La cuarta década de Alonso de Palencia detractor y cronista de Enrique
IV
Digna de
una novela policíaca es la peripecia del manuscrito de la cuarta década de la Gesta Hispaniorum de Alonso de Palencia
desde su redactada por un amanuense
italiano que “fusiló” su latín porque las actas fueron recogidas de oído hasta
su entrada en el archivo de la Academia de la Historia sito en el palacio del
Nuevo Rezado, ese caserón de la calle del León, una de las arterias del viejo
Madrid donde abría sus puertas la gran pescadería de los maragatos y había
varias librerías de lance, cerca de donde vivieron Cervantes y Lope y tuvo su
convento Tirso de Molina.
En ella hace unos años me encontré yo una vez
con mi profesor de Arte, Azcarate y le convidé a una copa de ginebra en una
cutre taberna que debió de alarmar al viejo profesor y salió pitando. Si
hubiese sido don Marcelino Menéndez y Pelayo entre cuyas pasiones figuraban
después de los libros el orujo montañés y el anís tal vez no se me hubiera
hecho tal desprecio pero es que uno es un poco vagabundo de las estrellas y mis
singladuras por el mar de la verdad y de la ciencia me llevan a océanos
etílicos.
Los libros son compañía y soledad pero gracias
a estos navegantes de la literatura, las bibliotecas, los archivos y los
tenderetes de los libreros de lance- el más singular el de Riudavets en Moyano
en la época que me ha tocado vivir- entre los cuales me cuento el vulgo puede
tener noticias ciertas de problemas de la historia de España aun no resueltos.
Para mí es mucho más novela de intriga este manuscrito que el propio código
D´Avinci.
Durante
la guerra de Independencia los anales de Alonso de Palencia fueron a parar al
monasterio de Montserrat y allí lo conservaron los benedictinos hasta la
desamortización de Mendizábal en que llegaron los infolios a Madrid.
La aldaba de la suerte estaba llamando a la
puerta. Durante la segunda parte del XIX los escritos de Alonso de Palencia
estuvieron sujetos a una profunda controversia sobre su autenticidad y si sobre
era conveniente verterlos al castellano del latín, habida cuenta de las
barbaridades contra un augusto monarca español que en sus páginas se injertan.
A la primera pregunta los eruditos dijeron que
en vista de la antigüedad del papel y de la letra gótico humanista dijeron que
sí, pero el amanuense que lo compuso al dictado del propio autor era anónimo y
a la segunda unos dijeron que no y otros que sí.
El mamotreto a día de hoy sigue sin traducir.
Fue uno de los pocos que se salvó de la quema. Otras obras de este mismo autor
que era un escritor compulsivo como algunos trozos de su Guerra de Granada
quedaron perdidos. Las Décadas fueron un poco la joya de la corona de la docta
institución junto con la Gesta Roderici Campodoci o Poema del Cid.
Don
Enrique IV vivió sólo medio siglo pero los cincuenta años de su existencia
desde 1425 hasta 1474 en que fallece en Madrid fue una época muy interesante en
los anales españoles porque representan un tiempo de cambio que marca el fin de
la edad media y el comienzo de la moderna. Pocas figuras de la monarquía
castellana por otra parte han hecho correr tanta tinta de plumas agitadas
siendo tan vilipendiadas al propio tiempo.
Ya apuntamos arriba cual pudiera ser la razón
de tanto menoscabo y una de ellas el haberse ganado la enemiga del pueblo
elegido como consecuencia de los desmanes acaecidos en Burgos reinando su
abuelo y los de Segovia de 1410 con el robo sacrílego de las hostias
catorcenas. Parece ser que no hubo en Segovia a diferencia de Burgos tumultos
ni asaltos a la aljama. Todo quedó en desagravios eucarísticos y la institución
de las procesiones devotas a las que tan inclinados mis paisanos. Que acudían
embelesados a escuchar los sermones apocalípticos y antisemitas que pronunciara
san Vicente Ferrer en la iglesia del Cristo del Mercado. Hablaba en valenciano
y sus oyentes le entendían en castellano. En estas diatribas contra judeos Dios
debía de hacer un milagro.
Los
incidentes más notables fueron por este orden:
-
Toma de la plaza de Gibraltar (1462) que costaría
arduo trabajo y muchos muertos. El recuerdo del asalto a Gibraltar y al fuerte
de Archidona determinarían en su personalidad de bon vivant una inclinación a
los pactos y a los consensos. Enrique IV si hubiera vivido en el posfranquismo
a lo mejor se hubiera hecho de UCD. Le repugnaba derramar sangre, no le
gustaban los extremos y ante la infamia y el ataque frontal se observa en él
una constante: la escapada.
-
Se registra la primera sublevación de Cataluña
instigada por los franceses pero ahí el que iba a ser su hermano político
Fernando de Aragón hila fino y compra las voluntades de los barceloneses para
que no se separen de la corona de Aragón y en 1463 se decretan las paces con
Luis.
-
Conflictividad con Portugal y con Navarra. El
monarca castellano conjura el recelo de los navarros y de los lusitanos
mediante sendos matrimonios los cuales fueron muy desgraciados.
-
Revueltas de los nobles y de la iglesia, en una
crisis social que aboca a una guerra dinástica y va a ser el germen de la
sublevación de las comunidades.
-
Su reinado no puede desligarse del de su padre Juan
II el cual tuvo un reinado turbulento a la sombra del gran valido Álvaro de
Luna pero no por ello menos interesantes pues la corte fue mecenas de artistas,
poetas, juglares, pero de él heredó la
medrosidad y el carácter irresoluto y la pasión por las artes y las cosas
buenas de la vida, incluso algún que otro gatillazo.
Por
último hay que estudiar dos aspectos biológicos interesantes. Enrique IV era
hermano de un costado de Isabel la Católica y del príncipe Alfonso por cuyas
venas corría sangre lusitana, hijos ambos de Juana de Portugal y aquel de
Blanca de Navarra. La segunda esposa de Juan II murió loca en el castillo de
Arévalo a los cuarenta y dos años de enviudar y esta esquizofrenia por la
consaguinidad viene a brotar en la mujer de Felipe el Hermoso hija a su vez de
los Reyes Católicos que arrastró una vida longeva y solitaria en el castillo de
la Mota. Otro paralelismo que ocurre es la muerte prematura de Alfonso quien
llegó a ser coronado rey con el nombre de Alfonso XII pero no llegaría a
gozarlo. Murió exhausto después de una noche de amores e igual le acaecería a
su sobrino nieto el infante don Juan príncipe de los Reyes Católicos en plena
mocedad. La historia maestra de la vida muestra a los hombres en sus miserias y
en sus grandezas, la eterna pasión de mandar, que promueve batallas y conjuras
sin cuento, y el ardor sexual, rueda de la existencia, sólo que en ciertos
casos acerca al hombre a la muerte. Eros y Tanatos son hermanos gemelos Es la primordial
lección que se concluye de esta apasionante y embarullada historia que nos
narra en sus anales el bueno de Alonso de Palencia tratando de estudiar un poco
la condición humana.
ENRIQUE IV TENÍA UNA GRAN POLLA
“E EL
Rey dom Enrique Nuestro Señor aveva una grande verga nos daba deleite como
cualquier ome pagando su débito viril en la coyunda”. Este testimonio aportado por las meretrices de Segovia y que recoge el gran Dr. Marañón a humo de
pajas en su magistral estudio biológico sobre el tan denostado rey castellano
tira por tierra, al parecer, todas las acusaciones de impotencia que contra su
real persona descargó la historia.
