CHEJOV CONVIRTIÓ EN MÚSICA LA LITERATURA
Mira que comparar a un músico con
un relojero. No sé de donde habrá sacado este tío que dicta tal símil pues dice
que Chejov era como un relojero.
Este individuo como es de Turegano adolece del defecto de los de su pueblo la
cabeza grande y las ideas cortas.
No; don Antón tiene que ver poco
con las artes mecánicas. Es un taxidermista del sentimiento y de las
contradicciones del alma humana. Llevo yo al autor ruso en el alma. Leí todas
sus obras y cuentos algunas de ellas en original. Los rusos llaman al “cuento”
o short story (“sdacha”) y Chejov
escribió cientos de ellos. Decía nuestro sabio Clarín que la literatura no daba
para comer pero algunas veces para merendar.
Anton Chejov se ganaba la vida
como médico de orina y pulso pero al objeto de mantener a su numerosa familia y
cuadrar cuentas que le permitiesen llegar a fin de mes escribía estas
maravillas que publicaba en la “Litreraturna Gazeta” por unos cuantos kópeks.
Los dramas “El jardín de los cerezos”, “El
Tío Vania” “Tres Hermanas” etc.,
son harina de otra costal. Chejov llevó al teatro a alturas sublimes que sólo
alcanzaron unos pocos: Shakespeare,
Ibsen, Moliere, Tirso de Molina y modernos como Bertold Brecht o el irlandés Beckett, el rumano Ionesco. El estro que
inspira tanto su obra novelística dramática o cuentista se sitúa dentro de la
tradición cristiana. Vió venir la caída
de ese mundo al que canta con la genialidad de los pocos hombres de letras que
en este mundo han sido. El derrumbe de la burguesía condujo a la revolución
leninista cuyo centenario celebramos pero pese a todo Rusia es eterna, nunca
dejará de ser Rusia, el cristobalón que arrambla con el mensaje del Salvador a
cuestas de sus fornidos hombros. es el Cordero de Dios.
Sus libros recuerdan a los
troparios bizantinos esos larguísimos y bellisimos oficios del ritual ortodoxo,
de tono cansino y repetitivo pero que elevan el alma al Creador. Parece que se
escucha el argentino repique de los incensarios, los tonos en fabardón de las
letanías del canto diaconal. Y los cuentos resuenan con el ritmo y la armonía
de un motete ortodoxo.
Chejov hijo de un sacerdote
ortodoxo confesó haber asistido a muchas de estas misas durante su infancia. No
quiso ser pope y marchó a estudiar medicina a Moscú. Insistimos su estilo vibra
con la musicalidad de aquellas misas cantadas velas e incienso los santos del
iconostasio la luz de lios iconos las casullas recamadas de oro la estola del
diacono que recita el evangelio mirando hacia el Norte bien amarrada con la
diestra como queriendo plantar guerra a la furia de Aquilón que destruye las
naciones (según los padres orientales del Norte ha de venir el anticristo).
Sus libros nos sumen en la
melancolía e incentivan en el lector el deseo de ser mejores y tolerar a sus
semejantes, toda vez que derrama tolerancia y piedad por el ser humano pecador
e inconsciente abocado a la destrucción y la muerte después de una vida que
consiste en aburrimiento — marcada por la acidia y la desilusión en sus tres
cuarta partes; esa fue la clave la melancolía del arte chejoviano que nunca se
concierte en desesperación—. La vida nuestra cambió cuando escuchamos el
estruendo de los hachazos del leñador que talaba los cerezos de la huerta que
iba a ser vendida a los acreedores del Jardín de los Cerezos. Tuve la suerte de
asistir a las representaciones que hizo de sus obras teatrales la gran compañía
del Royal Company Theater en el Old Vic en mis tiempos mozos de Londres y
aquello me atrapó fue como una epifanía que me amarró con dogal de oro a la
estética del alma rusa. Nadie como los ingleses ha conseguido poner en escena
las obras de Chejov. La lengua inglesa atesora registros mágicos que se parecen
a la del alma rusa en su pathos, en sus contradicciones, en sus sorpresas,
muertes y resurrecciones. Andante ma non tropo.
No. Chejov no es un relojero como afirma ese
columnista del Adelantado de Segovia pero para nuestra desgracia en España
rebañiega no cabe un morueco más en el redil. De Turégano tenía que ser el ínclito.
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