SAN MARTÍN
Llegado san Martín entraba el
invierno por la portada, las ovejas del redil regresaban a la tenada y por las
hoces del río de Membibre se sentían las esquilas de la punta de vacas
toriondas que había llevado mi tío Felipe a la parada, y el macho renco de
Ursino subía solemne hacia los recuestos del camposanto tras la iglesia con su
ábside románico, las artolas atestadas de cangrejos; los cuévanos aun olían a
la uva recién pisada dentro de los lagares de la vendimia. Había que ir a besar
al santo.
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