2022-01-02

AYUDANDO A BIEN MORIR

 RECOMENDACIÓN DEL ALMA

 


Estuve a la cabecera de un enfermo, una persona muy entrañable para mí con el que compartí juegos de infancia y afanes.  El Señor ha querido llevárselo antes que a mí pero las lianas de la sangre y del espíritu se estrechan más allá de la muerte. Son más fuertes.  Le leí la recomendación del alma.  El escenario un inmenso hospital de Madrid.  Frío, aséptico, impersonal.  Escondemos la cabeza los humanos en gesto de avestruz y vivimos una época en que nuestra suprema realidad, la muerte para la que nacimos, es ocultada y ninguneada. Se presenta de improviso, inoportuna, y cuando menos la esperamos, descabalando nuestros planes y descabalgándonos de la querida vida.  Pero está allí presente. Ningún cura aparecía por allí.  Es donde debiera estar la Iglesia y no en la silla gestatoria de la gran política o el buenismo de Bergoglio: a la cabecera de los moribundos, al lado de los afligidos, en las cárceles, en las Barranquillas, cerca del que sufre, haciendo un apostolado que hoy es más necesario que nunca y no lanzando anatemas por mor de la Educación para la Ciudadanía, predicando con el ejemplo - ya sé que hay una Iglesia oculta no la oficial y jerárquica que se guarda “propter metum Iudeorum” o el qué dirán intentando ser correctamente política pero nuestros obispos españoles debieran cambiar el chip y hacer lo que hacen en USA que en eso los americanos, los franceses y los alemanes nos dan cien vueltas tratando de acomodar su acción pastoral a los tiempos laicos que vivimos y que bendito sea Dios y para honra de ZP no son de persecución: ganarse a la gente, fundando emisoras en monasterios donde se rece y se cante las 24 horas del día como están haciendo los ortodoxos rusos y no micrófonos que ladran en el éter de una España pagana y confundida pues hay pressura gentium, angor cordis. Y, si hay algún lector iniciado en las grandes verdades teológicas, sabrá que no hablo a humos de pajas- por aquello de zapatero a sus zapatos. En vez de seguir gozando de momios y de subterfugios.  El enfermo estaba sedado pero consciente. Alguna vez me sonreía cuando, en castellano, le leía la papela de las grandes verdades, la que no perdona a nadie y a todos nos aguarda en el último recodo, impasible el ademán.  Somos seres para la muerte. Para ella hemos nacido.  Pero la muerte no es el final y los creyentes en comunión con la Resurrección de Cristo, nos preguntamos: ¿dónde está tu victoria di?  Mi primo es un tío muy bragado.  Siempre los tuvo bien puestos y no es que portase mucho por la iglesia, que su padre era sacristán y acabó un poco harto y escandalizado de todo aquello pero estas anécdotas accidentales nada han de ver con el meollo de su fe vieja y trascendente. Fue un buen padre de familia de conducta intachable que amó a su mujer y a sus hijos, un currante en el camión desde las cinco de la mañana.  Así que de vez en cuando abría los ojos me largaba una mirada triste y una sonrisa.  Y trataba torpemente de santiguarse lo mismo que hacía nuestro abuelo al que también vi morir. Agustín era un Galindo y los Galindo suelen ser gente altanera de bastante coraje que no se vienen abajo ante nadie ni ante nada.  Una señora cuando me vio con la estola roja empezó a blasfemar y a decir disparates diciendo vamos hombre donde se ha visto.  Aquí la gente tiene unas tragaderas enormes para lo que tiene verdadera importancia y pone el grito en el cielo cuando escucha cantar latines.  El diablo hablaba por boca de las incoherencias e improcedencias blasfemas de aquella paisana pero yo muy por lo bajo y siguiendo las rubricas de un antiguo sacramentario mozárabe que me dio un viejo cura amigo mío le fui recitando las oraciones al oído:


Ponte en camino, alma cristiana, sal de este mundo en el nombre del Padre Omnipotente que te dio el ser y de Jesucristo  Hijo de dios vivo.  Que padeció por ti muerte de cruz.  Y del Espíritu santo que te derramó su gracia.  Y de la gloriosa Genitriz nuestra Madre Santa María.  Y de San José.  Y de todos los Ángeles y Arcángeles, Tronos y Dominaciones, Virtudes, Potestades, el Querubín y el Serafín.  En el nombre de los Patriarcas, Profetas y Evangelistas, Mártires, Confesores, Eremitas, Vírgenes y de todos los Bienaventurados del Señor. Marcha en paz a encontrar el habitáculo que te tiene preparado en la Santa Sión.  Por Cristo Nuestro Señor.  Amen.  Señor de misericordias y de clemencias que haciendo honor a tu misericordia infinita borras la culpa del que se arrepienta. Mira, benigno, a tu siervo, Agustín, y perdónale las faltas que pudiera cometer en esta vida de palabra, obra y omisión.  Renueva en él, Padre Piadoso, todo aquello que por la fragilidad de la carne corrupta o a expensas del diabólico fraude, haya podido transgredir y anexiónale al Cuerpo Místico de la Iglesia.  Ten piedad de su dolor y de su llanto, conmute ante sus lágrimas y admítelo a la comunión contigo mediante el sacramento de reconciliación.  Por Cristo Señor Nuestro.  Amen.  Yo te doy mis recomendaciones al dios omnipotente, querido hermano Agustín, y a Él que te creó del barro te confío. Recuerda que con su muerte paga el débito de nuestra fragilidad mortal y ten piedad de él y de todos nosotros.  Y haz que cuando llegue al Paradiso salgan a recibirlo las legiones de los Ángeles, la turba de los mártires y de los apóstoles y ciñan sobre sus cabezas la corona de laurel del triunfo y de los que mueren en Ti.  Que la Santa Virgen Madre de Dios le sonría y que San José le sea guía a tu presencia.  Apártense en esta hora crucial todas las fuerzas de las tinieblas y que Satanás con sus satélites no lo aterrorice.  Levántate oh Dios y pon en fuga a nuestros enemigos.  Desaparezcan los que nos odiaron. De la misma forma que el humo se disipa por la chimenea así se esfumen o como la cera se derritan ante la vista del fuego.  Queden confundido y derrotado el Tártaro y no me permitas que los ministros del diablo atenten contra el que llega ante Tu Presencia.  Sea liberado Agustín de todo reato, de toda culpa por los méritos de la Pasión de Cristo, tu Hijo y entre con él en los parados amenos del Paradiso y te cuente en el número de las ovejas de su rebaños.  Sea escrito su nombre en la lista de los elegidos, no en el de los condenados ni precitos.  Para que así goce de tu paz por los siglos de los siglos.  Amen.


Después le hice repetir conmigo Sagrado Corazón de Jesús en vos confío.  Canté “Alma mía glorifica al Señor” del misal eslavónico.  Agustín besó con gesto torpe pero con energía el crucifijo.  Nos abrazamos la despedida con un “hasta pronto”. Pues nunca han de temer a la muerte, que es un paso, un acto biológico, nada, los que mueren en Cristo.  La harpía seguía pegando voces por toda la crujía.  Hombre por Dios. ¿Dónde se ha visto?  Pero vino una enfermera de maneras muy dulce y muy guapa guapísima, rostro tan bello jamás yo he visto y la tranquilizó ¿Quien era aquella enfermera?  Sólo alguien con un poder sobrenatural podría haber sido capaz de amansar aquella hija de Eva en las garras del dragón pero la hermosa señora aplastaba la cabeza del dragón. Traía un niño en brazos pues salía del paritorio y detrás suya avanzaba un hombre de mediana edad, bello varón, el cabello ensortijado empezando a encanecer y de rasgos judíos.  Salí del hospital con el corazón en un puño y muy abatido porque Agustín era para mí como un hermano pero lleno de esperanza.  En la vida y en la muerte a veces ocurren cosas extrañas. En agradecimiento y al entrar por la boca del metro recé la oración del Arcángel San Miguel. Con el oído de la imaginación creía escuchar el repique a gloriosa de las campanas de nuestro pueblo que hoy ya no se tocan y que mi primo y yo, el hijo y el sobrino del sacristán, boleábamos a la hora de alzar cuando niños y mi tío Pedro por sustituirle nos daba una peseta.  Somos gente sencilla de la tierra de pan llevar, cristianos viejos.  Me conforta que pensar que los cambios terroríficos y los vuelcos que hemos padecido no han supuesto merma al acervo de nuestra fe secular.  A veces pensé es bueno hacer de diacono de vez en vez aunque no ejerza uno.  Mi primo gracias a Dios aunque padece un cáncer perniciosísimo aun no ha fallecido.  El viático no solo se impartía - esa era su función- para preparar al enfermo a morir a bien con Dios sino para restaurar su salud.  Y aun tengo mis esperanzas.  Confío mucho en aquella bella enfermera que se presentó de repente con el Niño Jesús y con un hombre manso y humilde que la seguía y el cual para ser san José sólo le faltaba la vara florecida.  Conviene esperar en un milagro todavía.

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