2025-11-08

 

LA CATORCENA ES ALGO MÁGICO

Antonio Parra

 
Yo te di una espada(I gave you a sword). Gracias por eso, Señor. The word and the sword. Palabras y espadas y en ese empeño seguimos lansquenetes de la palabra retornando al Alma Mater. Vientos de profecía. Entierrate, grano. Mañana serás espiga. El viento de la historia a veces huracán otras brisa pasa página ¿Los ves? En un pocillo les estás dando de comer. Cuando ellos van tú ya regresas. Ponen el grito en el cielo. Nietos de los fariseos se rasgan la camisa, hacen trizas las filacterias. Se proclaman demócratas y abanderados del contraste de pareceres pero la fortuna te guarde de pisarles un callo. Dices que recurres a la descalificación y el insulto cuando son precisamente ellos que carecen del sentido del humor los que te están insultando.
 Otros porque les cantas las verdades del Barquero y tú se las dices al lucero del alba, sin ir más lejos al propio Fraga cuando te vedó escribir nada sobre Gibraltar están dispuestos a tirar de navaja. O lo que sea. Insidiosos e instalados. Bueyes duendos de ojos romos más falsos que los denarios de Judas que sirven, están sirviendo, para comprar campos de Haceldama. Don Tarariri que te vi ese que gusta de enfocar el problema vasco y el catalán a su manera, ese don Cómodo de la triste figura y que pluma en ristre la moja no en tinta sino en vesania mejor estaba vendiendo libros en Moyano porque escribir no es lo suyo. Se cree Shakespeare o Dickens pero no es Zola ni Flaubert ni Cervantes ni Palacio Valdés. Es sólo la hermana San Sulpicio. Corniveleto ya digo y mucha leña por la cabeza. Le dicen el buey suelto y es un manso. Sus derrotes son peligrosos. ¿Qué dijo? Dijo:
     -   Ha blasfemado. Es un energúmeno. ¿Por qué? Por defender la unidad de España.
-        Yo voy a lo mío.
-        Ellos a lo suyo. Y nosotros a lo nuestro.
-         Son los de la estirpe tornadiza. Mala raza y peor baba. Se entienden con el bereber bajo cuerda, pero con sus carros de combate arrasan Gaza; pasan mensajes a los gudaris asesinos, sufragan el convite de catalanas   vendettas de la Campana de Huesca y tú, Verum, que siempre viste crecer la hierba, tiras de la manta y les coges en renuncio, sus improperios se escuchan en San Pedro Abanto, pasada la Fuencisla.
-        ¿Dónde estaba el ventorro?
-        Allí mismo. Donde invocábamos a Fray Jarro cuando éramos guajes y después de la novena entrábamos a tomar unos chatos y allí encontrábamos al Tío Loco con su mandil verde a rayas y cara de palo. En ese lugar bajo la parra que da sombra nos “mojábamos” a gusto viendo nadar a los peces del río creo que fui feliz si es que la felicidad existe en este perro mundo.
-        Pues había un letrero que a mí me hizo mucha gracia: más vale aquí dentro mojarse que enfrente ahogarse. Y enfrente pasaba el Eresma. No es que llevase mucha corriente pero sí la suficiente para dar la última aguadilla y máxime estando pedo.
-        Mucho os gusta el traguillo a los de Segovia.
-        Sanguis Christi inébriame. Sangre de Cristo. Laus tibi Deo que hace un mes que no te veo.
-        ¿Y el corpus?
-        Eso es otra historia. El Corpus es un monasterio de Claras donde ocurrió el milagro de la Catorcena. Allí estaba la sinagoga y allí fue el sacristán de San Facundo a entenderse con el rabí y le vendió a Cristo por treinta maravedíes de moneda forera.
-        Volver a empezar. Estamos en las mismas. ¿Pero no sería un invento de la propaganda antisemita de Goebbels? No hay datos fiables de que se produjese ese milagro. La iglesia de San Facundo hoy ha desaparecido ¡Pobrecillos! Dejadlos vivir en paz. Ellos son la sal de la tierra. Que se entiendan con los árabes. Y que la paz reine en el mundo. Shalom
-        Psé. Bueno pues echaron la hostia a un caldero de aceite hirviendo en son de mofa y de cachondeo, sacrílega tenida. Al freír será el reír y algunos se les heló en plena boca la carcajada.  Como era Jueves Santo querían hacer torrijas pero de repente entre el espanto de los presentes la sagrada forma empezó a subir y subir hasta el techo, abrió un boquete en la bóveda y cruzando los cielos las torres los puentes y los acueductos de la ciudad, yendo a descender por la Costanilla de los Desamparados hasta el convento de Santa Cruz. En una celda estaban sacramentando a un novicio dominico. La hostia se posó sobre los labios del moribundo y le sirvió de viático y tanto le sirvió que a los pocos días aquel desahuciado estaba como una rosa escribiendo latines y haciendo silogismos.
-        No me venga usted con historias morunas, Verumtamen. El convento de Santa Cruz era el mismo del que fue prior Torquemada. Deberían quemarlo. Y ya me estás cargando con el monotema. Ellos son el Pueblo elegido. Si maldices, te empajas a ti mismo. Escupes para arriba. Cuida de que no te caiga tu propio gargajo sobre los hombros.
-        Tiene un retablo muy bonito y allí han levantando una universidad privada. Cela fue el testaferro pero los dineros eran de la mafia. La misma que reconvierte nuestras viejas basílicas en discotecas, los conventos en campus y asfalta la costa al grito de “I ll buy you out” y con una buena mentalidad para los negocios. Jesús Gil cabalga de nuevo. Tiene muchos émulos el uxamense  que así se llamaba en la edad media a los de Burgo de Osma y donde como en Hervás  judíos los más.
-        A este paso las fiestas de Catorcena – el milagro del sacristán traidor y de la hostia por los aires – habrán de ser suprimidas por políticamente incorrectas. Incitan al odio étnico.
-        Ni mucho menos. Exalta el misterio de la Eucaristía. Cristo se quedó a morar con nosotros. ¿Eso les molesta?
-        No sé pero lo que sí está claro es que harán lo posible por quitarla. Debíamos organizar una rogativa o un acto de desagravio.
-        Ah como recuerdo aquellas verbenas, los bailes de candil bajo las hojas del almez de la Plaza de Muerte y Vida o en los Corrales del Cristo del Mercado. La fiesta iba por barrios y a cada parroquia le tocaba organizarla una vez cada dos septenados. O plazo para renovar las células. A mi que soy bautizado en San Millán me tocó una vez llevar los ciriales. Era ya un adolescente talludito de catorce años cumplidos.
-        Cuando volvió a pasar la ronda y el pasacalles tachin tachan chundara rá abandonaba la mocedad y emprendía la madurez. Estas fiestas eran el reloj biológico del pulso milenario de una ciudad que siempre se caracterizó por poner los paños al púlpito en loor a Jesús Sacramentado y aquí a la tarasca el Dia de la Minerva que es la octava del corpus la molemos a palos.
-        Bueno pues de hoy en un año.
-        Eso. Corpus Christi salva me. Ya sabes la bella oración que compuso san Ignacio verdaderamente un santo eucarístico para después de comulgar. Y sanguis Christi inébriame. Emborráchame con tu sangre Señor. Pues la verdad que yo pecador de mí la tomé demasiado ad pedem literae. Y a lo largo de mi existencia he atrapado algunas curdas. No me las doy de santo.
-        ¿Conoces la parábola del santo bebedor?
-        No. Ni falta que hace.
-        Y tanto pero quod scripsi, scripsi que dijo don Poncio Pilatos. Aquí de lo que se trata es de borrar la memoria o manipularla.
-        Ya.
No hay quien pueda con ellos. Son como gorriones o como trapenses disipados duro cacarear en el coro y picotear en el refectorio. Luego cencerrear por la Misa de Gallo. Han pasado dos generaciones. Seis papas descendieron al sepulcro. La estema de los años arrancó unos cabellos de tu frente y apenas ya si te puedes peinar a raya. Eres ya talludito y troncal, la curva de la felicidad  hasta convertirse en la peligrosa protuberancia de la ptosis, doble barbilla y tres papadas, enuncian tu llegada a la linde del carcamal por más que tu espíritu se proclame  joven talmente  como el de un misacantano.
