ONÉSIMO REDONDO
FUSILADO HACE LXX AÑOS
Antonio Parra
“No puede
decirse hoy cuántas docenas de millones se llevarán los catalanes – escribía Onésimo Redondo Ortega en “Libertad” de
Valladolid palabras que le costaron el destierro en 1932- de la hacienda española regalados por Azaña y sus sirvientes; el regalo
lo pagarán otras regiones autoras del engrandecimiento catalán y de la
hostilidad antiespañola de aquel separatismo. Según Azaña, la Generalidad
Catalana va a tener sus guardias propios y sus gobernadores como país extraño,
sus tribunales, sus cárceles y su universidad. Se nos rompe la unidad patria”.
Estas frases conservan hoy una rabiosa actualidad.
Onésimo aparte de un gran pensador – el abnegado jonsista filosóficamente
cuadrado ante la revolución pendiente y al que los españoles deben, que no a
los rojos ni a los tecnócratas, esas mejoras sociales: empleos fijos,
vacaciones pagadas, el derecho a la atención sanitaria, a la educación
gratuita, un techo donde guarecerse etc.- fue un profeta que dio la vida por la
unidad española cinco veces centenaria en la defensa de los de abajo. No era
ciertamente un señorito, sino un agrario
entusiasmado con la reforma del rústico y propulsor de un sindicato
remolachero. Fue asimismo un brillante periodista de lo más congruente, la
mejor pluma sindicalista y, repito, dejó detrás
una obra “cuadrada”, como prolongación a su rotundo y augusto apellido,
dispersa a lo largo de una serie de antológicos artículos, descatalogados adrede,
pero que, leídos hoy, guardan un palpitante ahora y son una invitación a la
reflexión para la juventud del momento.
Desgraciadamente a esta juventud se la mantiene a
blancas. Nadie les ha contado de donde venimos ni les ha razonado las claves
del laberinto español. Es el silencio de los corderos que se propugna desde
arriba. Se pretende borrar la memoria y sustituirla por otra memoria, un juego
ciertamente peligroso porque no es bueno ni conveniente para la salud mental
meter la vertedera en los osarios.
El cainismo que algunos pretenden cargados por el odio
y el instinto de revancha nos lleva a este pobre Abel. Abel Redondo, Onésimo
(el piadoso que es lo que refiere su nombre en la lengua griega). Otra de las
innumerables víctimas. Juventud generosa que caminó al matadero aquel bochornoso
mes de julio de hace 77 años.
Únicamente era un periodista. Yo también soy
periodista. ¿Me rindo? Onésimo
desenmascaró a la bestia, expuso sus brillantes ideas en el foro. No se lo
perdonaron nunca.
Otro vallisoletano, José Antonio Girón, recogería el guante
y pondría en ejecución aquel proyecto de futuro para España que Onésimo Redondo
firmó con su sangre y la verdad que a setenta y siete años vistas de aquella
tropelía, de aquel asesinato, cabe traer a colación aquellas palabras del líder
José Antonio: “Ojalá que mi sangre sea la última que se derrame entre
españoles”.
Onésimo Redondo Ortega el “divino impaciente” formó
parte junto con Ledesma Ramos y Primo de
Rivera del trío de “eternos ausentes”.
Pero él más que nadie fue un pensador para un pueblo. ¡Presente!
Si José Antonio
fue un poeta más que un político, estos dos últimos eran dos castellanos
filósofos, asqueados del vano parlamentarismo de políticos banales y trincones,
dos pura sangres, casta de hidalgos que llevaban la revolución social en la
piel. Se les incluye entre las derechas pero eran la izquierda pura dura y el
pensamiento independiente y leal del ideal cidiano. Castilla los hizo y los deshizo, y hoy parece
haberlos olvidado.
Enemigos del marxismo ciertamente pero fustigadores
del neoliberalismo capitalista. Nadie habló tan recio y tan claro de los
estragos de la masonería.
Su muerte se produjo en extrañas circunstancias el 23
de julio de 1936. Mi teoría es que lo fusiló un cabo de la Guardia Civil
alertado por un “chivatazo” en un control de carreteras ipso facto en la cuneta
de la Nacional VI a la altura del pueblo segoviano de Labajos.
Pero hay quien sostiene que cayó en una refriega con
facciosos milicianos de la columna que mandaba el coronel republicano Julio
Mangada.
Hoy a causa de la pazguatería o el chaquterismo de los
desmemoriados Onésimo Redondo, el de los pensamientos cuadrados, un verdadero
Aquiles egregio y un español entero en medio de un rebaño de enanos, es el gran
olvidado de los Tres de la Fama Nacional
Sindicalista, un trío que empezó a desmemoriarse merced a la traición de los
“aprovechados”: los Laín, los Tovar, los Ridruejo. Y por todos aquellos que
habiendo gozado de las granjerías y prebendas de Falange no tienen redaños
ahora para llamarse a sí mismos falangistas.
