San Pedro Manrique recupera la noche mágica de San Juan
San Pedro Manrique, en las Tierras Altas de Soria, ha retomado esta noche de San Juan la magia de su tradición milenaria del paso del fuego, una fiesta reconocida como de interés turístico nacional y Bien de Interés Cultural, tras dos años de obligada suspensión por la pandemia del Covid-19.
Dieciocho pasadores, tres de ellos mujeres y todos con los pies descalzos, han cruzado en media hora esta madrugada el paso del fuego en San Pedro Manrique para recuperar y mantener viva un año más una tradición convertida en auténtico símbolo identitario de este pueblo de la comarca soriana de Tierras Altas.
Más de dos mil quinientas personas han acudido a la cita desde diferentes puntos de la provincia y de España para presenciar in situ esta tradición, para la que el Ayuntamiento sampedrano inició en la pasada legislatura los trámites para conseguir que la UNESCO la reconozca como patrimonio inmaterial de la Humanidad.
El alcalde sampedrano, Julián Martínez, ha resaltado la ilusión y las ganas de los vecinos, tras dos años de obligada suspensión por la pandemia, por retomar este año esta tradición milenaria, que es, según ha subrayado, “nuestra seña de identidad”.
El paso del fuego es protagonizado desde siempre por hijos de este pueblo soriano serrano de 600 habitantes, cuyos pasadores repiten, cuando se les pregunta, «que los de fuera se queman».
La mejor técnica para evitar las quemaduras, cuentan los pasadores, son pisadas fuertes y rápidas, a ritmo y con la planta del pie plana, lo que detiene durante unos instantes la combustión de las brasas de madera de roble.
Alejandro García Palacios, de 90 años y conocido como ‘El Chichorrillas’, ha pasado el manto de fuego sesenta y seis años y ha recordado para EFE, ahora que ya no puede hacerlo, que un año se negó a pasar el fuego cuando un alcalde decidió cobrar entrada por presenciar esta tradición.
Para ‘ El Chichorrillas’, el secreto de no quemarse se resume en “no tener miedo”, porque si lo tienes “tú solo te quemas”, y “echarle un par de cojones”.
Como marca la tradición, los pasadores han comenzado a enfrentarse al manto de fuego a partir de las doce de la noche, la más corta del año.
Los pasadores han portado inicialmente a hombros a las tres móndidas de las fiestas de San Juan, tres mujeres sampendranas o vinculadas que han asistido al ritual ataviadas con vestido blanco y un extraño cesto en la cabeza con flores de pan y largas varitas de harina y azafrán (arbujuelo), y que simbolizan el tributo de las Cien Doncellas tras la derrota musulmana en la cercana Clavijo.
Las móndidas Ana Delgado, Janire Duro y Ana Heras se han hecho esperar de nuevo este año porque la terna no se pudo completar en el día de la Cruz de Mayo, cuando sólo se presentó una voluntaria.
La preparación de las propias brasas lleva su tiempo y su ritual y tiene a sus responsables, conocidos como horguneros, quienes se han encargado desde media tarde de preparar este manto de fuego, con más de dos mil kilos de leña de roble, y mucha paciencia para transformar la leña en una alfombra de brasas, de seis metros de longitud y entre diez a quince centímetros de grosor.
Los horguneros, con la única ayuda de una vara de madera de cinco metros, han preparado la lengua de fuego, formada inicialmente por una pila de leña de roble que, durante su puesta a punto, llega a alcanzar los 1.200 grados de temperatura y ya, en pleno festejo, desciende hasta los 400 grados.
Los pasadores, con sus pies descalzos, han cruzado la alfombra de brasas en cinco, seis o siete pasos y los dieciocho que este año lo han hecho han completado el ritual en media hora.
Las principales hipótesis de las últimas investigaciones sobre el origen del paso del fuego se inclinan por la pervivencia de unos ritos difundidos hace milenios por pueblos adoradores del sol en el solsticio de verano, que perduraron hasta época cristiana y que posteriormente la Iglesia, al no poder erradicarlos, optó por su cristianización en la festividad de San Juan Bautista.
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