La historia no la escriben los vencedores sino
los traidores y este puede un caso manifiesto de interpretaciones de tercería
interesada y capciosa. Los parciales de
su hermana doña Isabel le sentaron las costuras. ¡Pobre hombre, un pelele
difamado en los anales! Las cosas sin embargo no fueron tan negras como las
pintan ciertos autores- Con don Enrique Castilla acusa los estertores de una
nueva época, la moderna y eso trajo convulsiones sociales: carestía de monedas
de vellón, bandidaje que venía de Francia e Inglaterra, un cúmulo de malas
cosechas pero los cronistas obvian la gran arquitectura de aquellos años de los
últimos castillos mudejares, la invención de la imprenta que tuvo por escenario
un pueblo de la provinvia donde se dieron a la estampa los primeros documentos
en letras de molde. El rey y el obispo contrataron los servicios de un
ambulante bohemio del que apenas se sabemás que el nombre: Juan Parix, que
viviría en el alcazar. Los sinodales de
Aguilafuente se publicaron de la mano de este maestro en 1492.
A
Su Majestad se le quiso mucho en Segovia donde tenía su corte gran parte del
tiempo cuando se iba a cazar a los montes de la Despernada. Curiosamente vivo
cerca del castillo de Villafranca donde estaba la guarnición de este castillo
en los predios de las dos Villanuevas la del Pardillo y la Cañada que por
entonces eran tan sólo monte pero aun quedan las eras de la antigua villa hoy
desaparecida. Su abulia y su amor a la caza puede que se confundiera con la
impotencia y no era otra cosa que cierto desencanto con aquella Castilla que le
tocó vivir plagada de intrigas y de conspiraciones promovidas por la nobleza,
la jerarquía y los judíos. Tedium vitae. Hastío de la vida. Desencanto
de la política.
Tanto el historiador Alonso Palencia como
Hernández del Pulgar eran amanuenses a favor de su hermana Isabel a la que se
denominó la Reina Católica, amanuenses amañadores porque exageraron o
deformaron algunos sucesos y sólo el franciscano Diego Enríquez del Castillo al
que nombró don Enrique su cronista particular tras la muerte de Juan de Mena,
se permite hablar con cierta discreción y benevolencia sobre estas supuestas
mermas de Enrique IV pero sin echar su cuarto a espadas a la hora de desbaratar
ciertos infundios. Desde luego le tocó tarifar con aquellos arzobispos como don
Alonso Carrillo que era una mala bestia. Aun se le puede contemplar a su
reverencia de cuerpo entero vestido de pontifical ante el convento de las
monjas de San Diego, de mediana estatura, renegrido, calvo y con malas pulgas.
Tarifar con dicho prelado no debió ser fácil porque era un señor de horca y
cuchillo y enseguida sacaba la espada. Utilizaba el báculo cual arma
arrojadiza. Era un aguerrido prelado prevenido en frontera.
Él fue el promotor de la gran afrenta
denominada el pelele de Arévalo. Este acto infausto no ocurrió en la villa
arevalense sino en Ávila. En comandita con el obispo de Calahorra el cual sería
más tarde el cardenal Mendoza – tuvo 33 hijos naturales reconocidos-, el
marqués de Villena don Juan de Pacheco y después de destronarle arrebatando de
su cabeza la diadema de la corona, el cetro de su mano y el manto de armiño de
sus espaldas nombraron soberana y heredera a doña Juan la Beltraneja
supuestamente habida de su matrimonio con la reina doña Juana la portuguesa
pero de cuya concepción hablaban las malas lenguas fue debida a don Beltrán de
la Cueva la Beltraneja. En fin un bochornoso
espectáculo porque aquella imagen era una retrato del propio monarca.
El
urdidor verdadero, el que manejaba los hilos
de la conjura en la sombra, muñidor de todos los enredos, fue uno de
esos personajes siniestros que de vez en cuando cruzan por la historia de
España: el marqués de Villena “ni palabra mala ni obra buena”, De don
Juan de Pacheco quiromante y conocedor de sortilegios y artes diabólicas se
hablaba que tenía dominada la voluntad regia, que le había dado un bebedizo.
Marañón presume muy bien que don Enrique sufriera de melancolía en parte porque
la reina portuguesa debía de ser un caso parecido a doña Urraca, una
ninfomaníaca que a los moros por dinero y a los cristianos de balde. El rey
empezó a sentir la depresión psicológica a raíz del repudio de su primera
esposa doña Blanca de Navarra de la que no hubo descendencia al parecer por
esterilidad de la soberana, y esto
consta por el testimonio del privilegio de “fiel de fechos”(una especie
de báscula moral que levantaba acta de los actos humanos incluso los más
insospechables), bárbara e inaudita costumbre de los tiempos medievales porque
en las bodas regias y para conjurar los achaques de bastardía y de cuestiones
de legitimidad que dieron pábulo a no pocas guerras se colocaban en la cámara
regia tres pajes, un notario y dos pincernas y todos ellos testificaron que
doña Blanca era virgen y que fue desvirgada en la noche de bodas, como
corresponde, y que el lienzo que pusieron sobre el lecho fue manchado con
sangre y esperma. El paño de pudores
dijo, máquina de la verdad, que su Majestad no tuvo contratiempos en su noche
nupcial. No sucedió pues lo que cuenta Góngora en su inmortal soneto:
Con Marfisa en la estacada
Entrose tan desguarnido
Que su escudo aunque hendido
No pudo rajar la espada
No se vio en trance tan crudo
Ni vuestra vergüenza pudo
Cuatro lágrimas llorar
Siquiera por dejar
De orín tomado el escudo
Estos
mirones pudieron dar cuenta de que el rey no era impotente y que tenía todos el
aparato genésico en condiciones. Era un varón de aventajada oscura, de aspecto
taciturno y reservado, tardo en sus reacciones, de enfermizo semblante, y dicen
los cronistas que “allá donde ponía los ojos mucho le duraba el mirar”
Los juicios que vierte Marañón sobre la
impotencia de don Enrique acaso fueran juicios de parte o meras conjeturas
sectarias: el pie valgo, el aspecto fofo y algo feminoide de su persona (no
vamos a entrar en detalles), aunque es posible que esa perdida de la virilidad
ocurriera debido a una enfermedad de carácter urinario como el mal de piedra y
a lo mejor un cáncer de colon o de próstata, agravados con la edad. Se le
acusaba al propio tiempo de verse rodeado de una guardia morisca – nada de
particular tenía esto porque el rey cristiano se fiaba, lo mismo que Franco, más
de los musulmanes que de los cristianos- y de haber adoptado algunas de sus
costumbres como sentarse a la morisca y deleitarse con música de adufes, gaitas
y chirimías. Hablaba la algarabía.
Tales
cargos señalaban que era “una ofensa a la religión cristiana el traer consigo a
moros infieles y de holgar y salir a cazar en su compañía y que esta gente eran
expulsos o prófugos de Granada donde no habían querido seguir la facción del
rey Chiquito (Boadil) y que forzaban a las cristianas que encontraban de camino”.
Para mí
al igual que para muchos historiadores todas estas hablillas son el resultado
de la falsedad, del mal ejemplo, el ansia de poder y la hipocresía de aquellos
príncipes de la iglesia: el ya mentado Carrillo, el cardenal Mendoza, el obispo
de Coria, Iñigo Manrique, el almirante don Fadrique Enríquez que era el suegro
del rey de Aragón don Juan padre de Fernando el católico, y era judío converso.
Todos ellos más que en el bienestar de sus súbditos y el ejemplo y la
edificación de sus fieles tenían su mira puesta en las riquezas, en los
devengos, martiniegas, diezmos y primicia. El pueblo esquilmado gemía bajo la
bota de todos estos tiranos, algunos eclesiásticos como los maestres de
Santiago que por acá dieron bastante guerra y los de Calatrava, y otros de la
más encopetada nobleza que se jactaban de traer sangre de los godos y de venir
de la pata del Cid.
