CUERVOS
Hacen sus concilios en el prado, el aire de
la mañana baña sus cuerpos que garlan entrambos macho y hembra. Oí decir a los
rusos que no puede ser el cuervo más negro que sus alas; tengo la sensación de
que me están observando a mí esos bichos. Y dan aviso a los otros pajarillos para que
tomen el olivo.
El
macho alfa de la bandada se le nota porque su voz ─los córvidos son garrúlidos,
capaces de imitar la voz humana aun cuando sea menos perceptible su entonación
que la de los loros, es más rajada y los
machos lucen canas en el copete a la manera de garvín pero sin los colores de
la cresta de la abubilla─ me mira con sus ojos intensos observadores, negros
como la endrina.
Su
vista de lince parece propia de un espía y sus patas que se mueven trabajosas
sobre el pasto exhiben garras propias de un inquisidor. Las zarpas del cuervo
son tan grandes que las aves de dicha especie parecen andar a la pata coja.
Las demás aves huyen de ellos pero el cuervo siempre atento y vigilante es el pájaro que da el aviso a la menor señal de peligro. La mitología lo corona como
Los cuervos no rapiñan aunque puede
alimentarse de mortecino pero prefieren las bayas, los higos y la simiente del
trigo de los sembrados que escarban con su poderoso pico. No temen a las
águilas y hacen frente al gavilán.
Siempre van en grupo como la Santa Compaña,
comunicándose con sus graznidos excepto la urraca que es entre todos los
glagólidos la más independiente. Más libre y circunspecta.
Viste de negro y blanco como los agustinos.
En Segovia las llamamos picazas por el grito
desagradable que lanzan subidas a las ramas de los copos de la pobeda.
Al
igual que el grajo posee su misma retentiva buena memoria cabeza cuadrada y
largo pico, pero la urraca por temperamento es ladrona, se lleva al nido todo
lo que pilla y con frecuencia roba los polluelos de la puesta de otros
pajarillos.
Ahí está esa tanda de grajos como
deliberantes y en concilio sobre cómo acometer el estofado de una res muerta.
Uno del grupo vigila.
Ya pasaron los comedios de abril y son vísperas de San Marcos rey de los
charcos ─lo cantábamos en rueda en la
postguerra los niños de las escuelas─ porque era tiempo de lluvias en toda
España. La fiesta del santo evangelista se celebra en 25 de abril.
Que llueva… que llueva… la Virgen de la Cueva…
agua san marcos rey de los charcos… que llueva sobre mi cebada que ya está granada…
y sobre mis uvitas que son pequeñitas, que sí que no que llueva chaparrón con azúcar
y turrón”
Este
año del 23 fatídico no hay charcos pues no llueve y el personal anda con la
mosca en la oreja y yo me digo qué ya lloverá pues a lo largo de mi vida he
padecido unas cuantas secas.
Por
ejemplo la que hubimos en Madrid el año 65 que no cayó gota desde agosto a mayo
pero en el 66 se plantó a chaparrear y casi no paró hasta el 68.
¡Puaf! se asaban los pavos y podíase freír un
par de huevos en la calzada si no hubiera dejado de poner las gallinas por
falta de alpiste.
Creo que esto son ciclos.
No seamos alarmistas ni apocalípticos. Hagamos
una rogativa. Eso sí pero la gente de mi país se ha vuelto descreída y no está
para letanías.
La
bandada de grajos, mientras tanto, reunida en concilio cerca de un jabato
muerto al pie del manzano (en esta zona de Asturias he sentido aullar al lobo y
gruñir al jabalí por la noche mientras el cuervo vozna a todas horas)
interrumpe su convite de cadaverina al sentir el pestillo de la verja cuando me
acerco. Echa a volar.
Son pájaros listos, pero de mal agüero en
muchos casos. No creo en supercherías, pero brujas haber haylas. Los rusos
cuando ven a un cuervo o un pope se cambian de acera.
viernes, 21 de abril de 2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario