El teatro de Benavente
Mi amor a los libros y a la literatura se inició con dos profesores del seminario de Segovia. El uno era el deán don Fernando Revuelta gran orador que en las clases de retórica nos hablaba de los Intereses Creados y el otro don Tirso Rodao que enseñaba Preceptiva. Sus clases prácticas eran una delicia porque nos leía obras clásicas dramatizadas y una de sus preferidas era la Ciudad alegre y confiada. De esta forma entramos en conexión con ese torrente de sabiduría, de dicción, de arte, de excelencia, de humanidad y de cristianismo que es la gran literatura española y su teatro. En la actualidad ese hilo conductor de la vida española se ha perdido o lo han echado a perder adrede los prevaricadores, los angloparlantes acomplejados, los gilipollas, los adoradores de la leyenda negra.
Esta es una de las razones de mi cólera y los mecanismos de provocación para los que tengo ciertos dotes que me dieron los dioses. España, despierta de tu modorrera. Busca las alturas y deja de volar tan bajo y ya se sabe que cuando el cuervo vuela bajo… a lo mejor nos arrecimos con don Mariano Rajoy el Deseado (el régimen los escoge entre los mediocres) me ha llamado uno indignado alegando que en el Seminario vacío pongo de vuelta y media a mis compis, a la sede de san Hieroteo, a la Biblia en verso.
¡España, despierta!
Para muchos de nuestros hijos y de nuestros nietos el nombre de Jacinto Benavente se identifica con una plaza donde hay unas cervecerías buen rollito. Las obras del insigne comediógrafo no se reponen o andan descatalogadas. Esta ignorancia del pasado, esta cesura que aconteció tras la hecatombe del 75, les ha venido bien a los más burros para hacerse ricos. Lo malo es que estos acemileros de la tiranía en forma de libertades se están quedando sin pesebres. Han pasado en este cuarto de siglo y medio cosas muy gordas y había que contarlas. Lo siento si a algunos de mis detractores les ofende esta postura.
Me propongo curar, salvar lo que queda, no destruir aunque hace falta una cura de caballo y uno de los grandes responsables de la involución y desorientación que padecemos la tienen los curas y los obispos. Ese es sin más ni más el leitmotiv de mi novela.
Siguen sin saber quien fue don Jacinto un madrileño cabal que ganó el Nóbel. Hoy ese premio anda un poco devaluado la verdad y politizado porque lo gana hasta Vargas Llosa pero en 1922 sólo se galardonaba a escritores significados con una obra original o intensa. Y a Benavente aunque era germanófilo le llamaban el Shakespeare madrileño.
Nacido en la calle del León el 12 de agosto de 1866 – su padre era un médico puericultor de origen murciano que fundaría el hospital del Niño Jesús- fue amigo de Valle Inclán al que le presentó la novia, de Clarín, de Menéndez y Pelayo, Eduardo Zamacois, don Juan Valera, Pío Baroja, Azorín que fue uno de sus mejores críticos, de Galdós y enemigo de Pérez de Ayala que decía que su teatro era de cartón piedra y que no creaba situaciones dramáticas sino escenas. Luego se reconciliaron. Conocía muy bien a las mujeres y por eso quizás no se casó. El eterno femenino hasta Benavente había sido etéreo hasta que se estrenó la Malquerida. Don Jacinto las define como seres humanos de carne y hueso. El choque de la noción romántica con la realidad es la destrucción del amor.
Su obra tiene que ver con la agitada vida española de su tiempo: el 98, el asesinato de Canalejas y de Eduardo Dato, de Canovas. Nunca tuvo Madrid un ambiente tan literariamente interesante. Se vivía, se malvivía, pero se publicaba. Y su personalidad equidistante entre todos los ismos llena de recovecos y de aristas durante muchos años intrigó a los españoles que le consideraban un personaje ambiguo- sexualmente lo era- y misterioso, mefistofélico. Uno de los pocos artistas que ganó dinero a espuertas y pudo vivir del teatro y del periodismo.