Dicen “sólo soy joseantoniano”. ¿Por donde? ¿Por el
ano? En cualquier caso, sus escritos siguen ahí para el que los quiera mirar
alentando una verdad incontrastable.
Onésimo murió a las cinco de la mañana del 23-VI-1936
y a los cinco días de haber sido puesto en libertad.
Era un preso político en las cárceles de Ávila cuando
el triunfo de los sublevados en la Ciudad de las Murallas le valió su amnistía.
Había padecido prisiones y destierros por haber puesto en berlina al presidente
Azaña, blanco favorito de sus dardos y al que tachaba de judío y masón. No era
más que un periodista, un hombre de ideas. ¿No decían que el pensamiento no
delinque? En este caso sí.
La DGS dio orden de su busca y captura. Parece ser que
había estado organizando la resistencia jonsista e iba camino del Alto de León
cuando fue apiolado por la Benemérita y pasado por las armas sin más.
Cabría decir que no fusilaron a un hombre, destrozaron
una idea, mataron a un paisaje y despilfarraron el futuro en un acto de
barbarie irracional que sólo encuentra explicación en la vesania y en la ira
ciega de los españoles a la sazón.
Cuando paso por Labajos camino del Alto León, siempre
miro para el monumento a Onésimo a mano derecha de la carretera siempre tiene
flores frescas al igual que el monolito al Padre Huidobro en la cuesta de las
Perdices. Una mano invisible coloca allí esas cinco rosas en honor de los que
montan guardia cerca de los luceros.
He vivido largos años en el Yorkshire. En todos los
pueblos de la campiña inglesa se alzaron monumentos parecidos a los que
encontramos por ejemplo al llegar a Labajos.
A la memoria de los caídos en las dos guerras
mundiales. En la batalla del Somme por ejemplo en un solo día perecieron
treinta mil británicos, quince mil franceses y de alemanes no hay casi recuento
puesto que perecieron muchos más.
La Gran Guerra se llevó millones de europeos pero a
diferencia de aquí allí los muertos no son arma arrojadiza ni moneda de cambio.
Ni se ponen cadáveres sobre la mesa. Lo que ocurrió pues ocurrió y a lo hecho
pecho y “let bygones be bygones”.
Se les deja descansar en paz y no se indaga si fueron
buenos o malos, de un bando o de otro. Aquí, por lo que se ve, no.
El victimismo de Zapatero, pretexto para una segunda
transición, está provocando un tremendo malestar y el enconamiento de ciertas heridas
que creíamos cerradas.
Él era uno que creía en la capacidad vertebradora y
redentora de Castilla como nexo de unión del centro con el litoral y un
católico ferviente a machamartillo, pero sin alharacas porque sabía que el
catolicismo para bien o para mal formó parte de los destinos de España
Propugnaba que es la síntesis, la cifra y el compendio
de muchos pueblos, muchas etnias y muchas razas y, aunque formado
filosóficamente en Alemania, Onésimo Redondo nunca comulgó de las doctrinas
hitlerianas sobre la superioridad de la raza aria.
Era un mesetario del Centro. Al pan, pan.
Nunca fue amigo por su mesocracia castellana basada en
el lema calderoniano del rey abajo ninguno en la superioridad de las castas ni
en los privilegios y derechos adquiridos de los de arriba – hombre del común
nacido en Quintanilla pueblo castellano de la misma manera que Ramiro procedía
del zamorano Sayago – y no creía mucho en el lema de los “puños y las pistolas”
ni el matonismo pijo que caracterizó a primera hora a algunos miembros de
Falange, afortunadamente no todos.
No fue hasta
enero de 1936 cuando se produce la fusión de FE con las JONS. Onésimo,
insistimos, era un jonsista natos poco partidario de la violencia. Eso sí
propugnaba un rearme espiritual basado en el lema paulino de que la vida es lucha
constante. Vita militia est
Hoy cuando se cumplen setenta años y pico de su
fusilamiento desde estas páginas recordamos su memoria sin ningún instinto de
revancha y aspiramos a animo a los jóvenes a que vuelvan a leer a Onésimo.
Sus artículos olvidados son esféricos y – por aquello de la
cuadratura del círculo y en honor de su apellido una vez más-“cuadran” plena y
brutalmente con el presente de nuestra pobre patria.
Sigue siendo un olvidado, un preterido, un periodista
que firmó con su sangre el proyecto de futuro en él que creía para España.
Y eso es tan respetable como el de los que cayeron en
el otro bando. Porque no es conveniente aquí establecer categorías. Todos son
nuestros muertos aunque por desgracia aquí los que fusilan y los que caen fusilados
son siempre los mismos. ¡Qué fatalidad!
Debería haber en Villanueva de la Cañada un monumento
a la memoria de los caídos en la Batalla de la Sed (45.000) de los dos lados,
como lo hay en Labajos y yo propugno en mi libro REMEMBER BRUNETE
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