BLASFEMOS
Antonio Parra
Desde luego este es un valle de lágrimas donde se
escucha perenne el trémolo del gemir. La vida es una canción triste de Hill
Street o una sinfonía del llanto y el dolor que no cesa pero eso no les da a
algunos bula para blasfemar ni herir lo más sagrado de nuestras sensibilidades
y de nuestras conciencias. Hoy se blasfema de a hecho al de por junto y con
malicia diabólica. Unos maldicen concejeramente y otros de refez andando al
hopo y al copo con su propio gargajo que les pone perdidos cuando la palabra
suelta que no tiene vuelta escampa sobre sus propias narices. Cuando alguien
maldice a los cielos de las alturas llueven sapos. Los malhablados son otro
flagelo apocalíptico otro más como la marea negra de cayucos es presura gentium
castigo bíblico por nuestros pecados. Se reduce nuestro léxico hasta el minimum
de ochocientos vocablos y entre unos y otros nos arrebatan el pan y la sal y el
futuro a nuestros hijos, corrompen a nuestras mujeres envenenan el aire y
contaminan el éter que hay que ver amigos como está el patio. No se les ocurra
enchufar la tele y la radio que desde el televisor y el guial le asaltará el
furor de sus mentiras y escupitajos y échale pan que mañana pía decíamos en mis
tiempos. La blasfemia habitó entre nosotros pero todo esto ya es viejo y no me
canso de repetirlo. Obedece a una
consigna.
Antes
también se decían palabrotas pero con un poco más de ingenio porque estos
políticamente correctos son unos panolis tanto como los guionistas de “La Casa
en la Pradera” o los burdos gags sansirolés de “Aquí no hay quien viva” a base
de coprología y fornicio.
Aquellos
carreteros de nuestra infancia o nosotros mismos que aquí el que esté limpio de
pecado lance su primera piedra que decían caguen dios eran o éramos unos bestias
pero se hacía inconscientemente y en mis tiempos si te oía un guardia te ponía
a lo mejor una multa de cinco pesetas. Aquella
brutalidad sana pero inconsciente estaba muy lejos de la sevicia y saña
con la que algunos se despachan contra el Santísimo Sacramento. Sea siempre
alabado para siempre. Amén. Uno de los tesoros – el cristianismo practica la
filocalía el culto a la belleza, es la única que lo hace lo que es garantía de
que es la única verdadera-de la Iglesia los que la vuelven bella y divina son
la eucaristía (estar bien) y la eulogía (hablar bien y con carisma). Ambas
cosas referidas al pan bendito que se sigue repartiendo todavía en las iglesias
orientales cuyos himnos eucarísticos superan todo lo habido o por haber cuando
el sacerdote recita la epiclesis en las misas cantadas: “eto telo moié” “Este
es mi cuerpo”. Yo me acuerdo la unción transfixa con que un viejo pope
pronunciaba las mágicas palabras en una iglesia ortodoxa de South Kensington en
Londres en mis años mozos. La fórmula son el abracadabra de nuestra redención.
Es la palabra que salva y trae la luz al mundo la que renueva la faz de la
tierra. El arcano de todos los misterios que remoza la promesa de “me quedaré
con vosotros hasta el fin de los tiempos”… en la eucaristía. Por esa idea por
esa convicción – le recuerdo a ese inmundo personaje subido a la columna de su
trono diario llovido de gargajos ahora que vienen los alatristes y matachines-
mataban herejes y los españoles se batieron como jabatos en Flandes. Claro que
este sujeto tan bravucón a lo mejor se va por la pata abajo cuando alguien le
cierre el paso con un florete. En guardia, villano. Pero no está la miel hecha
para la boca del asno y buena gana de perder el tiempo con estos marranos renegados
y tornadizos que vuelven su desesperación su inanidad e impotencia oye no saben
escribir sin maldecir contra lo más sagrado . Explicarles uno de los puntos
clave de la Teología soteriológica sería perder el tiempo
A mí lo que dijo ese punto en letra impresa
canalla llamándonos antropófagos a los que creemos en el misterio de la
Transubstanciación y asistimos de vez en cuando a la Cena me pareció tan
horroroso que cogí su inmundo papel y lo utilicé para un menester que no quiero
decir como tampoco el nombre del ínclito que eso sería poner paños al
púlpito y hacerle la corte cuando el
malsín lo que merece es un buen corte de manga, que tiene mucha suerte que lo
ha dicho en un país cristiano donde se nos manda ser tolerantes y el perdón de
los enemigos que de haberse cagado en Alá en tierra de moros ya el filo de la
cimitarra hubiera soplado cizallas sobre su calva cabeza. Por lo pronto le
hemos hecho una ficha. Creo que se apellida igual que la Doña Ficticia esa. Y
recordarle las frases de Jesús: “ el que bebe mi sangre y come mi carne tendrá
vida eterna”. Él no. Él es un précito. Está condenado a las calderas.