La historia demuestra que esta divinización de
los templarios se corresponde con una verdadera demonización, con los poderes
ocultos Aquellos monjes soldados asimilados a monasterios fronterizos en punto
a cristianismo dejaban bastante que desear por crueles y malsines y opresores
del pueblo como fue el caso de la trama de la famosa comedia de Lope,
Fuenteovejuna: un reitre calatraveño abusa de una moza y el pueblo pide cuentas
al rey que entonces estaba por encima de la Iglesia
Le
hicieron abjurar a don Enrique en la reunión habida en la villa de Cigales
(buen vino debieron de beberse aquellos cabrones) pero luego el rey como era
irresoluto y de carácter inhibido se volvió atrás y se fue a cazar puercos a
los montes de la Mocha Chica y de Navalcarnero y ello daría lugar a toda una
guerra civil, a las banderías famosas castellanas del siglo XV a los despechos
del maestre de Calatrava don Pedro Girón a varias luchas y batallas entre
castellanos y portugueses por culpa de la Beltraneja: las batallas de Toro y
Albuera y al tratado de los Toros de Guisando, un punto de inflexión en la
historia española, pues no hay mal que por bien no venga, en el que Enrique IV
nombra su sucesora y princesa de Asturias a su hermana Isabel.
Hay en
Segovia o había dos olmas principales. Una era la de San Miguel donde fue
jurada reina la princesa de Asturias un 12 de diciembre de 1474 y otra la olma
del convento de San Antonio el Real aledaño al palacio del monarca.
La
leyenda dice que fue el rey nuestro señor don Enrique de Trastamara el que la
mandó plantar y yo la he visto oronda y solemne echar ramas muchas primaveras a
este prodigio forestal pues estaba cerca del Campillo, donde comienzan los
arcos del acueducto y donde yo jugaba de niño al fútbol en los terraplenes del
campillo. Esta olma fue talada en los años 80 a efectos de la grafiosis una
enfermedad forestal que acabó con nuestras famosas olmedas, pero la conseguí
fotografiar.
Cuando
iba a mi pueblo ante esta olma me cuadraba y me echaba a temblar, guay de mi
España. Don Enrique al que tanto quisimos en Segovia porque fue un poco el alma
de la ciudad, que recibió como señorío propio a la edad de catorce años de su
padre el rey don Juan II y a la que gustaba de llamar mi Segovia no fue ni tan
impotente ni tan malo como argumentan sus detractores. Es un consuelo saber que
“tenía una grande verga”, una buena polla castellana, vaya. Con lo que querrá
decirse que era un hombre como los demás, ni mejor ni peor, muy campechano y
convivial como eran en otra época los que nacieron a los pies del acueducto,
que gustaban de comunicarse, darse los buenos días, acudir a las ferias y a las
bodegas, echarse de vez en cuando una cana al aire, devotos hasta cierto punto
y don Enrique profesaba un fervor muy significado a san Antonio de Padua y
pertenecía a la cofradía de las cinco llagas, (lo enterraron en Guadalupe de
hábito franciscano) pero sin pasarse, amante del traguillo en la bodega y una
charla con los amigos ante una ración de escabeche bonito de cubillo en que se
contaban historias de cuanto entonces y se adobaba la conversación entre besos
al jarro y de hoy en un año, salud es lo que hace falta, que en el cielo le
veamos, si se brondaba por un difunto, con retraheres y chascarrillos, en una
palabra, un castellano de pura cepa, nada engreído y al que la corona le venía
un poco grande y acaso el cetro le pesara más de la cuenta, prefería la
cachava. ¿Entonces por qué le difaman? Por crueldades de la política y por
veleidades del destino. Trataremos de esclarecerlo en este libro. La historia -vuelvo a insistir- en este país
no la escriben los vencedores sino los traidores.
ENRIQUE
IV Y LA IGLESIA
La
iglesia española había adquirido un gran poder e independencia frente a Roma
gracias al llamado Cisma de Occidente. Una gran parte de los prelados de
Castilla y Aragón se inclinaban por el pontífice de Aviñon en cuya sede se
instaló uno de sus nombres de mayor relumbre: el Papa Luna Benedicto XIII. Hubo
obispos tan significados como el primado de Toledo Gil de Albornoz que
estuvieron con la “legalidad” y la legalidad entonces no era el Vaticano.
Se produce entonces una literatura y una
tradición irreverente hacia la primacía papal habida cuenta que el poder en
este lado de la cristiandad residía en el episcopado. Roma estaba lejos y no
tardó en condecorarse con una aureola negra de corruptela, perversidades,
puterío, practicas simoniacas y esta corriente de opinión se detecta en autores
castellanos como Juan de Mena, el Marqués de Santillana, el Arcipreste de Hita
y el de Talavera. Estas invectivas se disfrazan de alegoría como en el
“Laberinto de Fortuna” (en la corte de Roma se excomulga a los vencidos y a
los vencedores se corona”) y otras son más directas como en el “Libro del
Buen Amor” (yo vi en Roma do es la santidad que todos al dinero facían
humildad). La Silla Apostólica es considerada un comodín y como juzgado de
última instancia para dirimir litigios y sobre todo pleitos matrimoniales.
Enrique IV quiere ver anulado su matrimonio
con Blanca de Navarra y ello ocasiona una de las muchas contiendas civiles
entre el príncipe de Bearne y la corte castellana. Pio II reclama dineros y fa
largas. Esto de las nulidades matrimoniales va a ser uno de los grandes
negocios del palacio de San Juan de Letrán. Entre los reinos cristianos veían
en el Papa la última ratio o suprema corte de apelación cuando querían dar
marcha atrás en sus bodas, y éste con estos dimes y diretes y sus monseñores
hacían caja. El sexo ha sido una fuente de divisas para la curia romana porque
así son los humanos y porque el catolicismo se ha entendido como un problema de
bragueta desgraciadamente en desdoro de las enseñanzas evangélicas. En sus
predicaciones Jesucristo pasa de largo y como de puntillas en lo que se refiere
a las relaciones entre hombre mujer. Sólo anatematiza contra aquellos que
promueven el escándalo pero aquí tenemos a toda una ingente masa de confesores,
curadores de almas y directores de conciencia que con mentes enrevesadas
sembraron el bullicio, los escrúpulos y el dolor en muchas almas tiernas,
haciendo caso omiso de los traumas que han causado en sus dirigidos cuando se
han producido abusos sexuales.
La Moral y los Cánones nos llevarían siempre a
un terreno pedregoso de quien peca, cómo y con quien. Por ejemplo, en la edad
media se consideraba un pecado muy gordo ver desnuda a la mujer. Sólo estaba
permitido el coito dentro del tálamo conyugal y así y todo sin morbo, a pelo,
el aquí te pillo, aquí te mato porque incluso dentro del lecho de los esposos
el goce se consideraba una desviación de la moral cristiana. De Roma llegaban
las bulas de cuaresma, los reescritos, los anatemas, las sentencias
inculpatorias por concubinato o la absolución de culpas que eran materia
reservada al Papa. Estas prácticas se consideraban una rutina pero el pueblo
era muy creyente, creía en el cielo, el infierno y el purgatorio, y al expirar
dejaba mandas de misas y de limosnas o hacía donaciones pro anima que tanto han
Enriquecido a la Iglesia. Los obispos eran magnates y sus clérigos próceres.
Gozaban
de inmunidad penal y en parte su poder se acercaba al de los mismos reyes. Sin
embargo, dentro de esta jerarquía corrupta y dominante de los siglos XI al XV,
cuando los arzobispos eran próceres y señores de horca y cuchillo, nunca estuvo
el cristianismo tan arraigado y seguro de sí mismo pese a las limitaciones de
sus pastores que a veces eran lobos disfrazados de piel de oveja, ni fue tan
firme la fe. Existía el convencimiento de que el cristianismo era la religión
verdadera y mi país con razón y sin ella. Se moría por esa fe. ¿Por qué? Porque
había un propósito común de avance frente al Islam y una liturgia que se
extendía por toda Europa desde Portugal hasta Suecia y desde Inglaterra al
Principado de Moscú. ¿Y el Papa? Bueno, bueno, dejémoslo estar. El pontificado
no era un fin sino un medio como timonel de la Iglesia. Lo importante era
Cristo.