 Ibas para canónigo y mira tú cómo todos estos te bieldan tu parva. Pero poco más. Te dieron una espada y quince talentos. ¿Los has empleado como dios manda? No sé, Señor. Aquí llego con mi barba cana y mi barriga. Algo atolondrado y gozoso pero impasible el ademán. Trato de guardar tus mandamientos. Te sigo en la distancia.
 Cuarenta y tantos años después y la vida sigue igual. Regreso a mi Alma Mater. La puerta verde está cerrada pero por encima del dintel hay un letrero en mármol gris y con caracteres desleídos que dice: “En esta Casa de la Compañía vivió el P. Lainez”. Era el hombre de confianza del Padre General que no se fiaba mucho de Ribadeneira el gallego que le hacía momos por detrás.
      -Había otro en el grupo de los primeros discípulos de San Ignacio: Polanco.
      -A ese que ni mentarlo. ¿Vale?
 El gran hastial de piedra gris. Por entre las socarrenas del muro de sillares alzan su melena desangelada matas de parietaria y el cardenillo se ceba sobre los tres bolinches que orlan la base y los lados del triangulo de la fachada. Se trata de una iglesia jesuítica no hay más que verla. Tan angular y biselada verdadera roca de IsraelTodas imitan al Giesú de Roma, en una de cuyas capillas nuestro padre general decía misas de tres horas y, arrobadizo, pues Dios le concediera el don de lágrimas, se anegaba en llanto y en devoción. ¿Por qué lloras, Ignacio? ¿Por los pecados de la vida pasada: caballero de Olmedo y por cortejar en Arévalo a la reina Germana? No. Lloro porque en este cuerpo pecador se ha manifestado la gracia. Cristo será el campeón. Y este mensaje de esperanza que plasma en piedra el monumento del Jesús romano transmigra a todos los templos que edificara la Orden desde su creación.
La acrotera impresionante promontorio tiene una disposición triangular en función de la espadaña que señala la recoleta plaza con una disposición triangular en función de la cruz de la espadaña - estilo herreriano neto y granito escurialense- que señala el cielo de la recoleta Plaza del Seminario que desemboca a través de un callejón frío y batido por todos los vientos en la de los Espejos y el palacio del Rey Impotente. Más allá la de San Martín que tiene delante del ábside un impresionante rincón medieval.
 Segovia ciudad mística y guerrera. Al fondo de la exedra se alza la estatua del Comunero, Bravo, dando sombra al escaparate de la tienda de Blas Carpintero el alfayate que me cosió la primera sotana. Me retrotraigo a las tardes solaneras del otoño: becas rojas y esclavinas al viento y un chusco bajo la hopalanda que teníamos hambre y cuando nos daban ganas de comer le pedíamos pan en los paseos a uno que llamaban Pénjamo y en lo alto la cabeza el bonete terceronado o juniorado según el curso académico del alumno. Este gorro en determinadas testas era bisunto. ¿Y tú qué me das, Nicolás? Te echarán del seminario y te darán la carta de despido en el trabajo pues no eres archivero colegiado ni tienes oposiciones ganadas ¡Siempre igual! Mucha democracia y muchos derechos humanos para los de fuera naturalmente pero laboralmente he sido siempre un apestado. ¡Dios las que me hicieron pasar! Siempre me he sentido un ciudadano de segunda mano.
 En este país de carnés lo que importa es tener un título. Es clasista como la madre que lo parió. Se iba a estudiar para ser, no para saber, y mi equivocación máxima que yo me comía los libros con este segundo propósito teniendo en cuenta de que la sangre si no entra con sangre al mismo sirve de purificación. Aprendíamos música coral y canciones viejas al compás de compasillo. No sé si éramos felices pero nos enseñaban el concepto de la disciplina desde un primer momento. El bonete se alzaba a compás, manos arriba, cuando nos cruzábamos con algún sacerdote. Los canónigos que acompañaban al deán don Fernando Revuelta o el cura de Santa Eulalia que deambulaba solo y era algo zambo quiero decir que andaba con los pies para adentro.
-        Aparca aquí.
-        No me da la gana. Buena la hiciste. Llenaste el tanque de diesel con gasolina y el auto se te quedó en medio de la autopista. Has jodido el coche.
-        De todas formas purgamos el motor y pude llegar a mi pueblo. Cuando vi desde Juarrillos la excelsa mole de la “aceitera” que así llamamos a la torre de la catedral mi alma se iluminó. Al ver esta escalera del cielo. La piedra se hace llama.
-         El cura de Santa Eulalia (y no me entretengas) se llamaba don Benito y caminaba escoltado por su madre, una tía y el ama que era una moza de buenas partes a la cual los coadjutores miraban de reojo y más de un cura la haría un favor, por soñar que no quede ¿De pensamiento también se peca? Pues sí parece que sí.
 El ama de llaves del cura de Santa Eulalia se llamaba Cirila y unos carnavales la cantaron la parrala bajo el alfeizar de su ventana. Sin embargo, pelillos a la mar. Recordemos que la iglesia siempre fue tolerante con todas estas flaquezas de la condición humana. Todos estos pensamientos se arremolinan tarde de julio polvareda del tiempo cuando salí a dar un paseo vera de ailantos y bajo la sombra relamida de una sofora bastante escuálida que adorna mi jardín. La mujer me arrancó una zarzamora pretextando ser un arto pero a mí me pone muy nervioso esto de que me arranquen mis flores.
Que en España por dicho de eso nadie puede decir que este cura no es mi padre. Había llegado hasta mi alma mater en una de las muchas peregrinaciones que dan impulso a mis días. No sabía qué hacer en mi urbanización. Tengo la patria dolorida y el alma en vilo. Volvamos a Segovia, me dije.
En verdad toda mi existencia ha sido un largo retornar hacia el pueblo en qué nací pero no me llevaba ningún propósito ni hoja de ruta. Sólo los mal trenzados recuerdos y el deseo del vino. No había perdido la fe en mi dios pero sí en cuanto me rodeaba. El presente y el ayer en mi memoria factual juegan al escondite. Por ejemplo, ahora estoy en Brennen Steinen pero quería retornar a Bridgehead. Más tarde en la oficina sentí el taedium vitae pero sigo teniendo ese amor al estudio, ese entusiasmo por la verdad y por todo lo bello, bueno y santo del mundo que se me inculcó en estas aulas complutenses. Unos recuerdos fueron buenos. Otros, malos. A ellos les debo mi vida y mi muerte. El guaje es “ansí”. Para lo bueno y para lo malo. Per intellectum ad Deum. No hay más cáscaras. Para mí Dios está encerrado en las páginas de un libro.
 Han puesto tras las cristaleras una verja de hierro verde que disuade a los del botellón y un poco más tarde me transfiguro al adolescente que fui. Al curilla retorno que fui. Mediados de los cincuenta cuando el día de San Frutos el sastre carpintero me trajo la primera sotana. La mía me aguardaba en un banco de madera de los tránsitos. Ponerme aquella prenda por primera vez me hizo mucha ilusión creo que no dormí aquella noche y me tiré, cuando llegó la mañana, de un brinco ilusionado al primer toque de campana. Yo me sentía alguien importante.
Crecí en medio de una sociedad que consideraba a los obispos y a los generales como el Súmmum bonum. Todo un ideal de vida: o la milicia o la cruz.
 Aquella sotana recién confeccionada por Blas Carpintero, aquel sastre judío que tenía una gran nariz un sello de oro y una manera de tocar que no te molestaba cuando te tomaba medidas por la pernera apunta nene y una mujer gordísima que abultaba por tres de él no sé como se las apañarían en la cama, me puso en el camino de las estrellas. Per aspera ad astraUn dicho muy cierto porque en aquel caserón del siglo XVII las pasé canutas. Me había propuesto ser santo. En el bolsique del guardapolvos llevaba un cuentapecados,  una especie de rosario, que servía para contar las faltas o las transgresiones al Reglamento. O las jaculatorias que decías en voz baja por el camino. No resistir a la tentación de beber un vaso de agua cuando se tenía sed por ejemplo era una falta.
