San Antonio de Juarrillos. Memorias de mi infancia
por Antonio Parra (escritor segoviano)
SAN ANTONIO UN SANTO MUY POPULAR EN SEGOVIA
Íbamos a san Antonio de Juarrillos cuando era niño, salíamos para llegar a misa al alba y había que echar merienda. En mi ciudad el rey Enrique IV desde que fundó el primer monasterio del Real de San Antonio - el de los observantes que había otro el de los claustrales sito en el convento que es hoy Academia Artillería, unos y otros tuvieron sus más y sus menos en tiempos de Cisneros- existe una corriente franciscana que pesa bastante en la impronta y carácter espiritual castellana. Una pena que hayan cerrado el único que nos quedaba a pies de la catedral.
Los segovianos siempre tuvimos devoción a este santo lisboeta la cara de rosa el niño en la mano y el sayal pardo de los frailes menores, el cerquillo como una corona de ángel a la cabeza. Nunca lo pintan con barba. Siempre tan lampiño como el Niño que porta en sus brazos flor de la inocencia. Cantábamos los pajaritos y veíamos volar por los cielos de junio el mochuelo de nuestra inocencia, la avutarda de la elegancia, el burlapastor que jugaba al escondite con nuestros días, el grajo que se la sabía todas y la garza a la que abatió un ballestero dele dios mal galardón.
Humilde ermita de Juarrillos al pie de la sierra toscos bancos de madera y un cura gordo y bonachón el de Hontoria que decía misa embutido en una casulla guitarrera y al que el cíngulo no le abarcaba de lo ancho que era. Llamábase el clérigo don Simón y una vez que su monaguillo Nazario que era amigo mío le vio sin sotana dijo que se le contaban hasta ochenta y tres botones en la bragueta. ¿Tan grande los tenía? ¡Hombre! No. Si se zampaba un cabrito entero y se bebía una cántara de clarete por las grandes fiestas y el 13 de junio después de la procesión y los cohetes, un cuarto asado sí que caía.
El padre Simón era más bueno que el pan bendito que nos regalaban al final de la misa. No había que comérselo sino guardarlo en el arca y al año siguiente ponerlo en una bandeja, mojarlo y ponerlo en la ventana para comedero de las aves.
El día de San Antonio nos recordaba la alegría de la naturaleza, el canto del ruiseñor, los días interminables de mi infancia cuando marchábamos por el camino de Juarrillos a por moras y a tirar varetas.
Nunca sabré determinar porque es algo visceral, innato e ignoto en mi corazón si san Antonio aquel santo san majo pintado con el Niño Jesús en regazo que estaba en alcamonía por todos las salas y dormitorios de aquella España que se fue existió siquiera, si es un producto de la hagiografía católica tan maravillosa, precisa y preciosa, si predicaba a los peces en Padua porque los paduanos no iban a la iglesia –un poco como hoy- y los peces, las gaviotas, los delfines y ballenas entendían aquellos sermones ictiológicos llenos de caridad y de amor de Dios, lo que sí sé es que este buen franciscano portugués fue un poco el referente de mi vida, acudí a su intercesión en la tribulación y cuando andaba vagando por perdidizos caminos, enmendé la ruta y todos los objetos extraviados me los devolvía.
Por eso para mí es un día muy significado el 13 de junio en que la SRI celebra su fiesta. No hay en todo el santoral un bienaventurado más cerca del pueblo, más simpático y milagroso. Tal vez el cristianismo sea algo mucho más sencillo y dúctil de los que nos lo pintan por la vía tenebrosa.
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