Entonces
la Iglesia tenía un cuerpo muy grande y una cabeza pequeñita que no se asomaba
a la televisión y vivía prisionera en San Juan de Letrán, lo que exacerbaba su
carácter mágico. Se le besaba el pie y todos los reyes querían ganar como mejor
trofeo de sus vidas la rosa de oro o ser proclamados defensores de la fe como ocurriría
con Enrique VIII de Inglaterra el cual despechado en sus anhelos de disolver su
matrimonio con Catalina de Aragón, se puso de manos traseras, renunció a esa fe
que defendía y fundó una iglesia por su cuenta. Al intentar rebasar el límite
de sus competencias el pontificado se produjo la hecatombe religiosa de la edad
moderna. En parte Roma tuvo la culpa de Lutero y de Calvino.
La otra culpa de la rebelión la tuvieron las
epístolas de San Pablo que desencadenaron una tormenta de fundamentalismo y de
Biblia a palo seco. Castilla se va a quedar sola en la quijotesca defensa de la
utopía papal aunque los castellanos fuesen poco fervorosos en sus practicas
religiosas pero siempre respetaron la tradición. Enrique IV, aunque tibio con
moderación, favoreció a los franciscanos y hace donaciones y mandas para que
las clarisas abriesen dos conventos en la ciudad. En uno de ellos estaba
instalado su palacio y esta generosidad hacia los frailes menores se repite en
Madrid y en Toledo donde dice la tradición que tuvo amores con una monja que
era priora de aquella congregación.
La
consecuencia a extraer de esta interpretación es que con frecuencia hacen más
por Jesucristo los que se consideran a sí mismos pecadores que santurrones.
Porque tan importante como la fe es la tradición y es por ende que al
convertirnos en martillo de herejes en Trento los españoles nos enfrascamos en
la defensa de una causa perdida. ¿Ocurrirá otro tanto con el mundialismo, el
entendimiento entre civilizaciones de ZP? Otra vez don Quijote y Sancho. Los
españoles no solemos ser gente pragmática aunque en este país haya muchos
listillos
En las
Gesta Hispaniorum sale a relucir esta desconfianza hacia la primacía romana que
se compadece con la alegría de vivir aunque fuese en pecado mortal. Los obispos
no solían decir misa a diario, tarea que delegaban en sus capellanes.
Únicamente oficiaban en las solemnidades. Y éstas tenían un poco de convención
social y un mucho de espectáculo porque la Iglesia no consiste meramente en
cánones y en casuística. Relata un historiador del siglo XVII que un confesor
niega la absolución a un penitente porque había tenido cinco cópulas con su
mujer en una misma noche… quinque in eadem noctem; eso era lascivia y un
mal uso del sacramento del matrimonio destinado a la procreación no al deleite.
Esta obsesión sexual que tanto daño hizo a la iglesia puede que sea una
aberración de su doctrina soteriológica. La iglesia es también filocalía, culto
a la belleza, melodía y misterio.
La misa no viene a ser más que la representación
alegórica y teatral del drama de la redención. Después de eso, que cada uno
haga de su capa un sayo y allá con su conciencia. La norma evangélica es el
ideal al que aspira todo bautizado a sabiendas de que contempla una meta
inalcanzable. Los hombres hemos sido fraguados en barro.
La fe del carbonero tan denostada tiene
entonces lados inefables. Y un poco es la fe del carbonero la que practica
Enrique IV quien no acaba de entender al primado Carrillo, su enemigo jurado.
Se muestra humilde y pese a todo mantiene en su corte a un cabildo de
capellanes. Uno de ellos será Diego Enríquez del Castillo quien escribió la
crónica de la batalla de Olmedo pero un día que se fue de putas le robaron el
ms. Seguramente los parciales de Alonso de Palencia.
Quinque cognitiones
in eadem nocte. Que barbaridad. Entonces los había que eran
superman. Sin embargo a estos clérigos disolutos, a estos obispos que iban a la
guerra y tenían sus mancebas, creo que nadie se atrevería a profanarles una
capilla o entrar una noche en un templo a robar hostias consagradas. Los
culpables se expondrían a un buen ladrillazo de Roma. La iglesia de entonces
era plaza fuerte. En la actualidad se bate en retirada y eleva a los altares a
jerarcas tan dudosos como Wojtyla. Yo me quedaría con don Alfonso Carrillo que
sigue ostentando su báculo y su mitra en esa estatua de bronce de Alcalá
mirando para Cisneros que tampoco era manco por eso cabo y se fue a pelear con
el sarraceno a Oran. Pero este concepto de la fe se defiende con la espada y de
que la letra con la sangre entra la habían asimilado los cristianos de la
tradición muslímica y de los largos años de brega durante la Reconquista. “Mete
tu espada en la vaina” recomienda Jesús a Pedro en el huerto de Getsemaní
cuando Cefas en un arranque de coraje corta la oreja a Malco uno de los que
bajaron a prenderlo. Ciertamente el pensamiento cristiano es pacifista y
“dejado” en los brazos de la Providencia pero la religión católica la integran
seres humanos pecadores y de la misma forma que los mahometanos no siguen la
ley del Corán con frecuencia y los judíos caminan por la historia de espaldas
al Sinaí porque también son pecadores no se puede pedir peras al olmo ni exigir
la perfección a la jerarquía eclesiástica de la cual ellos carecen. Esta actitud
es muy condenable pero se encuentra muy extendida cuando se recrimina a los
seguidores del Crucificado matar en nombre de la Cruz. Sin embargo los ocho
siglos de la Reconquista¿ no fueron una guerra defensiva y en cuanto tal lícita
según el pensamiento del padre Vitoria?
ENRIQUE IV Y LOS JUDÍOS
Se
ha intentado comparar a Enrique cuarto mal llamado el impotente con Carlos II
el Hechizado pero todos los historiadores son contestes de que no puede haber
parangón tal. El Trastamara era valiente- fue el primer monarca que devolvió a
España el peñón de Gibraltar y resultó herido en la toma de Archidona al poco-
vicioso amante del vino y de las mujeres aunque es posible que también de los
mozos y la sospecha de su bisexualidad no probada habrá de ser investigada por
los investigadores, muy poco rezador y su amistad con los moros le hace ser
sospechoso a algunos de sus contemporáneos de sectario de Mahoma. Le gustaba la
caza, correr toros y cañas y más de alguna vez se le vio en algún torneo sobre
el palenque pese a su horror a la sangre por las heridas inferidas en el asalto
a las almenas de Archidona. Mientras el Austria era un imbecil y un caso
clínico de los desastres a los que puede llevar la naturaleza: enano, casi
deforme y supersticioso, puesto que creía en fantasmas y en aparecidos. No Enrique IV no fue el
baldón de la monarquía absoluta ya que en su época de convulsiones, revueltas y
aventuras se crearía el germen de la unidad de la patria. Su hermanastra Isabel
va a recoger el testigo. Los más calamitosos reinados que convirtieron a España
en una caricatura de sí misma fueron dos: uno absolutista con trazas de
constitucional el de Fernando VII y otro constitucional con trazas de
absolutista el de Juan Carlos I al que puso Franco. Éste no solamente no ha
recuperado Gibraltar sino que entregará Ceuta y Melilla a su primo el alauita y
puso el país a los pies de los caballos norteamericanos que estampan sus cascos
apocalípticos contra el empedrado internacional; la eventual secesión de
Cataluña, el pavoroso desempleo juvenil, la llegada en masa de inmigrantes de
todos los rincones del planeta y seres tan despóticos y repelentes como
Esperanza Aguirre, Aznar don José Mari, ZP, Federico Trillo, Bono don José, el
Chávez, Rajoy don Mariano soplando gaitas y doña Trino la culona la
cancilleresa que pasa la mano por el lomo a la Obamesa y por supuesto
Rubalcaba, ZP, y ese león de Grau catalán arbitro de todas las instancias y
caldo de todas las salsas Pujol el caganer, que recuerdas a los antiguos
validos medievales siempre a la caza de un momio y defensores cada uno de su
parcela local para afianzar la privanza. Con don Enrique España aun en agraz se
estaba fraguando mientras con don Juan Carlos se descompuso y esto parece la
corte de los milagros trufada de una turba de soplones y aduladores: Herrera en
la Onda, los malditos tertulianos como Fernando Jáuregui, Pilar Cernuda y la
cohorte de cantamañanas que se configura con el enano Lucas el de las radios de
la mañana hasta llegar a don Herrera en la Onda que iba para cantante y se
quedó en radiofonista más chulo que un
ocho. En periodismo mejor no hablar pues ahí tenemos a don Tirantones Coloraos
con su gran tonsura que se permite el lujo de haber mujer de plexiglás. Todos
ellos nos machacan las meninges o nos aterrizan los ojos con novelones de gran
calado como los de Carmen Navarro la hija del Yale o los folletines de Pérez
Reverte, haciendo gracia al lector de mencionar a los de la telebasura y la
prensa del bulevar en cuyo pináculo se encarama el áulico Hola, protolameculos
nacional donde manda un cura astur que de primeras era republicano y al que
conocen con el alias del Hormiga, con todas las revistas del colorin detrás.