Vengo de una ciudad donde una profanación blasfema
del mismo tenor con la que se ha descolgado este quidam dio lugar a las fiestas del Sacramento de la Catorcena
una arraigada tradición medieval que conmemora el milagro de la hostia por los
aires. El sacristán de San Facundo un tal don Cleofás vendió una hostia
consagrada a unos sujetos por treinta monedas que intentaron profanarla pero no
lo consiguieron y desde entonces los de Segovia a los de esta raza les perdimos
un poco el respeto porque de sobra sabemos que las risotadas contra la
presencia real en la eucaristía del que ellos prorrumpen es fruto de su odio
tribal y justifican en sus mohatras contra Cristo al que llaman Ese Hombre. El
asunto se transformó en odio inconcebible y fue su caballo de batalla y la
espada de Damocles con la que encendieron desde Holanda Europa con las guerras
de religión inspirando a Lutero y a Calvino. El hijoputismo es carne de herejía
y en esta instancia me viene una palabra meshuge
(sean malditos) pero de mánceres tornadizos está llena esta nación donde somos
hijos de muchas leches y resultado de muchas creencias. La apostasía está a la
orden del día. Tal vez sin embargo los dicterios de este facticio ficticio
enano de las prensas que nos llama caníbales a los cristianos por comulgar no
me ofendan tanto como lo que leí el otro día en otro sesudo periódico sin seso
y con poco raciocinio aunque su lema sea la razón. Este individuo se descolgó con otra parida
que a mí se me antoja un pecado que no se perdona pues es ofensa contra el Espíritu Santo. Dijo glosando al poeta Adorno
que el Holocausto ha eliminado a la poesía y todo lo demás y ya no cabe
escribir de otra cosa (el monotema). Se acabó la historia. Es el fin de la
historia. Pese a lo cual el mundo sigue
dando vueltas. No metamos a Dios en estas cosas o le hagamos testaferro de
nuestro ego o proyección de perversos nacionalismo desde la creencia de que
pues yo soy el elegido y el bueno los demás son malos. No van por ahí las
cosas. Dios elige y eso lo sabe muy bien el pueblo electo para el dolor.
A mí esto
me parece una blasfemia de corte mayor un reto a la misericordia divina y un
desafío al Dios de la Creación que no es El de la Revancha sino el del Perdón y
el Amor. A pesar de Auschwitz o Buchenwald y sus horrores el mundo sigue
funcionando. ¿Dónde estaba Dios? Inquiere la blasfemia. Si Dios no existe todo
es posible era la máxima de Voltaire que hoy tiene tantos seguidores y esto no
es más que una excusa para dar pábulo a la moral de situación y a los deseos de
venganza. La rabia es mala consejera y puede obcecar a toda una gran nación No
el Holocausto no anula sino que
complementa y explica la Resurrección pero este gran tema teológico que domina
nuestros tiempos es una de las razones de tantos males con maulas y los que
debieran denunciarlo – mis conocimientos teológicos aunque profundos siguen
siendo legos y doctores tiene la Iglesia – se cruzan de brazos ya que no hay
voluntad ni agallas por denunciarlo. Más bien miedo. La supresión del misterio
de la redención permite por ejemplo ese tema tan elástico que llaman “memoria
histórica” para volver al odio o las barbaridades que hemos visto en el
transcurso de las últimas semanas bombardeando Tiro y Sidón y matando a
niños (horrorosas escenas de crimen
ritual a preferencia de Moloch) y arrasando una entera nación. Nuestra época es
blasfema y para justificar los horrores se buscan añagazas y pretextos. Todo
está permitido y los criminales se van de rositas. Pero el mal es más profundo.
Un barrunto acaso escatológico de otra guerra que aguarda. Y con mayores exterminios. El flagelo de la
guerra sigue al de la mentira, la impostura, la fornicación. Et ab spiritu
fornicationis- cantábamos en las letanías- libera nos Domine. Amen
07/09/2006
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