MIS RECUERDOS DE CORRESPONSAL EN
NUEVA YORK. AMERICA HIZO DE MI UN BUEN PERIODISTA
El 30 de noviembre de 1976 enviado como corresponsal de la Prensa del Movimiento aterrizaba yo en en el aeropuerto Kennedy en medio de una gran nevada.
La cellisca fue a más y yo trataba de conseguir un hotel. Trampeando por las calles aledañas a la ONU con nieve hasta las rodillas fui al despacho, que me había legado mi predecesor en la corresponsalía en la planta primera del Edificio Azul y desde allí firmé mi primer despacho. Pero entré con mal pie en la ONU por cuanto diré más adelante.
Un colega indio me miraba de reojo, porque mi llegada había supuesto para él que tenía que compartir despacho y ya no podría colocar las piernas sobre su maquina de escribir en aquella camarilla cuyas ventanas daban al East River donde se veía pasar a las gabarras de la basura y de vez en cuando el cadáver de algún desesperado que se había suicidado bajo el puente de Brooklyn tirándose al agua.
Yo estaba nervioso cigarrillo tras cigarrillo de aquel paquete de celtas cortos. puesto que la crónica no me salía. creo que versaba sobre una disposición de Kurt Waldheim al cual echaron de su cargo los del lobby judío acusado de ser un nazi austriaco.
Fui a cenar y a la vuelta unas gafas bifocales que yo había comprado en Londres y el tabaco habían desaparecido. Me las habían robado y creo que fue el colega indio.
Logré una habitación en un hotel de la Segunda avenida. Estaba exhausto y calado hasta los huesos. Tiempo adelante traté de escribir una novela bajo el título de corresponsal en Nueva York pero la narrativa se me iba de las manos. Aquella megápolis era demasiado grande. Nueva York y América en general es el paraíso de los superlativos: las casas más altas, el puente más largo del mundo, los hombres más ricos y los más pobres.
La gran Manzana, para mi sorpresa, estaba llena de dropouts y de mendigos, las mujeres más bellas y las más horribles, lo más exquisito y lo más vulgar. Todo al de por junto,
Yo no sé cómo conseguí abrirme paso, comprar una casa que al venirme malvendí y de sufrir no pocas incidencias y contrariedades.
Yo cerré el ciclo de los grandes corresponsales españoles que conseguían conjugar la información con la literatura, no estaban mediatizados por los grupos de presión ni escribíamos al dictado.
Al menos yo no era un mindundi pero tengo bien grabada aquella noche toledana en Nueva York cuando me quitaron las gafas, me robaron el tabaco y cogí una pulmonía con la nevada que casi me lleva para el otro barrio. A pesar de todo sobreviví.
En Nueva York aprendí
este duro oficio de periodista, oficio sagrado de compromiso con la verdad, la
tolerancia, el escepticismo y la belleza. De todo eso hablaré más adelante.
miércoles, 25 de junio de 2025
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