Entre unos y otros dejaron a España y a la gran cultura española convertida en
un patatar lituano. Y todos estos buitres, epitome de la ambición y las ansias
de poder dejan muy pálidas las esferas de aquellos maestrantes y magnates de la
nobleza castellana de la decimoquinta centuria castellana: El primado Carrillo,
renegrido, petizo, hombre correoso, generoso con los de su bando, violento,
infumable eclesiástico, los obispos de Coria y de Mondoñedo, don Pedro Girón,
don Suero de Quiñones el del paso honroso del Órbigo, el duque de Betanzos y
otros muchos de la cuadrilla. Que aquellos prelados al lado de los “modelnos”
se han quedado en hermanitas de la caridad. Ellos nos han tirado al lago de las
pirañas. Con ellos por ellos y en ellos España va cuesta abajo.
El solo hecho de haber ganado la plaza de
Gibraltar al año siguiente de ser coronado debiera de hacer del Trastamara uno
de los monarcas más honorables del elenco, pero aquí hay una conspiración
sepulcral para los hechos medulares y los hombres que los claros varones de
Hernando del Pulgar hoy son botarates se publica la gallofa, se persigue a los
buenos escritores y los libros escritos en el reinado del Rey Felón duermen el
sueño de los justos dentro de un cajón, olvidados en un altillo o una gaveta.
En cuanto a lo de impotente vayamos por partes Porque ahí queda el testimonio
de las putas de Segovia que don Enrique estaba mejor armado que un carabinero,
como aseguraban las pilunguis de Segovia. Es un hecho ineluctable que se
enamoró de una azafata portuguesa de su segunda mujer doña Juana de Portugal
que se llamaba doña Guiomar de Castro. La reina la echó fuera de Segovia pero
doña Guiomar siguió siendo visitada en Arévalo donde la puso casa y renta; y
otro de sus romances lo tuvo nada menos y nada más que con la abadesa de un
monasterio de Toledo que se llamaba sor Benilde. ¿No haría Enrique IV a pelo y
a pluma? Que va o por lo menos no era tan impotente como dicen los que le
calumnian, entre ellos el doctor Marañón que fue un buen judiazo.
Entonces,
¿de donde le viene tanta infamia? Muy fácil. Sus relaciones con los judíos
adquirieron un sesgo poco favorable porque ya en tiempos de su padre últimos
años del reinado de Juan II se produjo el ultraje sacrílego de las sagradas
formas en la iglesia de San Facundo que conmovió a la ciudad. La hostia que
hervía en un caldero de la sinagoga empezó a subir por el aire y se produjo el
llamado milagro de la Catorcena. Parece ser que tales actos sacrílegos suelen
producirse cuando los judíos tienen mucho mando y es suceso continuo y
lamentable en la España de 2011 al igual que lo era en la España de 1418: quema
de las puertas de la iglesia católica de Santa Catalina en Majadohonda,
atentado contra varios templos de Barcelona, robos de copones en los
Carabancheles y así sucesivamente. El hecho en la Segovia del siglo desencadenó
toda una conmoción popular. Esa enemiga o animadversión no sé si justificada
pero real tenía un trasfondo económico porque los judíos eran los alcabaleros y
freían a impuestos a la comunidad. Por otra parte se daba el hecho curioso de
que los hijos de Moisés se bautizan aunque en oculto sigan practicando la Ley
Vieja. Este parece ser el caso de Alonso de Palencia burgalés que era algo
pariente de Pablo de Santamaría el rabino de Burgos que convertido a la fe de
Jesús llega a arzobispo y su hijo Alonso de Cartagena al que se atribuyen las
Coplas del Provincial y que sería obispo de Málaga era pariente de Palencia. En
ese contexto habría que examinar el origen de las opiniones que vierte contra
el soberano embadurnadas de contumelia y de hechos reales. Medias verdades. Su
IV Década alude a las indecisiones y a los calamitosos sucesos por las burlas
que cundían por todo el reino sobre los cuernos que le puso don Beltrán; sin
embargo, su paternidad la reconoce su propia mujer doña Juana en Buitrago
cuando es interpelada al respecto por el cardenal de Albi cuando iban a casar a
la Beltraneja con el rey francés.
-¿Jura,
Majestad, que Juana es hija del rey su marido?
-Sí,
lo juro- dijo la portuguesa con un acento que tenía cadencias de fado. Su voz
se perdió por los montes y valles de Somosierra
Se
pasa por alto el que plantara por vez primera vez el pabellón castellano en la
Roca de Gibraltar y amen de eso fuera el promotor de las guerras de Granada.
Mucho apreciaba a los moros porque hablaba el árabe y había adoptado algunas de
sus modas o lucía en el campo armas arábigas pero fue el primero en darse
cuenta de que la unidad nacional tendría que tener un trasfondo de unidad de
las tres religiones a la sombra de la cruz. Su hermana Isabel recogerá esa
antorcha.
ENRIQUE
IV AGRIDULCE REINAR
Aquella
navidad de mi niñez tocamos la zambomba, hicimos música rascando la botella de
anís con el almirez y cantamos villancicos ante el belén que había colocado mi
hermano Nano adornando con musgo el portal traído de las peñas de la cantera
donde se afanaba en su pobreza el Tío Enrique y su cuervo al que había enseñado
a hablar y a decir palabrotas a los chicos. Con papel albar se hizo una especie
de arrollo y a la orilla estaban las figuritas de las lavanderas. Un pastorcito
iba camino del portal con un cordero al hombro. La cena pobre consistió en
castañas y algo de asado. El villancico que cantamos aun resuena en mis orejas.
