EVARISTO CASARIEGO
Me lamo mis heridas en este tiempo de sicofantas cuando la verdad causando baja fue sustituida por la propaganda y rezo en el reclinatorio mullida la almohada mis huesos están cansados castigados por el reuma y la artritis, herencia de mis antepasados que todos murieron de dolor de costado o de ijada. Mi consuelo son esas voces lejanas de monjes recitando salmos en conventos de la santa Rusia que por el aire vuelan hacia mi recinto y presidio. Milagros de Internet.
Leo a Evaristo Casariego aquel asturiano de Luarca que tras la victoria de Franco no quiso ponerse al pecho medalla ni participar del botín; todo lo contrario de Martin Vigil que después de haber luchado como alférez provisional y cazar rojos por las montañas de Piedras Blancas y burlado mozas en Cataluña se desquitó de lo dicho se hizo jesuita vaticanista y describió sus pesadumbres en el arrepentimiento de las “Flechas de mi Haz”. los oportunistas siempre se suben al carro del triunfador.
Cambiar de chaqueta en España es lo habitual. Por eso me admira Casariego en este tiempo de sicofantas. La impostura se ha hecho también normal. Siempre visito su tumba en el aireado cementerio luarqués mirando a la mar. Es el camposanto más poético de España. En las paredes lucen unos murales de un poema escrito por Casariego contando la lucha de la Villa Blanca contra los viquingos.
Está enterrado junto al doctor Ochoa el gran histólogo y premio Nobel. Cosas del paisanaje. Son los rojos que perdonó Franco. Que mientras aborrezco de Vigil me maravilla la consistencia ideológica del escritor Casariego y del sabio mister Ochoa una eminencia en el comportamiento de las células cerebrales, y de los entresijos de las pía mater sin renunciar a su socialismo. Debe de ser bello dormir el suelo eterno mirando a las olas desde el cerro de la Villa Blanca.
Casariego fue un carlista fin de raza que bogaba de proel en las aborrascadas mares cantábricas. A babor carlistas, falangistas y los de la Ceda y a estribor la CNT y la Fai. La “guerra e bella ma incomoda” dicen los italianos pero el luarqués era germanofilo. Había avistado un tiempo nuevo (Weltanschaung) que se vino abajo cuando los rusos entraron en Berlín. Su protagonista fue de los últimos resistentes que salvaría de milagro.
En Berlin descubrió un mundo erótico de las mujeres alemanas muy desenvueltas en sus costumbres sexuales. Nada que ver con el recato y la gazmoñería carpetovetónica y el honor calderoniano.
Quico el protagonista de esta novela escribe el testamento de un derrotado. Morir por nada, luchar en balde. No oculta la incuria y corrupción que ve en Madrid y regresa a Asturias. El libro es un trasunto de “Menosprecio de corte y alabanza de aldea” de aquel obispo de Mondoñedo fray Antonio de Guevara y escribía muy bien. He aquí una soflama contra los traidores y sicofantas.
La novela tiene su parte autobiográfica, describe a algunos personajes: “Ramiro de Ledesma era un hombre que tenía muy buena cabeza, pero se hacía antipático a la mayoría que no entendía sus planteamientos filosóficos en política”.
Asistió a las tertulias de la Ballena Alegre en los bajos de un café en la calle Alcalá e hizo peña con Jose Antonio, Moulane Michelarena, Agustin de Foxá, Agustin de Foxá, Manuel Aznar, Montes Echarri y el Maestro Tellería que compuso el Cara al sol, son vivencias de una época. Luego se iban a cenar en el mesón del Segoviano en la Cava Baja.
Es todo un libro de abordo para conocer los entresijos de las circunstancias en que vivieron aquellos jóvenes intelectuales antes de la guerra civil y el libro tiene su moraleja porque nos advierte contra los desastres de la guerra ahora cuando se ha puesto en Europa la rusofobia y nuestros periodistas se han vuelto belicistas contra Putin. Hoy la información por desgracia se ha convertido en provocación. Ahí queda empero este límpido testimonio de un combatiente en el frente del Este que hizo fuego con otros muchos con su vida ¿Y para qué?
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