Por la Cuesta La Fuencisla bajo los álamos centenarios y cerca del convento de Santa domingo de bella y juvenil labra neogótica nos cruzábamos en aquellos deambulatorios de los jueves por el invierno con el arcipreste de Zamarramala. Parece que le estoy viendo algo miracielos tieso como un palo y morando por lejanías. Le hacíamos el hilo y bonetes arriba haciendo honor a las prescripciones del código de urbanidad eclesiástica que era libro de texto bajo el lema de ad educandos discípulos le saludamos desbocándonos. Algunas de estas prescripciones eran algo rancias pero otras me han servido para demostrar a muchos cafres mi buena crianza. Hoy este convento que yo conocí hospicio es una importante universidad de pago y de mucho tronío. Que Fr. Tomás de Torquemada fuese prior de este convento de dominicos y de que Domingo de Soto fuese padre maestro de novicios ya es un tanto. Torquemada no tiene estatua. Domingo Soto, el martillo de herejes de Trento, sí. Pero la han decapitado varias veces. Se conocen que quieren mandarlo a la toza en efigie.
-        Una gamberrada.
-        Ni mucho menos, una judiada. En mi pueblo nos conocemos todos y aquí donde se dijo del judío la maula queda bastante memoria histórica. Así que juntos pero no revueltos. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. ¿Me entiendes?
-        No me digas más. Ya estamos. Mira que eres pesado. Esta judeofobia tuya, por más que entendible, pues eres más terco que una mula aragonesa, no te lleva a ninguna parte. A veces, sueltas por esa boquita majaderías en cantidad y muchos desatinos.
-        Llevas razón, Quosquetandem, maldecir de los judíos es tirar piedras contra tu propio tejado. Parce mihi, Domine. Dios salve a Israel.
-        Contradictorio eres, Verum, como todo buen judío.
El bueno de don Jesús que debía de tener lo menos ochenta años pero que se movía con el garbo de un misacantano se fatigaba algo y acostumbraba a descansar en el berrueco que le sirvió de almohada a sus beatas posaderas a san Juan de la Cruz cuando subía a confesar a la Santa en el convento de San José justo por detrás de los Jardinillos de San Roque. Y ésta  decía porque les criticaban y había murmuraciones en la ciudad por tan largo tiempo en el confesionario: “De Segovia ni el polvo de los zapatos” y se sacudía el calzado al abandonar la ciudad por la Puerta del Sol.
-        Buenas tardes tenga usted.
-        Vayan en paz de buena quiete los seminaristas.
El cura de Zamarramala  hablaba bien y predicaba mejor. Tenía el mirar huido tras los lupos de concha y a veces apestaba a aguardiente que echaba para atrás pero no las cogía lloronas ni era hombre que tuviera mal vino. Sus cogorzas eran hieráticas y solemnes por lo general. No daba escándalos aunque algunas veces lo vieron acometer la subida a La Lastrilla haciendo eses. Creo que era de un pueblo que llaman San Pedro De Gaillos que guarda entre sus costumbres una danza ancestral ibera que llaman el paloteo. Como el tío Tocino.
-        ¡Cómo atacaba la caja aquel buen hombre! ¡Qué dedos! 
-        ¿Y al Agapito Marazuela lo conociste?
-        Sí, precisamente bajo la sombra de un chaparro que había en la puerta del ventorro de San Pedro Abanto. Estaba tomándose un jarrillo con el padre de Julián García un amigo mío.
-        Pues conociste al último juglar de  Castilla la Vieja.
-        Ya lo creo
Tengo grabado el sonar limpio de la dulzaina mora en las mañanas claras de primeros de verano por las fiestas de San Pedro. La arrebolada. Era como un canto sagrado. Algo mágico como las fiestas de la Catorcena que nos arrebataron.
-        El buen tintorro no nos lo quitarán.
-        No sé que quieres que te diga. Esto está cambiando mucho y me parece que para mal.
Pues al querido don Jesús que todos los días se andaba veinte kilómetros así estaba él delgado como un palo y derecho igual que un huso y se bebía media cantara le abultaba algo siempre debajo de los manteos. Era la botella. Cuando llegaba al Columba a tomar café con unos canónigos ya se había metido un litro entre pecho y espalda y en el viaje de regreso otro tanto. ¡Pobrecillo!  Era un alcohólico. Más. Otro sombrerazo.
-        ¿Qué va a ser, señor arcipreste preguntaba el pincerna del Columba el que estaba en los reales de lo que fue iglesia del mismo nombre a la sombra de los arcos del Azoguejo.
-        Ponme un sol y sombra, hijo.
-        In vino veritas.
Pero ya digo el cura de Zamarramala era un borracho muy digno. Bajaba por la pendiente con la teja de cachemira en su sitio aunque a veces buscase la querencia de las tapias de la Casa de la Moneda para exonerar su vejiga. O lo otro que como dijo el otro el buen morapio te hará cagar y por eso diz que el Vega Sicilia cura todas las enfermedades al llevarse los malos humores para allá. Así y todo era la comidilla de toda la ciudad y en una ocasión cuando su empinar el codo fue a más el obispo don Daniel Llorente de Federico me acuerdo del nombre de mi obispo con el mismo orgullo con que algunos veteranos recuerdan el nombre del coronel de su regimiento cuando eran sorches le retiró las letras dimisorias. Suspensión a divinis y el bueno de don Jesús no podía decir misa ni consagrar a Dios. Se trataba de medidas cautelares que duraban menos de  una cuaresma pues don  Daniel que era recto pero de muy buen corazón siempre le amnistiaba llegada la Pascua de Flores. Tampoco habrá que echar en el olvido que don Jesús era un hombre muy caritativo. Todo lo daba. No vivía con manceba ni ama ni dios que lo fundó y durante los aciagos días de la guerra civil fue el pararrayos de muchos furores. A muchos rogelios les sacó de la cárcel o de la tapia del mismo paredón. ¿Creen que se lo agradecieron? Pues no. Vivimos en un país de rencores decía Unamuno. Era un cura muy servicial pero tenía ese defecto o esa debilidad por el traguillo. Y eso aquí no se perdona.
Su sombra se me aparece cuando doblo la esquina de la Plaza El Seminario. Es un fantasma eucarístico que me recuerda las catorcenas de aquellos días. Verbena y parranda y en la sacristía buen jerez rosquillas de palo y algún soplillos. Entonces al acabar de aquella terrible guerra los españoles éramos como más fraternos y bienquistos. Nos sentíamos perteneciendo a un grupo o dentro de un redil. Verdaderamente aquellas catorcenas de la solidaridad y del paloteo eran algo mágico. Me traen a la memoria tiempos de perdón. ¿Cómo se explica ese trastorno?
 Yo me explico y yo me entiendo y dios me entiende. Nos hemos vuelto adoradores de Baal. Y hemos cambiado de religión, hemos renegado de nuestra patria, de nuestros valores, de nuestra fe, del amor al hermano y allí donde antes se leía Caridad hemos puesto filantropía o solidaridad. Estamos instalados en la cultura de la queja y en el sofá de don Comodón. Y ahí nos las den todas. Y nos las van a dar y en un carrillo no tardando mucho. Hemos sacado a Jesús del sagrario como a un príncipe destronado y en su lugar hemos puesto grandes carteles de palabras vacías: Derechos Humanos, Solidaridad, Memoria Histórica. La iglesia está vacía y el ara sin los huesos santos y los púlpitos mediáticos se nos han llenado de demagogos. A eso es lo que nos conduce reemplazar el dogma de la crucifixión por el supuesto contendible del holocausto. Y estos demócratas de pacotilla se cabrean y te lanzan anatemas cuando les sacas los colores y les coges en un renuncio. Si no haces nada por defender tu patria y tu nación entonces no tienes derecho a quejarte mamón de que te la invadan los forasteros aunque en Segovia ya digo todos nos conocemos y llamamos a las cosas por su nombre y sabemos por dónde van los tiros y de dónde viene la cosa.
Tarari que te vi. Continuará la historia. Por favor, no se sulfuren.