“Sobre tu cunita niño he visto arder una farolica como la del tren… que alumbra
con gas a la medianoche y a la madrugá” era un cantar ferroviario y era
apropiado para aquel momento pues vivíamos al lado de la estación cerca de la
Dehesa Boyal que donó al concejo Enrique IV y donde se celebraba por san Pedro
la gran feria de ganado. El pitido del tren traspasaba el silencio de la
madrugada. Habíamos aprendido cuando dormíamos y la señal acústica de los
convoyes que iban lejos nos despertaban a distinguir a un mercancías que solían
circular hasta el alba, del correo de Santander o del automotor de Medina o los
trenes militares que llevaban soldaditos hasta África. Mi padre se puso algo
melancólico recordado otras navidades del ayer, los pensamientos se alejaban en
la evocación de las Nochebuenas en la majada o en el frente de Teruel. La
nochebuena se viene la nochebuena se va y nosotros nos iremos para no volver
más. Levantados los manteles, mi padre me preguntó si iba a misa de gallo y yo
le dije que sí, tengo que ayudar. ¿Quién es el capellán? Don Valeriano. Pues
abrigate, hijo. No olvides el tapabocas ni el pasamontañas. Había caído una
gran nevada y era tan brillante la luna que la noche parecía iluminada. Hasta
llegar a la fuente de la Dehesa tenía que pasar el puente de Valdevilla,
atravesar la cuesta que eleva el Río clamores al ocultarse como un Guadiana,
cruzar por entre medias de la Base Mixta y la cárcel cerca de los jardines de
Villangela, desde donde se subía por la plaza de toros a los centenarios
depósitos de agua del acueducto, la fabrica de Caretas donde se fabricó el
biscuter y la de Klein donde se fabricaran caretas antigas de la primera guerra
mundial. Todo era campo por aquellos días de mediado el siglo XX pero en el
siglo XV tupido bosque donde solía cazar el Rey Nuestro señor y sería
precisamente en una quinta de recreo donde se alzaría el palacio-monasterio bajo
la advocación de San Antonio de Padua,
san Antonio el Real. Hacía yo el recorrido cuatro veces dos por la mañana y dos
por la tarde y me conocía cada recoveco, cada castaño de Indias y allí empezó
mi fascinación por roma y por la historia de España desde aquel día que vi
sacar unos huesos en una rumba romana que excavaron a la puerta misma de donde estaba la casa del capellán de las
hermanitas de los pobres. En el epígrafe se decía que la difunta era una
“puella” (muchacha) que falleció a los quince años. Tanto el capellán don Pablo
como don Valeriano leyeron el epígrafe y rezaron una oración por el eterno
descanso de aquella adolescente muerta en los tiempos de Trajano. Hacía frío y
me abrigué con el tapabocas. En la dehesa boyal dormían los rebaños de la Mesta
miles de cabeza de ganado. Los mastines me ladraban al pasar pero el rabadán de
vigilancia me advirtió que caminase sin miedo, los perros no te harán nada,
chaval, y menos hoy, repuse hoy que ha nacido Dios:
-¿Vas a
misa de gallo?
-Sí,
señor.
-Pues felices
pascuas, zagal.
Cerca de
la base mixta y frente al dispensario antituberculoso me asomé a la verja donde
yacía desportillado un carro de combate de la primera guerra mundial, ruedas
enormes, ¿Qué haría en Segovia aquella reliquia de la batalla del Somme?
Rápidamente al rebufo de los muros leprosos de la huerta de las monjas, altos
muros misteriosos de adobe me planté en el convento escondido entre un bosque
casi de olmas. Como don Valeriano se había puerto malo le sustituyó como
oficiante el capellán del hospicio don Ramón. Que era un cura alto con un gran
corpachón que remataba en una cabeza de garbanzo y una voz profunda. Conocía
todos los misterios de la historia de España aquel buen capellán. Entré en la
sacristía y sor Fuencisla la demandadera ya tenía preparadas las vinajeras,
sentí su voz detrás de las cortinas de la clausura del coro bajo:
-Buenas
noches, sor Fuencisla.
-Buenas
noches, hijo y alegría.
-Sí,
señora, alegría y placer que esta noche nace el niño en el portal de Belén.
-Me
gusta ¡qué bien te los sabes! Debes de ser un chico listo.
-No se
crea, sor, el latín no se me da mal pero no me entran las matemáticas
Sor
Fuencisla estaba más contenta que unas pascuas y me dijo que en el convento
hubo fiesta y tambien entonaron villancicos al Niño Jesús como en todos los
hogares españoles por tan señalada fecha. Al poco llegaba don Ramón que venía
tosiendo- pues era un empedernido fumador y moriría el hombre al poco tiempo de
la caja cambios- desde el zaguán un tanto azacaneado y moviendo para los lados
la cabeza y con las botas cubiertas de nieve manteos y capisayos al desgaire
accionando los brazos largos. Pendulaba en todas direcciones el buen capellán su cabeza insignificante y
pequeñita, de garbanzo. Sí; tenía un melón ridículo sobre los hombres pero en
aquella testa cabía toda la historia de España de la cual nos daba clases
magistrales y se cabreaba muchísimo cuando aquellos libros de texto ponían
cosas muy desagradables sobre el monarca de la granada y del reinado agridulce. Por eso en el seminario los latinos le
pusimos de mote Don Cicerón que es lo que significa el apodo en la lengua del
Lacio. Creo que por ese cabo me convencí de que el rey segoviano había sido
difamado y que sería preciso rehabilitar su figura de tanto escarnio.
Se vistió el presbítero a toda prisa los
ornamentos blancos y yo mismo con otro monaguillo que se llamaba Otero salimos
con paso solemne de la sacristía, uno portaba el cirial y el otro un
incensario. El coro empezó a entonar la antífona:
Asperges me, Domine, hisopo et
mundabor. Lavabis me et super nivem dealbabor.
Miserere mei Deus secundum magnam
misericordiam tuam. Vidi aquam egredientem de templo et omnes ad quos pervenit
aqua ista salvi facti sunt et dicent: aleluya
Las
notas gregorianas del asperges en tono
andante ma non tropo resonaban hermosas cantadas por las voces blancas de las
clarisas y habían sonado en aquel templo desde su fundación por el rey don
Enrique nuestro Señor durante medio milenio. Era el catolicismo “at work” en su
gloriosa tradición de “business as usual”. Pasan las generaciones, nacen y
mueren los hombres, las primeras que lo cantaron yacían en humildes sepulturas,
amortajadas con el cordón franciscano de tierra en la Huerta del Nogal en el
patio central del convento. Luego don Ramón con su voz cascada y potente de
fumador empedernido pronunció el exorcismo:
Exaudi nos domine sancte páter
aeterne Deus et mittere digneris sanctum angelum tuum de coelis qui custodiat,
foveat, protegat, visitet atque defendat omnes habitantes in hoc habitáculo
El
preste sabía que su negocio tenía que ver con la eternidad y rogaba para que
alejase el espiritu del mal a todos los moradores de aquella casa. Amen.
Estaban todas las lámparas encendidas. El retablo de la crucifixión con sus
maravillosas figuras de arte flamenco en relieve, tan vividas y tan copiadas al
natural que hacían pensar en cómo era el rostro de los hombres en la edad
media, no sólo los reyes sino los menestrales, los rabadanes y los tejedores
que iban y venían a Flandes con la lana de las merinas de Segovia, refulgía
como los chorros del oro. San Antonio de Padua, talla neogótica, con un misal
en la mano, y su cerquillo de fraile menor iluminándole el rostro En las
paredes de damasco colgaban algunos cuadros religiosos con reporteros en los
cuales se representaba el escudo de armas de los Reyes Católicos, (que dotaron
al convento, si bien fue su predecesor el que lo fundara habilitando para la
ocasión una finca a la afueras que tenía para sus recreos cinegéticos) y
escenas de la Natividad y allí estaban los bancos de roble macizo que lucían
entremedias las armas de Castilla y el blasón del penúltimo de la Casa
Trastamara: una granada. Buen símbolo porque decía don Enrique:
-He aquí
mi agridulce reinar.
Estaban
vacíos los bancos porque debido a la gran nevada había acudido poco personal a
aquella misa del gallo. Únicamente cuatro viejas así como el carpintero Geroteo
el mejor feligrés de aquella comunidad, una buena persona pero que tenía fama
de empinar el codo un poquito y aquella nochebuena había pimplado de más porque
olía a anís que le llevaban los demonios cuando fui a darle a besar el
portapaz. Con esa generosidad de los beodos el bueno de Geroteo y sonriéndome
cordial sacó de la pelliza una moneda y me dio un duro de plata:
-Toma,
monago, tu aguinaldo.
