HORA 25 DE
VINTILA HORIA UNA DE LAS MAYORES NOVELAS DEL SIGLO XX
Martín Ferrad
puso este título al programa de la noche en la SER Hora 25 un clarinazo la hora
undécima ha sonado el tiempo futuro bajo el imperio de la técnica que echará al
humanismo y a los humanistas fuera del campo. Se trata de un libro poético y
profético así como noético o rito de iniciación porque el oficio de la
escritura se relaciona en sus más excelsos apartados con la Revelación. Pienso
que este rumano políglota (hablaba todas las lenguas incluso el yidish el
dialecto de los judíos askemazis que aprendió en un campo de concentración
húngaro ayudó a fugarse a los de la secta de Moisés pero estos no se lo
agradecieron, era un “goim”) escribió una utopía que supera a la de los
británicos Orwell y Huxley.
Yo conocí a
Vintila, lo entrevisté, lo admiré y asistía a alguna de sus lecciones
magistrales en la Complutense. Pertenecía a un grupo de intelectuales eximios
que encontraron en España refugio huyendo de la persecución de los soviets.
Dios ha nacido en el exilio y traían en el morral una enorme sapiencia. Ovidio
Tarlea un gran poeta nacido en Constanza fue compañero mío en el agencia
Pyresa, me hacía observaciones y me daba indicios sobre alguna de mis crónicas
desde EE.UU. Recitaba los poemas de Horacio pues estaba dotado de una memoria
pasmosa. Todo un caballero que se asentó en España y fundó una familia se casó
con la madre de Laurita Valenzuela que era viuda de guerra. Me regaló un
diccionario rumano con un epígrafe que decía “no desesperes si no te hacen caso
yo he vivido esta situación como tú. Llegaron los nuevos amos y trajeron a sus
propios escribientes”. Había trabajado en uno de los diarios más importantes de
Bucarest, fue purgado y huyó a pie hasta Italia cruzando los Cárpatos. Es el drama que pone en escena La
Hora Veinticinco: la crucifixión de
Rumanía, el ajusticiamiento del protagonista Joan Moritz que muere en el
madero de la ignominia perdonando a sus enemigos. Vino a los suyos y los suyos
no le recibieron. Él no era la luz sino un testigo de la luz que las tinieblas
no pudieron apagar. Hay trozos que la novela tiene reminiscencias evangélicas.
Sobre todo, esa luz resplandece en la figura del padre Coruga el sacerdote
ortodoxo para el cual trabajaba el protagonista antes de ser aprehendido
acusado de judaísmo por un gendarme corrupto y mujeriego que se había prendado
de su mujer Susana. Es enviado a un campo de concentración y allí se encuentra
para trabajar a pico y pala al lado de hebreos que no habían realizado trabajos
manuales en la vida; eran abogados, comerciantes, financieros. Su degradación
llega al sumo cuando el jefe del campo le manda bajarse los pantalones para
comprobar si había sido retajado, pero él no estaba circuncidado. Era un ario
descendiente de una minoría germánica asentada a orillas del Danubio. Este
detalle va a ser uno de los lances más sorprendentes cuando internado en un
“Lager” su figura sorprende a un gauletier. Aquí la narración pega un vuelco
sorprendente, el antiguo presidiario se convierte en soldado de las SS y se le
ordena que haga el amor a Hilda para que tenga descendencia y así se conserve
la pureza de la raza aria. El inocente sin embargo vuelve a ser crucificado
porque se ve en el trance de tener que vigilar a los presos del campo antiguos
compañeros de celda. El protagonista no guarda rencor a nadie. Ayuda a los
judíos a pasarse, le dan algún dinero, pero le dejan abandonado descalzo y sin
su maleta en la estación de Budapest. Habrá que fijarse en este detalle:
Vintila no niega el holocausto pero nos da un testimonio de lo que su pueblo
vivió en las propias carnes. El dinero y el soborno fue el trampolín con el
cual los judíos adinerados cruzaron el charco. Fue el trampolín desde donde
saltaron a América. Mientras Auschwitz aguardaba a los más pobres: los
menesterosos del ghetto, los gitanos, los rumanos disidentes, los rusos y
Bielorrusia. Hay un pensamiento que flota como un fantasma amenazante a lo
largo de las páginas de esta gran novela río que se lee de un tirón (el autor
sabe crear ambiente, pintar personajes y sorprende al lector con los nudos de
la intriga): gane quien gane la humanidad se prepara para un tiempo de
esclavitud bajo el imperio de la máquina. Seremos robots. Eso ya está pasando
en un mundo feliz bajo la mirada escrutadora del Gran Hermano. Serán
fotografiados hasta nuestros propios pensamientos. Nadie podrá escapar. La raza
será purificada mediante la eutanasia, habrá cortapisas al libre albedrío. Nos
espera el totalitarismo cualquiera que sea su signo. Vintila Horia fue acusado
de fascista. Se le retiró la concesión del premio Goncourt que ganó en 1960 y
hoy es un autor descatalogado. Una
injusticia. Los nuevos amos trajeron sus propios coros PARA ENTONAR himnos epinicios,
sus rapsodas y cantan epitalamios inmundos porque una mentira repetida hasta la
sociedad se convierte en dogma Siempre
tuve, sin embargo, en mucho a la cultura y la lengua del Dacio— los rumanos
tienen una sorprendente capacidad para la elocuencia y el dominio de idiomas— y Vintila
(1915-1992) fue prez y honra de la cultura castellana. Escribía con soltura en
francés, inglés, alemán y en su lengua de los Carpatos
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