CUADRIGENTESIMO ANIVERSARIO DEL CAUTIVERIO DE QUEVEDO
Una gélida noche de las Témporas de Adviento próxima la navidad Quevedo leía en su aposento cuando se escuchan voces en la portada de su casa en la calle del Niño (hoy glorieta del mismo nombre): Abrase a la justicia del Rey, gritaron los corchetes.
El escritor muy friolero próximo a acostar se arropaba en una manta cuando entraron los corchetes y se lo llevaron con lo puesto, uno de los alguaciles compadecido le prestó su ferreruelo y aherrojado lo metieron en una galera.
Se cumplía la orden de destierro. El vehículo enfiló el camino de Aranjuez y no se detuvo hasta llegar un día después a la Torre de Juan abad en la Mancha.
Por desgracia es una escena que se repite con harta frecuencia en la vida española: el destierro, la incautación de bienes, la inhabilitación social y en el peor de los casos el quemadero. Ya lo dijo mío Cid “Castilla face los omes y los desface” y fray Luis de León “aquí la envidia y la mentira me tuvieron preso” cuando sale de la cárcel de la inquisición de Toledo.
Se desconoce el tenor de estas acusaciones y de esta primera condena ─subsiguientemente habría otra más rigurosa: las prisiones que hubo de padecer don Francisco en una húmeda mazmorra en san Marcos de León a la orilla del río Bernesga “no sé ni cuando es de día ni cuando las noches son”─ se aduce por causa la aparición de un soneto en la servilleta de Felipe IV cuando iba a comer: “Católica y cruel Majestad/ que en la tierra Dios os hizo deidad/ un anciano pobre y honrado/ sumiso os invoca y os habla postrado etc.”
Don Felipe por el cabo sexual era todo un caso clínico. Insaciable. Su avidez venérea sólo comparable al apetito sexual de las mujeres que padecen furor uterino, según el doctor Marañón. A lo que se don Juan Carlos I sigue en esa demanda.
Se le contaron ochenta hijos naturales y le gustaban sobre todo las monjas. ¿Arte y arte del mito de don Juan o de esa tradición que refleja la imagen de grandes fornicadores adscrita a la monarquía hispana?
Otros aducen un juego de palabras en que se mentaba la cojera y los cuernos de la reina esposa de un monarca tan putañero como era el Cuarto de los Felipes. Sea como quiera, la razón de más peso de su destierro y de su encarcelamiento sería la especie difundida por los cortesanos envidiosos del genio sosteniendo que Quevedo había trabajado como espía de los franceses. El Conde Duque don Gaspar de Guzmán acababa de sofocar victorioso la rebeldía de los catalanes y sentía inquina a Quevedo. Se venga el todo poderoso valido. Busca el desquite.
El destierro del autor de Los Sueños fue el desagravio o despique del Conde Duque a su rivalidad con el duque de Lerma mentor de Quevedo y quien también acabaría en la cárcel. El patadón en la puerta, llaman a la puerta y no es el lechero, la calumnia y el omecillo la mala convivencia de unos con otros son consuetudinarios entre nosotros.
Se tapa la boca al disidente con argumentos frágiles, se le difama, lo atacan por donde más le duele, la honra y todo se echa a perder.
La sátira y la sorna con que fustiga a la sociedad de su tiempo se vuelve contra la persona de este genio a mi juicio el mayor escritor de la lengua castellana.
Lope de Vega no lo podía ver porque a su vera se sentía mediocre y consigue que su amigo Pérez de Montalbán, que es el que azupa los perros, incoe un proceso ante el Santo Oficio para sentar en el banquillo a Francisco de Quevedo por hereje, borracho, zambo putero y unas cuantas cosas más.
La Inquisición reparando en la grandeza de un hombre que escribió “Los Sueños” archivó la causa. Pero la envidia es pecado que corroe a los españoles desde los visigodos. Precisamente a ellos les debemos eso que llamaban “morbo gótico”
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