 CHEJOV. BELIKOV. EL ALMA SE ELEVA


 

Iván Ivanovich no podía dormir. Había luna; salió a la portada y sentándose en el umbral de la puerta empezó a mirar para las estrellas. Así concluye la maravillosa historia de “un hombre enfundado” el profesor de griego que hace la corte a la hermana de otro compañero de claustro que enseñaba Geografía, la hermosa Vasia, que muere de amor o tal vez de aburrimiento. Pasó su vida enfundado, metido en un estuche que lo pusiera a cobro de miasmas provenientes del exterior. Enamorado de sus libros y de la lengua griega. Sin embargo, es un solterón poco práctico que sabe apreciar la belleza que le rodea pero que no la consigue transmitir a sus semejantes que llevan una existencia trivial, no leen ni un libro, se entregan a las discusiones estériles de la política (el único periódico que entra en casa es la gaceta local reflejo de un mundo provinciano alicorto de miras y apegado al terruño) o beben vodka en demasía para conjurar el aburrimiento o la propia soledad.

“Ah pero qué bella es la lengua ucraniana —reflexiona Belikov—por su sonoridad y su armonía se parece a la griega”. Además los de aquel país suelen lucir en la pechera camisas bordados en lugar de las de plastrón habituales en la Santa Rusia y suelen poseer hermosas voces para cantar en los coros sus canciones regionales. Kovalenko en este caso poseía una voz de bajo profundo capaz de trenzar doce octavas.

En este cuadro miniaturista al igual que en otras “sdachi” Chejov se siente dominado por impulsos proféticoslos cuales a mí particularmente que soy eslavófilo desde hace muchos años me entristecen sensiblemente, sobre la hermandad existente entre rusos y ucranios. No entiendo el conflicto entre la Santa Kiev y la cosaca Donbas, a no ser que el diablo se haya cruzado en esa guerra estúpida metiendo el rabo. He aquí un pedagogo que desde un liceo provinciano lanza la voz de aviso aun a fuer de caer en ridículo a causa de las comidillas y murmuraciones de la pequeña ciudad.

“Ya hace tiempo que sirvo al Estado— le cuenta al hermano de su futura— mientras que usted acaba de empezar el servicio”.

Belikov después de las clases se dirige a visitar a su prometida y allí permanece largas horas sin apenas hablar. Cuando suenan las diez en el reloj de la iglesia toma el sombrero, el paraguas (un hombre prevenido vale por dos), los chanclos y se va. Un día para su mala fortuna la bella Vasia no está. Se ha ido con sus amigas a pasar la tarde al campo. Belikov cae malo a causa del dolor que le causa el despecho, se mete en la cama de la que no se volverá a levantar. El profesor de Griego baja a la tumba con el lastre de dos recias calabazas encima de su ataúd.

“Varenka asistió al entierro; cuando se colocó el féretro en la tumba vertió algunas lagrimas. Mirándola me percaté que las mujeres de aquel país o lloran como magdalenas o ríen como locas. Ucrania no tiene un término medio”.

