ROMA MATER NOSTRA UNA
SEMBLANZA DE LA ENEIDA
Hoy jueves santo “tres
días antes de pascua cuando el redentor del mundo a sus discípulos llama. Les
llamaba de uno en uno, de dos en dos se juntaba, a todos les tiembla la barba y
el que barba no tenía la color se le mudaba” el antiguo cantar del romancero
religioso (España está en deuda con Joaquín Diaz que rescató este cantar de
viejas bocas desdentadas) nos refiere a una España pretérita donde todo cambió
incluso la fe cristiana. Sin embargo, las gentes asisten fervorosas a las
procesiones y ven desfilar apasionadas a la Legión ante el Cristo de la Buena
Muerte en Málaga. Por lo que a mí respecta celebro un jueves santo en el
recuerdo cuando íbamos a recorrer los monumentos en los cuarenta templos de
Segovia, nos bañábamos en el aroma de los primeros brotes de los castaños y nos
enamorábamos de las Manolas. Dame la
mantilla la peineta y una lágrima de tu mejilla para llorar a Cristo muerto,
escribía yo por entonces un verso a una manola de Getafe de la cual me enamoré
platónicamente. Este jueves santo tomo la Eneida de una anaquel de mi
biblioteca que yace impávido sobre un polvoriento altillo y me empapo de
Virgilio, aquel vate mantuano que no sólo cantó a Roma sino que anuncia la
llegada de un tiempo nuevo el de la paz augusta cuando vino al mundo nuestro
Salvador- tuvo una visión de trascendencia y he aquí la idea oculta que saco
entrelineas de aquellas lecturas cuando yo en aquel estudio enorme con
ventanales a la sierra – se divisaba el panorama de la Mujer Muerta, medía los
yámbicos virgilianos y castigaba las páginas del diccionario latino Raimundo de
Miguel, no me cabe la menor duda, Jesús une el mundo sincretista con ese
cristianismo nacido en Judea en rebelión contra el judaísmo. Sus enseñanzas
tienen mucho que ver con la filosofía de los griegos Platón y Aristóteles y con
el mundo agrícola que diseña Virgilio en las Geórgicas. Todas sus parábolas
tienen que ver con las metáforas de los lirios del campo, del grano de mostaza,
de la moneda perdida de una mujer al barrer bajo el escriño, del grano de mostaza.
Son ideas que pujaban en tiempos del divino Augusto el “sebastos” el ungido. El emperador es divinizado y sube al Olimpo a
formar parte del cenáculo de los otros dioses. Verosímilmente estos conceptos
de la simbiosis cristiana con el sincretismo encontrarán acérrimos obrectatores o críticos. Pero se hizo
muy popular entre los monjes copistas que trasladaban al papel las obras de
Virgilio en la edad media. La devoción a la Venus Genitrix y a la pureza
inmaculada de las vestales del Partenón quizás sea un anticipo del culto mariológico
de hiperdulía a la Virgen. Roma mater nostra. El culto a los muertos (eriteia) se ensambla con la inmortalidad
de las almas, de la metempsicosis pitagórica con el Averno, la laguna Estigia,
el infierno y el purgatorio. En la historia de la humanidad no existe la
generación espontánea. Apolo era el compendio para los romanos de todas las
perfecciones de la misma manera que Cristo es para nosotros el súmmum bonum, el
poder infinito, el amor hacia la humanidad irredenta hasta el extremo de
inmolarse en muerte de cruz. Todas estas cosas bullen en mi cabeza hoy día de
jueves santo. Roma mater nostra. Tiempo de Augusto cuando un niño nació en
Belén. El cesar había decretado un censo de empadronamiento para saber cuántos
era sus súbditos en sus dominios de Judea una de las provincias del imperio.
17 de abril de 2025
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