Calle Núñez de Arce
Vida fugaz
El tiempo pasa
Con él aprendimos literatura
Una casa refugio de vagabundos
Y en la biblioteca bostas y cagadas
En polvo y miseria todo concluye
Triste fin a la vanidad
Ubi
sunt
El tiempo todo lo destruye
En el Cortés aprendí yo literatura
Y che visto al prócer caminar
Sobre las paginas
De su nieta Dafne
El maravilloso libro se llama
Numero 34 de la calle Núñez de Arce
El Valladolid de mi niñez
Ya no cantan los pinzones
En los arboles del Campo Grande
Aquello pasó
Al paso de los pandemitas destructores
Mis paisanos cambiaron de chaqueta
A conveniencia
Son turncoats
despreciables
BÉCQUER
EN VERUELA BELLEZA DEL CRISTIANISMO
“Cerraron sus ojos que aun tenía abiertos. Taparon su rostro con un blanco lienzo- y unos sollozando y otros en silencio de la fría alcoba todos se salieron” estos versos que debieran estar esculpidos en la historia de las literaturas con letras doradas fueron escritos en la fría celda monacal de Veruela. Son el registro más patético que del misterio de la muerte.
Debieron estar inspirados por la joven de Trasmoz que le servía fallecida durante su estancia. Luego el poeta que más y mejor cantó al amor etéreo en lengua castellana y muy enamoradizo las mujeres fueron su gloria y su perdición ▬ sus Rimas y Leyendas era el libro que regalamos, víctimas de una especie de sarampión platónico, a nuestras novias los mozos de mi generación− se casaría con su hermana.
Fue un casamiento turbulento y desafortunado. Que le fue infiel o al menos él así lo creía. Bécquer es un alcohólico y murió tuberculoso perdido.
Los grandes hombres matrimonian con niñas que no son de su condición. Es la eterna dicotomía entre el buen amor del arcipreste de Hita y el amor villano y lunfardo. Celos, gritos, adulterios, hijos que no fueron suyos, broncas, palos. Un artista como él no merecía eso.
La muerte se lo llevó joven al héroe del romanticismo hispano no había cumplido casi los cuarenta años. Es la amarga cara de la moneda.
“Discreta y casta
luna
copudos y altos
olmos
paredes de su casa
umbrales de su
pórtico”
La heroína que inspira las rimas becquerianas es una ideal inasible. La poesía del genio sevillano parece condenada a gemir bajo el peso de lo que pudo ser y nunca se realizó.
“cuando
me lo contaron
sentí el frío de
una hoja de acero
me apoyé contra el
muro
y un instante
perdía la consciencia
donde me
encontraba
cayó sobre mi
espíritu la noche
y en ira y en
piedad
se anegó el alma
y entonces
comprendí
por qué se llora
entonces comprendí
por qué se mata”
El monasterio de Veruela marcó sus destinos.
Allí le salió al encuentro esa belleza del cristianismo que es privativa del
catolicismo y del que carecen otras religiones como el judaísmo desde la
destrucción del templo esto quizá sea
una maldición, no le dan importancia al habitáculo, desdeñan el lujo exterior.
Sin embargo, según atisbó Bécquer, fueron los grandes alarifes que contribuyeron
a la riqueza artística de Aragón y Andalucía. Teruel es muladí y Zaragoza
aljamiada. A lo sumo esa descripción de la vida de los monjes blancos le hace
soñar en un pasado cuando los frailes calzaban escuelas e iban a la guerra a
caballo combinando el peto y la espada del guerrero con la cogulla monacal.
Tropiezan bajo el eco de las bóvedas motetes del canto gregoriano.
Cimbras encajonadas, capillas donde reposa el
último doncel de don Enrique el Doliente ▬ Veruela me salió al encuentro cuando
pasé por allí con mi mini de regreso de Inglaterra y sentí la llamada de San
Bernardo pero no quise hacer caso ay de mí pecador ▬ los arcos de medio punto
del monasterio, el canto llano, las misas de la Virgen y una actividad
incesante de roturar los campos sarmentar las vides, vendimiar, trillar,
beldar. El vino y la plegaria son partes de esa herencia.
El evangelio guarda arcanos misteriosos que
descubre el vate en las noches de luna entre el crujido de las puertas y el
resonar de pasos fantasmales por los ánditos y tandas de los claustros
abandonados.
Y obra al pie de las estatuas yacentes de
guerreros como el condestable Atares al que enterraron de medio lado y aun luce
su sepultura los colores medievales de su armadura de guerrear.
Allí una dama, más allá la mitra de un obispo
al que guardan en su sueño eterno de mármol dos dogos de su jauría
inmortalizados en la piedra:
En la imponente
nave
del templo
bizantino
vi la gótica tumba
a la indecisa luz
que temblaba en
los pintados vidrios
las manos sobre el
pecho
y en las manos un
libro
una mujer hermosa
reposaba
sobre la urna, del
cincel prodigio
del cuerpo
abandonado
al dulce peso
hundido
cual si la banda
pluma y raso fuera
se plegaba su
lecho de granito
De la postrer
sonrisa
El resplandor
divino
Guardaba el rostro
Como el cielo
guarda
Del sol que muere
el rayo fugitivo
Del cabezal de
piedra
Sentados en el
filo
Dos ángeles, el
dedo sobre el labio,
Imponían silencio
en el recinto
No parecía muerta
De los arcos
macizos
Parecía dormir en
la penumbra
Y que en sueños
veía el paraíso
M e acerqué de la
nave
El ángulo sombrío
Como quien llega
con callada planta
Sobre la cuna
donde duerme un niño
La contemple un
momento
Y aquel resplandor
tibio
Aquel lecho que
ofrecía
Próximo al muro
Otro lugar vacío
En mi alma
avivaron
La sed de lo
infinito
El ansia de la
muerte
Para la que un
instante son siglos
Cansado del
combate
En el que luchando
vivo
Alguna vez
recuerdo con envidia
Aquel rincón
oscuro y escondido
De aquella muda y
pálida mujer
Me acuerdo y digo
¡Oh qué amor tan callado
el de la muerte!
¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!
Este es Bécquer inmarcesible. Su lira a cuantos pensamos y amamos en castellano conserva esa plasticidad del periodismo lírico que estremece. Veruela. El Cister. La Virgen María nuestro norte y guia y aquí topamos con lo inefable algo que sólo entiende el corazón, mas a la razón no se le alcanza. No es una mujer de carne y hueso sino un ángel de la guarda
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