En “Un hombre enfundado” al igual que en los campesinos se trata de hacer una cala en el absurdo del azar y de las inquietantes sorpresas que guarda la vida humana. El protagonista de los “Campesinos” harto de la vida moscovita donde trabajaba de camarero lía el petate y regresa a su aldea pero allí le espera un pueblo muy diferente al de sus recuerdos idílicos de juventud. El hermano se emborracha y pega a la mujer que lo espera todo el día junto al hogar mientras mece la cuna del niño recién nacido. Los bamboleos del carretón a uno y otro lado le recuerdan el tictac del reloj y de ese vaivén de la vida que se va para no volver más. Chejov descubre la sordidez de la vida rural con la cual no habían contado los personajes que regresan de Moscú: las fiestas religiosas que se convierten en saturnales, las rivalidades de campanario. Y también el culto misterioso que se tributa en aquella región a la “Vivificante” como llaman a Nuestra Señora de Kazán protectora y madrecita. Se habla de la intercesión misericordiosa, del miedo a la muerte de las yeguas peplas de los campesinos con tantas mataduras y defectos en el cuerpo como ellos. En fin este gran maestro del cuento ruso se nos presenta como un miniaturista. Con un par de pinceladas de acuarela descubre un paisaje o nos desentraña el mecanismo complicado de la psicología de las gentes que lo rodean. Desfilan a la vista horteras, chupatintas, popes jugando a las cartas y mozas que quedan encinta en bailes de candil. “Olga se acordaba de lo que sufrían los viejos cuando se condenaba a Ciriaco a ser azotado por el plenipotenciario de la bailía… pasaron cerca de una granja toda verde de la que se exhalaba un fresco olor a cáñamo y los postes del telégrafo cuya fila se perdía en el horizonte murmuraban misteriosos mensajes a través de sus alambres”. No se puede describir la vida con tanta penetración—   y concluyo— tanta grandeza y tanto lujo de detalles. O se escribe para la inmortalidad, o no merece la pena escribir. Yo recomiendo a algunos colegas del periodismo jornalero, cobista y de mendrugo que lean a los grandes autores rusos si quieren continuar en el oficio. Si no, que cuelguen la sotana porque sus versos, sus novelas, sus articulillos doctorales atando cabos, son una mierda.

 CAPITULO DEL SEMINARIO VACIO

Mi novela "seminario vacío" glorifica la verdad, exalta el Amor, e impugna el odio que nos rodea cuando hoy 11S toda la media del mundo se dedica a festejar el odio y la revancha tras un confuso atentado cuyas causas, crcunstancias y móviles no se nos han explicado pero por todo el mundo se repite en lenguaje de papagayos la misma idea una filosofía hecha a la medida de los cabezas de chorlitos. Uno la verdad es que sigue siendo periodista y no está de acuerdo con el afrecho espiritual y moral que esta sociedad nos brinda. Mis ojos miran para la Virgen y encuentran en el ayer la imagen de la Virgen Pura


El día de Nuestra Señora 15 de agosto


Ya han pasado muchos años de aquellos 15ª pero mi alma venerara y rememora. Se han gastado las páginas de aquel misal olvidado de tanto pasar las hojas mojando con saliva el papel. Te igitur, clementissime… aquel niño de las misas pontificales en la catedral portando el acetre o la naveta del incensario es un viejo diacono olvidado, un literato sin fortuna, acaso un vagabundo con poca suerte pero agradecido a Dios por la fe y por todo cuanto fui. Yo creía en la utopía. La noche pasada mientras rezaba el oficio cantaba en el bosque un mochuelo el cual con su particular lúgubre llamada que por estos pagos llaman miago. Inconfundible el lamento de la curuxia (lechuza) como un himno epicinio de las ninfas de la naturaleza sonando allá atrás en la aliseda. Creí interpretar el sentido de las palabras del pobre autillo de mi pueblo que visita estas soledades una madrugada sí y otra no:

Arca non putri fabricata ligno

Manna tu servas, fluit undique virtus

Ipsa qua surgent animata rursus

Ossa sepulcros

Surge, dilecto pete

Nixa celum

Sume consertum diadema stellis

Este himno de salutación mariana nos cerciora de que la Virgen estaba hecha de otra pasta al resto de las hijas de Eva, que su carne incorruptible no pasó por los estragos de la muerte y que se durmió en el regazo de su hijo y se fue al cielo cercada de ángeles y pisando una diadema de estrellas. Exageración, tal vez; hiperdulía, culto mariológico pero hay cosas que no acierta a comprender la razón y el corazón entiende. Sin proponérselo el “miagón” escondido entre las ramas del “humero” le cantaba a la Deipara una copla de resurrección. Ya solo las aves nocturnas rezan en latín. Los curas y al hilo de esto me encuentro sorprendido e indignado con el circo que se ha montado en este país a costa de la visita papal. Benedicto XVI nos lo presenta la “media” (aquí hay gato encerrado y se percibe claramente una burda e inicua maniobra) no como al siervo de los siervos que son lo que los papas son sino como una suerte de vicedios robándole competencias al propio Jesucristo y a su Madre Santísima, propugnan una cierta aversión hacia la lengua. Happenings, espectáculos, tenidas, misas con el acompañamiento anti -litúrgico de rock and roll. Jóvenes y jovenas de todo el mundo, un chorro de dinero que para acoger a estas juventudes vaticanas han salido del contribuyente español. Este Benedicto o es tonto o es un bendito de Dios. No se ha enterado que nuestros hijos están en paro, que hay angustia en las familias, que en su seno se percibe recelo y poco amor, que existen problemas muy de fondo en nuestra sociedad que se dice cristiana aterida por el consumismo y una desorientación quasi escatológica, sin que la Iglesia predique contra tales abusos. Antes bien se ha adherido a los banqueros y el clero se ha vuelto capitalista, escucha las soflamas de la COPE o las catilinarias burdas de Intereconomía y ha vuelto a leer el ABC sionista. Y tiene que soportar a un obispo con cara de palo Rouco o aguantar las boutades de Martínez Camino. El pueblo de Dios está desorientado o que le llevan los demonios. Uno no sabe si Benedicto XVI es el heraldo de Jesús o el de la banca Morgan que, estomago agradecido, condona todos los crímenes y aberraciones del estado hebreo que es el que corre con gran parte de los gastos y al cual todo el Vaticano se encuentra sometido vía twitter y facebook. Twit en inglés es gilipollas y facebook cara de libro paniaguados. Roma trata a su gente como gilipollas y paniaguados. Pero de esto ya nos puso en antecedentes el Salvador cuando predicó a los hipócritas a los levitas, a los fariseos, a los curas encastillados en la soberbia y en el poder. Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y fue asaltado por ladrones que lo dejaron medio muerto. Pasó un sacerdote y cruzó de largo. Vino después un escriba el cual tampoco se detuvo. Sin embargo, acertó a bajar por allí un samaritano, pecador, algo borrachín y con no muy buena reputación el cual cargó con el herido a su jumento, lo llevó a curar y dijo a los sanitarios que todos los gastos correrían de su cuenta. Hoy día de la Asunción a la vista de una Iglesia que nada tiene que ver con aquella que yo soñé de niño y al que podría aplicarse la parábola del buen samaritano (cuantas veces estuve en dificultades y pedí auxilio sus sacerdotes, sus escribas, sus levitas se desentendieron mostrando una falta de humanidad rayana en el paroxismo) he rememorado aquellos quince de agosto cuando todavía por estos valles de las Luiñas asturianas suenan los estrepitosos voladores. El pueblo español, huérfano de tantas cosas, sigue honrando a la madre de Dios. Lanza cohetes al aire, se escucha el rumor de la música verbenera bajo las carpas. Hoy es fiesta en muchos pueblos de por aquí. Mi fe en Cristo Jesús y mi amor a la Virgen poco tienen que ver con este circo y estas maniobras comecocos del sucesor de Wojtyla. ¿Llega un vicedios o un embajador del diablo? O un nuevo judas que ajustó la venta de la iglesia al sanedrín por veinte siclos. Pese a las traiciones Cristo está en la historia y el atardecer es hermoso. El mundo pasará pero mi palabra no pasará

La plenitud del verano el sol en su cenit nos acogía tiempo de augusto. Íbamos al valle de Tejadilla a coger moruelas. La oxicanta o el escaramujo pintaban entre las zarzas.