Sus “sobremesas” en el Imparcial eran seguidas por el todo Madrid. Brilló en los salones, en las ágoras y en los ateneos pero su teatro no es político. En sus obras estudia el alma humana, se preocupa por el paso del tiempo y la mudanza de la fortuna. Un señor muy elegante y atildado que se levantaba a las doce. Un mayordomo le tría los periódicos –salían a la calle en Madrid más de una docena sin contar los semanales y los quinquenales- y después del primer café encendía un cigarro puro. Con estos vegueros de gran vitola solía aparecer en público y moriría casi con uno encendido a los 87 años. Pese a su popularidad era de carácter retraído y pasaba grandes temporadas en su solar de Aldeaencabo (Toledo).
Amigo de grandes actores y actrices como Lola Membrives, Puga, Margarita Xirgu, Peña y Luis Manrique fue junto con Falla uno de los grandes ingenios españoles que españolearon por América. Personalmente amaba la Argentina por donde realizó algunas giras representando lo más granado de sus producciones contribuyendo a establecer un puente cultural con el otro lado del Atlántico.
Estaba lleno don Jacinto de lados oscuros y misteriosos y su carácter es contradictorio. Siendo el autor de la burguesía cuando estalló la guerra civil optó por el bando republicano. Pasó toda la guerra en Valencia y se libró de ir a la cárcel gracias a su amigo José María Pemán. Académico, ocupó el sillón L que había dejado vacante don Marcelino Menéndez y Pelayo, nunca escribió el discurso de entrada. Decía que daba mala suerte pues unos cuantos académicos que había conocido morían poco después de haber procedido a su lectura.
El teatro benaventino es un puente entre el teatro clásico y moderno. Ese es el secreto de su dramaturgia que los más lerdos españoles ignoran aposta. Algunos que tenemos a prurito repasarlo y escuchamos con melancolía la voz de aquel canónigo de la catedral de Segovia que nos puso en el camino de esta caballería andante de la literatura a la que amamos aunque en su profesión sólo hayamos recibido revolcones, silencios, amarguras, descalificaciones, trompazos, et carmina Aurum non dabunt que decía Horacio.
Don Tirso al leernos los parlamentos de Crispín y de Leandro puso una espada sobre nuestra frente. La acolada. Y aquello fue imborrable como un sacramento. Porque Benavente tuvo algo de profético que conocía bien el percal y la encarnadura física y moral del pueblo para el que escribía. Que malo sois” tóos”, - declararía en una ocasión parafraseando al Guerra, le dijo que el pueblo español no es un pueblo triste. Es un pueblo áspero. Muy digno.
Fue uno de los primeros en alzar la voz en pro de la reconciliación de las dos Españas. Hasta el punto que por influencias suyas logró salir de penal del Dueso el cuñado de Azaña Rivas Cheriff y lograr el indulto de Franco. Escritor, libretista, novelista y actor Cipriano Rivas Cheriff dirigía el grupo dramático de aquella penitenciaría. También hizo las paces con otro de sus detractores decantados como Ramón Pérez de Ayala.
Esto ocurrió cuando el insigne escritor ovetense y ex embajador de la Republica en la Corte de San Jaime se encontraba en Buenos Aires. Consiguió para él don Jacinto un puesto en la redacción de ABC y regresar del exilio. Desgraciadamente el autor de Tigre Juan ya no escribiría más novelas aunque sí magistrales artículos en la famosa Tercera del periódico de la calle Serrana. Alcancé a verlo yo el año 64 una tarde de agosto fumándose un habano en la terraza del café de Levante poco antes de que la piqueta de la modernidad derribase aquella sacra institución literata. Sobrevivió algunos años a sus formidable rival. Con el que no le unían las ideas políticas pero sí el buen gusto y la devoción o el vicio de los cigarros puros.
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