2017-04-01

CASTA DE HIDALGOS. RICARDO LEÓN

 

Me recuerda mi adolescencia. Comillas. Los bellos paisajes montañeses. Liébana y Santillana del mar. El destino marca rutas y hay un misterioso pronóstico de tu vivir en los lugares que visitas. Hay dos Asturias. La que termina en san Vicente de Asturias y la de Oviedo que se extiende su dichosa topografía hasta la ría del Eo. Aquellas marchas por el monte y los paseos por la solitaria y desolada playa de Oyambre.

Ricardo León es un estilista que supo encontrar en nuestra sangre la raíz de los godos y narra este encuentro con el pasado castellano en un estilo trabajado y una lexicografía añeja pero que trae a las mientes el sabor de los vocablos cuando las palabras significaban el todo por el todo.

Casta de Hidalgos  es un libro que no fue tallado con pluma sino esculpido a buril. Describe las casas blasonadas, los amplios estragales y las balconadas. Santillana del Mar se reclina de espaldas al mar en el manto de unas montañas que muestran sus crestas erguidas por las que asoman los picos de Cantabria.

Villa guerrera e hidalga. Las rosas florecen en el balcón galerías del mar… aquella morena que está en la ventana con la mirada me dice que me da su corazón… cantaban los mozos rondadores. Aquella morena pudiera ser una reina. Se llamaba tal vez doña Labra o doña Violante, vaya usted a saber. Embrujos y miradas de la Arcadia. Hortus conclussus del pensil hispano. León retrata a los hombres de negra ropilla y de garzotas cimbreándose sobre el gorro montañés como plumas de gallo. Un poco más allá, el sol dora la playa y las olas vienen y van dejando una cola de encaje blancos que recordarán a aquellos caballeros los alquiceles morunos contra los que pelearon a la vera del Guadalquivir.

 Hay un gesto de  fatiga en el rostro de los que vuelven de pelear. Se quitan el almete, el peto y la armadura, dejan las grievas en el portal y se calzan las abarcas campesinas o se visten de la cogolla y del tosco sayal. Monjes y soldados. Todos tienen un algo de campurriana nobleza en el mirar. Pueden soltar en cualquier instante una parrafada de poema épico… yo soy Ruy Díaz el campeador de vivar, ferid los caballeros por amor y caridad. Un borní vuela cetrero por la pomarada y su grito de guerra se mezcla con el lamento poético de un ruiseñor asturiano. Subamos hasta la colegiata por el camino empedrado. Por estos bordillos hizo ya su desfile la historia. Los hombres son altos de cuerpos atléticos y como diseñados con tiralíneas. Las mujeres hermosas y recatadas. Se cubren el rostro con el griñón moruno. Sólo salen ce casa para ir a misa y su vida transcurre oculta y callada entre el escriño, la rueca y la labor del hogar.

Santillana es alto lugar de poesía y de silencios. Es la edad media hecha poema épico y muda crónica de hazañas labradas en la piedra de sus casas blasonadas que guardan las genealogías y las estirpes en sus arcas carcomidas: LOS Verdugo, Tagles, Ceballos, Quirós, Barredos. Allí vivió Velarde el que la sierpe mató y con la infanta casó. Hay lambrequines en las fachadas y escudos con roeles y barras siniestras. Siempre que la visito busco el apartadero del Campo de Revulgo entre los árboles y las fuentes sombreadas por alisedas. Allí en el sosiego; me parece escuchar el rumor de gente que vive y que habla dentro de las casonas cerradas pasto de las hierbas y acometidas por el comején de la humedad que amenaza. Son los fantasmas de mi España

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