-Estas son buenas, Teodoro.

Mi amigo Doro y el que suscribe cuando amanecía dios por los torrentes y blanquea la cal por las torreras antes del amanecer cogíamos el fruto medicinal y poco a poco las echábamos en un bote. Eran buenas para el hígado y el boticario de Santiespiritu las pagaba a duro el cuarto kilo. Al alba un jolgorio de campanas llenaba la ciudad se místicas y alegres sonoridades. Era el único día que subían los sacristanes a la torre de la llamada Dama de las catedrales. Melecio el sacristán mayor que era pariente del deán y que solía recorrer el templo con un atadijo de llaves y era un segoviano de pelo fuerte muy cano y de fácil sonrisa dirigía aquel repique. Una vez subimos con él los cien metros de escalera. El huso de la empinada escalinata era tan estrecho que había que subir de costadillo pisando palomizo y gallinácea. Chovas, golondrinas y aves de todas las especies habían posado allí durante siglos. Merecía con todo pasar canguelo trepando por las angostas oscuridades. Desde lo alto del campanario se divisaba en la majestad de sus campos media Castilla. El tañer de la campana gorda sólo una vez por año la mañana del 15 de agosto se esparcía por la ciudad amurallada con euforia de ritmos y megafonías triunfales porque ese día no se tañía “de sencillo” sino de redoble. Era el Día de la Virgen. Nos habían hablado del sueño que tuvo san Agustín sobre la mística ciudad de Dios basada en la armonía, el concento y el contento, la ausencia de maldades sin crímenes ni robos ni borracheras ni bandos bajo el báculo del obispo y la espada del príncipe que velaban por la seguridad de los súbditos y fomentaban la conllevancia entre las diferentes clases sociales meditante los gremios- a cada uno le correspondía un oficio y todos los miembros de la comunidad eran útiles y estaban adscritos a un puesto, a un lugar. Era la utopía y aquellas campanas de mi pueblo recogían el eco de aquella llamada a la excelsitud. Hay que buscar la excelencia. Miremos a lo alto. En el cielo sonreía la Virgen maternal con un niño en brazos. Aquella mujer que aplastaría la cabeza del dragón había estado subida a aquel trono de nubes desde mucho antes. Los egipcios la llamaban Isis con su niño en el regazo: Horus. Para los romanos era una diosa que se paseaba por los campos en un carro de fuego tirado por leones. La diosa Cibeles. No importa la denominación pero en algo hay que creer. Bebamos de los vasos sagrados. No rompamos las orzas. Sagrado es el vientre de la mujer. En ella nos concibieron pero estamos hechos de barro. Había un grito triunfal que al final de la liturgia prorrumpía el subdiácono:

-In conceptione tua inmaculata fuiste

Y contestaba el orfeón:

-Ora pro nobis Deo qui Verbum peperisti.

-Assumpta es in coelo.

Te llevaron al cielo en volandas. Y para ti la tierra te fue leve porque te dormiste. Asunción dormición de acuerdo con la tradición oriental. Un serafín entona hoy con más brío las estrofas del Akathistos. Alegraos mujeres del mundo porque en Ella está vuestro triunfo. En España el país de la Virgen pura, cristiana, pero que rindió culto a Cibeles, a Isis y Horus y otras deidades ibéricas de la fecundidad se escucha la voz del serafín anunciando la búsqueda perpetua del amor que no se extingue o la llama que no se apaga pero también suenan pasacalles. Tan. Tan. Talan. Tan. El grito de aquel bronce en día tan significado lo llevo inscrito en mi memoria. Debe de ser que la fe entra por el oído como decían los padres de la iglesia y la religión tiene que ver mucho con la acústica. Sin ortofonía ya no queda armonía. Y han derribado los púlpitos. Derrocado el tornavoz que en su techo mostraba la paloma del Espíritu y suprimida la predicación pues la Iglesia ha suprimido la predicación que tiraría por tierra la sagrada didascalia. Y ya sólo nos quedan las campanas para hablarnos de Dios.

Bajo la atenta mirada del sacristán mayor al que recuerdo con su cara bondadosa y caminando por las naves de la iglesia arrastrando los pies (debía de tenerlos planos) con un manojo de llaves engarzados a la cintura tres mozos de la parroquia elegidos por sorteo para repicar se las veían y deseaban para girar la melena de la gran campana. El bronce y el roble eran símbolo de los días augustos. Segovia y concretamente aquella iglesia mayor, un canto del cisne del gótico tardío producto del ingenio del gran arquitecto Juan Guas, consagrada a la Asunción, festejaba a su patrona. Era fiesta mayor y uno de los días más hermosos de aquellos estíos de mi infancia cuando íbamos a coger moras a Tejadilla o a Juarrillos para luego bañarnos en los peñascales del río Eresma. Las gentes, las casas y los objetos parecían tener un fulgor particular ya en los comedios del verano. La mies se acumulaba en los trojes acabada la bielda. Los majuelos en sazón mostraban racimos como ubres bajo los entorchados de las parras o las cepas crecidas de pámpanos. Días de Baco y de Ceres que retornaban bajo diferente adoración. El sol augusto amparaba los campos y, el estío de vencida, los barrios estaban repletos de veraneantes. A todas las horas pululaba el gentío por la calle real. Los primeros turistas americanos e ingleses se hacían fotos en el pretil de la Canaleja. El bigote de Clark Gable sonreía, morboso, en los carteles anunciaban películas como el “Viento se llevó” que fue prohibida por inmoral. Era un 3R pecado mortal. Total por un par de besos que le da el bueno del Orejas el pabellón auricular más sexy de Hollywood a la O´Hara se armó un escándalo. ¿Qué hubiera hecho o dicho el obispo fray Daniel hoy en día ante la ola de pornografía que nos invade? Volverse a morir. La castidad ya no se estila. Las púberes canéforas han dejado de ir con flores a María y hasta la duquesa de Alba, ese carcamal, se ha echado un novio funcionario al que pasea por Sevilla. Entonces las mujeres para entrar en la casa de Dios tenían que ir recatadas. La manga corta y los escotes, cosa prohibida. Se quema incienso en los altares paganos al adulterio, al hedonismo. Tetas y coños melenas al viento ululan y pululan por las viscerales revistas del corazón. En veinte siglos de cristiandad no había padecido España la peor lacra que acomete a un pueblo: la baja natalidad. Destruida la autoridad paterna muchos padres están acobardados sin saber por donde tirar ante la desobediencia y el desacato de sus parientas y de su prole. Se ha destruido a la familia y muchos hogares son un sufrimiento sin esperanza que hace pensar en las conmociones del Apocalipsis. ¿A quien recurrir? A la Virgen de Agosto. Pero no nos engañemos. Entonces también se hacía el amor. A la caída de la tarde los bosques del pinarillo se poblaban de mirones que iban a espiar los muy sádicos a las parejas en faena. La Farela que era la mancebía que estaba en la Calle de Cantarranas puerta por medio del convento de Santa Isabel tenía mucho trabajo con la venida de los de la IPS. No tiene enmienda pero entonces las cosas se hacían con más recato y a los jóvenes se nos inculcaba un código de valores para discernir el bien y el mal. Emborracharse o irse de putas no eran actos para merecer una condecoración. Hoy los amoríos y líos de falda se pagan mucho dinero en exclusivas en las revistas del corazón. Si había habido buena cosecha todas las mesas de la terraza del Columba bajo los arcos del Azoguejo estaban ocupadas de gente de los pueblos que acudía los jueves al mercado de la capital y entre el ir y venir de camareros de blancas chaquetillas y rojas charreteras – todo parecía como militarizado y reglamentado por aquellos días se veía a los tratantes de Turegano fumándose un farias. Corrían por la bandejas bastantes billetes verdes. Los marraneros de Extremadura saldaban buenos tratos con la venta del cerdo jaro y para Nochebuena tras la matanza del marranillo morato comíamos morcillas y jamón de jabugo. Por la calle Real para arriba para abajo no se veían más que gorras de plato. Por todas partes, militares. A los de la guarnición se agregaban los estudiantes de la IPS que hacían la mili durante tres veranos en Robledo y salían de alféreces. Y estudiantes muchos estudiantes que enviaban sus padres para estudiar una carrera o prepararse para la Escuela de Magisterio. La pluma la cruz y la espada eran la marca de España. Hoy esto muchos lo encuentran anacrónico o fascista pero había mucho más respeto, mejor convivencia, más alternancia y más posibilidades, hoy los caminos se han cerrado para los jóvenes sin que el papa haya dicho ni esta boca es mía al respecto.

