UN RABINO ANTISEMITA
En 1977 agosto caía sobre Nueva York plomo derretido hubo
un apagón gente quedó varada en los ascensores los semáforos dejaron de
funcionar los quirófanos quedaron a oscuras y los pacientes agonizaban en la
mesa de operaciones un caos. La ciudad automática la ciudad que no duerme paró
de pronto. Con el corte del fluido eléctrico bajaron desde Harlem al bajo
Manhattan las tribus urbanas y empezó la gran pecorea, el looting. En la gran pecorea yo vi a
morenos que saqueaban las tiendas arramblaban con televisores lavadoras
infernillos. Muchos neoyorquinos de buena voluntad se preguntaban si no había
llegado el apocalipsis. El apagón nos hizo mascar el polvo de la derrota
demostrándonos lo frágil que somos. Se va la luz y todo se interrumpe porque el
soporte vital de nuestras ciudades se cifra sobre la tecnología. Un simple
fusible da en quiebra y adiós mis pavos que atruena. Yo vivía en el piso 24 de
las Torres de Water Side Middle Manhattan. Salí de casa y bajé a tientas por la
oscura escalera. Saludé en el vestíbulo al janitor un portorriqueño simpático de pelo rizo en mis
conversaciones mezclaba el inglés con el castellano spanglish. Pude ganar la
plaza donde estaba sentado mi amigo el rabino Yankel que también mezclaba el
inglés con el yiddish. No estaba aturdido el buen rabí que vestía camisa blanca
y una dulleta que le llegaba hasta más debajo de la pantorrilla.
─Hello, there. How come?
─ This is a signal of Apocalypses─, dije
Yankel empezó a reírse por toda la barba. Exhibía
en su atuendo personal cierto descuido pero miraba con ojos penetrantes de
Einstein. Sus barbas apostólicas estaban blancas, sus tirabuzones negros, el
zapato sucio y mal atado. Era un judío ortodoxo observante de la ley. con un
gorro imponente de felpa sobre la cabeza casi tan grande como medio paraguas,
los tirabuzones, la barba en parroquia,
los ojos tristes de tanto leer y la frente algo macerada por darse la testa
contra el muro de las lamentaciones. De las espaldas colgaba como de una percha
su sucio dulleta. Yo no comprendí cómo tan dulces personajes pueden ser odiados con tamaña inquina aunque
comprendí que si uno por uno representaban a los mansos corderos del evangelios
unidos en comandita se transforman en tigres pudiendo llegar a ser gente fanática,
toda la peña, al reivindicar la Tierra prometida. Imbuidos de ese misticismo
que desdeña los halagos del mundo y el poder y la riqueza que ellos controlan. Ya
me dirás. Pertenecía a un pueblo indestructible que seguía vistiendo como los
padres del Viejo Testamento observando su dieta y rezando la Shemá al
levantarse y al acostarse. A los askenazíes no les era permitido hablar con un
goim pero solía saludarme y conversaba conmigo. Quizá observando con su ojo
clínico y su vista gastada de tanto escudriñar los textos sagrados que a lo
mejor yo podía pertenecer a su elenco. Sabía que en España hubo infinidad de
conversos que mudaron de credo en apariencia por más que en secreto siguieran
con sus abluciones judaicas sus cantos y todos esos elementos residuales de
nuestra herencia mosaica.
─Eso es una canallada que inventaron los nazarenos.
Cristo es un veneno. El mundo no se acaba.
─ ¿Cómo qué? El apocalipsis de san Juan fue escrito por
un judío el apóstol san Juan en la isla de Patmos.
─Ese apóstol que tú dices era un griego.
─ Paparruchas, el mundo es eterno.
Me quedé de un aire horrorizado por la blasfemia que
acababa de escuchar. Había un supermercado en las inmediaciones y la gente
salía cargada con garrafas de agua mineral. Tampoco manaba por los grifos el
líquido elemento. No funcionaba la bomba de las cañerías. El verano neoyorquino
del 77 fue tórrido y hubo un gran apagón. Se produjo un caos en la ciudad automática.
Los ascensores no funcionaban, en el metro quedaron atrapados los trenes de
cercanías, hubo violaciones y navajazos y desde
Harlem y Brooklyn bajaron las hordas de negros y portorriqueños y
asaltaron las tiendas de electrodomésticos. Se veía a muchos individuos
cargados con televisores de plasma, trajes y zapatos de marco a lo largo de la
Quinta Avenida. Arramplaban con todo. Las
hordas devastaron la gran Manzana sujeta el expolio de la gran pecorea.
Le dije al rabino que esa idea de la impostura que
achacan los de la Vieja Ley al Salvador no era suya. La había lanzado Nietzsche
el padre del nazismo. Yankel volvió a reírse y me ofreció un pitillo Malboro
puro sabor norteamericano. Me mostró la cajetilla:
─Dime, español, ¿cuántos cigarrillos hay aquí
dentro?
─Veinte menos dos, que vamos a quemar tú y yo, dieciocho.
─Eso es. Una verdad matemática. Algo que
puede ser demostrado y probado. Vuestro Nazareno no puede
demostrarse. Pudo ser un invento.
─Un invento─ replico─ que dio la vuelta a la historia. La
cruz está en todas las partes. En las torres de las iglesias y catedrales, en
las salas de los hospitales a la cabecera de los enfermos cobijando a los
moribundos, en las aulas de las escuelas sonríe los cielos formando el arco
iris de Constantino in hoc signo
vinces y se reclina incluso sobre el pecho de las mujeres mundanas. La
cruz es el Logos, la sabiduría infinita que hace que el mundo siga
girando
─ Humbug, retórica pura retórica – dijo Yankel con una
frase de Scrooges el personaje de Dickens en Christmass Carols.
─ En ese caso toda la Biblia es lo mismo: una historia de
hazañas bélicas, o una novela rosa con referentes epitalamios de carácter
erótico como “El Cantar de los Cantares”
Quedó pasmado ante mi blasfemia
─ Es la palabra de Dios. Es el pacto entre Yahvé y el
pueblo elegido. Algo que los idólatras no podréis comprender. Somos el pueblo
del libro y la tierra. Algún día volveremos a tomar posesión de ella.
─ Eso es puro sionismo
─ Yo no soy sionista. Israel no ha de ser nunca una
nación vulgar con sus parlamentos, sus políticos, sus corrupciones, sus
periódicos─ afirmó rotundo Yanquel sin perder su sonrisa.
La ceniza del malboro se le había quedado esparcida por
la pechera. Por debajo de su traje solar negro le asomaban las puntas de una
faja blanca las filacterias. Su mujer y su hija que presenciaban divertidas
nuestra conversación a longe (de lejos), como las buenas mujeres en el
Calvario, le hacían señas para que acabáramos nuestro intento de solucionar los
problemas de la humanidad pero al rabino le divertía contraatacar. Quizás les
sorprendiese ver a Yankel discutiendo con un goim. A todos los judíos les
encanta discutir sin pelear. Un proverbio ruso advierte que donde hay dos
judíos surgen tres opiniones diferentes.
A Waterside Plaza llegaban las voces de los depredadores
que saqueaban las tiendas de la First Avenue y allí estábamos los dos
entregados a nuestras disquisiciones teológicas. Como Daniel en el foso de los
leones impávidos ante una atardecida llena de furores. El mundo siguió
marchando sobre sus ejes. Esto es la guerra. Apagadas las televisiones,
funcionaban a toda mecha los transistores de pilas, relatando los incidentes
del apagón. Creo que con esto de la pandemia Covid vuelve a repetirse la
situación de apagón que yo viví en el tórrido verano del 77.
Mucho me extrañaba a mí el anti sionismo de mi
interlocutor. Sin embargo, me formuló al cabo una profecía:
─Para nosotros el dinero no es más que un salvoconducto
de huida en tiempos de persecución. El oro aplaca el corazón del tirano.
Tampoco nos interesan los honores ni los suntuosos edificios las grandes
catedrales. Vamos siempre con lo puesto en un dilatado tiempo de Cabañuelas
para cruzar el desierto. Pero el día que dominemos los medios de comunicación
todo se nos dará por añadidura. La prensa y la televisión es nuestra arma de
combate. El objetivo es el dominio de la mente humana, la eternal Wisdom. Los periódicos
y la tierra. Somos un pueblo agrícola. Cuando alcancemos la tierra prometida
volveremos a ser agricultores.
Por boca de Yankel estaba hablando Billy Gates con más de
medio siglo de anticipación. Se informa que el gran nabab de la comunicación el
hombre más rico del mundo a través de facebook, Amazon y las redes sociales
está adquiriendo tierras de labor en América del Norte, en Colombia, Venezuela
y Argentina. De esta conversación durante el apagón con aquel rabí un verdadero
oráculo de sabiduría pero como todo humano también sujeto a las contradicciones
obtuve certidumbres y dudas. Dicen por mi pueblo que todos tenemos una
ventanillo al cierzo y que cada uno estornuda como Dios le ayuda. Nueva York me
hizo conseguir una visión distinta del mundo. Es una ciudad
judía meca del cosmopolitismo pero si se apaga la luz por avería todo se va a
tomar por el culo.
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