ANA, ANA BOLENA DE LOS MIL
DÍAS: LOS PECADOS DE
Antonio parra-Galindo
No era más que una “mula santa”
ama o barragana de obispo pero, Jesús, la que preparó. Cuando vivía en Londres
y pasaba cerca de
Era pelirroja y antes de entrar en la corte
inglesa como barragana de Su Eminencia el cardenal Wolsey había hecho la
carrera y la aventura en Paris. Fue el propio cardenal primado de Inglaterra el
que presentó a su querida al propio rey Enrique VIII. El Defensor de
-Majestad ni soy tan alta para ser tu reina ni tan baja
para ser puta.
Lo cual que entró en la corte
de Whitehall como azafata de la reina Catalina de Aragón. En Paris en la corte
del francés la llamaban “
El ropero y el vestuario han sido asesorados
por los mejores investigadores de Oxford y parecen los modelos haber sacado de
los diseños de los archivos del traje. El perfil de Ana perfecta. Pelirroja y
candorosa. Estampa de la inocencia en manos de aquel Barba Azul. Las crónicas
lo pintan como un ogro pero era un rey nada vulgar que había leído las
escrituras y discutió pasajes de la biblia con los teólogos en los que se apoya
para pedir el divorcio con una cita del Deuteronomio: “no yacerás con la
mujer de tu hermano”. Alegaba que Catalina era la mujer de su hermano
Enrique VII y que fue compelido al matrimonio por imperativos de la política
matrimonial. Buen poeta y compositor de madrigales y sexualmente toda una
fuerza de la naturaleza pero en eso no era ni mejor ni peor que todos. Los
reyes, los obispos y hasta los papas tenían su propio harén.
Una pobre mujer y detrás los pecados de
Las cosas luego se complicaron. Enrique no era
un protestante. Odiaba tanto a Lutero como a los frailes pero quería una
iglesia nacional apartada de Roma conservando casi la totalidad de la liturgia
y los Siete Artículos de
Wolsey es refractario a otorgar el divorcio
pero el nuevo arzobispo de Londres Cranmer acusa de contumacia a Catalina de
Aragón y anula el matrimonio de la hija de los reyes católicos con Enrique.
Curiosamente, esta se retira a un convento de Peterborough. Sigue siendo un
misterio el que no acabara en
El rey debió de amarla o al
menos respetarla hasta el final. El espectro de Catherine of Aragón como la
llaman los historiadores ingleses siempre salía a mi encuentro cuando cruzaba
en tren las llanuras de Linconshire. Ay que yo no quiero amores en Inglaterra
que téngalos yo mejores en la mi tierra, rezaba un viejo madrigal cortesano de
los tiempos de Felipe II cuando la historia de España y de Inglaterra se
entreveran tan trágicamente.
Y pensaba en Catalina y en Ana y en las “six
wives of Henry the Eight” que fueron legendarias. Yo no quiero amores en
Inglaterra. Oh Ana de los Mil Dias. Anne of the thousand days
rosa entre las espinas de sus amantes como el duque de Norris; en un torneo
celebrado en la tablada de Greenwich, Norris había enjugado su rostro con un
pañuelo que le tiró la reina lo que vuelve a su a gusto esposo loco de celos.
El rey celoso la acusa de adulterio al poco del nacimiento de Isabel. Las malas
lenguas de la corte propalaban que la que había ser
El tálamo real había sido
profanado y según creencia de la época este tipo de delito se pagaba con la
cabeza. Pobre Ana de los Mil Días. Ana Bolena. The rake.
Alta y derecha como un huso mujer de
extraordinaria belleza una de esas beldades que hicieron enloquecer a un rey.
En el cadalso tuvo una presencia de ánimo y una entereza casi martiriales. Se
deshace en un canto de amor a su verdugo el rey: “Estoy pura de todo pecado,
Jesús mío. Dios dé larga vida al Rey y al valeroso pueblo inglés” y con gesto humilde
y sin descomponer el gesto tendió su blanco cuello al hacha del verdugo. Junto
a ella fueron ajusticiados tres de sus supuestos amantes.
Dicen que el rey se fue a cazar y no vistió de blanco luto durante una semana
como hizo al saber la noticia del deceso de Catalina su legítima. La imagen
amable y complaciente se transforma en un monstruo de los celos. Antes bien, se
le pasó pronto el disgusto y tan es así que al día siguiente de la ejecución el
20 de mayo de 1536 se casa con Juana Seymour. Otras fueron Catalina Parr,
Catalina Howard y Ana de Cleves, la yegua de Flandes aquella alemana. Parece
mentira que un madrigalista tan fino algunos de cuyos sonetos superan a los de
Shakespeare pudiera caer tan bajo y tan bajo que terminó hecho una piltrafa a
causa de la gota y de la sífilis. Los estragos en la mesa y en el lecho le
pasaron onerosas cuentas al final de sus días. Un estudio de este aciago
período en la historia de
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