La imagen que da la informativa zapateril no se corresponde con las realidades pero han vuelto a este país los torticeros de la historia los muñidores de la infamia. Los bobos de Intereconomía y de la COPE, los insidiosos del ABC que quieren copiar en Madrid al New York Times. El día que llegó con gran pompa el “Vicario de Cristo” a Madrid los israelíes bombardearon la franja de Gaza dejando en la estacada varias decenas de muertos. Y en Libia soldados de Gadafi y mercenarios se acribillan a tiros por las calles. Si no vienes en son de paz a esparcir el mensaje de la buena nueva mejor te quedabas en Castelgandolfo, Benedicto porque tu viaje sólo habrá servido para halagar el ego orgulloso y vindicativo de Rouco. Después de que pase la marabunta, volveremos a lo de siempre, a las iglesias católicas vacías, a la cultura laica, al hedonismo y a la paganía de siempre. Los viajes papales no son más que una tormenta de verano, un baño de multitudes, besamanos, corifeos, culto a la imagen. Y yo seguiré como tantos otros al pie de la cruz.

Estos bobos son los de siempre. Entre bobos anda el juego. Zapatero a tus zapatos y cuando la clerigalla mete los hocicos en político en este país vamos marcha atrás. Los curas no se resisten a perder la parcela pero España es laica, ha dejado de ser católica y la culpa es de ellos. Dios es un proscrito en nuestra vía diaria. Se ha mandado al exilio el culto a la belleza inmaterial para quemar incienso en las aras de la cutrez, la ordinariez, el morbo. Sólo vale todo lo que se come, se esgrime y se caga en inglés y a las nuevas generaciones de españoles se les ha negado el privilegio de conocer su historia, de hablar su idioma y la jerarquía que no ha movido un músculo para evitarlo antes bien se unió a la ola es culpable de este orden de cosas.



Entretanto, Doro y yo introducimos las bayas en una cesta y a lomos de nuestras bicis cruzando el Puente de Hierro y por detrás de los ventorros camino de Hontoria subimos a Valdevilla. El puente romano parecía nuevo flamante y sus piedras tenían dos mil años. Por ellas caminaron las legiones de Augusto y los rabadanes de la mesta. Seguía el concierto campanero impregnando de melodía el aire de la mañana. Todas las torres se pusieron a tocar para acompañar a la campana gorda. Como la señora Teo había ido a la peinadora mi amigo Doro desayunó en casa. Restauradas las fuerzas a base de un café con leche y picatostes nos pusimos el traje de los domingos y otra vez pedaleamos por el Camino Nuevo hasta llegar a la catedral. Don Asterio a su vez el maestro de ceremonias, y el precentor encargado de dirigir las voces blancas ya nos estaba echando en falta.

-Creí que no llegabais.

-Es que fuimos a Tejadilla por un mandado.

-Hoy no se va a por moras. Hay que estar aquí derechos como velas para cantar a la Patrona. ¿Estamos?

-Sí don Asterio- respondimos los dos escolanos agachando las cabezas.

El día de Nuestra Señora el aire de la ciudad parecía poseer una mayor claridad iluminando las caras iluminadas de las gentes, las palabras y hasta las broncas del maestro de capilla no sonaban tan impetuosas. En aquel momento entraron en la sacristía dos sacerdotes con capa pluvial que llevaban una barra de plata rematada en un santo cristo cada uno de los dos. Eran los pertigueros. Los prestes se atacaban el alba con el cíngulo o se echaban la casulla cerca de las cajoneras de la gran sacristía contemplándose en los oscuros espejos que devolvían una imagen triste y fantasmagórica de sus figuras. Algunos comentaban incidencias de la vida local y Melecio el sacristán le hablaba de un automóvil que acababa de salir al mercado.

-Don Fernando, porqué no se compra usted un 600. Ese coche le vendría bien para ir a ver las tenadas y las fincas que tiene en su pueblo.

-¿Y para qué quiero yo un 600, hijo, si no tengo para gasolina?

-Pues tambien es verdad, señor deán. No me había dado cuenta. Echarse coche es fácil. Lo peor es mantenerlo.

El obispo, hombre muy bondadoso, no decía nada pero asistía a la conversación con una tímida sonrisa mientras se colocaba la mitra toda de nieve y aleteaban en torno a su persona una cohorte de fámulos que le atacaban las calzas o le ceñían el cíngulo antes de salir a celebrar. El maestro de ceremonias golpeó con una vara uno de los bancos y al son de tres golpes secos la escolanía entonó la antífona de entrada.

