Tirso de Molina orgullo de ser español
“Soy como el macho de Wamba que ni come ni bebe ni duerme ni jode ni caga, pero siempre anda, nos dice Tirso de Molina en su DON GIL DE LAS CALZAS VERDES, su comedia de enredo de mayor fama.
El mercedario que debía de ser bastardo del Duque del Infantado habido de una mujer negra, conocía mejor que nadie el alma femenina y dicen que por teoría más que práctica gracias a sus largas horas de confesionario que le abrió los entresijos de la condición humana.
Su teatro versificado refleja el donaire de las Españas, los embelecos celestinescos, habla de los abortos clandestinos de las damas que tomaban el acero y vestían guardainfante para esconder su preñez.
La gente se lo pasaba bien. España era una fiesta de toros y cañas, de triduos y novenas, incesantes procesiones porque el Imperio Hispánico a riesgo de empobrecerse se constituyó en paladín de la fe católica. Es la sociedad de la era Felipe IV.
Su literatura realista retrata la vida como es, un poco como Velázquez, no como debía de ser a diferencia de Lope y de Calderón, acaso más poéticos e idealistas.
El DON GIL lo escribe estando desterrado en el convento mercedario de Soria y es obra de madurez.
El argumento: una dama despechada se disfraza de hombre para vengarse de su novio que la dejó por otra y con este propósito se traslada a la Corte desde Valladolid. Ocurren no pocos malentendidos y situaciones jocosas. El verso tirsomolinesco nunca fatiga.
Encandila su rima, emocionan sus hallazgos que son auténticas perlas literarias.
A ratos sus comedias dan noticias de aquel Madrid del XVII: las muchachas en edad de merecer que iban al Prado a ver y a dejarse ver, los panaderos de Vallecas que llegan con sus carromatos de mañanita, los arrieros montañeses que cruzan por el puente de Toledo, las ninfas que bajaban a bañarse al Manzanares, escoltadas por una turba de mirones escondidos entre los carrizos.
Uno de los personajes más logrados, el escudero de Don Gil, lo bautiza con el nombre de Caramanchel por haber nacido en Carabanchel bajo.
Pasan los estudiantes camino de Alcalá con las artolas de sus mulas atestadas de libros… mucho libro y poca ciencia.
Un clérigo a la puerta de un figón se zampa una lonja de cecina y se mete media azumbre de vino al cuerpo para demostrar que es cristiano viejo y luego a lomos de su mula torda baja la cuesta de Santo Domingo. Iba a visitar a un enfermo en ca el Duque de Osuna que tenía el palacio en la calle Leganitos.
Todas estas nociones del mercedario mulato son preciosas para conocer la historia madrileña.
Objetivo de sus diatribas eran los médicos de los que dijo el médico y el mulo cuanto más lejos más seguro. En esto coincidía Tirso con su enemigo y rival don Luis de Góngora que escribía: “buena orina buen color, cuatro higas al doctor”.
Entonces la gente la palmaba de mal de ijada, de dolor de costado, de un romadizo mal curado o de tercianas.
No se había inventado el cáncer que viene a ser el cólico miserere del hombre de nuestros días. Los remedios eran tan simples como las enfermedades. Pero como se creía en la otra vida, se vivía en medio de una cierta familiaridad con la muerte.
“Dad al diablo los galenos, si os han de hacer daño que os importa al cabo del año veinte muertos más o menos”. A otra clase social a la que fustiga es a los clérigos. “Ahí está ese doctor, todo un hombre de opinión, su bonetazo calado, lucio, grave carilleno, el cuello torcido al lado siempre mirando para una linda moza”. Moza quisquillosa que retoza y nada de melindres en palacio. Hay que hacer camino, que bueno o malo por el Prado. Esa es la cosa. El verso y la prosa que manejaba fray Gabriel Tellez con la habilidad de un espadachín tanto en castellano como un portugués, infunden en los habituales de los corrales que iban a ver sus comedias una cierta alegría de vivir y un orgullo de ser hispano.
La parte cantada es un chorro de ingenio y de lirismo en el que se recogen las canciones populares de la época que solían acompañarse vihuela o de rabel
“Alamicos del Prado
Fuentes del Duque
Despertad a mi niña
Para que me escuche
Y decid que compare
Con sus arenas
Sus desdenes y gracias
Mi amor y mis penas
Y pues vuestro arroyos saltan y bullen
Despertad a mi niña para que me escuche".
La gente pasa la tarde jugando a las cartas y de dentro de las tabernas escapan junto a alguna blasfemia las contraseñas de los tafures.
-Chilindrón.
-Llevo.
-Voy de hábito
-Capadillo. Carta en la mesa presa.
La obra de Tirso posee la fuerza de un encarte de ases. Sota caballo y rey. Las ninfas del Manzanares danzan al son de la música:
Al molino del amor alegre la niña fue
Quiera Dios que vuelva…
Ríos son sus pensamientos que vienen y van
Al molino del amor fue la niña a moler,
No hay comentarios:
Publicar un comentario