AGAPITO MARAZUELA EL DULZAINERO. NOTAS DE MI DIARIO
Género endorfina orilla de la mar. Playa de San Pedro solitaria. Unos pocos pinos crecen en equilibrio sobre los gollizos de los cabos. Las bolas del empedrado me acogen solitarias recordando las mañanas de verano. Paseo por los médanos del estero. En Asturias el cronista no se acuerda de Madrid. Mucho cambió la entrañable capital del reino rompeolas de las Españas. Ciudad indiferente y ahogada que no es para viejos, aunque añoro las montañas que me vieron nacer: Siete Picos Peñalara, la Bola del Mundo, el Montón de Trigo. No me arrepiento de nada, pero añoro la bodega del Tío Julito cuando cruzaba el puerto para ir a mi pueblo. En Santo Domingo entré y por Pedro Calvo pregunté. Todo cuesta abajo.
El cura don Frutos un clérigo de misa y olla las agarraba lloronas y se ponía a recitar el canon... Te igitur, clementissime Pater. Venga Julito, echame otra. Hermano bebe que la vida es breve. Enfrente del chigre del Tio Julito discurrían las aguas mansas del Eresma y el tabernero había puesto a la puerta un cartel que decía: "Más vale aquí mojarse que enfrente ahogarse". Salud y de hoy en un año.
En el Mesón de San Pedro Abanto una vez fui con mi amigo Julián en bicicleta y allí conocimos a Agapito Marazuela, el dulzainero mayor del reino. Como soplaba la gaita aquel artista que nos miraba con un ojo tapado y una voz suave, clara y humilde que cantaba aquellas rondas sanabresas que ponían la carne de gallina.
Agapito nos contaba a Julián y a mí y a su padre que era socialista cómo en la cárcel de Segovia cantaba jotas cuando lo iban a fusilar.
Alguno de sus guardianes que le gustaba la música quedó maravillado de aquellas jotas, aquellos cantos de ronda y epitalamios. Hasta el punto que llegó el indulto en el último minuto y Agapito Marazuela se libró del paredón.
Aquella mañana nos supo a glorias aquel vinillo que sabía a perdón y reconciliación. Uno ha vivido mucho, vio en demasía, y sabe muchas cosas.
Es más lo que callo que lo que digo. Tal vez sea mejor así, pero a veces no me resisto y exclamo con Quevedo “no he de callar por más que los dedos tocando, ya los labios ya la frente, silencio avises y amenaces miedo".
Ya nos lo dijo el sabio Salomón. Saber allega dolor. Por eso el mundo está en manos de los necios. Los ignaros viven mejor, pero ¿Y los mentirosos? AGAPITO CON SU DULZAINA NOS ACERCABA A LO SUBLIME.
Mientras aspiro el aire limpio de la brisa marina de la playa de San Pedro mis memorias revierten a aquel cura borracho de mi pueblo que vivía con ama (decían que era sobrina) una "sobrina" cojonuda y al gran Agapito que cantaba como los propios ángeles y pulsaba, dulzaina en mano, las más recónditas cuerdas de mi infancia segoviana al mirar correr las aguas del Eresma que se lleva el río de la vida hacia la mar manriqueña del morir.
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