METEOROS ESTUDIO 2ª PARTE DE UN LIBRO CABAL
Oí decir que los buenos sentimientos no hacen buena literatura y eso no es verdad. Meteoros de don Álvaro Cuesta echa por tierra ese prejuicio o entimema. La serenidad de Cervantes o la melancólica esperanzada son una demostración que el arte literario no tiene que ser debelador y destructivo. He vuelto sobre las páginas de esta obra en los días entrañables de Santa Lucía cuando las noches son más largas que los días y a partir de la fecha de esta santa los días comienzan a crecer. Que la santa siciliana nos conserve la vista para sumirnos en la contemplación de estos cielos de diciembre que emergen.
Álvaro es de los que siempre miraron para arriba y debe de tener en su casa un telescopio para auscultar los movimientos estelares.
Lo grande es que no ha pretendido hacer literatura y la hace de la buena. Escribir pocos lo saben supone un esfuerzo ingente que nos deja derrengados. Somos proclives los que nos hemos dedicado a esto a padecer problemas de columna.
Se nos inclina la espalda y a veces nos duelen los cuadriles. El que esto escribe y no se lo recomiendo a nadie lo cura con Airtal una analgésico excelente y un par de traguillos del buen vino dicho en Román paladino.
Sin pasarse, pero a veces, pecador de mí, me paso, aunque mi vida solitaria y claustral está lejos de ser una bacanal.
Hay capítulos en este libro que me recuerdan al maestro Azorín al que conocí en 1964, le hice una entrevista para el ARRIBA, salvando lo presente pues las comparaciones son odiosas puesto que el autor no trata de hacer literatura y la hace de la buena, como va dicho.
El maestro de Monovar tenía muy mala leche como la mayor parte de las plumas galanas del 98, una cuadrilla de misántropos.
Ha conseguido perfilar un libro de cabecera, un manual de comportamiento para los tiempos recios que nos encuadran. Todo un vademecum.
Por ejemplo, cuando en el capitulo Amaneceres y ocasos cuenta su afán madrugador y se va al puerto a fotografiar la ciudad cuando aun no han puesto las aceras. Todos los buenos fotógrafos prefieren el alba y la hora occidua para hacer clic.
Él nos cuenta lo feliz que puede ser un tío viendo amanecer y atardecer, un lujo vedado al trajín y al cansancio urbanita.
Y esto le lleva a formular una reflexión manriqueña: un día más y un día menos de nuestra vida pero demos gracias al Altísimo por habernos deparado tal dádiva. Al que madruga Dios le ayuda.
Más adelante encuentro esta perla: la sonrisa es el único virus que no daña al alma. Son numerosas las citas que realiza a Tagore a Neruda, al propio Einstein. Esto soporta la evidencia de que es un libro trabajado, muy pensado, una prosa en lo que nada se dice a humo de pajas. Necesitamos los españoles reírnos, y reírnos de nosotros mismo, sonreír más, más y estar siempre de buen rollo.
A un mundo tan cabreado como el presente sólo se le cura con el don de la risa y el optimismo.
continuará
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