucial todas las fuerzas de las tinieblas y que
Satanás con sus satélites no lo aterrorice.
Levántate oh Dios y pon en fuga a nuestros enemigos. Desaparezcan los que nos odiaron. De la misma
forma que el humo se disipa por la chimenea así se esfumen o como la cera se
derritan ante la vista del fuego. Queden
confundido y derrotado el Tártaro y no me permitas que los ministros del diablo
atenten contra el que llega ante Tu Presencia. Sea liberado Agustín de todo reato, de toda
culpa por los méritos de la Pasión de Cristo, tu Hijo y entre con él en los
parados amenos del Paradiso y te cuente en el número de las ovejas de su
rebaños. Sea escrito su nombre en la
lista de los elegidos, no en el de los condenados ni precitos. Para que así goce de tu paz por los siglos de
los siglos. Amen.
Después le hice repetir conmigo Sagrado Corazón de Jesús en vos
confío. Canté “Alma mía glorifica al
Señor” del misal eslavónico. Agustín
besó con gesto torpe pero con energía el crucifijo. Nos abrazamos la despedida con un “hasta
pronto”. Pues nunca han de temer a la muerte, que es un paso, un acto
biológico, nada, los que mueren en Cristo.
La harpía seguía pegando voces por toda la crujía. Hombre por Dios. ¿Dónde se ha visto? Pero vino una enfermera de maneras muy dulce
y muy guapa guapísima, rostro tan bello jamás yo he visto y la tranquilizó
¿Quien era aquella enfermera? Sólo
alguien con un poder sobrenatural podría haber sido capaz de amansar aquella
hija de Eva en las garras del dragón pero la hermosa señora aplastaba la cabeza
del dragón. Traía un niño en brazos pues salía del paritorio y detrás suya
avanzaba un hombre de mediana edad, bello varón, el cabello ensortijado
empezando a encanecer y de rasgos judíos.
Salí del hospital con el corazón en un puño y muy abatido porque Agustín
era para mí como un hermano pero lleno de esperanza. En la vida y en la muerte a veces ocurren
cosas extrañas. En agradecimiento y al entrar por la boca del metro recé la oración
del Arcángel San Miguel. Con el oído de la imaginación creía escuchar el
repique a gloriosa de las campanas de nuestro pueblo que hoy ya no se tocan y
que mi primo y yo, el hijo y el sobrino del sacristán, boleábamos a la hora de
alzar cuando niños y mi tío Pedro por sustituirle nos daba una peseta. Somos gente sencilla de la tierra de pan
llevar, cristianos viejos. Me conforta
que pensar que los cambios terroríficos y los vuelcos que hemos padecido no han
supuesto merma al acervo de nuestra fe secular.
A veces pensé es bueno hacer de diacono de vez en vez aunque no ejerza
uno. Mi primo gracias a Dios aunque
padece un cáncer perniciosísimo aun no ha fallecido. El viático no solo se impartía - esa era su
función- para preparar al enfermo a morir a bien con Dios sino para restaurar
su salud. Y aun tengo mis
esperanzas. Confío mucho en aquella
bella enfermera que se presentó de repente con el Niño Jesús y con un hombre
manso y humilde que la seguía y el cual para ser san José sólo le faltaba la
vara florecida. Conviene esperar en un
milagro todavía.
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