Pocas
veces a lo largo de mi carrera como monaguillo y seminarista he visto brillar
tanta alegría y tanta munificencia como en los ojos de aquel borrachín. Tampoco
tanto oro. El cristianismo suele ser generoso. Un duro cinco, pesetas de las de
entonces constituían un dineral para los niños de mi edad. Guarde Dios tu alma
cristiana, Geroteo y este gesto me persuade en mis convicciones de que nada es
lo que parece en este mundo que hay que ir con pies de plomo a la hora de
enunciar juicios de valor. Cuando fue a besar al Niño y yo sostenía a don Ramón
el humeral, Geroteo con paso vacilante y la cara roja me guiñó un ojo. La misa
terminó en la efervescencia y candor con que la liturgia católica guarda para
esta santa noche. En la iglesia hacía un frío que pelaba porque no había
calefacción ni estufas por aquel entonces. Sin embargo puede ser y así ahora lo
pienso que la luz que fulgía de la estrella del portal de Belén calentase
nuestros cuerpos y nuestras almas. Ya en la sacristía las buenas monjitas nos
agasajaron con vino de misa soplillos y pastas. Sor Fuencisla que me tenía buen
concepto me encareció que fuese bueno y que estudiase y que siguiera devoto de
San Antonio. Así lo soy y lo he sido toda mi vida. El órgano remató glorioso
una fuga de Bach interpretada por una de las hijas de Santa Clara de Asís que
en el siglo había estudiado siete años de conservatorio, Sor Jesusa, y las
notas golpeaban caricias sobre los empinos de las bóvedas de crucería y los
arcos escarzanos y conopiales. Dirigiendo mensajes de amor divino hacia la luna
llena que asomaba yerta y pasmada por entre los vitrales de la nave del crucero
Una nochebuena más. A la salida y entre
la euforia de los vapores del licorcillo de consagrar más de tres copas
generosas me tomé con la aquiescencia del capellán y de la propia priora que un
día es un día, bajó un arco que lleva al salón del trono, tuve una visión. Yo
vi acercarse a un caballero, llevaba sobre los hombros un ropón de cordero que
le cubría la pelliza, un turbante como los de los moros. Era rubio, trabado de
hombros, una barba rojiza, los pies grandes, las manos como manoplas de segador
y un aspecto campechano pero había una indecisión que recobraba su persona,
timidez y amabilidad, transmitía llaneza y familiaridad. Bien pudiera pasar por
un tratante de los que acudían al azoguejo
los jueves de mercado y que después de comer cordero asado regado con clarete de Peñafiel se ponían un
palillo entre los dientes y se sentían felices en su pobreza, pero había una
distinción en su rostro y unos ojos claros y misteriosos de rey godo, cuya
sangre corría por sus venas mezcladas con las de todas las dinastías de Europa:
los Valois, los Plantagenet, los Lancaster y la de la casa de Anjou y de Viana y un cierto reposo pleno de dignidad, porque,
“donde ponía- escriben los cronistas- la vista mucho le duraba el mirar. Este
lento mirar le convertían en un ser distinto a los demás. A todas luces se trataba de un personaje
majestuoso. No debía de ser muy friolero aunque bien pudiera ser que los
cuerpos gloriosos no acusan el acoso de los incidentes climatológicos ni
padecen enfermedades. Era don Enrique igual que yo me lo imaginara. Me
recordaba a mi abuelo con su nariz y con sus fuertes corvas, la cuadratura algo
petiza de los labrantines que por aquellos días se pasaban la vida inclinados
sobre el surco, segando, bieldando, dando haces en ese ir y venir castellano
que llaman acarrear. Todo es movimiento y variación.
Se fue a
sentar junto a una mesa de pino junto a un altar y se reclinó sobre el respaldo
del sillón frailuno. Había mandado traer un brasero y de vez en cuando revolvía
la ceniza con una badila.
-Hace
frío en Segovia y mucho más la noche de Navidad. Ven, chiquito.
Comprendí
quien era el fantasma. Mis sueños o mis delirios me habían trasladado hacia el
propio Rey el cuarto de los Enriques de Castilla.
-
Aquí estoy, Majestad.
-
Somos paisanos. A ti te bautizaron en San Millán y
yo recibía las aguas santificantes en la de San Martín.
-
¿Y eso cómo lo sabe, Majestad?
-
Las almas de los difuntos somos espíritus puros y
podemos penetrar en todos los misterios de la condición humana. Conocemos el
pasado el presente y el futuro. He venido a darme una vuelta por mi heredad.
Este era mi palacio de verano. En vida a mí me gustaba mucho cazar. Cuando
abatía un jabalí lo asábamos a la estaca en esa cocina enorme del monasterio
que tú habrás visto y luego nos lo comíamos en amistad aunque por su ley la carne de cerdo estaba
prohibida. Menudas cuchipandas.
-
Ya pero cuando el hambre aprieta vacan las normas y
prescripciones del Alcorán. Dios es uno. Y mis súbditos bebían vino a
escondidas. Eran mis mejores soldados. Como albañiles insuperables. Xadel
Alcalde un morisco de Burgos con su cuadrilla de alarifes construyó estos muros
donde tú estás. Eran los que trabajaban por estos reinos. De mi huerto se
cuidaba un tal Abderramán y cultivaba un pejugal que era digno de ver por sus
lechugas y sus rábanos. Ese Abderramán edificio el monasterio del Paular. Eran
todos ellos moros de Aragón.
-
Ya pero cuando el hambre aprieta vacan las normas y
prescripciones del Alcorán. Dios es uno. Y mis súbditos bebían vino a
escondidas. Eran mis mejores soldados. Como albañiles insuperables. Xadel
Alcalde un morisco de Burgos con su cuadrilla de alarifes construyó estos muros
donde tú estás. Eran los que trabajaban por estos reinos. De mi huerto se
cuidaba un tal Abderramán y cultivaba un pejugal que era digno de ver por sus
lechugas y sus rábanos. Ese Abderramán edificio el monasterio del Paular. Era
todos ellos moros de Aragón.
No me
sorprendió aquella respuesta de aquel bien rey cristiano de ojos cansados que
parecía harto de pelear. En aquella fatiga se reflejaba quizás la eternidad del
mundo. Dentro del movimiento y variación todo es igual y también la sabiduría
del conocimiento de los hombres. La condición humana sigue aferrada a los
principios de la casuística. Me dijo que uno nacía ladrón, otro forzador de
doncellas, aquel homicida y esotro para la gramática o la especulación. Unos se
entregan al vino y a los placeres de la panza y otros sólo prueban el agua.
Unos blancos y otros negros, unos grandes y otros chicos. Unos valetudinarios y
enfermizos y otros que no toparon jamás con un galeno. Y entretanto realizaba
estas reflexiones jugaba con la granada de su blasón como si fuese una pelota.
Ama y haz lo que quieras, comentaba san Agustín pero eso es sólo retórica.
Nunca se podrá acomodar a esa perspectiva de amar al prójimo como a ti mismo.
Tales expresiones no resultaban sino hablar bonito. Tu pusilanimidad alteza nace
de tu sabio conocimiento del ser humano. Prefiero cazar por esos montes. Las
alimañas del campo son menos dañinas que algunos palaciegos de mi corte. Eligió
buen símbolo como lema para su reinado agridulce. La granada es el fruto que
más se parece al almíbar y al acíbar. Más que un blasón era una profecía.
Entraremos en Granada mas eso quedará para mis sucesores. ¿Y de qué nos servirá
vencer a los moros si no somos dueños de nosotros mismos?, dijo en un tono más
reflexivo. La iglesia se había transformado en palacio. Sonó un rabel y unos
puericantores cruzaron la habitación y saludaron al Rey:
-Buena
pascua y buenos años, Alteza.
