2025-01-07

 LLEGA ENERO QUE ABRE TODAS LAS PUERTAS Y TODOS EN LA COCINA, QUIETOS

 

 

Me veo de niño al calor de la lumbre de aquella cocina de carbón (la llamaban la económica) y ya soy un viejo.

─Cerrad la puerta que se escapa el gato.

─Uy que frío, chiquitos. Está nevando por los puertos.

─Pues a arroparse y en casa, quietos

Mi padre venía del cuartel el capote blanco. Copos de nieve se le posaron en el chápiro y hasta en el barbiquejo

Para los gélidos inviernos de Segovia no había nada como aquellas cocinas de hierro. No había calefacción central. El marranillo gruñía en la cohorte, las gallinas, aseladas en los palos del gallinero, ni se movían a causa del frío extremo. Lo malo era la hora de acostar.

Un ladrillo de las obras de las casas militares o una caneca de agua caliente hacían el avío contra las tiritonas. Mi hermano y yo dábamos diente con diente.

Habían pasado las navidades, se terminó el turrón, se acabaron los canticos ancestrales, los villancicos, recogíamos el belén y mamá cocinaba soplillos que estaban buenos con leche. Venían los vecinos el sr. Jacinto, el teniente Ricardo y el sr Conrado maestro ajustador y hacíamos filandón.

Nuestros padres hablaban de la guerra y los chicos nos calentábamos las orejas con el juego del zorro pico zaino que consistía en darse trompazos. Cocábamos a los borrachos al salir de la escuela pues en Segovia no faltaban tabernas para calentar el vientre con aguardiente y cantábamos aquella canción de corro que aprendimos en las poesías de Góngora:

Almuerzo como un tudesco

Echo siestas como un obispo

Al salir de misa

Si es verano en el jardín

Si es invierno

En la cocina

La cocina era nuestro nido en las tardes de febrero. No se recaban algunos de llamarnos cocinillas y las viejas murmuraban: si vas de romería, golfo y si te quedas en la cocina maricón

─¿Marica yo? Amos anda. Soy frugífero. Los tengo bien puestos 

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