-Niños a coro- exclamó don Asterio

Y se inició la procesión. El grupo de acólitos con nuestras sotanillas rojas de lana abríamos carrera al séquito que a través de la girola detrás del altar mayor recorría las naves y las múltiples capillas luciendo la pompa y esplendor del rito visigótico a lo largo de aquel templo que era el más grande de España después del de Sevilla. Abría carrera la cruz procesional flanqueada por los ciriales. Yo caminaba portando el acetre con el hisopo y la naveta haciendo las veces de ayudante de Teodoro que oficiaba de turiferario. La comitiva ascendió las gradas del presbiterio y el cabildo cruzó el enlosado de la nave central con enterramientos de todos los obispos de la diócesis desde san Hieroteo hasta la fecha y todos ocuparon su sitial. Tras el canto del magnificat se iniciaron los Kyries de la misa cum jubilo. Las deprecantes notas del responsorio surgían como voces clamando al cielo iban a besar las impostas o se esfumaban por las bóvedas de crestería. Las voces se habían escuchado allí durante siglos deprecantes, compungidas, pidiendo la misericordia divina. Ten misericordia de nosotros, señor. Aquella plegaria había sonado en aquel recinto miles de veces. Kyrie eleison. Una fila de clérigos con los ornamentos más ricos que guardaba el ropero medieval de la sacristía para aquel jueves que relucía más que el sol – había casullas y dalmáticas del siglo Xi y una regalada por doña Berengüela que enseñaban estampados y fimbrias que eran obras de arte, nuestros antepasados reservaban lo mejor de sí mismos para la virgen y el Señor, no había codicia ninguna en las legaciones- y don Asterio nuestro precentor que aquel jueves oficiaba como subdiácono llevaba una gorjal en el cogote que pesaba un quintal y le devolvía un aire majestuoso y respetable, se parecía a san Lorenzo, con fimbrias hiladas en oro macizo que debieron de costar un dineral (andando el tiempo tuve ocasión de admirar en un archivo la preciosa tunicela). A pesar de las joyas que llevaba encima don Asterio era pobre como una rata y moriría en pobreza. ¿Quién podrá acusar de avaricia a aquellos pobres clérigos de Segovia? Vivían de un magro estipendio, alguna capellanía monjil, y algún funeral por el que percibía un duro. No. Es posible que en el Vaticano sean ricos pero los curas son pobres. Son de los nuestros y además tenía Asterio que aguantar al edecán del obispo que era un hombre pequeñito de pelo blanco y de sonrisa bonancible sometido a la regia voluntad de su fámulo. De la gestión y el mangoneo de la diócesis se encargaba Julián Tuero un asturiano fornido que había nacido en el pueblo del Inquisidor Valdés. Sus gestos eran muy vivos y la mirada penetrante. Daba órdenes al cabildo haciendo sonar su gran vozarrón. Gustaba ser denominado hijo del trueno. Era un aristócrata. El obispo, a su lado, parecía un pordiosero cercado por aquellas eminencias capitulares de entre ellos destacaba el prelado Tuero hecho un figurín luciendo la muceta una especie de babero de lana blanca y calzando mocasines de fieltro con hebilla de plata sobre los calcetines morados. Hablando con su vozarrón de vaqueiro metía a todo el cabildo en vereda cuidando de que se cumpliesen durante las celebraciones todas y cada una de las rúbricas del ceremonial. “Yo cuidaré del esplendor de Tu Casa” era su norma. También al obispo lo traía derecho como una vela cuidando de que el número de pasos sobre la grada fueran los precisos y que las cáligas que calzara en la misa pontifical fueran del mismo color que el de la casulla. El obispo fray Daniel como era un santo y había sido franciscano antes de acceder a la mitra se dejaba hacer aceptando como penitencia la pompa y el boato prescritos por el maestro de ceremonias.

-Debía de ser don Fernando el que portase el báculo y no ese pobre fraile menor al que preconizaron obispo nadie sabe por qué- murmuraban los beneficiados.

-Para cabo de vara o para sargento mayor ese asturiano no tendría precio- respondía don Alejandro Fucsina el magistral que era el rival de Tuero. Había dos bandos en la sala capitular de aquella santa iglesia catedral. Una la encabezaba el magistral y otra el secretario del señor obispo- Y ¿tú qué opinas, Asterio? Si no andas listo, ese te va a quitar el puesto porque ya le veo venir. Se inmiscuye en tu tarea de maestro de ceremonias y no debieras consentirlo.

Don Asterio, el maestro de ceremonias, puesto que obtuvo tras reñida oposición disertando una hora de reloj mientras caía el aluvión de la clepsidra – ese reloj de aluvión que ha popularizado el ordenador y que antaño servía para medir los tiempos de los sermones, de los cantos en el coro y de las pláticas y prácticas catedralicias- y era un experto en los ritos que adornaron la adoración en la SRI (el caldeo, el sirio, el basilio, el maronita, el griego, el rumano y hasta el ruso) como no tenía ya demasiadas aspiraciones a la Curia, poco le importaban aquellas comidillas y rivalidades capitulares. Llevaba el ceremonial litúrgico en la cabeza pero no era un maniático del rigor. Su manga era ancha y solía decir:

-A Dios le gustan las cosas bien hechas pero somos humanos y a veces fallamos incluso en lo esencial.

Abstracción hechas de estas fruslerías, el jueves de la Virgen de Agosto era una de las fiestas más hermosas del año en aquella cátedra cuando toda la urbe rendía homenaje a la Virgen Blanca aquella talla gótica que sonreía mofletuda en su edículo central del altar grande ostentando al niño en brazos adornada la cabeza de una inmensa corona de plata. Se le decían piropos en latín y en vernácula. Se la cantaba y se la bailaba. Aquella luz del gran jueves del verano en Segovia ha iluminado las tinieblas de mi existencia. Ahora que lo pienso el haber sido niño de coro me ha ayudado a entender mejor a la Iglesia en sus miserias y en sus grandezas. Los papas vienen y van y muchos de aquellos prelados y canónigos han bajado al sepulcro. El sacristán Melecio fue enterrado con una copia de aquel manojo de pesadas llaves que colgaban de sus artríticas caderas. Espero que esas llaves le abrieran las puertas del paraíso. Pero queda lo esencial. Aquella sonrisa de Nuestra Señora en su trono, la luz especial o el sabor de aquellas moras que picábamos Teodoro y yo por los barrancos de Tejadilla. Tampoco he sabido nada de él. Las veleidades de la vida hicieron que los caminos se bifurcasen y no volviésemos a ver jamás. ¿Nos veremos en el más allá? Tampoco eso importa demasiado. Lo importante, lo real, fue nuestra fe a sabiendas de que los papas, los obispos, vienen y van. Para el creyente que vive aferrado al baluarte de su fe, todo lo demás es vanidad. Y está claro. Todo se os dará de añadidura. Rouco que acaba de cumplir los 75. Hoy se jubila. Vino el papa bendito que Benedicto se llama pero esta generación sigue siendo la misma después del baño de magnitudes y de multitudes. ¿Y qué? Estoy seguro de que Cristo vive. Que reina en la historia cosa en estos días que corren harto difícil pero a Cristo a diferencia del bueno de Benedicto XVI no se le ve. Suficiente