Don
Enrique se les quedó largo rato mirando pero no pronunció palabra. Subía y
bajaba la música del rabel alternando la clave de los arpegios. Uno de los
juglares de palacio con motivo de la Navidad para hacer dedos componía un
madrigal a su amada. Un rabino con un cantoral enorme con herrajes se llegó
hizo una reverencia y le besó la mano. El librote que llevaba bajo el brazo era
el Talmud con todas las enseñanzas. Se sentía el ladrar bronco de los lebreles
de la jauría. Piafaban los mulos en las caballerizas. El pastelero de Madrigal
en la cocina alimentada por leños de roble preparaba un guiso preferente. Otros
rancheros doraban la carne de un buey que sería servido al día siguiente en el
convite que daba su Majestad todos los años por estas fechas a los nobles de
Segovia, al corregidor y al obispo. Le miré de nuevo y su aspecto era de total
fatiga como si humillado y preterido hubiera alzado bandera blanca frente al
cruel destino. Entonces despareció la visión. Todavía me dio tiempo a vagar por
las dependencias de la mansión. Estaba habitada por frailes menores de la
observancia y por claustrales. Los descalzos discutían con los calzados. Uno de
forma muy violenta apostrofaba a un compañero que decía llamarse fray Pedro de
Villacastín por habersele visto por malos pasos a altas horas de la madrugada
por los lupanares de Segovia y este respondía que acompañaba al rey en estas
giras por la ciudad a casa de las visitadoras y que más pecaba la lengua que el
ojo. Contó la historia de doña Guiomar de la cual el rey estaba muy prendado
con gran enojo de la reina doña Juana. Otro de los religiosos contaba cosas
maravillosas del monarca no sólo sus proezas sexuales de quinque in eadem
nocte sino su fuerza inaudita de domador de leones porque tenía una partida
de estos animales que le había regalado el rey de Granada y que él solo entraba
en la jaula para darles de comer y que estas fieras en lugar de atacarle le
lamían la mano. Observantes y claustrales se llevaban a matar por lo que la
conllevancia resultaba harto problemática en aquel monasterio. Pleitos entre
claustrales y observantes, la cosa llega hasta Cisneros y parece mentira que
perteneciendo ambos bandos a la misma orden del cordón sus actitudes tengan
poco de seráficas y mucho menos de cristianas. Igual ocurre entre los agustinos
regulares y los monacales, el Carmen descalzo y los que llevaban zapatos.
Al rey
cristiano de ojos cansados que parecía harto de pelear le hastiaba la
vehemencia con que cada feudo enarbolaba su estandarte porque -sepan cuantos-
era un príncipe que detestaba la violencia y se desmayaba a la vista de la
sangre. Me preguntó qué que era lo que quería ser de mayor y torció el gesto.
-Tú no vales para clérigo ni para político. Tienes alma de guerrero pero como eso no
puede ser, abrazarás la vida áspero e ingrata de las letras; escritor, mi
cronista.
Aun
desconociendo a punto fijo cual era el significado de aquel augurio que
enunciaba (ciertamente, a mí me gustaba emborronar y mandaba mis articulitos y
mis cuentos al “Sígueme” y a la “Hoja parroquial y alguna vez mi nombre en
letras de molde) la idea me atraía. Escribir por tu propia cuenta y riesgo,
tener ideas personales, no vivir a lo borrego, no comulgar con ruedas de molino
y pensar por boca de ganso, lo que diga la masa, peligroso oficio y arriscado
afán. Me iba a uncir al yugo compartiendo el infortunio y la soledad del hombre
de letras. Largas vigilias, trabajo perdido, mayúsculas decepciones, mensajes
del naufrago dentro de una botella. Vivir hablando y pensando con los difuntos
apartándose de los vivos. A sabiendas de querer robar el fuego sagrado a los
dioses y de entrar en el laberinto de Creta burlando al cancerbero universal,
ese que no habla, no sabe no contesta y cuando lo interrogas hace un movimiento
de sí o no con la cabeza. Recorrer el dédalo de la literatura si no llevas
contigo el ovillo de Ariadna es exponerte a las cornadas del Minotauro que es un
mihura que no falla ninguna de sus embestidas. Los pensadores son humillados y
ofendidos. Al vulgo no se le puede llevar la contraria que sólo cree en el
poder y en la riqueza en los placeres del lecho y de la mesa.
-Pese a todo, niño segoviano, conocerás el Bien, la Verdad y la
Belleza. Y ese es el Cristo- dijo su Majestad rompiendo un largo silencio de
taciturnos pensativos- Aunque se desprecie la doctrina y las togas cedan a las
armas. Serás rebelde y comunero.
-Entraremos en Granada, señor.
-Eso se hará. Pero yo no lo veré. Boabdil chiquito entregará las
llaves de la alhambra a mi sucesora y hermana. Se habrá consumado un sueño,
culminaremos el prepósito de venganza de la ignominia de la Cava Florinda. Ese
es el sueño de España, la unidad nacional bajo el reinado de la cruz. Yo no sé
si lo he conseguido pero peleé en Gibraltar y aquí estan las heridas en mi
cuerpo para probarlo y mis caballeros, Enrique de Guzmán y el Conde de Niebla
colocaron el pabellón de Castilla en lo alto del peñote.
-Actualmente sólo hay ingleses y moros.
-Hasta que Gibraltar no sea tierra española cundirá la desazón y
volverán los bandos y las armas de los españoles unos contra otros-dijo el
Monarca Misterioso. Y prosiguió:
-Soy amigo de moros porque quiero atraerlos hacia nuestra causa. Son
buena gente pero acérrima. Muy cabezotas, hijo, muy cabezotas. Lo malo es que
detrás del moro está el judío y ambas religiones confabuladas contra nosotros
constituyen un enemigo casi invencible. Ello forma parte sin embargo de la
maldición de don Rodrigo.
Casi me
dieron ganas de abrazarle pero como sabía que era un ángel o un trasgo que
bullía en mi cabeza no me atreví. Me quedé mirando para el artesonado de siete
faldones que se alzaba sobre nuestras cabezas, una maravilla del arte morisco, con
las estrellas de David labradas en pan de oro y toda esa esgrafía morisca de
talante tan segoviano que huye de estampar en las paredes la figura humana y se
entrega a los arabescos y ajarafes, en labor de ataujía, para no desairar al
Profeta. Las tres culturas bajo la preeminencia de la cruz eran impronta
enriqueña y se perdió mi mirada entre los baquetones y boceles de la capilla de
Santa Úrsula. Más arriba coronaba el palacio la espadaña de ladrillo rojo con
su tejadoz liso de pizarra, su tortea y su veleta. La campana estaba sonando a
maitines y en el halda podría leerse la inscripción latina Henricus me fecit.
-Muchas misas me habrán dicho las queridas monjas
el aire
se remansaba y cruzaba los ámbitos del monasterio una inusual quietud.
Estábamos en el salón del trono el rey y yo arropados por la imagen del querido
san Antonio que él donara y un cristo atado a la columna que debió de salir del
buril del Divino Morales. Defenderemos la verdadera fe y Dios nos ayude. De lo
que ocurra después mejor no preocuparse. Alguien llorará sobre nuestras
cenizas. En la sala capitular la tumba que él construyó para su enterramiento.
Lo inhumaron en Guadalupe al lado de su madre la portuguesa doña Juana. Recordé
un cantar que me enseñó mi madre al Antonio divino y santo:
si busca milagros, mira: muerte y
error desterrados
miseria
y demonio huidos leprosos y enfermos sanos
el mar
sosiega su ira, redímense encarcelados, miembros y bienes perdidos recobran
mozos y ancianos
el
peligro se retira los pobres van remediados cuéntenlo los socorridos díganlo
los paduanos
En
aquel instante el espectro despareció y yo me perdí por los pasillos del gran
laberinto de la existencia.
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